Sr. Director: Hemos leído con interés el artículo de Soto en el que analiza la evaluación de la calidad de prescripción en farmacia1 y nos gustaría aportar algunas reflexiones al respecto:
Creemos que los ejemplos ofrecidos sobre el uso de medicamentos de valor intrínseco no elevado no son correctos. Tanto en el caso de los antagonistas de los receptores de la angiotensina como en el de los antibióticos, se trata de indicadores que valoran la prescripción de grupos farmacéuticos de efectividad demostrada frente a otros que, aun siendo efectivos, suponen un coste mayor sin aportar claras ventajas terapéuticas. Es decir, no estamos hablando de fármacos de utilidad terapéutica baja, sino de un indicador de eficiencia.
Periódicamente se crean indicadores cuyo objeto es evitar la incorporación de algunos fármacos a la prescripción habitual que, en muchos casos, son especialidades de reciente aprobación con financiación a cargo de los fondos públicos. Por ejemplo, si realmente el escitalopram no aporta nada nuevo2, creemos que lo más lógico hubiera sido no aprobar su financiación a cargo de la Seguridad Social en lugar de utilizar una política de doble rasero que lo permite, pero a la vez lo desaconseja con un indicador creado ad hoc para promover el uso de otros antidepresivos3.
La mayoría de indicadores evalúan un supuesto exceso de prescripción y tienen connotaciones negativas. Echamos de menos indicadores «positivos» que evalúen carencias en la prescripción del tipo de ¿cuántos pacientes con infarto de miocardio reciben la terapia indicada para la prevención secundaria? o ¿cuántos pacientes asmáticos están tomando bloqueadores beta de larga duración como único tratamiento inhalado, en lugar de en asociación con corticosteroides inhalados4? Es probable que encontremos resultados que haya que mejorar al alza, con el consiguiente aumento de la factura farmacéutica.
También consideramos interesante la creación de algún «indicador de alarma» para el clínico en la prevención de determinados efectos adversos. Por ejemplo, ¿cuántos pacientes usan inhibidores de la enzima de conversión de la angiotensina, diuréticos y antiinflamatorios no esteroideos a la vez?, cuya relación con el deterioro de la función renal está documentada3,5. Este tipo de evaluación aumentaría la confianza perdida del médico en los indicadore s como herramienta de apoyo para un mejor control de la salud de sus pacientes.
Estamos de acuerdo en que los indicadores de calidad deben ser revisados no sólo en su contenido, sino en su filosofía general. Podríamos estar viviendo una desvirtuación de su esencia, que el médico prescriptor interpreta frecuentemente como un mecanismo más de contención del gasto. El SNS y el resto de agentes implicados (agencias reguladoras, organismos responsables de la formación continuada, direcciones generales de farmacia, industria farmacéutica, atención especializada) deberían asumir un mayor protagonismo en las líneas generales de política farmacéutica. Lo contrario podría abundar más en un punto de partida perverso e injusto de un sistema que, además de utilizar indicadores arbitrarios y objetividad no contrastada, contribuye a aumentar la confusión entre la calidad de la prescripción y la calidad del médico (habitualmente de atención primaria) como prescriptor.