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Vol. 21. Núm. 8.
Páginas 509-510 (mayo 1998)
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Papel del médico de familia en las urgencias hospitalarias
Role of the family doctor in hospital emergencies
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V. Lisa Catón
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A las alturas del milenio en que nos encontramos, resulta obvio que la atención a las urgencias (tanto intra como extrahospitalarias) debe ser realizada por personal específico, especialmente entrenado para ello, con dedicación exclusiva y con la dotación tecnológica adecuada. Discutir esto hoy día es negar la tendencia de las exigencias de la población respecto al sistema sanitario. No es de recibo un sistema que oferta al usuario una medicina de alta calidad en casi todo el proceso asistencial, y sin embargo deja en manos inexpertas el inicio de este proceso, justo en el momento en que se toman las decisiones más rápidas, y que puede ser fundamental en el devenir de la enfermedad.

Es evidente que la asistencia a enfermos críticos requiere unos conocimientos y habilidades específicas que deben ser reciclados y practicados con relativa frecuencia. Esto es difícil para el profesional de atención primaria o especializada, que sólo muy de vez en cuando debe enfrentarse a este tipo de patologías, por lo que cuando surge la patología emergente, es muy probable que se quede «sin saber qué hacer», aunque tenga los conocimientos necesarios. Por otro lado, resulta obvio que la urgencia vital debe ser tratada allí donde se produce. Para ello es fundamental la existencia de las llamadas unidades de respuesta rápida, que deben ser atendidas por profesionales entrenados y dedicados exclusivamente a este campo de la medicina, y con los suficientes medios materiales, igual que en los servicios de urgencias hospitalarios.

Además, la alta tecnificación alcanzada en el tratamiento a los enfermos críticos hace que la medicina de urgencias posea un cuerpo doctrinal propio, que no se recoge en ninguna de las especialidades reconocidas en la actualidad por nuestro sistema de salud.

Es hora de reconocer, pues, la medicina de urgencias como una especialidad. Esta es una aspiración de muchos de los profesionales que nos dedicamos a este campo de la medicina, y existe al parecer la voluntad de hacerlo por parte de las autoridades sanitarias, inducida desde algunas sociedades científicas (Sociedad Española de Medicina de Emergencias, SEMES), que han elaborado incluso una certificación que acredita a los profesionales y con un perfil determinado (Certificado en Medicina de Emergencias, CME).

Una vez expresado lo anterior, que vendría a dibujar la situación ideal, la realidad actual de las urgencias hospitalarias sería, más o menos, la siguiente.

Es bien sabido que la mayoría de las personas que acuden al servicio de urgencias de su hospital no presentan objetivamente una patología que requiera su valoración en él. No obstante, son este tipo de enfermos los que saturan y en ocasiones colapsan las puertas de los hospitales, interfiriendo muchas veces la atención a prestar a los enfermos verdaderamente urgentes.

Históricamente, la atención a las urgencias en los hospitales ha recaído (y sigue recayendo en gran medida) sobre médicos en sus primeros años de formación. Con la masificación de las urgencias, se fue haciendo necesaria la figura de un médico responsable de esta área en los hospitales, que supervisase la labor de los residentes en las patologías banales y estuviese capacitado para atender a la urgencia realmente vital. Como en España no existe formación especializada en este campo, esta tarea ha ido recayendo en los especialistas que acababan el MIR y utilizaban las urgencias como forma de acceder a un contrato en el hospital, con la expectativa de abandonarlas en cuanto surgiera algo más apetecible para ellos. Así, se han visto por las puertas de los hospitales como «adjuntos de urgencias» diferentes especialistas: internistas, cirujanos, traumatólogos, neurólogos, intensivistas, médicos de familia, etc. Todos ellos con buena formación en sus respectivos campos, y con un denominador común que era lo que más les unificaba: su deseo de abandonar el servicio de urgencias. Ello hacía muy difícil la consideración de la urgencia como un verdadero servicio hospitalario.

Con el paso del tiempo, en ocasiones por la falta de otras salidas laborales y en otras (creo y espero que en la mayoría) por auténtica vocación por esta área de la medicina, las plantillas de los servicios de urgencias se han ido estabilizando, y en muchos de los hospitales de nuestro país hay grupos bastante consolidados, que han adquirido además, como es lógico, una enorme experiencia.

No disponemos de cifras reales de ámbito nacional, pero es evidente que muchos de los médicos que hoy se dedican a las urgencias hospitalarias en España son médicos de familia. En concreto en la Comunidad Autónoma de La Rioja, suponen un 79% de los médicos de los servicios de urgencias hospitalarios.

Según nuestro punto de vista, son varias las razones que hacen que sean los médicos de familia los que en la actualidad ocupen gran parte de las plantillas de los servicios de urgencias:

 

­ La masificación de las urgencias ha hecho que la Administración haya usado a los residentes como «mano de obra barata» para atenderlas, y lo ha hecho, en gran medida, aumentando la oferta MIR para formar médicos de familia. Muchos de ellos, con vocación hospitalaria, se han ido quedando en los servicios de urgencias, como única manera de seguir ligados al hospital.

­ La falta de expectativas laborales en el marco de la atención primaria, porque el número de especialistas excede claramente la oferta de plazas.

­ La ausencia de una especialidad en medicina de urgencias ha hecho que especialistas de diversos campos hayan pasado por la urgencia. De todos ellos es quizá el médico de familia, por su formación, en parte extrahospitalaria, el que más se acerca al perfil de la patología que se ve en urgencias, y que, como ya se ha comentado, dista mucho de ser toda ella realmente urgente. Esto hace que especialistas más preparados para atender urgencias vitales (por ejemplo, intensivistas) sean menos útiles en las puertas de los hospitales.

­ La formación hospitalaria de los médicos de familia hace que éstos, por su conocimiento de la patología que se ve en el hospital y de su funcionamiento, estén mejor preparados que los médicos generales para atender el servicio de urgencias.

­ El programa docente de la especialidad en medicina familiar y comunitaria establece el servicio de urgencias del hospital como lugar de rotación para el aprendizaje de la patología traumatológica y quirúrgica. Esto, además de las guardias que realiza, hace que el residente de familia se encuentre más ligado a este servicio que otros residentes.

En nuestra opinión, y en tanto no se introduzca en nuestro país una especialidad en urgencias con formación reglada vía MIR, es la medicina familiar y comunitaria la especialidad que más se aproxima al perfil que se requiere para un servicio de urgencias hospitalario, siempre que el aspirante a médico de urgencias complemente su formación con cursos específicos, o incluso con rotaciones fuera del ámbito concreto de la especialidad, que pueden realizarse fuera del horario laboral normal, en forma de asistencia voluntaria a guardias, por ejemplo, de intensivos o anestesia.

Finalmente, me gustaría concluir con una petición. Como se ha comentado, al no existir en la actualidad una especialidad reconocida, los médicos de urgencia hospitalarios nos encontramos en ocasiones poco respaldados. Teniendo en cuenta el elevado número de médicos de familia que estamos en esta situación, quizás la semFYC podría ser la sociedad en la cual podríamos encontrar apoyo para nuestros problemas laborales y ámbito de expresión para nuestras inquietudes científicas.

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