Recientemente José Manuel Fernández Real ha publicado un artículo especial: «Lucha por sobrevivir, diabetes tipo2 y obesidad»1, en el que resume la hipótesis, basada en las numerosas publicaciones de su grupo, según la cual los genes que predisponen al desarrollo de la RI podrían haber sido ventajosos desde el punto de vista evolutivo en el contexto de una respuesta aumentada del sistema inmune. La medicina evolutiva (evolutionary medine) ha supuesto una nueva manera de aproximarnos a la complejidad creciente de muchos de los problemas de nuestro tiempo2. Con la hipótesis del Trifthy Genotype de Neel3 se intentó explicar el incremento de la prevalencia de la obesidad, la DM2 y la enfermedad arteriosclerótica a partir de la selección natural de aquellos mecanismos biológicos que permitieron a los humanos sobrevivir en épocas de escasez energética. Los numerosos estudios de los últimos años, sobre las estrechas relaciones entre la insulinorresistencia y el sistema inmune, entre los mecanismos de regulación de la glucemia y la respuesta a los diferentes estresores, entre ellos los agentes infecciosos, así como el conocimiento creciente del papel de la biota intestinal, soportan la sospecha de un mecanismo coevolutivo de ambos sistemas biológicos. Esta nueva mirada abre nuevos horizontes que están en el haber del grupo de J.M. Fernández Real. Su trabajo me estimula, también, a hacer algunas precisiones.
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Ya desde el título, el trabajo de Fernández Real habla de la lucha por sobrevivir. Es esta una visión tradicional de la evolución que corresponde más a una visión épica del destino humano que a la naturaleza misma de la evolución. Como es bien sabido, la evolución no atiende a fines ni a medios. Simplemente es. Pero si algo comenzamos a conocer hoy de la evolución es que no ha sido solo la lucha agónica por la supervivencia lo que nos ha traído hasta aquí, sino los numerosos ejemplos de parasitismo, de saprofitismo o de simbiosis, de lo que es precisamente un buen ejemplo la biota intestinal. Una cuestión que no es solo semántica sino que constituye otra manera de ver la evolución, de relevantes consecuencias. Solo la competitividad y la lucha agónica hubiera acabado, probablemente, antes o después con todas las formas de vida.
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En segundo lugar, el término homeostasis, repetidamente empleado, quizás resulte insuficiente para explicar la ruptura de un equilibrio que termina conduciendo a la enfermedad, en este caso a enfermedades crónicas como las 3 citadas. Walter Cannon elaboró el concepto de homeostasis a partir de las investigaciones llevadas a cabo por Claude Bernard. Cannon denominó homeostasis al conjunto coordinado de procesos fisiológicos encargados de mantener la constancia del medio interno, regulando las influencias del ambiente y las correspondientes respuestas del organismo, para conseguir lo que los antiguos llamaban la restitutio ad integrum. Pero una de las características del mantenimiento de la homeostasis en caso de agresión (p.ej., en una sepsis) es su altísimo coste energético. Todo lo contrario de lo que ocurre con esta otra agresión de bajo grado en la que los mecanismos de autorregulación o su fracaso consumen muy poca energía, entre otras cosas porque lo que los define es un cambio de escala en la señal de respuesta, un desplazamiento secundario a la presencia crónica de estresores que mediante este mecanismo adaptativo se autoperpetúan condicionando la cronificación. Un estado que se explica mejor con la idea de alostasis (conseguir la estabilidad a través del cambio) y de carga alostática, que con la de homeostasis4.
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En tercer lugar, siendo, ciertamente, la «inflamación metabólica» un nuevo paradigma, la perspectiva alostática, entre otras, abre las puertas a la interacción entre diferentes estresores, de los que no son los menos singulares pero sí los que aún necesitan de alguien «que les escriba», los estresores sociales, psicológicos, ambientales y culturales. El concepto de alostasis implica cambios cognitivos, emocionales, vivenciales, inmunológicos y endocrinos que no suponen solo la vuelta al equilibrio anterior, como en la homeostasis, sino la aparición de un nuevo equilibrio a partir de nuevas experiencias que quedan registradas y que hoy comienzan a conocerse a través de los estudios epigenéticos.
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Por último, un comentario en forma de pregunta: ¿quién dijo alguna vez que el ser humano moderno había escapado a las leyes de la evolución? Los trabajos de Fernández Real, entre otros, ponen de manifiesto que estamos tan sujetos a ella como lo estuvieron aquellos pinzones que despertaron la imaginación de Darwin a bordo del Beagle. La única diferencia es que nosotros, los humanos, vivimos en el sueño de que la biología no es un destino sino un campo de posibilidades.