Sres. Directores: Tras asistir al Curso de Farmacología Clínica de la Escuela de Verano de la semFYC, celebrado recientemente en San Sebastián, desearía expresar algunas consideraciones surgidas en el mismo.
Paralelamente, he procurado contrastar las aportaciones de un artículo reciente de su revista que aborda el tema de la prescripción1 y que, sin discrepar en lo general, en mi opinión refleja la aproximación más académica que real que los autores tienen al respecto.
1. En primer lugar, señalar que este curso y otras iniciativas de formación continuada que se vienen realizando en nuestro país mejorarán, sin duda, los criterios de utilización de medicamentos por parte de los profesionales de atención primaria. Destacar el interés del contenido y capacidad didáctica de los docentes, aunque sea de lamentar el pequeño número de profesionales que nos beneficiamos del mismo y su elevado coste.
2. Está claro, como se dice en el artículo de Mateos y Saénz, que los médicos de atención primaria tenemos un importante papel en la prescripción de la población que atendemos, pero muy matizada por efecto de otros factores, incluida la atención especializada especialmente en el ámbito económico2,3, factor que tanto interesa a la Administración.
Sin embargo, venimos asumiendo esa responsabilidad de forma clara, dado que somos a quienes se controla la facturación de recetas, pero además es bien frecuente la realización de auditorías y estudios de utilización de medicamentos sobre nuestra propia prescripción para modificar pautas o perfiles incorrectos, y de ello ha sido fiel reflejo esta revista en su tiempo de publicación.
3. En el curso quedó patente, dentro de las enfermedades consideradas (HTA, asma, osteoporosis, hiperlipemias, insuficiencia cardíaca, enfermedad ulcerosa), que existe información válida para formarnos un criterio sobre el uso de determinados grupos terapéuticos y la elección de preparados dentro del mismo, aunque no siempre llega al profesional sin sesgar.
A este respecto, discrepando con los autores antes mencionados, considero que la Administración tiene una tarea importante en asumir que a los profesionales llegue una información independiente y veraz, a pesar de las limitaciones del material escrito aislado.
4. Por último, aunque fundamental y así se comentó en el curso, es necesario que las autoridades sanitarias valoren junto a los indicadores de prestación de carácter acusadamente economicista otros criterios cualitativos que indudablemente suponen: a) dotar y estimular a los equipos de atención primaria en línea de trabajos de campo sobre utilización de medicamentos y sus indicaciones concretas (a decidir en cada caso), y b) elaborar indicadores de calidad lo más adecuados posibles. Para ello deben contar necesariamente con los actores implicados en el juego y, desde aquí, hacer una llamada a las semFYC/SEMERGEN para que tomen parte en los programas que elabora el Ministerio sobre Uso Racional del Medicamento. Las iniciativas llevadas a cabo en este terreno hasta ahora apenas tienen difusión, ni posibilidades reales de evaluación.
En definitiva, el debate entre cantidad (Administración) y calidad (profesionales), ya abordado por otros autores4, está sobre la mesa y las sociedades de profesionales afectados no podemos estar de espaldas a él, aunque se han dado pasos importantes en otros aspectos del tema5.
Desearía que el texto recogiese opiniones de todos los compañeros del curso; aun no siendo así, son las impresiones recogidas con otros asistentes las que me animan a expresarlas en su revista.