La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) definió en 1979 el dolor como una experiencia sensorial y emocional desagradable relacionada con el daño real o potencial de algún tejido. El dolor crónico es el que dura al menos 3-6meses, o que persiste más allá del tiempo esperado para la cicatrización de los tejidos o la resolución de la enfermedad subyacente.
Las manifestaciones del dolor son diferentes de persona a persona y de sociedad a sociedad. El dolor crónico es una experiencia sociohistórica y cultural construida por múltiples actores, destacando los pacientes, sus familiares y los médicos1. La precariedad del concepto de dolor crónico nos muestra que el conocimiento médico emerge como producto de la interacción social y la medicina como sistema de producción de sentido2.
Según Guyton (1989), el dolor es un mecanismo protector del cuerpo humano; se produce siempre que un tejido es lesionado y obliga al individuo a reaccionar. Nos encontramos ante el dolor alarma, funcional y útil. Se desarrollan estrategias terapéuticas basadas en el tratamiento farmacológico y la fisiopatología del dolor. A pesar de que hoy en día esta concepción es criticada, de ella derivan las principales terapias utilizadas en la actualidad desde las unidades del dolor.
¿Qué hay de aquellos dolores a los que no se les puede atribuir una clara base orgánica, como en la fibromialgia? En este caso, diferentes estudios han destacado el papel de factores como la hipervigilancia; la percepción y la interpretación de síntomas contribuyen a una representación disfuncional del dolor3.
La no correspondencia entre lesión física y experiencia de dolor hace que la utilidad del dolor quede en entredicho. La afirmación de la IASP en 2005 de que «el dolor es siempre subjetivo» es clave para comprender el giro conceptual en la construcción del dolor: se evidencia su concepción como simple proceso sensorial originado en el cerebro. El dolor deja de ser visto como un síntoma para ser comprendido como una enfermedad. Lo que es percibido desde la medicina como un lento avance dentro del sistema médico responde a todo un entramado de procesos sociales, un cambio en el imaginario colectivo del dolor4: se pasa del dolor útil al dolor sin sentido, que requiere atención en sí mismo. Se crea una conciencia del dolor en la población que reclama directamente tratamiento, es un derecho del paciente5.
En nuestra sociedad el dolor crónico no se vive solamente como daño físico, sino también como interrupción del estilo de vida, del trabajo y de las relaciones. A la vez, el dolor es concebido actualmente como una propiedad fundamental del ser humano. Lo que más nos duele es su inevitabilidad junto con el crecimiento paralelo de la creencia de injusticia. Se considera que solo se puede acceder al dolor a través de sus manifestaciones en el cuerpo, se cree intrínsecamente relacionado con la actividad fisiológica, algo que debería poder suprimirse farmacológicamente. Por otro lado, la manifestación del dolor es siempre necesaria, porque de esta manera se obtienen los permisos para comportarse de manera excepcional4.
Se estima que uno de cada seis españoles, o uno de cada cinco europeos, sufre dolor crónico6. El dolor crónico aparece como un «mal» propio de nuestras sociedades desarrolladas.
Desde la antropología, Gil et al.4 afirman que el objetivo principal en el abordaje del dolor crónico debería ser la transformación de la comprensión del dolor. Proponen: 1)evidenciar que el dolor crónico existe por las relaciones subjetivas que establecemos para mantenerlo y reproducirlo; 2)recuperar su condición límite entre mente y cuerpo, su variabilidad según el momento histórico, la cultura, el género, el estilo de vida; 3)hablar del privilegio que tiene el dolor en el presente: es en estos momentos la emoción más evidente, la más universal, desde el punto de vista occidental, y 4)hay construcciones alternativas del dolor y es posible entrenar su tolerancia y su resistencia.
Desde la neurociencia nos abren nuevos caminos a explorar. Quienes lo han hecho también proponen reconceptualizar el dolor. Por ejemplo el Dr. Arturo Goicoechea en su web nos presenta una perspectiva interesante: considera el dolor como un proceso evaluativo de amenaza del cerebro (erróneo en ausencia de daño que lo explique), nutrido por la cultura sensibilizadora actual; el dolor crónico en ausencia de daño es una disfunción aprendida del cerebro que puede y debe revertirse con una intervención correctora usando herramientas de educación en neurociencia y recuperación de la actividad a través de la re-exposición gradual confiada.
Os invito a reflexionar al respecto.