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Vol. 34. Núm. 9.
Páginas 482-483 (noviembre 2004)
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La culpa fue de Hipócrates
It Was All Hippocrates¿ Fault
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E.A.. Lópeza
a Clínica Privada General Belgrano. Servicio de Medicina Familiar. Quilmes. Provincia de Buenos Aires. Argentina.
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En todo caso, quizá sea de Alcmeón de Crotona por haber iniciado la patología científica o fisiológica, según la descripción de Laín Entralgo. En los escritos de Alcmeón no se encuentran rastros de la vieja mentalidad mágica, y es así como el empirismo es sustituido por un pensamiento fisiológico y racional. La salud y la enfermedad pasan a ser vistas como estados de equilibrio y desequilibrio1.

Durante mucho tiempo, la enfermedad había sido considerada un castigo, cosa que aún sucede hoy día. Sin embargo, la diferencia estriba en que en ese momento, tanto el paciente como el sanador o médico se aferraban a esta misma idea.

Dice Laín Entralgo que «sin mencionar expresamente el pensamiento de Alcmeón, los autores del Corpus Hippocraticum van a hacerlo suyo ­en lo esencial, al menos­ desde los últimos decenios del siglo V a.C.»1.

Citando a Ferrara et al2, «resulta entonces que desde su escuela de Cos, Hipócrates desvía definitivamente la medicina de las funciones sacerdotales o mitológicas que predominan en ese momento. Ahora señala que la interpretación de la enfermedad sólo será posible mediante la observación y el control del enfermo, fundamentando así el camino inicial de la medicina, razón por la cual se lo considera el padre de la medicina»2.

Es entonces Hipócrates quien, tomando los postulados de Alcmeón, no sólo comienza a andar el camino de la medicina actual, sino que es también quien escinde la concepción compartida que hasta ese momento tenían de la enfermedad, tanto los médicos como los pacientes.

Obviamente, no se trata aquí de dilucidar si la teoría de la enfermedad como castigo divino es acertada o no, sino de ver cómo este nuevo paradigma que trajo consigo Hipócrates permitió, por un lado, obtener herramientas que contestaran a las preguntas de los médicos sobre la enfermedad, pero al mismo tiempo privó a los pacientes de la misma oportunidad.

«La actitud racional expresada en la colección hipocrática, libre de interpretaciones sobrenaturales o religiosas, significó un gran avance en el pensamiento médico, pero no arraigó del todo hasta pasados unos siglos, durante los cuales se desarrolló gradualmente3», dicen Lyons y Petrucelli al comenzar a describir el método hipocrático, el cual tenía como características observarlo todo, el estudio del paciente en vez de la enfermedad, la evaluación honesta y la ayuda a la naturaleza.

Esta nueva forma de razonar promovió el desarrollo del pensamiento médico como lo conocemos hoy día pero, quizá irónicamente, dejó de pensar en los pacientes. Por ello, no coincidimos ampliamente con esta aseveración de Lyons y Petrucelli en cuanto al estudio de los pacientes en lugar de la enfermedad, ya que en el Corpus Hippocraticum no hay una clasificación de las enfermedades, como si el centro de atención no hubiera estado enfocado directamente en ellas; quizá, la clave radique en que Hipócrates se interesó por el enfermo para conocer la enfermedad, y no por el enfermo mismo. Más aún, para los practicantes de esa época era importante observarlo todo también para determinar si podían actuar o no; si el problema de salud no tenía cura, no había razón para seguir visitando al paciente. Los cuidados paliativos son bastante recientes, con lo cual esta crítica no debe ser privativa de los médicos hipocráticos.

En este sentido, las palabras de Laín Entralgo aportan más datos: «Mediante su palabra, el médico llevaba a cabo el coloquio anamnético con el enfermo, sobre cuya importancia y diversidad de temas tantas veces insiste el Corpus Hippocraticum, ilustraba al enfermo, a veces muy prolijamente, acerca de su enfermedad, y trataba de ganar su confianza con palabras persuasivas e indicaciones pronósticas. En todo caso, el saber obtenido mediante el interrogatorio era para el hipocrático menos seguro que el logrado mediante la sensación del cuerpo: éste sería saber cierto, el otro simple conjetura».

