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Vol. 68. Núm. 1.
Páginas 89 (julio 2000)
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In memoriam
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M. González González, A. Gómez Alonso
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El pasado 14 de mayo falleció el Profesor Beltrán de Heredia y Onís, con la misma sencillez con la que había vivido: sin molestar a nadie, mientras dormía, pasó del sueño natural al eterno, donde con seguridad, desde el cielo, continúa su magisterio y nos dice a todos, familiares, discípulos y amigos, "no me lloréis porque vivo y la muerte no ha sido el final del camino, sino un puro trámite hacia la eternidad".

Si morirse nunca es fácil, nuestro querido Maestro rompió con esta afirmación después de una situación que comenzó a ser carga a partir de su jubilación, que como para muchos fue una "muerte anticipada".

Más de una vez nos dijo a uno de nosotros: "Tarde en jubilarse lo más que pueda, pues no sabe lo largas que se hacen las horas a un jubilado".

A pesar de los años transcurridos desde que abandonamos Valladolid, repetimos con santo orgullo que ni el tiempo ni la distancia, auténticos crisoles donde se prueban el verdadero amor y la verdadera amistad, podrán evitar que nuestros corazones y sus mejores sentimientos sigan estando en el servicio donde pasamos los años más fructíferos y esperanzados de nuestra vida, donde aprendimos enseñando, y enseñamos para aprender, en el servicio de nuestro querido Maestro y entrañable amigo, el Prof. Beltrán de Heredia.

¡Qué lejanos, pero qué próximos en nuestro recuerdo, quedan aquellos tiempos en que dejábamos nuestras vidas, por la mañana, en el Hospital Provincial y Clínico y por la tarde en la Residencia de la Seguridad Social, con una sola idea: aprender, aprender y aprender!

Nuestras vidas discurrían con dedicación tal vez excesiva a la Universidad y a los enfermos, olvidándonos de nosotros mismos y de nuestras familias, sin tiempo para el descanso, sin vacaciones, sin enterarnos de que algunos teníamos esposa e hijos, aunque esta entrega nos hiciera comprender la necesidad de un más allá y la felicidad que supone darse sin esperar nada a cambio, entendiendo cuán bello y sublime es el amor, y cómo, cuando se ama, el trabajo es puro deleite, cualquier sacrificio un goce y el cielo se comprende sin esfuerzo.

Y así, día a día, íbamos aprendiendo sin percatarnos, sin esfuerzo, que cuanto incorporábamos a nuestro tesoro científico, técnico y humano nos sería de singular utilidad en el desempeño, siempre duro y difícil, de la dirección de una cátedra.

De las innumerables lecciones que del Profesor Beltrán de Heredia recibimos, queremos destacar una, por ser la más difícil de dar, y que él expuso de forma magistral: la de su ejemplo, pues toda su vida ha sido ejemplar. Ejemplo constante, no sólo de competencia profesional, universitaria y docente, sino y por encima de todo ejemplo elocuente de humanismo. Su seriedad, su contagiosa sencillez, su natural bondad, su capacidad para perdonar, desempeñando la jefatura lo justo y necesario para dirigirnos con su competencia y responsabilizarnos con nuestros deberes (él mismo escribió que "el mando no es sino el poder espiritual que se ejerce tranquilamente desde el sitial superior"), su comprensión para los defectos de los demás y su generosidad fueron cualidades que agigantaron su valor, convirtiendo su servicio en una gran familia de discípulos, de compañeros, pero sobre todo de amigos. Habernos Dios permitido estar a su lado y ser uno de ellos es un favor que difícilmente podremos pagar y por el que siempre estaremos en deuda.

De la llamada "Escuela Castellana" hemos brotado cinco catedráticos: los profesores Miguel Sánchez Martín, Guillermo Ramos Seisdedos, Fernando Fernández de la Gándara y los autores de este "In memoriam", a los que hay que sumar otra pléyade de discípulos, repartidos por toda la geografía española.

A la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid le dedicó una parte no pequeña de su escaso tiempo extrauniversitario, de la que llegó a ser digno Presidente.

Su amor a la misma queda reflejado en el hecho de que los tres catedráticos antes mencionados y otro aventajado discípulo, el Dr. Antonio María Mateo Gutiérrez, con su impulso y entusiasmo y por sus méritos, ingresaran en la misma como Académicos de Número, contestando a cada Discurso de Ingreso, con un estilo muy personal, rompiendo los moldes clásicos, para glosar una idea o tema de actualidad, sin dejar por ello de perfilar el valor científico de los recipiendarios, y vertiendo en cada uno su alto sentido de la amistad y de la gratitud.

En la Asociación Española de Cirujanos, asistió asiduamente a sus Reuniones y Congresos, pertenecía al Comité Científico de su revista Cirugía Española, siendo nombrado Miembro de Honor. Como en la Real Academia, procuró que todos fuéramos de la Asociación y que presentáramos comunicaciones a sus Reuniones Científicas y publicáramos trabajos en su Revista.

Su elegancia y señorío merecen un capítulo especial. Nos referimos al profundo respeto al compañero. No recordamos haberle oído hablar de alguien ausente, que no fuera para elogiar sus virtudes con largueza y generosidad. No consintió que se esbozara una crítica negativa de quien por su ausencia no pudiera defenderse.

Impresionaba también oírle hablar de su principal Maestro, su padre, D. Pablo, profesor de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Salamanca, gran pedagogo, e impulsor del claro estilo universitario que trascendía en todos sus actos, al igual que en su hermano, el Prof. Pablo Beltrán de Heredia, catedrático jubilado de Derecho Civil, y ex alcalde salmantino.

El Profesor Beltrán de Heredia fue siempre joven, dado que nunca desertó de sus ideales. Vivió apasionadamente y con placer la familia y su profesión. Hizo un ejercicio permanente de servicio y perfeccionamiento. Supo compaginar su amor a la Universidad, a la Real Academia y a la Asociación Española de Cirujanos con otras aficiones como la música, la caza, la lectura y los toros. "Trapero del tiempo", como dijera Marañón, podía y sabía compaginar todo.

Al lado de su esposa, Silvia, e hijos, Ana, Juan, Pablo y Cristina, copartífices de sus éxitos, de sus oposiciones, de su trabajo, de sus sacrificios y de sus descansos, en el seno de su hogar, encontraba la paz, el sosiego, la serenidad y la felicidad reservados para los hombres de bien, que dedicaron su vida, sin reservas, al servicio de los demás.

No debemos estar tristes, dado que, ausente físicamente, su espíritu, su magisterio y su ejemplo nos acompañarán siempre.

Descanse en paz el hijo, esposo, padre, abuelo, hermano, Maestro y amigo. Descanse en paz un universitario cabal, un hombre sustancialmente bueno, un hombre de bien.

 

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