He leído con gran interés y deleite el artículo de JR. Loayssa, RR. Ruiz del Moral y JG Campayo1 sobre el comportamiento perverso que, tras años de experiencia asistencial, adquieren médicos especialmente sensibles al sufrimiento humano. Mis felicitaciones a los autores por los que siento gran respeto y consideración profesional.
El cuestionamiento crítico y la autocrítica no abundan hoy en día en el mundo científico. El artículo citado me parece muy honesto en este sentido, y únicamente mi interés es animarles a seguir abriendo camino y profundidad en los terrenos del conocimiento experiencial. Creo sinceramente que hemos estado sometidos al positivismo educativo y a la dictadura del número. Pero quizás no hemos tenido en cuenta, siguiendo a W. Dilthey2, que, al adoptar el método de las ciencias naturales (el de la causalidad) para su desempeño en las ciencias del espíritu, es decir, en el mundo subjetivo, probablemente hayamos cometido un importante error, ya sabéis, el de las peras y el olmo. Quizás no nos hemos atrevido, desde atención primaria, a enfrentarnos a estos complejos y apasionantes espacios de la naturaleza humana sin el sustento de una red racionalista.
Los autores se refieren a la hegemonía actual, en el área formativa del médico, de las iniciativas derivadas del conductismo o neoconductismo y/o el cognitivismo, y mencionan concretamente la técnica de la entrevista clínica y derivados. También se refieren a la insuficiencia de este abordaje y abogan por el fomento del autoconocimiento y de los modelos integradores para acceder a la conflictividad del mundo interno del profesional. Los modelos practicados hasta ahora mayoritariamente, y respaldados por la oficialidad de la especialidad, se han visto insuficientes per se para esta finalidad. También abogan por la integración con otros saberes que se dirijan al mencionado autoconocimiento, pero no precisan, a mi juicio, cuales pueden ser esos caminos o métodos. Es este el punto desde el que deseo partir y el que me ha motivado a escribir estos comentarios.
En Europa somos afortunados en la historia de la práctica de una medicina humanista que parte desde el inicio del romanticismo alemán (el poeta romántico alemán Novalis en 1798 fue el primero en emplear la palabra empatía). Hemos tenido médicos ilustres, como Freud, Rof Carballo o Lain Entralgo, que han navegado en esas procelosas y atractivas aguas y realizaron importantes aportaciones al conocimiento y al humanismo. En mi opinión, hemos cometido el error de puentear esta etapa histórica, ignorarla y situar el inicio del conocimiento relacional en Palo Alto (California), con la llamada «comunicación» (vocablo sometido a un reduccionismo paradigmático de una determinada corriente de práctica asistencial). En mi opinión, se ha ignorado lamentablemente la relación médico-paciente y la autorrelación (introspección) del profesional como campos de conocimiento de especial importancia en el quehacer diario de nuestra actividad. Estos conceptos se han asimilado en buena medida al término comunicación, conformando un confusionismo y un reduccionismo difícil de comprender.
Han existido iniciativas, no mencionadas por los autores explícitamente, para usar el entrecruzamiento de saberes, destinadas a aprender desde la experiencia y no desde la dependencia aquiescente y oficial de lo que es o no verdad para nuestra especialidad. Me refiero, por ejemplo, a las aplicaciones del psicoanálisis a la medicina general desde principios de siglo (Ferenzi, Balint, etc.) y a su evolución en los grupos de discusión de casos (Tizón3,4, etc.). Es decir, encuadres grupales donde los médicos exponen conflictos derivados de su práctica profesional y que les cuestionan en algún sentido como personas y/o como profesionales. Considero que este tipo de iniciativas dirigidas por personal competente y experimentado en el mundo subjetivo e inconsciente, traería aire fresco a esta dura y apasionante profesión, y repararía una deuda histórica con esos antiguos y admirables exploradores que nos hicieron ver las inmensas zonas no saturadas de saber (afortunadamente) con las que convivimos en nuestra vida diaria y que hemos ignorado (sospechosamente) mirando hacia otro lado.
Un abrazo a todos.