En el editorial del número de mayo de Cirugía Española, Ruiz de Angulo et al. plantean la pregunta de si se deben ampliar las indicaciones quirúrgicas en el esófago de Barrett, a la vista de una reciente publicación en JAMA sobre los efectos secundarios de los inhibidores de la bomba de protones (IBP) consumidos a largo plazo (en particular en lo que se refiere a un posible déficit de vitamina B12)1,2. De manera muy equilibrada, y basados en la gran experiencia que el grupo de la Arrixaca tiene en la cirugía del reflujo gastroesofágico (RGE), los autores calman la inquietud generada por la publicación JAMA, y señalan que no tienen noticia de efectos indeseables significativos inducidos por los IBP. En efecto, más allá de las publicaciones tranquilizadoras en este sentido, incluso con altas dosis de los IBP, vista la proporción creciente de tomadores crónicos de los IBP (con indicaciones justificadas o no) y la prevalencia estable del déficit de vitamina B12 en Europa, parece que podemos estar tranquilos3.
Pero hay otros 2 argumentos para no ampliar las indicaciones en el esófago de Barrett: por una parte, varios estudios sólidos y recientes muestran que su riesgo de transformación maligna es mucho más bajo de lo que se creía anteriormente; por otra parte, los resultados a largo plazo de la cirugía antirreflujo no son tan buenos como lo parecen a corto plazo (en particular en lo que se refiere al control del reflujo, a la reversión del esófago de Barrett o, incluso, de la displasia)4,5. Las recomendaciones recientes de las sociedades de endoscopia y de aparato digestivo han reconsiderado a la baja la vigilancia del esófago de Barrett6.
De manera que, aunque seamos cirujanos y queramos preservar nuestro oficio, creo que si hoy hay que modificar las indicaciones de cirugía antirreflujo es, desde luego, a la baja.