La Historia muestra procesos de convergencia y divergencia en los que los conflictos desempeñan un papel destacado. Si bien el análisis económico de los conflictos ha estado presente siempre en la literatura económica, no ha ocupado un lugar central ni orgánico en el corpus teórico principal. La urgencia y complejidad de los retos globales actuales exige tener en consideración enfoques multidisciplinares en el que se inserten el estudio de los riesgos sistémicos así como la capacidad de respuesta institucional a nivel internacional. Esto supone revisar y superar los planteamientos actuales y dar cabida al conflicto en el análisis. Este breve ensayo plantea y reivindica tales necesidades.
History shows processes of convergence and divergence within which conflicts play a prominent role. While the economic analysis of conflicts has always been present in the economic literature, it has not occupied a central or. The urgency and complexity of the current global challenges requires taking multidisciplinary approaches, in which the study of systemic risks is included, as well as institutional responsiveness at international level. This involves reviewing and overcoming current approaches and accommodate conflict within the analysis. This short essay raises and revindicates such needs.
En las últimas décadas se ha visto el resurgir de la economía política internacional y del análisis económico de los conflictos1. Disciplinas que se muestran necesarias ante los cambios en el modelo económico actual y que permiten examinar los problemas generados en un entorno de gran competencia económica, con rupturas, alianzas y coaliciones. Aunque los economistas han tendido a no prestar especial atención a la guerra, la violencia y al conflicto en sí, al considerarlos como distorsiones del sistema, y se han instalado en el análisis de entornos pacíficos habitados por seres racionales que perseguirán el crecimiento económico como forma de perpetuar la paz2, la Historia y la realidad nos muestran un panorama bien distinto.
Los filósofos según Coulomb (2004, p. 2) fueron los primeros en relacionar los «asuntos económicos y los conflictos», mientras la economía tardó mucho más tiempo en integrarlos. Adam Smith creía en la conexión entre comercio y paz (un tema recurrente después en Kant), entendiendo que los beneficios económicos que reportaba la paz frente a los costes de la guerra inclinaban la balanza en favor de la primera (McKenzie, 2013, p. 1). La prosperidad económica era garante de paz, un elemento pacificador. Pareto (1992) criticaba el militarismo y rechazaba la guerra por representar una lucha por la distribución de la producción y por los efectos negativos sobre la economía al igual que argumentaría Keynes (1971 [1919]) tras la Primera Guerra Mundial. Asimismo Pigou (1921) dedicó una parte de su estudio al análisis de la gestión de una economía de guerra, mientras la relación entre capitalismo, guerra y socialismo fue tema central en las investigaciones de Schumpeter (1996 [1943]). Es cierto que en los siglos xx y xxi otros muchos economistas se han aproximado al conflicto pero han tendido a hacerlo a través de métodos cuantitativos o excesivamente formales, especialmente para analizar la carrera armamentística, los modelos de conflicto, así como sus costes, aplicando por lo general resultados y modelizaciones de la teoría de juegos.
Lo que planteamos en este artículo es la necesidad ineludible de introducir en el análisis económico enfoques más amplios que contemplen la economía política del conflicto (violencia organizada) y la gobernanza (entendida como la relación entre las diversas instituciones y actores del ámbito internacional). Estos temas no deberían ser periféricos en la agenda de los economistas ni en su formación. La proliferación de estudios multidisciplinares y comparativos desde diversas áreas de conocimiento de las ciencias sociales, como la historia económica, la geopolítica, la geoeconomía, ciencia política, inteligencia económica…, enriquecerían el alcance del análisis económico en la enseñanza universitaria.
La Historia muestra procesos de convergencia y divergencia en los que los conflictos desempeñan un papel destacado. Si bien el análisis económico de los conflictos ha estado presente siempre en la literatura económica, no ha ocupado un lugar central ni orgánico en el corpus teórico principal. La urgencia y complejidad de los retos globales actuales exige tener en consideración enfoques multidisciplinares en los que se inserte el estudio de los riesgos sistémicos así como la capacidad de respuesta institucional a nivel internacional. Esto supone revisar y superar los planteamientos actuales y dar cabida al conflicto en el análisis. Este ensayo plantea y reivindica tales necesidades.
En la siguiente sección se presenta sucintamente el papel de los bienes públicos globales; la sección 3 propone la aplicación del diacronismo histórico para extraer los elementos comunes vinculados al conflicto y la gestión de estos bienes; el siguiente apartado ofrece un breve panorama sobre los retos de un futuro inminente a los que habrá que hacer frente; y terminamos con unas breves consideraciones finales.
2Los bienes públicos globales en perspectiva2.1La necesidad de una gobernanza globalLos agentes económicos (individuos y organizaciones) necesitan tanto bienes privados como públicos –seguridad, salud, educación, etc. Entendemos por bien público aquel que está disponible a todos y del cual el uso por un agente en un grupo no excluye de una manera eficaz su uso por otros dentro de ese grupo (Olson, 1965, p. 16) y que generalmente un individuo no puede adquirir o procurarse en la cantidad óptima por sí mismo. Afecta a un conjunto de individuos, no a uno solo, pudiendo beneficiarse todo el colectivo sin necesidad de haber tenido que asumir un coste por la generación del mismo3. Samuelson (1954) y luego Olson (1965) pusieron de relieve los problemas generados por la acción colectiva y la provisión de bienes públicos. A estos les siguieron Hardin (1968), Kindleberger (1986), Kaul et al. (1999) entre otros, entendiendo que el proceso de globalización requería también de bienes públicos en el ámbito internacional: los denominados bienes públicos globales. Los ejemplos clásicos de los bienes públicos son comunicaciones, transporte, educación y defensa, que requieren de la acción colectiva conjunta de iniciativas privadas y estatales para su provisión (Kaul, 2005, p. 5). En el ámbito internacional, para asegurar el buen funcionamiento de los mercados financieros y el libre comercio es necesario también que exista una estructura y adecuada provisión de bienes públicos globales sustentada en la cooperación y la reciprocidad que redunde en beneficio de los ciudadanos (Kaul et al., 1999, p. 35) y evite, en la medida de lo posible, crisis futuras4.
