Sres. Directores: Fernández de Pinedo et al afirman que el cuestionario de conducta infantil de Eyberg (ECBI) es útil para identificar a niños con problemas de conducta que requieren una atención especial1. Sus propios datos no permiten sustentar tal conclusión.
El ECBI, como advierten los autores, no mide la conducta del niño, sino la percepción por los padres de dicha conducta. Ciertamente, es difícil recoger datos sobre conducta por observación directa. Si los autores hubieran observado la conducta de los niños, podrían haber validado la correlación entre ECBI y la conducta real, y si tal correlación fuera grande, los usuarios del ECBI podrían ahorrarse la dificultosa observación. Pero no lo han hecho, y en lugar de ello nos presentan la correlación entre dos partes del mismo cuestionario (faltaría más) o entre el ECBI y el antecedente de haber consultado a un psiquiatra (lógicamente, los padres llevan a su hijo al psiquiatra precisamente cuando perciben un problema). La evaluación psicológica sólo se practicó en algunos de los niños, y no parece que en ella se hayan observado las conductas que se describen en el cuestionario (comida, sueño, relación con otros niños...).
La diferencia entre conducta y percepción de la misma es importante por el riesgo de «etiquetado» de los niños. No es lo mismo decirle a la madre «su hijo tiene un serio problema de conducta» que «tiene usted una pésima opinión de su hijo». ¿Aceptaríamos que nuestra competencia profesional fuera medida con cuestionarios de satisfacción del paciente?
El que los padres consideren problemática una conducta depende de sus expectativas sobre la conducta normal; la inmensa mayoría de los niños que se niegan, por ejemplo, a acabarse la comida (uno de los puntos del cuestionario) no tienen un problema de conducta, sino que son víctimas de una alimentación forzada y excesiva.
Un método de cribado sirve para identificar un pequeño subgrupo de la población en que la prevalencia de una enfermedad es tan alta que justifica nuevas exploraciones (en este caso una visita por el psicólogo). Aplicando a los 62 niños con la prueba positiva y a los 465 con la prueba negativa los valores predictivos positivo (23,3%) y negativo (73,5%) hallados, el ECBI sólo permitiría detectar a 14 de los 127 niños con problemas, identificando a un 11,8% de la población que contiene el 11,3% de los casos. Sería algo mejor enviar al psicólogo a los que tienen el ECBI «normal» (valor predictivo positivo 26,5% [100-73,5]) y dar de alta a los que tienen el ECBI «positivo» (valor predictivo negativo 76,7% [100-23,3]).
Los autores señalan la buena correlación de los resultados del ECBI con la clasificación como normal o patológico que había hecho el médico, basándose sólo en su conocimiento del niño y su «ojo clínico». ¿Es esta correlación una ventaja? Al contrario; una correlación perfecta indicaría que la prueba es completamente inútil, pues no aporta nada que el médico no sabía. Sería interesante ver el valor predictivo positivo y negativo del diagnóstico del médico en relación con el diagnóstico del psicólogo. Tal vez la simple opinión del médico resulte más eficaz como instrumento de cribado que el ECBI (pues difícilmente podría resultar menos eficaz, como acabamos de ver). Tampoco queda claro, dadas las discrepancias entre las puntuaciones maternas y paternas, cuál de las dos se propone como criterio de cribado. ¿Hacemos la media? ¿Consultamos a la abuela para desempatar?
Uno de los mayores peligros del placebo es que el mismo médico crea estar haciendo algo útil, y el ECBI es una prueba diagnóstica placebo. «¿Su hijo pega? Sí. ¿Roba? Sí. ¿Miente? Sí. Señora, su hijo tiene un problema de conducta.» ¿Hemos avanzado en el diagnóstico o añadido algo a lo que la madre ya creía saber? Cuando un paciente se queja de orinar muy a menudo, no es lo mismo hacer un sedimento y diagnosticar una infección de orina que pasar un cuestionario autoadministrado y catalogarlo de polaquiuria.
Incluso sin valor diagnóstico o pronóstico, un cuestionario podría tener cierta utilidad al ayudar a los padres a clarificar sus ideas. Por desgracia, todos los puntos del ECBI se refieren a conductas negativas («lloriquea», «chincha», «pega», «se niega»...). No parece muy adecuado para inducir en los padres una valoración equilibrada, y mucho menos positiva, de su hijo. ¿Hubiera sido diferente la puntuación si las conductas se hubieran descrito en términos positivos?