Respecto al trabajo de López-Picazo et al.1 sobre las interacciones medicamentosas en atención primaria (AP), queremos realizar algunas observaciones.
Los efectos adversos en relación con la medicación en AP, estimados en el estudio APEAS, se debieron especialmente a las reacciones adversas medicamentosas (53,9%), y no a las interacciones medicamentosas como indican los autores, ya que solo supusieron el 7,3% del total2. En este trabajo se analizan las interacciones farmacológicas basándose en las prescripciones registradas en la historia clínica informatizada, que con relativa frecuencia no está actualizada y arrastra prescripciones antiguas no activas, y no incluye prescripciones de otros especialistas ni la automedicación. Desconocemos si los autores han valorado la concordancia de las prescripciones registradas en OMI-AP con la medicación que realmente tomaban los pacientes, ya que varios trabajos indican la existencia de discordancias en el 57,2-94% de los casos3–5. También han sido excluidas las interacciones farmacológicas causadas por alimentos (disminuyen la absorción, por ejemplo, de amoxicilina o ciprofloxacino), alcohol (inductor o inhibidor enzimático dependiendo de la dosis y del tipo de consumo), zumo de pomelo (inhibidor del CYP3A4) o productos de herbolario como Hypericum perforatum -hierba de San Juan (inductor enzimático), que son relevantes en la práctica clínica6.
En este trabajo, cinco principios activos (omeprazol, diazepam, acenocumarol, ibuprofeno y calcio, en este orden) son los más frecuentemente implicados en potenciales interacciones graves (35,4%) y muestran el mayor índice de riesgo de interacción grave (e-PIG); no parece, por tanto, que el uso de e-PIG aporte información complementaria diferente a la obtenida de las frecuencias de las interacciones. Además e-PIG se obtiene a partir de la frecuencia de uso de cada fármaco y del número de interacciones graves en las que ha intervenido, por lo que se introduce un sesgo a favor de los fármacos de uso frecuente, ya que el número de interacciones graves en las que interviene un fármaco depende también de la frecuencia con que se emplea.
No estamos de acuerdo con los autores cuando afirman que e-PIG permite evaluar el riesgo de interacción que un paciente soporta al serle prescrito un medicamento, por dos motivos. En primer lugar, e-PIG evalúa incorrectamente el riesgo individual de los pacientes a los que se prescribe un fármaco de uso poco frecuente pero con elevado riesgo real de numerosas interacciones significativas, ya que no serían clasificados como de riesgo e-PIG alto. En segundo lugar, el riesgo de interacción farmacológica no depende solo del fármaco (ruta metabólica única, metabolismo de primer paso elevado, ventana estrecha terapéutica), sino también de las características del paciente6. Así, el riesgo de interacción aumenta con el número de fármacos administrados simultáneamente, con la edad avanzada, la gravedad de la enfermedad crónica o la presencia de insuficiencia renal o hepática6.
Pese a las observaciones realizadas queremos resaltar la utilidad de este estudio, ya que conocer los medicamentos más implicados en potenciales interacciones graves en AP permite priorizar medidas que prevengan su aparición, teniendo en cuenta el perfil de los pacientes con mayor riesgo para presentarlas.