La experiencia histórica muestra formas de gestión diversas con heterogéneos resultados. En general, cuanto más compleja es una sociedad mayores costes de transacción tendrá (Williamson, 1981; Coase, 1960). A medida que el ser humano ha ido progresando, ya sea como consecuencia del crecimiento demográfico, la tecnología, ya sea por ampliación de territorio, ha tenido que gestionar y solventar un número creciente de problemas y por lo tanto asumir mayores costes en forma de energía, mano de obra, tiempo y capital. Sin embargo, la gestión de los recursos disponibles genera tensiones, de manera que todas las sociedades han tenido y tienen que convivir con el conflicto con mayor o menor intensidad.
Los bienes públicos globales tradicionales, vinculados con la política exterior, fueron gestionados, o bien por medio de la confrontación, conquista y guerra, o bien a través de los tratados internacionales que garantizaban la navegación en alta mar y el acceso a las rutas comerciales (Harrison, 2012). A medida que los avances en materia de transporte se fueron sucediendo, los acuerdos internacionales también. Fue necesario regular el tendido de los cables submarinos, los buques correo, la aviación o las telecomunicaciones. Estos acuerdos multilaterales, de ámbito planetario, constituyen sin duda un bien público global ya que generan un marco común del que se benefician todos los individuos participen o no activamente en la generación de los mismos.
En el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial las políticas nacionales y la diplomacia eran las encargadas de velar por los bienes públicos a través de la política exterior. No se requería del consenso de todas las naciones. La globalización tenía aún sus límites, aunque se puede hablar de la existencia de miniglobalizaciones por bloques o alianzas. Sin embargo, la disrupción de los intercambios comerciales, de los movimientos de capital y migratorios que acompañaron las guerras mundiales afianzaron la idea de establecer una serie de «prioridades globales compartidas» (Kaul, 2000). Así la creación de las Naciones Unidas se sustentó sobre la base de esta nueva perspectiva o necesidad de velar por el buen funcionamiento de ciertas reglas a nivel internacional.
En el actual contexto se hace imperante un mayor equilibrio en el ámbito global entre lo privado y lo público5. Una reglamentación laxa en un país puede producir externalidades negativas en forma de costes sociales, económicos y ecológicos que se transmiten a la comunidad internacional. Hoy día se requieren algo más que simples acuerdos de principios que garanticen la libre circulación de mercancías: es necesario armonizar y coordinar las políticas nacionales y las globales. No es tarea sencilla ya que la globalización está generando, cuando menos agudizando, la volatilidad de los mercados financieros, la desigualdad, el cambio climático, el poder creciente de sectores privados y empresas transnacionales, de la propia sociedad civil y ONG6. Todos ellos son capaces de ejercer una enorme presión sobre los gobiernos, logrando influir en las normas que son comunes a las naciones. La soberanía nacional militar, política y cultural está en este sentido en entredicho (Rodrik, 2012), lo que llevaría implícito de alguna forma el fin del Estado-nación (Hardt y Negri, 2001) tal y como lo conocemos. Turchin et al. (2013) sostienen que los organismos o instituciones, ya sea una religión, ya sea un gobierno de burócratas profesionales, que generan lo que denomina normas ultrasociales (ultrasocial norms), permiten a un gran número de poblaciones trabajar conjuntamente. Hoy día esas instituciones y normas son reconocidas como derechos del ciudadano y estados. Pero esas normas o reglas son difíciles de consolidar y desarrollar, la razón principal para que se acepten y establezcan ha sido en no pocas ocasiones a través de la fuerza. Es decir, que las instituciones evolucionarían gracias a la competencia entre sociedades, gracias al conflicto7.
Sin embargo, se ha tendido a pasar por alto la importancia de la violencia organizada en el proceso de globalización. Es por esta razón por la que las urgencias del presente hacen imperativo tener que buscar análisis más profundos y para ello utilizar un número amplio de herramientas a nuestro alcance. Un breve excurso por el pasado nos permitirá entender cuán importante y compleja es la gestión de los bienes públicos globales. En este sentido la Historia nos permite extraer enseñanzas del pasado y plantear preguntas fundamentales a las que habría de dar cumplida cuenta el análisis económico.
