Hace poco tiempo, cuando no disponíamos de móviles, me divertía llamarle a casa temprano, algunos fines de semana, a sabiendas de que siempre obtendría la misma respuesta: «El señor aún duerme, le dejaré una nota». Sí, Pedro Antonio era un verdadero «señor» del que disfrutábamos en la cirugía cardiovascular española.
Le conocí cuando vivíamos entusiasmados con el nacimiento de la cirugía cardiaca pediátrica en nuestro país. Algunos colegas me contaban que Pedro Antonio, aunque joven entonces, ya había recorrido medio mundo y se codeaba con las primeras figuras de nuestra especialidad que, como yo, quedaban cautivados por su atractiva personalidad.
Comencé a comprender mejor su idiosincrasia cuando casualmente me encontré con una entrevista que le hizo Radio Arcos en la que decía: «Mis raíces están en el pueblo embrujado de Arcos de la Frontera, en el que verdaderamente me encuentro en casa». En este precioso pueblo gaditano había nacido su madre y allí le llevaban cada verano de vacaciones, desde Badajoz donde vivió su niñez y adolescencia; su padre jerezano, D. Antonio Sánchez, fue el primer cardiólogo que tuvo Extremadura en 1936. En esta entrevista decía también que quería donar a Arcos de la Frontera su extensa biblioteca de más de 10.000 libros. Muchos libros, mucha era su cultura; de cualquier asunto que se tratara, Pedro Antonio ilustraba con sus profundos conocimientos. Nadie se aburría teniéndolo cerca.
Estudió Medicina en la Universidad Complutense de Madrid (1952-59) y posteriormente obtuvo el Diploma de Sanidad (1960). Su formación como médico residente (1961-64) de la mano del Dr. Gregorio Rábago en la Fundación Jiménez Díaz, le permitió extender su formación en San Francisco, en el Presbyterian Medical Center-Pacific Medical Center de la Universidad de Stanford, con el prestigioso Dr. Frank Gerbode, con quien fue coautor de los primeros trabajos de circulación extracorpórea con oxigenador de membrana. Siempre gozó del cariño y profunda amistad del matrimonio Gerbode.
Desde California, marchó a la Universidad de Oregón, concretamente al Providence St. Vincent's Hospital en Portland, porque quería aprender del Dr. Albert Starr, inventor de la primera prótesis mecánica cardiaca, publicando con este popular equipo de cirujanos algunos trabajos pioneros utilizando el balón de contrapulsación aórtico.
Cuando a finales de los sesenta decide volverse a España, no encuentra muchas facilidades para integrarse en los escasos equipos de cirugía cardiovascular entonces existentes. Regresa a su casa de Badajoz y comienza ayudando a su padre en la consulta de cardiología; D. Antonio contacta entonces con su íntimo amigo el Dr. Damián Téllez, Jefe del Servicio de Cirugía del Hospital Provincial de Badajoz, excelente cirujano como sus hijos, los Dres. Francisco y Gabriel Téllez de Peralta, y allí Pedro Antonio continúa formándose en cirugía general.
Algún tiempo después, surge la oportunidad en Madrid, y obtiene la plaza de médico adjunto de Cirugía Cardiaca Pediátrica en el Hospital La Paz que dirigía el Dr. Francisco Álvarez. Desde entonces, nunca dejó la cirugía de las cardiopatías congénitas hasta su jubilación en el año 2005, como Jefe de Sección en el Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, lugar donde fue el coordinador de docencia durante casi 20 años. Aportó una producción científica relevante a nivel nacional e internacional con más de 100 publicaciones en revistas y 27 capítulos de libros. Se sentía especialmente orgulloso del libro de texto Cardiología Pediátrica Clínica y Cirugía en 2 volúmenes (Ed. Salvat) del que fue editor y director.
Siempre llevó a gala que había sido Presidente de la «Sociedad Española de Cirugía Cardiovascular» (actual SECTCV), pero también de su querida «Sociedad Latina de Cardiología y Cirugía Cardiovascular Pediátrica» de la que fue miembro fundador en 1982, de la que recibió, con gran alegría, el nombramiento de Miembro Honorario en 2010.
A Pedro Antonio le gustaba mucho ser secretario, por lo que le hicieran presidente, lo sentía como un pequeño inconveniente. El puesto de secretario le venía como un traje a medida, estaba preparado para ello, le ponía pasión, inteligencia, conocimientos, buena pluma… Recuerdo el recelo con el que recibían en el Ministerio de Sanidad sus largas cartas, muchas escritas a mano (decía que así resultaban más directas e impactantes). En aquellos años, su trabajo de gestión fue imprescindible para nuestra sociedad científica y la Comisión Nacional de Cirugía Cardiovascular. Nos defendía como nadie lo ha hecho, estaba convencido de lo que escribía, esa era su fuerza.
Aparte de nuestro entorno quirúrgico más cercano, secretario fue también de la Sociedad Española de Cardiología, la Fundación Hispana de Cardiología, Sociedad Latina de Cardiología Pediátrica o representante español de la International Network of Hearts (1985-92) en Bruselas.
Su personalidad poliédrica e incansable fue reconocida por diversos organismos, recibiendo importantes distinciones como el Premio Antonio de Lebrija, la Encomienda de Número de la Orden del Mérito Civil o Caballero de la Real Asociación del Monasterio de Yuste.
Todo esto, con ser muy importante, no era lo que nos fascinaba de Pedro Antonio. Su generosa amistad, su talante abierto y apasionado, su fina gracia andaluza, su entusiasmo escribiendo, su constante defensa por nuestra profesión y el enfermo, su extensa cultura, sus vivencias sin límites, la puerta de su casa siempre esperándote, su vehemente apuesta por la siempre arrinconada cirugía cardiaca pediátrica en España, o su empatía con los más débiles.
La pérdida de su entrañable esposa Mari Luz Galán (Luli) le afectó mucho más que sus últimos tropiezos con la salud, no supo vivir sin ella. Nos dejó el pasado 27 de febrero en Madrid.
El próximo fin de semana estaré tentado de llamar temprano a su casa, para recibir la misma respuesta: «El señor aún duerme, le dejaré una nota».