Actualmente estamos inmersos en una nueva revolución que tiene su paradigma en el modo en que se transmite, se distribuye y se accede a la información, y que incidirá, tarde o temprano, en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana y profesional.
En el ámbito sanitario, los médicos de hospitales contemplaron la entrada, hace poco más de una década, de los primeros ordenadores en las bibliotecas hospitalarias, facilitándoles el acceso a bases de datos remotas. La llegada posterior del CD-ROM ha posibilitado que el profesional se acostumbrase a revisar grandes volúmenes de información en unos minutos y a tener la fotocopia de los documentos en pocos días. De manera que el médico ha cambiado sus hábitos de búsqueda de información y exige mucho más a las infraestructuras que están a su alcance.
Posteriormente, como era de esperar, y para otros menesteres, el ordenador ha ido también entrando en los centros de salud. Incluso sus aplicaciones más elementales en áreas administrativas (agenda de citaciones, registro de pacientes, elaboración de estadísticas...), clínicas (elaboración y gestión de historias clínicas, registro de enfermedades, recetas de largos tratamientos...), docentes y de investigación lo han convertido en una herramienta casi imprescindible en muchos equipos de atención primaria. Por supuesto, también lo es para numerosos profesionales que muestran un gran entusiasmo por esta tecnología y que obtienen sus utilidades particulares de los diferentes programas de gráficos, procesadores de texto o estadística sanitaria. Además es tan difícil encontrar alguna actividad diaria, no exclusivamente profesional, en la que no intervenga de una u otra manera el ordenador y la informática, que aquél acabará siendo un instrumento presente en cada despacho médico, como hoy lo es el esfigmomanómetro o el otoscopio.
La necesidad que tienen los profesionales médicos de contar con una información lo más actualizada posible, y estar al día de los avances científicos y tecnológicos, es una de las razones que explican la amplia difusión y aceptación de la denominada red mundial de redes de ordenadores (Internet), con la que se puede acceder rápidamente a millones de datos depositados en ella. Pero los cambios siguen a un ritmo vertiginoso, y estas autopistas de la información constituyen ya un foro abierto, asequible y universal que amenaza con transformar nuestras estructuras sociales, económicas y tecnológicas.
Pero, ¿podrían los ordenadores sustituir algún día a los médicos actuales? Hay quien no duda en predecir su desaparición, afirmando que en el siglo xxi los enfermos gozarán de una calidad de asistencia nunca igualada, tanto desde el punto de vista técnico como humano, y que, por primera vez en la historia, los médicos habrán dejado de existir. Se aduce que mientras que el médico puede olvidar un signo diagnóstico esencial, una prueba de laboratorio concluyente o un método terapéutico decisivo, por su condición de ser humano falible, el ordenador debidamente programado no olvida nada.
Para analizar si en el futuro el médico podrá ser sustituido por el ordenador, no hay que olvidar que todo encuentro médico-paciente conlleva 4 etapas. La fase cognoscitiva del encuentro busca el diagnóstico y la operativa o modificadora se dirige al tratamiento. Y mientras que la informática ha conseguido importantes avances en estas dos primeras partes del encuentro, en tanto que disponemos de software que realiza diagnósticos diferenciales a partir de síntomas o signos guía, en las dos últimas partes del encuentro médico-paciente (la parte afectiva o «amistad médica» y la parte ética o religiosa de la relación) la informática ha evolucionado muy poco.
Así, por muy imperfecto que sea el médico, y por muy perfecto que sea el ordenador, hay que preguntarse qué busca el paciente cuando se dirige al médico. En una sociedad cada vez más laica, y aún más en el fondo que en la apariencia, el médico se ve a menudo obligado a sustituir al sacerdote o al familiar digno de confianza y ha de resolver los problemas de sus pacientes luchando contra una inadecuación creciente entre un saber científico cada vez más complejo y técnico y la demanda de pacientes angustiados que no se sienten a gusto en una sociedad dura, y para los que la enfermedad es una especie de refugio. La mayoría de pacientes no busca una exactitud matemática en el diagnóstico o el tratamiento. Más bien desean encontrar un contacto humano, alguien que les comprenda y que les ayude a soportar las mil y una tribulaciones de la competitiva vida que hoy vivimos. En uno de los últimos número de Lancet se resumía así: «El paciente es más que molestias y dolores. Puede consultar a un médico por dolor en el codo, pero puede tener problemas de tipo económico, emocional, psicológico y espiritual.» Esta frase, a pesar de las críticas descalificadoras recibidas, encierra una de las claves de la entrevista clínica, que es averiguar el motivo de consulta más allá de la propia comunicación verbal.