2.2La gestión global a través de imperios y poder hegemónicosDesde una perspectiva histórica, el mundo es producto de la concatenación de muy dispares y diversos imperios y/o hegemones8 que se han ido superponiendo. Su origen está vinculado a la gestión o creación de bienes públicos globales en su área de influencia, para lo cual es necesaria la gestión de la violencia, asociada intrínsecamente a la defensa de esos bienes públicos (propiedad, rutas comerciales…). Tilly (1992) sostiene que la violencia ha llevado a la globalización y que la propia globalización implica violencia. En escalas de tiempo diversas, todos han acabado sucumbiendo y han sido reemplazados por otros (Diamond, 2011). Es precisamente durante los periodos de cambio, de transición entre un poder imperial a otro, de un sistema económico a otro9, cuando más frágil es todo el sistema mundial ya que es el momento en el que se manifiestan un número mayor de tensiones. Sin duda la primera mitad del siglo xxi es un momento crucial de cambio y disrupciones crecientes. Una pregunta pertinente es si somos capaces de integrar los instrumentos analíticos que nos permitan entender y gestionar esas tensiones crecientes.
La razón por la que en el pasado han sucumbido los imperios se puede resumir en problemas de gestión relacionados con cuestiones medioambientales (Diamond, 2011), rivalidades con los vecinos, sobredimensionamiento (Kennedy, 1989) y complejidad de las sociedades y/o imperios (Tainter, 1990). La gestión de sus recursos naturales por parte de la Tercera Dinastía Ur (2100-2000 A.C.) en Mesopotamia llevó a este imperio a descubrir los problemas en el largo plazo que acarrea la expansión de la irrigación. Por su parte, el Imperio Romano al no haberse circunscrito al Mediterráneo, fácilmente defendible por mar, llevado por su política expansionista, creció a costa de una mayor complejidad de su aparato administrativo y militar. En el momento en el que se adentró en el continente, su defensa y capacidad recaudatoria se tornó mucho más compleja. Multiplicó el número de soldados y de burócratas, lo que resultó caro y poco efectivo (Tainter, 1990; Burbank y Cooper, 2012). Mismo caso es el del imperio español o francés10 cuya expansión hizo que fuese difícil mantener los territorios ultramarinos no solo bien conectados sino abastecidos y protegidos de incursiones rivales, principalmente inglesas. En el siglo xvi España fue capaz de movilizar suficientes recursos para mantener su imperio en Europa y en América. La monarquía hispánica logró transformar la deuda a corto plazo en deuda a plazo indefinido pero fue incapaz de hacer frente no ya a la amortización, sino al pago de intereses, y a lo largo del siglo xvii se vio envuelta en varias bancarrotas (Bernal, 2000). Mantener un ejército con grandes efectivos y unas posesiones tan extensas acabó arruinando al país. Las invasiones napoleónicas fueron aprovechadas por sus colonias en el continente americano, sabiendo que era imposible proteger todos los territorios del imperio con igual efectividad y rapidez, para proclamar su independencia.
Pero también se puede sucumbir no por un problema de gestión interna sino por tener que hacer frente a rivales ad intra y ad extra. La imposición por la fuerza es una característica de los imperios, y tiene elevados costos crecientes. La expansión implica un creciente número de detractores potenciales y la resistencia tiende a intensificarse, con lo que el coste del control y dominio también crece exponencialmente. Al final se llega a situaciones insostenibles y los imperios implosionan. El imperio romano, el bizantino o el otomano tuvieron siempre que hacer frente a sus vecinos y cada uno de ellos gestionó de forma diferente los problemas que acarrea una frontera móvil (Tainter, 1990). Por otro lado, los conflictos internos en el seno de los imperios suelen tornarse en tentativas de salirse del orden imperial, como ilustra el caso de las revoluciones europeas y americanas de los siglos xviii y xix (Burbank y Cooper, 2008).
El fin del sistema imperial clásico dio lugar a un nuevo tipo de liderazgo, que a diferencia del este supervisa las relaciones entre sociedades independientes desde el punto de vista político. Es a partir del siglo xx cuando surge frente a la de imperio, la idea de un poder hegemónico cuyo peso en el mundo es de tal envergadura que la caída de esta potencia dominante llevaría a la inestabilidad global. El poder hegemónico de una nación (o hegemon) estaría basado en un liderazgo por consentimiento. Existen varias corrientes que aglutinan las teorías relacionados con este orden mundial asociado a un poder hegemónico11. Los elementos en común de todas estas corrientes se pueden resumir en lo que Gilpin (2008) considera como las dos cualidades que un poder hegemónico debe tener: la eficiencia económica y política y, el poder militar. Por eso un poder hegemónico tratará de crear un sistema de libre comercio liberal ya que el aumento de intercambios entre países siempre se torna positivo para quien más y mejor produzca12. Redunda en beneficio del propio hegemon. Se puede considera que han existido 2 grandes hegemones: Gran Bretaña y EE. UU. La transición de uno a otro se produjo en el periodo de entreguerras y se consolida tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras en el caso del primero no pudo evitar el advenimiento de 2 guerras mundiales, el segundo ha mantenido, al menos de momento, una cierta estabilidad y ha asegurado la provisión de bienes públicos globales tras el fin de la Guerra Fría y el mundo bipolar. El número de conflictos en los que participa una gran potencia y el de fallecidos en conflictos armados ha disminuido desde 1989 pero su naturaleza es bien distinta. Predominan las guerras intraestatales o civiles (Collier, 2010), de carácter étnico-religiosas, pero no se circunscriben al ámbito local ya que se internacionalizan. Otra diferencia es el incremento de muertes violentas de civiles, colectivo que ha pasado de representar el 5% de los heridos y fallecidos al 90%13.
