De todos es bien conocida la profunda crisis económica en la que se halla sumida gran parte de Europa. Sus efectos son devastadores en algunos países, sobre todo del sur, con incidencia creciente en múltiples aspectos trascendentales de la vida de los ciudadanos.
Entre los efectos citados querríamos destacar hoy el que hace referencia a la sanidad, cuya evolución a peor es ya hoy en día indiscutible.
Desde hace años se presuponía la necesidad de efectuar cambios sustanciales en la deriva consumista, burocratizada, excluyente y politizada que iba tomando la sanidad de nuestro país. Esta misma página dedicó varias de sus editoriales, en los últimos lustros, a la argumentación de los profundos cambios que precisaba nuestro sistema sanitario.
La evidencia de la situación condicionó, hace ya más de 20 años, que el Congreso de los Diputados de España aprobara una Proposición No de Ley por la que se creaba una Comisión de Análisis y Evaluación del Sistema Nacional de Salud con el fin de que estudiara la estructura, la organización y el funcionamiento del mencionado sistema y analizara y propusiera medidas de mejora, teniendo en cuenta el momento actual y la previsión de futuros escenarios sociales y económicos.
La citada comisión realizó, en conjunto, un espléndido trabajo entre cuyas conclusiones destacaban elementos positivos del sistema de salud de la época (universalidad, calidad médico-hospitalaria, formación de especialistas por el sistema MIR, progreso de la investigación, etc.) y negativos. Entre estos últimos, el Informe (por todos conocido como «Informe Abril» por el nombre del presidente de la Comisión) mencionaba algunos de los males que todavía hoy, acrecentados, siguen aquejando a nuestro sistema sanitario; entre ellos, la indeterminación presupuestaria, la irresponsabilidad burocrática, la rigidez administrativa, la desinformación, el desánimo del personal sanitario por la ausencia de una real carrera profesional y de participación en la toma de decisiones, la centralización y muchos otros. El «Informe Abril» concluía con un amplio capítulo de recomendaciones de corrección entre las que cabe destacar la descentralización, la transparencia, la gestión autónoma, la reestructuración de la gestión y de la financiación y muchas más.
Aun cuando nunca estuvimos de acuerdo con la totalidad del Informe, en aquel momento consideramos que podría y debería ser un instrumento útil que sirviera de base para la transformación radical del Sistema Nacional de Salud de España.
¿Y qué fue de ese trascendental informe? Nada. El Gobierno de España le hizo dormir el sueño de los justos. Sus recomendaciones no fueron nunca tenidas en cuenta.
Con posterioridad se elaboraron algunos otros informes, realmente poco afortunados, que corrieron igual suerte que el que se ha comentado.
Como dice el refrán: «aquellos polvos trajeron estos lodos» y hoy los problemas se han acrecentado por la falta de voluntad y decisión de las diferentes élites políticas, a lo que se ha añadido la brutal crisis económica actual.
Si, aunque solo sea en alguna medida, se hiciera caso de los informes de los expertos y de los profesionales de la sanidad seguramente las problemáticas serían mucho menores. Pero mucho nos tememos que las experiencias del pasado sirvan de poco para orientar el futuro con racionalidad.