En un reciente artículo de la revista Redes de Investigación en Medicamentos (10 de marzo de 2008) se podía leer que «nuestro país ha avanzado en su desarrollo científico gracias al esfuerzo de las administraciones, de los investigadores y del sector privado, liderado por la industria farmacéutica, convencidos de la necesidad de apostar por la innovación». Eso es cierto y debemos felicitarnos porque así sea.
Sin embargo, todavía persisten obstáculos y debilidades que exigen una respuesta concertada que consiga situar a España en el lugar que le corresponde.
Numerosos expertos señalan que en nuestro país hay un problema de baja inversión en investigación, muy por debajo de las cifras promedio de investigación y desarrollo de la Unión Europea. La mayoría de los países de la Unión Europea están seriamente preocupados por priorizar la investigación, mientras que el nuestro —tanto en el ámbito político, como en el empresarial y el social— todavía no se ha concienciado suficientemente de la trascendencia de este problema para poder encarar el futuro con cierto optimismo. La inversión en el sistema científico español representa el 0,9% del PIB, muy por debajo de la media de la Unión Europea y del objetivo del 3% que ésta se ha fijado para el año 2010, lo que provoca el bloqueo de numerosas investigaciones, la precariedad laboral de gran parte de los investigadores —muchos de ellos con contrato de becario—, la continua fuga de científicos a otros lugares y, en definitiva, la falta de impulso de uno de los grandes motores de progreso de cualquier sociedad desarrollada.
Con relación a la grave situación laboral de muchos de nuestros investigadores, será bueno recordar que Philip Campbell, director de Nature, afirmaba recientemente que en nuestro país se sigue retribuyendo más el cargo que los resultados de la investigación y el talento que los puede conseguir; y continuaba diciendo que «la ciencia en España aún está encorsetada en inoperantes burocracias y jerarquías paralizantes». Ciertamente, se precisa un importante incremento de las inversiones, pero también un cambio de mentalidad en muchos de los que tienen poder de decisión en el ámbito de la investigación.
Parece ser que, últimamente, se va afianzando un cierto consenso general sobe la necesidad de impulsar la I+D+i, aunque no se espera que las acciones puestas en marcha permitan superar el 2%, lejos aún de la cifra antes citada que marca la Unión Europea.
Hay que confiar en el afianzamiento de las políticas que se han iniciado favorecidas por el cambio de mentalidad, que permite progresar por un camino de recuperación que llegue a situar a nuestro país en el nivel que le corresponde por su potencial, ya que se debe convenir con Pier Ugo Calgolari, rector de la Universidad de Bolonia, que «invertir con determinación en conocimiento es nuestra única garantía de futuro».