Sin embargo, esa hegemonía del coloso americano está siendo contestada por lo que estaríamos en un momento de transición, en un mundo multipolar con tensiones latentes y conflictos en ciernes. Los problemas de gobernanza global tienden a agudizarse ya que asegurar la provisión de todos los bienes se está volviendo cada vez más complejo al multiplicarse los centros de poder. La multipolaridad está comprometiendo la gestión global. De lo que no cabe duda es de que el análisis económico tiene que dejar de establecer la paz como norma y la guerra como excepción, y dejar de entender la economía únicamente como un elemento pacífico y optimista.
3Diacronía histórica¿Qué características comunes entre imperio y poder hegemónico se pueden extraer que puedan aportarnos elementos de análisis para el futuro? En primer lugar, que tanto uno como el otro integran áreas separadas dentro de un mismo espacio y orden económico bajo la denominada Pax a través del comercio y la especialización. Esa área o espacio común fomenta la prosperidad que es protegida defensivamente frente a terceros y establece unas reglas y un orden interno. Se genera por lo tanto una miniglobalización interna. La Pax Romana, la Pax Mongólica o Pax Britannica sirven de ejemplo para ilustrar este aspecto pero también la Guerra Fría y el mundo bipolar. Dos sistemas internamente estables y enfrentados entre sí. La geografía aquí adquiere un valor añadido (Lacoste, 1976 [2013], Kaplan, 2012), las barreras naturales para poder contener a posibles invasores suponen una protección suplementaria.
La segunda característica es la brevedad creciente de las fases de estabilidad. Los imperios han sabido movilizar la mano de obra y los recursos pero han creado sociedades que han sufrido largos periodos de crecimiento político seguidos de estancamiento económico, han sido conquistados por otros estados o han colapsado. Tras la Primera Guerra Mundial Spengler, (1991) en su obra La decadencia de Occidente, ponía de manifiesto cómo todas las civilizaciones pasaban inexorablemente por una serie de fases: creación, crecimiento, apogeo, declive y desaparición. Chase-Dunn y Hall (1997) coinciden también en la existencia de etapas de expansión/contracción en las que primero se experimenta un rápido crecimiento al que le sigue una fase más lenta y finalmente llega la regresión. En general, los investigadores (Pollins, 1996) convienen en la existencia de ciclos, destacando el dinamismo de los sistemas ante todo (Turchin y Hall, 2003). Muchos investigadores establecen sus propias etapas atendiendo a una vasta variedad de factores, pero independientemente de los ciclos internos que se propongan se observa una disminución en la duración de los mismos. En la antigüedad los imperios podían prolongarse más de 2.000 años, como en el caso de la civilización egipcia (hasta 900 el Imperio Romano), y sin embargo, ese periodo de hegemonía o dominio se ha ido reduciendo desde el siglo xix considerablemente. Es un hecho que los ciclos se acortan. Si los periodos de Pax o estabilidad se atenúan, las transiciones se multiplican así como las posibilidades de fricciones y fracturas.
La tercera característica es que se produce una transición entre imperios y hegemones. Transición que suelen ir acompañada de conflictos. El periodo de entreguerras es un claro ejemplo de esa dolorosa transición entre la hegemonía de Gran Bretaña y la de EE. UU. Tras el congreso de Viena en 1819, y el fin de las guerras napoleónicas, se orquestó un orden mundial basado en un poder multipolar, un concierto de naciones, a cuya cabeza estaba Gran Bretaña. Sin embargo, tras haber logrado mantener durante 2 siglos el orden en su imperio y no tener rival en Europa, falló estrepitosamente en prevenir por 2 veces el auge de Alemania como hegemon. Este error minó el poder de Gran Bretaña como líder mundial. El gran desacierto fue tratar de desempeñar el papel de mediador, regulador de Europa, sin querer pertenecer a ella según Kaplan (2014). Antepuso su imperio al continente europeo, donde por otro lado era incapaz de desplazar suficientes efectivos14. Pero las transiciones no son solo problemáticas de imperio a imperio u hegemon sino al desintegrarse ese poder unificador, central. La paradoja del imperio15 es como reducir la dependencia de la metrópoli sin causar mayor violencia y tiranía. Cuanto más tiempo está sujeta la colonia a su metrópoli, menos preparada está para adquirir su independencia al carecer de los medios para poder gestionar autónomamente no solo su territorio y su economía sino su defensa. A esta situación se le suma un problema añadido que son las unificaciones y surgir de estados por decisiones «imperiales». El tránsito de colonia a una nación ha sido muy doloroso para muchas regiones. El sur de Europa y los Balcanes son un claro ejemplo16. África y Próximo Oriente ocupan también un lugar destacado y, de hecho, sufriendo las consecuencias de las decisiones tomadas en el Tratado de Versalles. Turquía, estado tapón con 75 millones de habitantes a caballo entre Europa y Asia es un ejemplo de esas tensiones. En su intento de huir de los desórdenes del mundo árabe trata de estar bajo el amparo de Europa pero la Unión Europea ve en esta nación un elemento distorsionador de su ya de por sí débil «imperio europeo occidental» que parece ir encaminado a fraccionarse al menos en 2.
La ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en 1993 parecía querer a toda costa favorecer la identidad regional y propuso a cada república el derecho a optar por su propia lengua oficial aunque definiendo al ruso como la lengua del conjunto de la Federación Rusa. Trató además de preservar la multiculturalidad. Lo más llamativo es que Vladimir Putin parece revivir las prácticas patrimoniales de los zares, lazos del gobierno con magnates industriales, control de instituciones religiosas, control de la prensa, adaptación del proceso electoral al servicio de un único partido, auge del nacionalismo ruso, activación de conflictos territoriales en los confines de sus fronteras: Burbank y Copper (2012) se preguntan si ha resurgido el Imperio Ruso en la escena eurasiática.
4La urgencia de los retos globalesLa visión pacifista de Fukuyama, tras el fin de la Guerra Fría, plasmada en su ensayo publicado en 1989, El fin de la historia, anunciaba el advenimiento de un mundo sin conflictos gracias al triunfo de occidente y por ende de la consolidación de la democracia liberal y del mercado como única forma de gobierno. Esta idea será ampliada en 1992 en el libro El fin de la historia y el último hombre, en cuyo capítulo segundo, «El último hombre en una botella», defendía no solo la ausencia de otra alternativa realista sino que demostraba tener una fe ciega en la ciencia y en la tecnología como la solución a todos los males de la humanidad. Afirmaba que al cabo de 2 generaciones «habremos abolido definitivamente la Historia Humana porque habremos abolido a los seres humanos como tales. Y entonces una nueva historia post-humana comenzará» (Fukuyama, 1992, 1995). Sin embargo, la realidad ha sido y es bien distinta.
La inestabilidad se puede convertir en endémica si tenemos en cuenta los crecientes problemas a los que el mundo va a tener que hacer frente y gestionar. El primero de ellos es de carácter demográfico. Aunque la transición demográfica hace tiempo que concluyó en los países desarrollados, especialmente en la Europa Occidental (con tasas de fertilidad inferiores a 2 hijos por mujer) otras regiones siguen teniendo una tasa global de fertilidad elevada. La desaceleración de las tasas de natalidad se está generalizando, sin embargo, la población todavía sigue aumentado, si bien es probable que se estanque a mediados del siglo17. En América Latina a pesar del descenso de la natalidad, especialmente en zonas urbanas, su esperanza de vida va en aumento por lo que la población sigue creciendo. En el sudeste asiático y Oriente Próximo las tasas de fecundidad se sitúan, excepto en el caso de China, entre 3 y 4 hijos por mujer. África también está experimentando un rápido descenso en sus tasas de fertilidad, aunque en términos globales se estima que alcanzará en 2050 los 2 billones, cuando en 1850 contaba con tan solo 110 millones de personas.
Una mayor presión demográfica sobre los escasos recursos disponibles para la inmensa parte de la población de por sí pobre y hambrienta en ciertas regiones tendrá al menos 2 graves consecuencias: auge de la violencia y emigración masiva. Aunque dentro del amplio continente africano existen realidades muy diferentes desde el punto vista socioeconómico, la inmensa mayoría de sus naciones tienen en común una estructura demográfica muy similar, pirámides de población con base ancha, o lo que es lo mismo, la mayor parte de su población por debajo de los 40 años18. Aquellos países con menos recursos, que ni siquiera sean capaces de garantizar la subsistencia y con seudogobiernos de corte dictatorial o militar tenderán a expulsar población, los conflictos se multiplicarán y las guerras civiles (Collier, 2009) no desaparecerán. Las consecuencias devastadoras en Ruanda, Mauritania, Chad, Sudán o Somalia evidencian esto. El Norte de África y Oriente Próximo sufren igualmente desde 2011 las consecuencias de la inestabilidad resultante de combinar población mayoritariamente joven, sin empleo, con incremento de las desigualdades económicas (Turchin, 2012). Estas últimas favorecidas por los cambios en las estructuras sociales a medida que aumentan los ingresos de sus élites19 que además controlan el poder político. Como señalan Felton y Graham (2013) y Frank (2005), entre otros, los individuos se preocupan por su nivel de ingresos pero también por la posición que ocupan en la jerarquía social (Milanovic, 2006, p. 51). Ferguson añade a esta combinación unos precios elevados de productos básicos y un orden internacional débil para afirmar que las revoluciones y las guerras en estos casos son la consecuencia más factible (Ferguson, 2013, pp. 175-176). Las desigualdades internas en las naciones ponen en riesgo la estabilidad política, multiplican las tensiones y la violencia y acaban como hemos visto en la ex Unión Soviética o en las revueltas árabes con la estabilidad nacional, llegando incluso a provocar el desmembramiento de territorios y, por efecto contagio, afectando a los países colindantes (Milanovic, 2012).
Por otro lado, los estados africanos en mejores condiciones económicas tenderán a cerrar sus fronteras a estos emigrantes forzosos y pobres20, por lo que se favorecerá, de forma directa o indirecta, la segunda de las consecuencias que atañe a todo el área mediterránea, la emigración masiva hacia el continente europeo. La libre circulación de personas se torna una quimera en este contexto. La Unión Europea tendrá que tomar medidas para controlar esta emigración masiva. Los teóricos efectos positivos desde el punto de vista macroeconómico, de redistribución y convergencia entre naciones, que conllevaron las migraciones de finales del siglo xix y comienzos del xx han dejado de producirse (Gozzini, 2006, p. 341). Las migraciones ilegales representan la mitad de todos los flujos migratorios internacionales, hecho que favorece a las mafias y organizaciones criminales que trafican con miles de seres humanos.
