A pesar de ser el segundo órgano del cuerpo con una mayor perfusión arterial relativa, únicamente superado por las glándulas suprarrenales, el tiroides es una localización poco frecuente de metástasis1,2. En estudios llevados a cabo en enfermos oncológicos, su incidencia como hallazgo casual es del 1,4 al 3% en piezas de tiroidectomías2–4, alcanzando del 1,9 al 24,2% en estudios necrópsicos1,3–5. La prevalencia, diagnóstico y manejo más apropiado de las metástasis tiroideas continúa siendo controvertido2.
Presentamos el caso de una paciente de 70 años de edad, con antecedente de adenocarcinoma de sigma estadio pT3N1b tratado mediante sigmoidectomía urgente por perforación. En la TAC de extensión realizada apareció, como único hallazgo de interés, un nódulo hipodenso de 17mm en el lóbulo tiroideo izquierdo. La paciente inició tratamiento quimioterápico adyuvante según el esquema XELOX. Tras completarlo, se realizó reevaluación mediante PET-TAC, donde se volvió a evidenciar el nódulo tiroideo, con características hipermetabólicas (fig. 1). Ante la elevada sospecha de malignidad se llevó a cabo una punción con aguja fina guiada por ecografía (fig. 2), cuyo resultado era compatible con un carcinoma pobremente diferenciado que parecía de origen secundario. Con este hallazgo, y ante la elevada sospecha de una metástasis secundaria tiroidea, se llevó a cabo tiroidectomía total con exploración cervical y linfadenectomía central. La anatomía patológica de la pieza fue de infiltración nodular tiroidea por un adenocarcinoma de moderado grado de diferenciación, compatible con un origen primario intestinal y adenopatías negativas.
A pesar de que las metástasis tiroideas pueden aparecer tanto por diseminación linfática como vascular3, son infrecuentes5,6. Existen 2 hipótesis para este fenómeno. Una de ellas postula que el rápido flujo de sangre a través de la glándula impide la adhesión de las células tumorales2,3 y la segunda defiende que las altas concentraciones de oxígeno y yodo existentes en la glándula inhibirían el crecimiento de las células malignas2,6,7. Esto parece confirmarse por la mayor frecuencia de esta enfermedad en tiroides previamente patológicos, principalmente si están afectos por bocio o adenomas foliculares2,6.
El carcinoma renal de células claras es el tumor que metastatiza al tiroides más frecuentemente1–4, seguido del pulmonar, mama, melanoma, colorrectal y sarcoma2–4,6, aunque se han descrito casos aislados de múltiples tipos como: uroteliales, de vejiga, seminomas testiculares, endometriales, ováricos, carcinosarcomas, tumores neuroendocrinos, meningiomas, GIST, tumores mucinosos de origen pancreático y nasofaríngeos. En las series de autopsias el tumor más habitual es el de pulmón, seguido del de mama y del melanoma2.
La edad media de presentación de las metástasis tiroideas son los 60 años, con mayor prevalencia en el sexo femenino2,3. Su incidencia está en aumento debido al mayor uso de pruebas de imagen como la PET-TAC y la ecografía2,3,7.
Las metástasis tiroideas pueden presentarse décadas después de la aparición del tumor primario, siendo el intervalo medio de presentación de 53 meses, aunque también pueden aparecer de manera sincrónica2,6. Comúnmente esta enfermedad se asocia con otras lesiones metastásicas en otras localizaciones6.
El 40% de las metástasis tiroideas son solitarias2,4. Cuando aparecen de manera multicéntrica suelen infiltrar y sustituir el tejido tiroideo, sobrepasando la cápsula y empeorando el pronóstico4. La mayoría de los pacientes están eutiroideos al diagnóstico2,3,5. La aparición de hipotiroidismo suele deberse a la infiltración masiva de la glándula, mientras que la tirotoxicosis es secundaria a una embolización neoplásica que desencadena daño glandular y vertido masivo de hormonas a la sangre2. Los síntomas extratiroideos más frecuentes son: disfagia, estridor, tos, ronquera o masa palpable1,2. Cuando las metástasis tiroideas dan síntomas clínicos la supervivencia a largo plazo del paciente se ve drásticamente disminuida1. Sin embargo, la evolución clínica de estos pacientes depende mayoritariamente de la diseminación a otras localizaciones del tumor2,3,6.
La mayoría de las metástasis tiroideas no se detectan clínicamente, sino como parte del seguimiento oncológico de los pacientes. Generalmente su hallazgo es incidental1,5. A pesar de que los tumores tiroideos primarios son más frecuentes6, la aparición de un nódulo tiroideo en un paciente oncológico precisa descartar esta enfermedad mediante diagnóstico citológico5, siendo la punción con aguja fina ecoguiada el estudio inicial1,4. Esta técnica puede no dar un diagnóstico definitivo en el 13-24% de los casos, lo que generalmente ocurre por muestra inadecuada2,6. La inmunohistoquímica generalmente es capaz de diferenciar entre un origen primario tiroideo y metastásico gracias a la tiroglobulina, aunque esto puede fallar en tumores anaplásicos de tiroides2–5. Cuando la punción es negativa o indeterminada, la escisión quirúrgica es el manejo más apropiado para el diagnóstico de estos pacientes2.
Aunque no hay un claro consenso acerca de la técnica quirúrgica a realizar1, se ha demostrado que el tratamiento quirúrgico precoz puede aumentar la supervivencia al prevenir la recurrencia local y complicaciones como: tirotoxicosis, compresión de la vía aérea e infiltración de estructuras locales, por ejemplo, el nervio recurrente1,2,5.
Conflicto de interesesLos autores no presentamos ningún conflicto de interés en la presentación de este caso.