Sr. Director: Hemos leído con interés el reciente artículo de Pedregal et al1 y la verdad es que no se comprende bien cómo es que la ECOE (Evaluación Clínica de la Competencia Objetiva y Estructurada) no se ha extendido más, implantándose como la Inspección Técnica de Profesionales, incluida la acreditación de tutores, como sugieren los autores, debido a su racionalidad. Quizá, para entender esta situación nos sea útil estudiar una idea precursora de la ECOE, la Edipalaci (Evaluación de Ingenios para las Ciencias), que fracasó a pesar de lo racional y bien pensada que estaba. Así como la ECOE pretende la evaluación de la competencia del médico en el desempeño de su oficio («ingenio o habilidad»), Juan Huarte ya propuso en 1529 hacer un examen de ingenios para las ciencias2. Según Huarte, para que las obras de los artífices tuviesen la perfección se debía establecer por ley un examen de ingenios (la Edipalaci).
Según Huarte, evidentemente, el examen de ingenios había de hacerse con criterios racionales. De este modo, unos examinadores oficiales vigilarían que tales pruebas se basasen en el saber «científico» que ellos indicasen. Su finalidad no era la felicidad individual, sino el perfeccionamiento social. La naturaleza que determina las diferencias de ingenio o habilidad se debe a la combinación de las 4 cualidades primarias: frialdad, sequedad, humedad y calor que se da en el cuerpo de cada hombre. Cierto es, sin embargo, que en el modelo de la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria3 hay una importante novedad, que sin duda mejora la propuesta de Huarte, pues se establecen 5 áreas competenciales (a diferencia de las 4 cualidades primarias de Huarte): habilidades de atención a la persona, a la comunidad, docencia, investigación y aspectos organizativos.
Por último, las «señales» para reconocer los diferentes tipos de «ingenios», para el ECOE y para el Edipalaci, en síntesis son de 2 clases. Por una parte, los signos físicos como el lenguaje corporal y oral... Y por otra parte, las características psíquicas, tales como el modo de actuar en la práctica, de hablar, de moverse, características morales...
A la vista de esta comparación, la verdad es que no parece que, dada la naturaleza del comportamiento profesional, su complejidad y sus múltiples determinantes, la ECOE (¡ni la Edipalaci!) sea capaz de medir sus aspectos centrales. La fragmentación del proceso clínico y la simplificación del problema que requiere la ECOE impiden la verdadera evaluación4. Quizá debemos recordar, para no seguir haciendo «exámenes de ingenios», que evaluar no es prioritariamente medir, ni demostrar, sino entender.