El segundo gran problema agrupado bajo el paraguas del cambio climático incluye los desastres medioambientales y las pandemias. La mala gestión de los bienes públicos globales naturales puede desembocar en un cambio climático de difícil reverso que afecte a la propia supervivencia del ser humano. Por un lado, la multiplicación de catástrofes naturales como tifones, huracanes, tsunamis, inundaciones… que suelen como consecuencia indirecta llevar aparejadas enfermedades (disentería, cólera…), y por otro lado, la erosión del suelo, descenso de las capas freáticas, desertización, deforestación y deshielo de glaciares afectarán directamente a la capacidad de la agricultura para poder alimentar a la población (Brown, 2012). Estos hechos acentuarán los flujos migratorios desde la costa hacia el interior y desde zonas áridas hacia otras más húmedas y fértiles. Veremos a un nuevo tipo de refugiado, el refugiado climático (Orsenna, 2008, p. 165). Esas migraciones tenderán a intensificarse, presionando aún más los recursos (tierra y agua) y conllevarán una gran inestabilidad social. El problema añadido es que con toda probabilidad, acompañando a las hambrunas, podrían irrumpir posibles pandemias como consecuencia de la deforestación, desertización y rendimientos decrecientes que incidirán en una peor alimentación, desnutrición y una menor resistencia a los infecciones21. Las investigaciones que tratan de medir el impacto del aumento de la temperatura auguran un ascenso de las guerras civiles en África, en torno a un 54% de conflictos más (Burke et al., 2009).
Acompañando a las migraciones, especialmente las migraciones campo-ciudad, están los problemas de urbanización y la proliferación de megalópolis. El proceso de urbanización, indicador para medir el crecimiento económico de una economía ha experimentado un considerable aumento en las últimas décadas. Más del 45% de las personas viven en la actualidad en urbes22. Las ciudades absorben una población creciente, pero si ese proceso es demasiado rápido pueden proliferar urbes, especialmente en el mundo en desarrollo, con graves problemas de abastecimiento, agua potable, hacinamiento, salubridad, contaminación, transporte e inseguridad.
La gestión de los recursos naturales disponibles no solo será crucial sino que ya se ha convertido en una cuestión de seguridad nacional23. Brown (1977, p. 41) en la década de los 70 aventuraba que la clave de la seguridad nacional sería la sostenibilidad. En la actualidad más que nunca esa seguridad está siendo contestada por los efectos del cambio climático. Los ríos y afluentes que dependen de los glaciares del Himalaya aportan agua a más del 40% de la población mundial ya que abastecen a 9 países. Si los glaciares se funden, casi la mitad del planeta sufrirá hambre y sed (Orsenna, 2008, pp. 227-233). Gran Bretaña, las islas del Caribe, Japón entre otras ínsulas y archipiélagos, así como los países a orillas del Mediterráneo sufrirán sin duda graves problemas por el ascenso del nivel del mar, pero países como China no están en mejores posiciones. Esa previsión futura de escasez ya está teniendo efectos. El nuevo colonialismo por parte de la India o de China en tierras africanas deja entrever las crisis futuras24. Las enormes desigualdades regionales dentro de Asia favorecerán las migraciones hacia Rusia, Mongolia, Próximo Oriente… (Hung y Tsai, 2012, p. 108), reaparecerán los problemas étnicos y las tensiones acabarán previsiblemente en brotes xenófobos e incremento de la violencia.
La emergencia de los BRIC también añade nuevos retos. En el caso de la República Popular China, si este país quiere asumir un papel de liderazgo a nivel mundial deberá priorizar las consecuencias medioambientales de su rápido crecimiento económico. La presión internacional puede mellar su autonomía nacional y provocar cambios inesperados a nivel social y político. El gran reto de China en estos momentos es cómo ser capaz de mantener las tasas de crecimiento económico, la modernización de su economía y sociedad, asegurar los recursos básicos para su población25 y combinar al mismo tiempo acciones que eviten el deterioro medioambiental. Conviene recordar que el 70% del consumo energético de China se lleva a cabo gracias al carbón mineral y que ha sobrepasado a EE. UU. en emisiones de CO2. China ha pasado de un consumo de 1,5 millones de barriles por día en el año 2000 a 5 millones en 2010 (aumento del 330%) y se prevé que para 2035 alcance 11,6 millones de barriles diarios (Klare, 2001). Es decir, que para 2040 igualaría el consumo de EE. UU. La diferencia es que mientras EE. UU. es capaz de cubrir las dos terceras partes de su consumo con sus reservas y las de su vecino canadiense, en el caso de China solo cubriría un tercio de sus necesidades con sus propios recursos. De ahí los intereses de sus inversiones en el continente africano, América del Sur y países de la ex-URSS. En general los problemas energéticos sirven de ejemplo para el resto de los sectores en China. Su demanda de todo tipo de recursos irá en aumento, por lo que tiene que ir reforzando sus lazos con los suministradores internacionales de materias primas. Crea compañías estatales para explotar yacimientos petrolíferos en el extranjero; así se asocia con compañías locales en Venezuela, Angola o invierte en compañías mineras. Facilita línea de crédito a países africanos como Angola, o apoyo militar a Sudán y Zimbawe. Sin embargo, esta estrategia contribuye de nuevo a enriquecer a las élites locales mientras la población autóctona vive por debajo del umbral de la pobreza. Es cierto que el xii plan quinquenal (2011-15) pone un gran énfasis en energías renovables, nuevos materiales, biotecnología, etc., pero están por ver los resultados.