Es decir, el ordenador está aportando avances en aquellos procedimientos que realiza el médico y que se ajustan a un modelo de pensamiento inspirado en la lógica matemática (inductivo, deductivo...), pero le queda mucho camino por recorrer en otras áreas.
No existe, pues, el riesgo de que el ordenador reemplace al médico de cabecera si éste es capaz de responder, por formación y por vocación, a la demanda del enfermo, que en muchos casos no consiste en una receta ni en un costoso estudio escanográfico, sino sencillamente en hablar y ser escuchado por un oído atento y comprensivo. Por eso la entrada de la informática en el quehacer cotidiano del médico le proporcionará un instrumento casi infalible, pero no le quitará nada del deber y del privilegio más alto de su profesión: el contacto humano, que tanto necesita el enfermo para dejar de serlo, considerándole como una personalidad íntimamente unida a un entorno social y laboral altamente complejo. Para el paciente, es muy agradable que los problemas se resuelvan en el acto, sin remisiones y por el médico conocido, en un entorno cercano y humano.
El riesgo de sustitución del médico por el ordenador se reduce aún más si consideramos el ámbito de la atención primaria con sus características propias. El proceso diagnóstico del médico general está menos sujeto a los procedimientos lógico-matemáticos, entre otras razones porque a veces no es preciso acotar el diagnóstico biológico exacto del problema que plantea el paciente. El diagnóstico del especialista sería como «leer un mapa», mientras que el diagnóstico del médico de familia equivaldría a «vivir en el terreno».
El médico general tiene en cuenta los aspectos físicos, psicológicos y sociales en los diagnósticos y establece planes educativos, preventivos y terapéuticos para mejorar la salud de sus pacientes. Estas actividades también las podrían realizar los ordenadores, pero los pacientes aprecian la continuidad y la longitudinalidad de la atención sanitaria, y aquellos que perciben que su médico general se hace cargo del conjunto de sus problemas están más satisfechos con la atención recibida. Aunque los pacientes quieren un médico científico y con gran capacidad técnica, lo que más desean es contar con un «buen médico», un médico humano.
Otra actividad clave del médico de cabecera que no exige diagnosticar, y que difícilmente sería asumible por los ordenadores, es la asesoría del paciente en la toma de decisiones. Por ejemplo, respecto a pruebas diagnósticas agresivas o de dudosa utilidad, o frente a terapéuticas en discusión. La muy próxima proliferación de pruebas genéticas, que para muchas enfermedades evidencian un riesgo pero no un destino inevitable, ampliará el papel asesor del médico de cabecera, que disfruta de una situación excelente para ayudar a valorar al paciente la utilidad de las distintas alternativas diagnósticas y terapéuticas, teniendo en cuenta la situación personal, familiar y social del paciente y sus antecedentes, personalizando siempre la información. En muchos casos la labor del médico general sería la de «dar seguridad», aconsejar. Algo simple, pero fundamental para el paciente y la sociedad, pues evita la creación artificial de enfermedades y enfermos, se disminuyen bajas y ausencias laborales y escolares, se contribuye al bienestar social y se utilizan adecuadamente los recursos sanitarios.
Así pues, habrá que contemplar al ordenador como una herramienta muy útil en nuestras tareas diarias, que está cambiando el acceso a la información y que podría alterar también el contacto entre los diferentes niveles asistenciales, pero siempre requerirá del profesional preparado para programarlo e interpretar de forma sensata la información que proporciona. En último término (probablemente), nunca quitará su puesto de trabajo al médico general.