Al leer el artículo de nuestro colega Ruiz-Moral1 y el comentario editorial adjunto2 se me han vuelto a activar mis recuerdos y vivencias como residente. Aquellas épocas llenas de ilusión, sinsabores, insomnios y recalentamientos de todo tipo, en las que veía a los pacientes en dos medios completamente distintos como era el hospital (plantas, consultas, urgencias y quirófanos) y en el centro de salud. Ni qué decir tiene los enfoques que se hacían tan diversos de los mismos problemas y, si se me apura, hasta la diversidad en las «medicinas» que detectaba: algunos casi se podría decir hipocrática y en otros al más puro medico-evidencialista.
Pediría a los autores la seria reflexión de que nos diéramos cuenta de que puede que las prisas que parecen ya tener los residentes inoculadas no es más que el augurio del futuro próximo que les aguarda, máxime viendo reflejadas sus vivencias en la presión asistencial que ya tienen como residentes y que, a su vez, tiene su tutor. Puede que uno de los puntos que se debería de tener en cuenta en la formación del MIR fuese el de la integridad profesional y laboral, para evitar que ya su formación se viera viciada por las prisas derivadas de la presión asistencial.
Si nos fijamos en las actuales políticas y dinámicas asistenciales en las que nos movemos y en las que se priorizan los criterios economicistas y cicateros sobre la calidad asistencial, o la presencia de gran cantidad de registros y datos informatizados antes que mirar a la cara del paciente, tendremos muy buena base argumental para ver los motivos de las prisas del residente.
Puede que el vigente programa de la especialidad nos dé algunas pinceladas de color a este tapiz tan negro que se nos plantea. Buena parte de esas pinceladas pueden llegar desde el medio rural, donde se suele disponer de un ambiente más propicio para el diálogo y con menor presión asistencial.
Quién sabe si, al igual que desaparecieron los dinosaurios, también con el paso de los tiempos desaparecerá una medicina humanista al sucumbir ante la presión asistencial, una burocracia asfixiante o un paciente netamente impaciente...
Mis más venturosos deseos para los actuales residentes, sus tutores y sobre todo para los gestores, en la espera que no se cumpla la referida «maldición de los dinosaurios».