Los problemas medioambientales, especialmente el impacto del cambio climático26, liderarán la agenda de la política mundial y la seguridad nacional. Las divergencias entre naciones se deberán a la capacidad de unas y otras para afrontar los efectos de esas transformaciones. Es decir, que la actualidad distribución desigual de la renta se acentuará aún más si no se pone remedio (Piketty, 2013). El mercado crea desigualdades entre grupos sociales diferentes y eso contribuye a generar conflictos (Chua, 2004). De hecho, es posible que veamos cómo se multiplica la violencia intraestatal, llegando a producirse escisiones, fracturas y una nueva configuración del mapa político en regiones (Milanovic, 2012).
Esta lista, en modo alguno exhaustiva, refuerza la idea de la necesidad y urgencia de incorporar de forma sustantiva en el análisis económico el conflicto. No en vano, han proliferado en las últimas décadas, al margen del ámbito de la defensa nacional, estudios superiores y centros como American Center for Democracy, Institute for conflict, cooperation and security, o el Center for Conflict Resolution, L’école de Guerre Économique ubicados en Europa y EE. UU. (Harbulot, 1992). En estas instituciones se imparten estudios de posgrado que relacionan economía, conflicto, violencia organizada y globalización, con la finalidad de formar profesionales, procedentes de diversos ámbitos y formación (Economía, Humanidades, Telecomunicaciones…), a los que se les brinda un amplio abanico de herramientas analíticas para poder detectar, analizar y, eventualmente, manejar nuevos conflictos. Es cierto que el interés está muy focalizado en el mundo de la empresa y la gestión de riesgos e información, pero permiten abrir nuevas perspectivas. Este tipo de estudios al menos en el caso de España no tienen un peso específico en las facultades de economía, aunque paradójicamente importantes resultados de la teoría económica se han aplicado a estos temas.
5Consideraciones finalesDesde distintas disciplinas parece existir cuando menos un consenso respecto a la necesidad de replantear el actual sistema económico desde nuevas perspectivas que den cumplida cuenta de los temas arriba planteados. Existe, sin duda, una cierta concienciación global que explicaría por qué aquellos libros que denuncian el mercado global, la globalización, la pobreza y desigualdad se han convertido en auténticos éxitos de ventas (Budgen, 2000, p. 149). Parece existir un amplio acuerdo en que estamos en un momento crucial, de transición entre poderes hegemónicos, sin que se sepa cuál sería el nuevo hegemon. Mientras los más pesimistas como Kaplan (2012) sostienen que estamos en un momento de transición hacia un nuevo orden mundial que acabará en desorden y caos, o auguran una ausencia total de liderazgo (Bremmer, 2012), otros ven posible un mantenimiento de la paz si se refuerza el papel de la gobernanza global a través de, por ejemplo, instituciones financieras internacionales capaces de hacer frente a las crisis financieras recurrentes (Lal, 2004).
Se ha prestado gran atención desde la academia y en la literatura especializada a los acuciantes problemas asociados a la grave crisis financiera y económica internacional, promoviéndose el debate intelectual y la revisión de las políticas monetarias y fiscales y sus fundamentos. Sin embargo, aún existe, nos parece, una insuficiente presencia de los principales problemas de fondo aquí presentados o incluso una carencia en los curricula de los futuros economistas. No puede negarse, en cualquier caso, los esfuerzos que se han hecho por integrar los conflictos, las cuestiones medioambientales, etc. en el corpus neoclásico. Sin embargo, entendemos que la complejidad de los temas exige un marco analítico de referencia más amplio. Es por ello necesario recuperar la centralidad de la economía política, fomentar enfoques multidisciplinares en las ciencias sociales que sean integradores, recuperar la historia del pensamiento económico (Blaug, 2001) y de la historia económica.
FinanciaciónEste trabajo ha sido posible gracias a la financiación del Ministerio de Ciencia e Innovación (ref. HAR 2012-35965/His) y de Grupos consolidados del Gobierno Vasco (Ref. IT807-13).
Véanse, por ejemplo, los recientes trabajos de Acemoglu et al. (2011), Acemoglu y Wolitzky (2014), Gilpin (2001), Yared (2010), y Braddon y Hartley (2011). También es muy importante el interés que estas temáticas han suscitado en instituciones como el Santa Fe Institute.
Así, por ejemplo, los brotes de Ébola desencadenados en el verano 2014 en África generaron una alerta internacional restringiendo los viajes en avión, aplicando cordones sanitarios y cuarentenas y movilizando a la comunidad científica para tratar de buscar una vacuna eficaz que limitase los estragos de la enfermedad y evitase su propagación.
Este modelo en realidad está tomado de Tilly (1984), para el cual al menos en Europa, la gestación del estado moderno y de las naciones fue sin duda causa directa de la gestión de la violencia organizada. Se cede el monopolio de la violencia a cambio de derechos civiles y poder político. Sin embargo, la pregunta que se nos plantea es por qué entonces no hay más estados democráticos o por qué seguimos viendo estados fallidos.
