Señores Directores: Este año, por primera vez, nuestras prácticas de patología médica fueron asignadas en atención primaria. Cuando nos fue presentado el contenido de las mismas, nuestra primera reacción fue de sorpresa ante la perspectiva de abandonar el ámbito hospitalario e introducirnos en un campo totalmente desconocido para el estudiante de medicina y no excesivamente prestigiado, por lo que en un principio nos sentimos defraudados por las prácticas, hasta el punto de que 2 alumnos decidieron abandonar el grupo. Nuestras creencias partían de una idea errónea y peyorativa de la atención primaria, concibiendo al médico de familia como un simple «dispensador de volantes», que sabe un poco de todo, y nada de nada, que «no mira a los pacientes»; en definitiva, médicos de segunda.
Afortunadamente, en estas prácticas de medicina interna hemos podido comprobar cuál es el verdadero objetivo de la carrera de medicina, y no es otro que el de formarnos como buenos médicos generales. La actividad especializada llevada a cabo en los hospitales, punto básico de nuestra formación práctica, nos impide adquirir una visión global de la medicina, lo cual se traduce posteriormente en una labor profesional parcial, mermada, que no considera al paciente en su totalidad, sino como una suma de aparatos y sistemas. Sólo el conocimiento de la atención primaria permite llevar a cabo una medicina integral. La sociedad, incluidos pacientes, familiares, allegados o una urgencia fuera del ámbito hospitalario, va a exigir de nosotros respuestas y soluciones concretas para problemas que todo médico debería estar capacitado para dar, independientemente de su especialidad.
El contacto diario con el paciente, con sus problemas cotidianos, con las patologías más comunes entre la comunidad, con las actividades preventivas... son aspectos que desconocemos, tanto por no estar recogidas en los obsoletos programas de estudio, como por basarse nuestra enseñanza práctica en el paso por departamentos hospitalarios, cuya atención especializada, altamente tecnificada y, desgraciadamente, muy deshumanizada, nos transmite una idea confusa sobre el verdadero sentido del quehacer médico. Además de este profundo desconocimiento, existen una serie de opiniones, ampliamente difundidas entre la comunidad universitaria y hospitalaria, que conciben la medicina de familia como una «segunda división», la salida que les queda a los médicos menos cualificados y a aquellos que no superan el MIR. Fruto de este sentimiento, el estudiante de medicina infravalora la atención primaria y rara vez se plantea su futuro profesional en la misma sino como la «última salida».
Una vez superada nuestra reticencia inicial, estas prácticas en atención primaria han supuesto una grata sorpresa, además de una excelente aportación a nuestra formación académica. Y es que nos hemos encontrado con una realidad completamente diferente a la que imaginábamos. El médico de familia es un profesional competente, ampliamente formado, con un bagaje extenso de conocimientos, pero sin perder ese trato humano, cercano, directo, que le permite comprender a sus pacientes, conocerles y apoyarles; en definitiva, concebirles como un «todo» y aplicarles una terapéutica integral.
Por último, estas prácticas nos han permitido comprobar la importancia creciente del centro de salud como eje central del sistema sanitario español. Su labor integrada, completa y continua permite dinamizar la atención sanitaria, descongestionar la atención especializada y aliviar el gasto económico que supone el mal uso de los hospitales. Y, poco a poco, creemos que la población va asimilando esta nueva situación y acude a su médico de cabecera confiando en su labor, pues reconocen su formación y agradecen la atención personal que les otorga. Por tanto, nuestra formación académica queda incomprensiblemente incompleta sin una enseñanza reglada, teórica y práctica en el campo de la atención primaria. Nos consideramos unos privilegiados entre nuestros compañeros por haber podido «descubrir» sus amplias posibilidades y su prometedor futuro.