Existe consenso científico en que una de las mejores formas de medir la salud de los adultos mayores es mediante la valoración de las capacidades funcionales1, y que éstas son un componente fundamental de la valoración geriátrica integral2. En el reciente artículo «Valores normativos de instrumentos de valoración funcional en ancianos españoles: estudio FRADEA», Abizanda et al.2 hacen un análisis de la incidencia de discapacidad mediante cuestionarios clásicos (Índice de Barthel y de Lawton), la versión abreviada del «Instrumento sobre la discapacidad y la función en edad avanzada» (SF-LLFI) y obtienen valores normativos de pruebas de valoración funcional en una cohorte concurrente de personas mayores residentes en la ciudad de Albacete. Esos mismos autores2 reconocen el efecto «techo» de los cuestionarios (un gran número de encuestados alcanzan los valores máximos) y que no existen datos normativos poblacionales en nuestro país de algunas pruebas de valoración funcional.
La valoración funcional ideal debe incluir medidas de observación directa o pruebas de ejecución que sean suficientemente válidas y fiables para detectar reducciones de la capacidad funcional o de la «condición física funcional». Esta última fue definida por Rikli y Jones3 como «la capacidad física para desarrollar las actividades normales de la vida diaria de forma segura e independiente y sin excesiva fatiga». Los componentes relevantes de la condición física funcional son: la resistencia aeróbica, la fuerza y resistencia muscular, la flexibilidad, la destreza y la composición corporal3, que tienen mucha relación con el nivel de autonomía y la calidad de vida, incluso de los ancianos mayores4. A nivel internacional se utilizan diferentes pruebas que estudian estos y otros componentes de la «condición física funcional» de los adultos mayores. En el artículo del equipo de Abizanda2 se incluyen algunos tests que presentan diferentes problemas. Así, el análisis de la deambulación está sometido a la subjetividad del evaluador y el tiempo de equilibrio unipodal, sobre todo si se realiza con ojos cerrados, puede presentar efecto «suelo» (un gran número de evaluados alcanzan valores bajos). La prueba de fuerza de prensión (flexores de la mano) realizada mediante dinamometría manual, en los ancianos mayores con artrosis (muy frecuente en este grupo de edad), puede presentar dificultades. Además, no queda clara la estandarización de algunas pruebas, como la de equilibrio comentada anteriormente (¿ojos abiertos o cerrados?), la fuerza de prensión manual (¿codo extendido o flexionado?) y la de fuerza de bíceps (¿en qué posición están el brazo y el cuerpo?), y esto puede modificar el resultado. En atención primaria sería bueno consensuar pruebas válidas, fiables, seguras y aplicables, vigilando que su ejecución se realice de forma estandarizada a pesar de su sencillez. Así podremos obtener datos significativos que nos permitirán comparar y tener valores de referencia en nuestro ámbito. En el año 2006 se validó en España la batería de pruebas SFT (Senior Fitness Test) de Rikli y Jones3 por el equipo de Gonzalez-Gallego5 y está siendo utilizada por otros grupos de investigación con muy buenos resultados6. Se trata de una propuesta válida y fiable, sencilla, utilizable tanto en el ámbito clínico como en el ámbito físico-deportivo. La mayoría de pruebas son de tiempo fijo, lo cual mejora la capacidad de discriminación, y además son entendibles, fáciles de ejecutar, aceptables por las personas mayores y el material que se precisa es de muy bajo coste y fácil manejo. Asimismo permite identificar los deterioros precoces5 (fragilidad preclínica) e implementar programas de ejercicio adaptados a cada individuo, con el objetivo de mantener la autonomía y la salud en las personas mayores.