El término imperio tiene un origen político-militar en la antigua Roma, que se sustenta en la capacidad y la autoridad para poder movilizar recursos militares. Impone de forma asimétrica su poder, de un estado a otro, y sin embargo, es una forma de organización política duradera en la que se encuentran sociedades y culturas gobernadas por un centro o metrópoli bajo formas heterogéneas. Por su parte, la hegemonía es el poder dominante en el sistema internacional o regional que por lo general surge tras el cese de un gran conflicto del que se sale vencedor gracias a la superioridad comercial, financiera y productiva. Consiste en una jerarquía ordenada donde los estados tienen posiciones de subordinación definidas y en las que existen intereses comunes y cierto consenso ideológico (Burbank y Copper, 2012).
Sería el caso de la desintegración de las economías socialistas (Unión de Repúblicas Soviéticas y los países del Este) y su paso a economías de mercado. Esta transición todavía no ha finalizado del todo.
Hoffman y Rosenthal (1997) calculan que Francia entre 1628 y 1768 gastó en el ejército, en asuntos exteriores y en el servicio de la deuda entre un 71 y un 95% del total del gasto del estado.
La escuela realista, en principio centra su atención en el estado-nación y se subdivide a su vez en 2 corrientes. Por un lado, la teoría de la estabilidad hegemónica (Gilpin, 2002; Kindelberger, 1973; Krasner, 1976) y, por otro, la teoría de la transición del poder (Organski, 1958 y Organski y Kugler, 1980). La segunda gran escuela es la denominada sistémica, cuyo centro de estudio es el conjunto de la economía mundial. Esta se subdivide igualmente en 2 grandes teorías. La teoría del sistema-mundo de Wallerstein (1979) y Braudel, 1982 [1949]. Según Wallerstein (1979), para acceder a los respectivos ciclos de hegemonía mundial se desataron fuertes y prolongados conflictos bélicos mundiales (guerra mundial). La segunda teoría, la teoría de los ciclos largos (Modelski, 1978; Modelski y Thompson, 1996) sostiene que desde 1430 se han ido sucediendo las potencias hegemónicas.
Está implícito el control de la navegación marítima mediante una importante flota naval y bases estratégicas, o la influencia cultural y política sobre los demás países.
Se circunscriben a Medio Oriente, Asia occidental y África. Stockholm International Peace Research Institute (http://first.sipri.org)
Philipp S. Golub, Les Etats-Unis face au traumatisme de la fin de l’Empire, Le Monde Diplomatique, octubre 2007.
En los Balcanes, con el pretexto de conceder a cada nación su estado, se han llevado a cabo masacres étnicas, primero en 1870, en 1912-13, tras la primera guerra mundial y el desmantelamiento de los imperios vencidos, tras la segunda guerra mundial, y en los 90 cuando el estado creado saltó por los aires y un nuevo genocidio tuvo lugar.
Según Gonzalo et al. (2013). No obstante, incluso en el caso del estancamiento de la población mundial, esto no supondría en sí mismo un alivio a los problemas demográficos más acuciantes, sino la transformación de los mismos. Nos referimos, claro está, al cambio en la estructura demográfica (una población crecientemente envejecida), los desajustes en su distribución (aumento del urbanismo y megalópolis, presiones demográficas), etc.
Se está produciendo una atomización de las pirámides de población de base ancha en los países en vías de desarrollo y de cima ancha en los países desarrollados. Los flujos migratorios debieran reequilibrar estas disparidades.
Élites que invierten en la educación superior de sus hijos. Es la teoría de la Elite overproduction de Turchin (2012, p. 581).
Según datos del Banco Mundial, según los datos de brecha de pobreza a US$ 2 por día (PPA), Asia meridional se situaría en un 23,5%, y África del sur del Sahara en un 35,7%, destacando por encima de la media Nigeria (50,2%) y Zambia (56,8%). http://datos.bancomundial.org/indicador/SI.POV.GAP2/ (consultado el 5 de octubre 2013).
La gripe, cada año, nos recuerda cuán mortíferas puede llegar a ser. En 1918 la gripe americana (mal llamada gripe española) causó más de 50 millones de muertes (Johnson y Mueller, 2002). Aunque las siguientes pandemias han sido menos letales –la gripe asiática de 1957-58 causaría 4 millones de víctimas y la más reciente, la pandemia de gripe de 2009, tan solo 18.000 fallecidos– no debemos, a pesar de los avances en el campo de la medicina, menospreciar las posibles pandemias como efectos colaterales del impacto medioambiental de nuestra actividad sobre el planeta.
Datos del Banco Mundial. http://www.worldbank.org/depweb/spanish/modules/social/pgr/print.html, (consultado el 5 de octubre de 2013)
«[C]limate change may come to represent as great or a greater foreign policy and national security challenge than any problem from this list. And, almost certainly, overarching global climate change will complicate many of these other issues» (Campbell et al., 2007, p. 111).
Tal vez esa sea la razón por la que en agosto de 2011 China fletó el primer portaviones y está invirtiendo en su flota naval. Ser capaz de defender su territorio y sus intereses en otros lugares como África está sin duda tras estas inversiones en defensa. Véase China's aircraft carrier. Name & purpose to be determined, en The Economist, 13 de agosto de 2011.
Según el sociólogo suizo Raznig Keucheyan, el capitalismo ha sido capaz de encontrar soluciones, por otro lado nada originales, a las crisis ecológicas, y por ende económicas: la guerra y «financiarisation» a través de la especulación en los mercados financieros con el calentamiento global y otros desastres naturales (derivados climáticos y obligaciones catástrofe) (Keucheyan, 2014).