Si para convivir dignamente en sociedad es imprescindible la ética, ¿cuál no será la necesidad de la misma para aquellos que profesionalmente conviven con gentes que sufren, se angustian o, cuando menos, se preocupan por la pérdida de su salud?
Hoy en día se vive, al menos en nuestros ambientes más cercanos, en un conjunto social que ha prescindido, en gran parte, de los principios que definen y conforman las conductas éticas.
Afortunadamente, ese deplorable ambiente social (presente, sobre todo, en nuestras élites y dirigentes, salvo muy honrosas excepciones) no se ha trasladado de forma mayoritaria a los componentes, a distintos niveles, de la profesión médica, que sigue sustentándose en los valores de la dedicación a los demás en aras de evitar la enfermedad e intentar devolver la salud a aquellos que la han perdido.
Sin embargo, la irrupción tecnológica masiva en la medicina de nuestros días (que tan valiosa es en múltiples ocasiones, pero que no se halla exenta de intereses espúreos) está empujando a muchos profesionales a convertirse en meros técnicos para dejar de ser, poco a poco, verdaderos médicos, entendiendo por tales a quienes no han perdido de vista los aspectos más humanos de la relación médico-paciente, teniendo siempre presente que el médico y la medicina unas veces curan, otras alivian pero siempre deben consolar. Solo desde una profunda y sólida formación ética se puede ser uno de esos profesionales, ya que son los que basan su actuación en los principios éticos fundamentales que nos transmitieron los grandes pensadores griegos y romanos.
Nadie debería dedicarse a esta hermosa profesión sin haberse impregnado del pensamiento de Sócrates, Platón, Aristóteles y tantos otros que, a lo largo de los siglos, de una u otra forma, los han seguido en el deseo constante de hacer mejores a los hombres. A partir de ello y de la continua reflexión será posible el verdadero desarrollo de un compromiso activo con las necesidades personales en la actividad profesional que a los médicos nos compete.
Un buen médico no puede olvidar nunca que, como dijo Umberto Eco, «la dimensión ética comienza cuando entran en escena los demás». Y en nuestra profesión están siempre presentes los demás.