A partir de este relato surgen cosas muy interesantes que aún hoy nuestros pacientes padecen. Por un lado, está claro que el discurso del médico es diferente del discurso del paciente, ya que la enfermedad definitivamente no representa lo mismo para los dos; por tanto, es el médico quien debe explicar al paciente qué es lo que le está pasando. Por otra parte, no parece que sea de mucha importancia escuchar lo que el paciente tenga para decir; lo que realmente tiene valor es lo que digan los sentidos, lo que sea objetivable o medible, ¡la clínica será siempre soberana! Es así como el discurso del paciente comienza a perder valor frente al discurso y a la observación del médico.

Esto perdura y se afianza a través del tiempo, como relata McNeill4 cuando menciona la organización de la profesión en Europa y, sobre todo, el ensayo de nuevas curas con la consecuente espera de resultados: «La antigua tradición hipocrática, que hacía hincapié en la observación cuidadosa de los síntomas de la enfermedad, hacía que tal conducta fuera profesionalmente respetable».

Sin embargo, en la observación, los hipocráticos describen más la historia natural del enfermo que la historia natural de la enfermedad; esto último se desarrollaría mucho más con posterioridad.

Entonces, ¿fue la culpa tan sólo de Hipócrates o hubo y aún hay cómplices? ¿Qué pasó a través del tiempo?

Una posibilidad es que la observación se haya hipertrofiado en la descripción de lo que el enfermo expresaba de la enfermedad, pero con su cuerpo. Paralelamente, dejó de captar la dolencia y entendió por ésta la subjetiva experiencia de enfermar.

¿Habrá sucedido esto de forma deliberada? Sería poco probable y feliz pensar que eso hubiera pasado. Más bien diríamos que la observación se quedó sin un sistema métrico capaz de cuantificar el dolor, la angustia, la alegría, la desesperanza y la tristeza, por citar tan sólo algunos ejemplos.

Quizá Hipócrates prendió la mecha y la cultura occidental hizo el resto.

«Es quizás porque la cultura occidental ha perdido su interés en la tradición oral, que habilidades como escuchar, apreciar e interpretar los relatos de los pacientes son raramente valoradas como habilidades clínicas claves en los currículos médicos. Incluso actualmente hay mucho énfasis en entrenar al estudiante de médico para que adquiera la habilidad de expresar el problema de un paciente en un formato estructurado y estandarizado... Se ha visto que, en algún punto entre el primer y el último año de la educación médica, los estudiantes intercambian una facilidad innata para evaluar y apreciar las narrativas de los pacientes, por la capacidad aprendida de construir una historia clínica».5.

Nuestro método sirve sólo para captar una parte de la realidad y transformarla en algo procesable.

La medicina despersonalizó al paciente, se le quitó aquello que lo distingue; en medicina no hay enfermedades, sino enfermos. A medida que se avanza en tecnología médica se retrocede en humanismo médico.

El conocimiento de la enfermedad creció exponencialmente; sin embargo, el conocimiento acerca de cómo sufren las personas la enfermedad sigue siendo casi el mismo que en los tiempos de Hipócrates.

Hoy día, como siempre, los pacientes siguen tratando de narrarnos sus dolencias mientras los médicos tan sólo podemos observarlo todo de la enfermedad. Suponemos que la culpa fue de Hipócrates.

Bibliograf¿a
[1]
Historia de la medicina. Barcelona: Salvat, 1982.
[2]
Salud. En: Medicina de la Comunidad. Medicina preventiva, medicina social, medicina administrativa. 2.ª ed. Buenos Aires: Intermedica, 1976; 3-29.
[3]
Historia de la medicina. Barcelona: Doyma, 1980.
[4]
El impacto ecológico de la ciencia y la organización médicas desde 1700. En: Plagas y pueblos. México: Siglo XXI, 1984.
[5]
Narrative based medicine. London: BMJ Publishing Group, 1998.
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