Sr. Director: Celebramos el interés del artículo de Sánchez et al1, relativo a la opinión sobre la actividad docente de los formadores de MIR de tercer año de medicina familiar y comunitaria. El artículo destaca la importancia de la interacción entre profesionales para alcanzar los objetivos docentes. Sin ánimo de corregir sus conclusiones, desearíamos añadir un elemento al discurso que consideramos ausente: la importancia del propio residente como formador de otros profesionales. Este aspecto ha sido considerado en otros ámbitos desde hace más de una década, denominando a este movimiento residents as teachers (los residentes como docentes), con destacadas revisiones realizadas por autores como Bing-You2 y Morrison3 en 1993 y 2000, respectivamente. Una muestra de su importancia en Estados Unidos es que, en un estudio realizado en 2001 dirigido a 2.057 directores de programas de posgrado, el 55% de los que respondieron reconocía incluir en sus currículos programas específicos de formación para capacitar a los residentes4 como docentes (con una media de 11,5 h), que son obligatorios en la mayoría de los casos. Los contenidos podían incluir aspectos como valoración de necesidades del aprendiz, métodos de enseñanza, estilos de aprendizaje y feedback, entre otros.
Los residentes de medicina de familia enseñan básicamente (en el hospital y en el centro de salud) en dos situaciones: a los estudiantes de medicina y a los residentes de años inferiores. También hacen docencia informal a sus tutores, pues han sido expuestos seamos sinceros con áreas del currículo que aquéllos no siempre alcanzan o practican (dinámica familiar, cirugía menor, traumatología, estadística, medicina basada en la evidencia, medicina comunitaria, etc.).
Habrá voces que defiendan la enseñanza «informal» al residente en este campo. También podrá parecer pintoresco que defendamos la inversión de tiempo y dinero del programa docente cuando los tutores disfrutan de pocos recursos en su capacitación docente. Lo que no podemos negar es que hay evidencias científicas a favor de su implantación5.
El nuevo programa docente de la especialidad ha sido consciente de la importancia de esta realidad y creemos que por primera vez de forma expresa alude a que el residente «conocerá los métodos de enseñanza aplicables a la formación de pregrado y posgrado, así como a la formación continuada en medicina de familia»6. Obviamente, alcanzar este objetivo exige metodología docente tan definida como la que exigiríamos, por ejemplo, en áreas de comunicación, bioética o paliativos. El aumento en la duración del período de residencia de 3 a 4 años permitirá, sin duda, que se alcancen estas expectativas.
Siguiendo el enunciado anterior, creemos que la docencia del residente sobre los estudiantes podría ayudar a que hubiera tutores implicados activamente en pregrado y posgrado sin tener que renunciar a dos facetas de una misma realidad7.