Sr. Director: Nos dirigimos a usted por la presente con el propósito de reflexionar acerca de una nueva ola mediática que parece asolar nuestro país en relación con los denominados trastornos de la conducta alimentaria (TCA). A pesar de que el interés que despierta este tipo de enfermedades es común en la mayoría de los países occidentales, durante las últimas semanas, en el nuestro, los TCA han sido nuevamente objeto de debate informativo. Lamentablemente, una vez más se muestra una imagen «glamourizada»1 de este tipo de trastornos, unido a la total falta de criterio usada para opinar acerca de ellos, así como una total confusión sobre su origen, tratamiento y alcance. Incuestionablemente, parece que hay un estado de confusión en los medios de comunicación más populares sobre estos procesos donde, en ocasiones, las opiniones airadas sobre la terrible situación que tienen que afrontar los individuos que padecen un TCA coexisten con descaro con las más insólitas estrategias para lograr la silueta de moda. Sin embargo, esta confusión no parece que sea «made in Spain», sino que trasciende fronteras. A título de ejemplo, la edición del mes de abril de la revista ELLE en su edición de Reino Unido, donde una figura respetada en el mundo de la moda como la de Karl Lagerfeld ofrece trucos para perder peso, como el siguiente: «cuando la ansiedad o la frustración que le produce la dieta hipocalórica haga su aparición, puede llevarse la comida a la boca, y escúpala directamente, le ayudará a sentir el placer de la comida, pero limita su ingesta de calorías»; «creo que la moda es la motivación más sana a la hora de iniciar una dieta, tanto para varones como para mujeres»2. Evidentemente, que proposiciones como las anteriores sean publicadas no hace sino contribuir en cierto modo al conjunto de consejos paradójicos y discordantes que llegan a la población general. Asimismo, un artículo reciente publicado en The Daily Telegraph el mes pasado resumía la siguiente idea: «las dietas imposibles que inundan las revistas resultarían absurdas si no fuera por el hecho de que son tomadas seriamente por las lectoras más jóvenes»3. Personalmente, creemos que este tipo de ideas son diseminadas masivamente y asumidas por una parte importante de la población que lee determinadas publicaciones, o ve determinados programas que proponen los medios de información, que en ocasiones merecerían el calificativo de medios de desinformación. Aunque reprochables, parece que el control de la difusión de determinados conceptos no es revisable o contrastable con profesionales de la salud que asesoren este tipo de informaciones. Tres interrogantes surgen de la necesidad que tiene el ciudadano de obtener información adecuada, fiable y robusta que no comprometa su salud. ¿Cuál es el rol del experto en este tipo de debate planteado? ¿Es realmente posible llegar a la población con directrices claras que guíen alternativas saludables, mitiguen conceptos erróneos y limiten la propagación de nociones incorrectas y potencialmente dañinas para el ciudadano? Y finalmente, ¿es realmente factible plantear campañas de sensibilización con tono serio, profesional y responsable que informen adecuadamente de los TCA, como la semana de concienciación sobre los trastornos de la conducta alimentaria o «Eating Disorders Awareness Week» en el panorama anglosajón, o simplemente el fomento de la difusión de información adecuada y respetuosa de manos de los expertos como se ha dispuesto con otro tipo de condiciones? Es una responsabilidad del profesional de la salud tomar parte activa en la promoción y la prevención de la salud1,4 así como promover conductas saludables, antes de que determinadas conductas se tornen patológicas5,6.