Cuando se revisan las páginas editoriales que se han venido publicando durante los últimos años, resulta evidente que muchas de ellas se dedican a destacar los enormes progresos que, tanto en el ámbito del diagnóstico como en el terapéutico, han ido apareciendo de manera constante.
Hoy, sin embargo, queremos destacar que, junto al progreso real, se presentan también algunas novedades que nos atreveríamos a englobar en un heterogéneo grupo de «pseudoprogreso».
Como muestra de lo antedicho, comentaremos aquí 2 de esos sorprendentes avances aparecidos en fechas recientes y que, por sus especiales características, han sido ampliamente publicitados por la prensa generalista.
El primero de ellos hace referencia a la aparición de la llamada «píldora rosa» (en contraposición a la conocida «píldora azul» o Viagra), destinada a mejorar la libido femenina o, como dice el laboratorio farmacéutico que comercializa el medicamento, útil para el tratamiento del llamado «síndrome femenino de deseo sexual hipoactivo generalizado». Dicha píldora contiene flibanserina, fármaco que actúa a nivel neurológico aumentando los niveles de dopamina y norepinefrina y reduciendo los de serotonina. No deja de ser curioso que la Food and Drug Administration (FDA) hubiese rechazado la aprobación del medicamento en 2 ocasiones durante los últimos años y lo haya aprobado ahora, tras la venta de la patente por 2 veces, sin nuevas evidencias claras, y a raíz de una intensa presión de determinados grupos feministas. La mencionada medicación, cuando se analizan cuidadosamente los estudios realizados, muestra un éxito del 10% y numerosos —y a veces graves— efectos secundarios. Son muchos los que sugieren que la reciente aprobación (agosto de 2015) no puede ocultar un trasfondo de maniobras de marketing, guerra de sexos e intereses multimillonarios.
El segundo caso que merece comentario se refiere al hecho que se ha ideado un artilugio en forma de tampón vaginal que —junto a otras supuestas utilidades— sirve para introducirlo en la vagina de la mujer embarazada y transmitir música con la pretendida finalidad de estimular al feto. El «invento» no merece mejor comentario que el jocoso que ha plasmado en un periódico de amplia difusión (La Vanguardia, Magazin, 25 de octubre de 2015) el famoso escritor y periodista Quim Monzó: «Con lo bien que me lo pasé en el vientre de mi madre, ahí cómodamente acurrucado con mi placentita y mi cordón umbilical, sin que nadie me molestase ni metiese un altavoz por la vagina de mi madre para darme una serenata de charanga». Parece ser que el aparato ya se ha registrado con el nombre de «Baby-pod» y se puede adquirir al módico precio de 149,95 euros.
Bienvenido sea todo aquello que constituye progreso verdadero, pero digamos ¡no! al pseudoprogreso.