La endocarditis infecciosa es una enfermedad con un pronóstico muy sombrío cuando afecta al lado izquierdo del corazón. Más preocupante aún, es el hecho de que su alta mortalidad no ha sufrido variaciones significativas en las últimas décadas. Una posible explicación a este hecho es el cambio profundo que está experimentado esta enfermedad.
En este número de la revista Cardiocore, Pérez-Villardón et al y Gamaza-Chulián et al1,2 realizan un análisis retrospectivo de pacientes hospitalizados por endocarditis infecciosa en dos hospitales terciarios andaluces. En los artículos se detallan de manera minuciosa las principales características demográficas, clínicas, ecocardiográficas, microbiológicas y evolutivas de estos pacientes.
Sus hallazgos principales refuerzan los obtenidos en otros estudios previos publicados en la literatura, entre los que cabe destacar la alta prevalencia de pacientes de mayor edad (37,4% mayores de 65 años), el incremento de la valvulopatía degenerativa como condición predisponente y el aumento del Estafilococo aureus como microorganismo causal. Probablemente estas tres tendencias serán más evidentes en el futuro. La elevada proporción de pacientes mayores está asociado a cambios demográficos en los países desarrollados y la mayor utilización de medios diagnósticos y terapéuticos invasivos en pacientes de elevada edad tal y como se discute en el artículo. Este hecho lleva asociado un incremento de la comorbilidad y un peor pronóstico3.
La elevada proporción de E. aureus puede verse motivada por el sesgo de selección al que se ven sometidos los centros terciarios que reciben pacientes de otros hospitales. Este aspecto, común a todos los registros realizados en hospitales terciarios, debe ser analizado con detalle4. Por un lado se remiten pacientes con una peor evolución clínica y que precisan cirugía cardiaca que no está disponible en los centros referidores, y es posible que los pacientes con un curso clínico benigno con tratamiento antibiótico y aquellos con una evolución rápida desfavorable no candidatos a cirugía cardiaca no sean enviados a los centros terciarios. Es importante señalar, por tanto, que los resultados obtenidos de series de pacientes ingresados en hospitales terciarios no reflejan lo que acontece en la población general con endocarditis, y que solamente son aplicables a centros de similares características.
Tal y como afirman los autores, respecto al tratamiento de la endocarditis infecciosa, es muy significativo el hecho de que no existan estudios aleatorizados que comparen diferentes estrategias terapéuticas. Existe un estudio español en marcha5 cuyo resultado probablemente ayude a paliar este déficit.
Animamos a los investigadores a continuar el registro de una manera tan detallada y a analizar los factores predictores de mortalidad en su población centrándose en las endocarditis izquierdas, que son las que peor pronóstico tienen. De esta manera, se podrán identificar los pacientes de mayor riesgo de una manera precoz y aplicar en ellos estrategias terapéuticas agresivas que puedan contribuir a la mejora de su pronóstico.