Sr. Director: Con relación al editorial de su revista «Medicina de familia, ¿próxima estación?»1, quisiéramos hacer algunos comentarios. En primer lugar, felicitar al Dr. V. Thomas Mulet por su redacción, porque creemos que abre un debate profundo sobre el futuro de la medicina de familia y entendemos muy pertinente que sea liderado por la semFYC a través de su presidente.
De los problemas enumerados, queremos incidir en el desgaste profesional, la inadecuación de los recursos y la coordinación con la atención especializada.
Respecto al desgaste y la motivación profesional, de las encuestas de satisfacción realizadas en nuestro medio resalta la falta de promoción profesional como uno de los elementos que produce mayor insatisfacción2. De ahí la propuesta, casi general, del desarrollo de la carrera profesional. En tanto ésta llega, habrá que buscar otras formas de promoción e incentivación profesional.
Además, tendrá que mejorar la comunicación entre directivos y médicos de familia, y es fundamental potenciar la participación de los profesionales y también su autonomía en la toma de decisiones. Para ello se redefinirán los niveles de responsabilidad, estableciendo los perfiles directivos de los centros de salud. Esto exigirá una formación específica en gestión y una mayor dedicación a esta función. Las direcciones de las áreas, a su vez, firmarán contratos de gestión con los equipos, con compromisos tanto asistenciales como de gestión de recursos, estableciendo los objetivos a alcanzar y las reglas de juego necesarias para el trabajo, pero potenciando la autonomía en la gestión de los centros, dado el nuevo grado de responsabilidad de sus directores.
El médico de familia será cada vez más consciente del coste-oportunidad de sus decisiones ante el paciente individual y promoverá la evaluación de la efectividad de sus actuaciones como medio para detectar elementos de mejora. Esto permitirá, además, establecer una política de incentivos ligada a resultados, facilitada por la existencia de una historia clínica informatizada.
A su vez, los médicos de familia deberán exigir a sus directivos y a las autoridades que las decisiones que se tomen a ese nivel se basen también en la evidencia, o al menos estén sólidamente fundamentadas en experiencias previas.
En cuanto a la suficiencia de recursos, e independientemente del debate sobre si lo que se requiere es una mejor organización de la asistencia o mayores recursos o las dos cosas a la vez, es prioritario un estudio global en el que se determine el número de médicos de familia necesarios para atender a la población, con las correcciones sociodemográficas y de morbilidad que se precisen. Entonces podremos presentarnos a los ciudadanos o sus representantes y preguntarles si están dispuestos a su financiación. Para que la respuesta sea afirmativa, tendremos que haber demostrado que trabajamos con la calidad que la sociedad nos demanda como indica V. Thomas en el editorial.
Con relación a la coordinación con la atención especializada, parece que las alternativas son la integración de ambos niveles, como las experiencias de Cataluña3, o bien la coordinación tal y como se intenta en el resto de los casos. Nuestra opinión es que se debe evaluar el resultado de esas experiencias de integración e ir probando un mayor compromiso entre primaria y especializada, por la integración de la atención a determinadas patologías o a través de los contratos de gestión, desarrollando para la primaria la función de compra de servicios a atención especializada. En cualquier caso, debe asegurarse que el médico de familia sea el «gestor de la finca»4, no ya por una cuestión de poder, sino por eficiencia global del sistema sanitario, como ya se ha demostrado en reiteradas ocasiones.