Luis Estrada González
Este reciente pasado enero, la cirugía española ha perdido a uno de sus miembros más distinguidos, uno de los grandes. Una vez más, la historia se repite y tenemos que hacernos eco de la desaparición de un compañero entrañable. En esa espiral creciente que es la cirugía siempre han existido pilares en su estructura que, apoyados en la sólida base del pasado, son, a
su vez, apoyo imprescindible en el presente y para el futuro. Ahora hemos perdido una columna formidable, al Dr. D. Luis Estrada González.
Toda una vida de dedicación a la cirugía, con estudio, rigor, seriedad, sentido común, generosidad, compañerismo, bondad y mano hábil, le permitió ganarse la admiración y el cariño de todos los cirujanos españoles, que se lo han sabido demostrar con nombramientos y distinciones que sólo se otorgan a aquellos pocos que destacan como modelo a seguir por los demás.
Ha cultivado la cirugía digestiva con brillantez. Ante todo en el quirófano, donde pudo desarrollar su habilidad quirúrgica
en todas las patologías y con una especial inclinación por la pancreática, siendo pionero en España en alguna de sus técnicas. Con una fortaleza física fuera de lo común, posiblemente emanada de su afición a la montaña, le gustaba pasar horas operando, resolviendo problemas difíciles, aliviando calamidades y siempre con unos resultados finales que merecieron la aprobación por parte de todos.
El quirófano tiene un antes y un después, y en ello también puso el Dr. Estrada su atención más esmerada. Relación exquisita con los enfermos, auténticos protagonistas en su actividad. Exploraciones e informaciones precisas, sin crueldades ni paternalismos, hacían que sus enfermos fueran al quirófano con la sensación confortable de aquel que sabe que se ha puesto en manos extraordinarias y que salvo avatares imprevisibles, todo se resolverá bien.
Los cuidados posquirúrgicos a los enfermos eran otra de sus preocupaciones constantes. En varias ocasiones lo hemos visto abandonar reuniones, congresos y viajes por enfermos que no evolucionaban bien. Su presencia en estos casos no siempre era nece saria, pero la tranquilidad que su presencia transmitía al enfermo era imprescindible para un cambio en la evolución.
La formación en la cirugía fue otra de sus importantes actividades. Profesor Encargado de Cátedra en la Facultad de Medicina de Oviedo, desarrolló esta faceta de su vida, desde la creación de la Facultad en 1968, hasta su jubilación hace apenas siete años, con el cariño y el respeto de sus compañeros y alumnos, que en gran número de ocasiones le han dado muestras de ese reconocimiento.
Desde la creación de los MIR, pasaron por su Departamento en el Hospital Central de Asturias ininterrumpidas generaciones de cirujanos que hoy, con brillantez, ejercen su profesión por muchos hospitales de España. Tesis doctorales, publicaciones, comunicaciones a congresos, fueron siempre una constante en las labores de su servicio.
Ciertamente, la cirugía española tiene hoy luto en el corazón por el maestro perdido. Los que tuvimos la suerte de vivir en su proximidad, todavía con el sentimiento emocionado de lo reciente y la tristeza que aún nos ahoga, queremos mostrarle nuestro agradecimiento por las enseñanzas que nos ha dado y por habernos permitido profesarle tanto cariño.
Adiós, maestro. Adiós, amigo.
