Sres. Directores: En los últimos tiempos, nuestras consultas se han visto invadidas por pacientes que claman por encontrar un diagnóstico médico a su dolencia corporal. Bien sea a través de un vómito, una afonía, un dolor, una palpitación, una falta de aire, una diarrea o cualquier otro síntoma médico, en todos éstos, una queja del cuerpo demanda ser atendida por un médico, quien supuestamente con su pericia y tecnología podría confirmar el hallazgo de un órgano alterado, causante del mal.
Es esta persistencia, a la búsqueda del mal del cuerpo inexistente (dentro de la consulta del médico), lo que nos introduce en lo que hoy se denominan las somatizaciones y que antaño era etiquetado como histerismo.
¿Pero de dónde surge esta concepción actual, en torno a la presentación por un paciente de un síntoma médico sin lesión corporal?
Pienso que hablar de somatizaciones en los albores del siglo xxi, es recordar a Freud y la histeria que él describió y trató.
Fue este hombre, a finales del siglo xix, en la Viena victoriana, quien supo formular que detrás de un síntoma del cuerpo existía un conflicto en la mente. Su contacto con la histeria en París fue decisivo. Con Charcot, uno de sus maestros, supo ver y escuchar lo que otros no se atrevieron, «que detrás de la puerta del vómito existía un asco por las ideas que éste arrastraba». Y fue su insistencia en torno a lo que el paciente no se atrevía a decir, lo que inauguró un nuevo sentido a lo que los demás trataban de ignorar.
Pero no sólo inauguró un nuevo sentido a algo inexplicable por la vía de la anatomía, sino que encontró una propuesta de solución a aquello que clamaba por expresarse en el síntoma: la palabra. De esta forma su propuesta fue «dar sentido al síntoma a través de la palabra, cuya insistencia vehiculiza un saber sobre el mismo».
Durante estos últimos años se ha tratado de acallar lo que el síntoma traduce, así como la propuesta de Freud. Pero es la insistencia del síntoma lo que ahora nos obliga a tener que pensar, en el sentido de lo que antes se llamó la histeria y que ahora la nosología médica trata de encubrir bajo el epígrafe de las somatizaciones. Un concepto que desea ocultar, tras la máscara fenomenológica, cualquier tufo de psicoanálisis, puesto que éste siempre nos enfrenta con un aspecto del ser humano difícil de tolerar: el inconsciente y la realidad psíquica.
Y Freud lo sabía, cuando en su camino a América, y ante la expectación que suscitaba, formuló: "No saben que les traemos la peste."
El porqué del cambio lingüístico de la histeria a la somatización tiene que ver, por tanto, no sólo con el alejamiento del marco freudiano, sino también, y esto es más preocupante, con todo aquello que suscite la idea de conflicto personal y por tanto de responsabilidad.
Por algo será que en los tiempos que corren lo psíquico no deja entrever ya una idea sino un neurotransmisor, y desde esta vertiente la problemática psíquica no guarda relación con representaciones reprimidas, sino con neurotransmisores y circuitos alterados. Desde esta visión biológica del ser humano, el síntoma es algo a erradicar y no permite entrever el deseo, la parte del sujeto que tiene que ver en la constitución del mismo.
¿En este contexto actual, encontrarán nuestros pacientes somatizadores un lugar en donde el síntoma pueda ser escuchado? ¿Podremos los médicos abordar, desde nuestra nomenclatura, un síntoma que no se deja aprehender o necesitaremos de una visión más integral, en donde nuestra mirada y nuestra escucha contacten con lo que desde el cuerpo se expresa?
Hace un siglo, Freud giró su atención hacia lo innombrable del síntoma, permitiendo a aquellas pacientes que no encontraban su sitio dentro de la nosología médica un lugar desde donde poder hablar. La histeria, con su estatuto, encontró una posición en el diván, allá donde la medicina no pudo darla.
Cien años más tarde, los tiempos han cambiado. La capacidad diagnóstica y terapéutica de la medicina ha aumentado sustancialmente, pero no con ello la satisfacción de ciertos pacientes y de nosotros mismos, para los que el elixir de la tecnología no acalla su sufrimiento.
Frente a este tipo de pacientes que lideran con su cuerpo la bandera de lo imposible, tal vez sea el momento de volver a dirigir la mirada y la escucha a otro lugar, desde donde pueda desplegarse lo atenazado del síntoma.
En este caso, ciertas somatizaciones no serían más que «la histeria de finales de siglo», quien igual que ayer señala con el cuerpo lo que no puede ser expresado con la palabra. Y nuestros pacientes somatizadores vendrían a ser, «las histéricas de las postrimerías del xxi», quienes ahora invaden nuestras consultas con la apetencia de que nuestra tecnología formule un saber sobre su sufrimiento, pero a la par, y esto es lo que cuenta finalmente, con el deseo de no garantizar nuestra ciencia sobre su síntoma. Hoy como ayer, la insistencia del síntoma nos obliga a reflexionar sobre nuestro quehacer diario.