El objetivo de este artículo es mostrar el contexto en el que se inscribe la “sociología de los sentidos” contemporánea y la pertinencia de un análisis sociológico de la percepción. Igualmente se recuperan algunas líneas de trabajo sociológicas precursoras en diálogo con propuestas sociológicas contemporáneas. El escrito expone dichos aportes a partir de la propuesta de dos niveles analíticos para el análisis sociológico de la percepción: el interaccional y el individual disposicional. El primero permite observar el papel de los sentidos en la mutua percepción que se lleva a cabo en las interacciones. El segundo posibilita observar cómo se construyen y aprenden formas de percepción. Se realizará un énfasis particular en el papel que juega el género en ambos niveles analíticos.
The purpose of this article is to show the context in which the contemporary ‘sociology of the senses’ is embedded. Within this framework, the author argues the importance of a sociological analysis of perception and takes up previous sociological lines of work in conjunction with contemporary sociological proposals. The article explores these contributions on the basis of two analytical levels for the sociological analysis of perception: interactional and individual dispositional. The former makes it possible to observe the role of the senses in the mutual perception performed in interactions. The second makes it possible to observe how forms of perception are constructed and learned. Particular emphasis is placed on the role played by gender at both analytical levels.
O objetivo deste artigo é mostrar o contexto da ‘sociologia dos sentidos’ na contemporaneidade. Argumenta-se a relevância de uma análise sociológica da percepção, e são recuperadas também algumas linhas de trabalho sociológicas precursoras em diálogo com propostas sociológicas contemporâneas. O texto expõe essas contribuições para a análise sociológica da percepção em dois níveis analíticos: o interacional e aquele da disposição individual. O primeiro permite observar o papel dos sentidos na mútua percepção como ocorre nas interações. O segundo permite observar como as formas de percepção são construídas e aprendidas. Desenvolve-se uma ênfase especial sobre o papel que desempenha o gênero em ambos os níveis de análise.
Los estudios sobre la percepción a través de los sentidos corporales se establecieron como un campo de conocimiento, principalmente en disciplinas como la psicología (Csordas, 2011), entrado el sigloxx. No obstante, ya en el sigloxix Karl Marx hacía énfasis en los supuestos sociales de la sensibilidad y los sentidos corporales, más allá de la percepción individual. En los Manuscritos de 1844, Marx señala que no existe una “certeza sensorial natural”, pues los objetos que percibimos son “producto histórico”. Uno de los ejemplos a los que remite es al árbol del cerezo. En el paisaje, dicho árbol frutal fue trasplantado en Europa hace apenas algunos siglos. Es por ello que “la percepción del cerezo” se inscribe en la acción de una determinada sociedad y época. De ahí que: “La formación de los cinco sentidos es la obra de toda la historia universal anterior” (Marx, 1968, p. 121).
Como puede verse, la reflexión sobre los sentidos corporales como problema social e histórico no es nueva; sin embargo, su auge en términos de una línea de investigación institucionalmente reconocida en ciencias sociales es relativamente reciente. En ese sentido, es posible reconocer un campo denominado “estudios sensoriales” (sensory studies) (Howes, 2014, p. 11) que se ha nutrido de diferentes perspectivas de las ciencias sociales. La sociología de los sentidos se inscribe en esta apertura hacia el estudio social del ámbito sensorial del cuerpo.
El objetivo de este artículo es mostrar algunas líneas centrales de la “sociología de los sentidos” (Vannini, Gottschalk y Waskul, 2012, p. 61) que permiten fundamentar la relevancia de un análisis sociológico de la percepción. Para ello, se recuperarán algunas líneas de trabajo tanto precursoras como recientes a partir de dos niveles analíticos: el interaccional y el individual disposicional.1 El primero permite observar el papel de los sentidos en la mutua percepción que se lleva a cabo en las interacciones. El segundo posibilita observar cómo se construyen y aprenden formas de percepción. Enfatizaré el papel que juega el género en ambos niveles analíticos.
Para llevar a cabo lo anterior he dividido el artículo en tres partes. En la primera presento el contexto de discusión en el que emerge la sociología contemporánea de los sentidos y algunos supuestos compartidos con los estudios sensoriales. Ahí me interesa mostrar cómo es posible dar un viraje del estudio de los sentidos al estudio de la percepción y enfatizar los alcances de esta línea en la investigación sobre los cuerpos genéricamente diferenciados.2 En la segunda parte, planteo los alcances del estudio de la percepción desde el nivel interaccional y disposicional, recuperando algunos autores y razonamientos analíticos clave. Finalmente, establezco una reflexión que permite obtener un balance de los alcances, pendientes y retos que implica un análisis sociológico de la percepción.
El problema de fondo consiste en plantear cómo una sociología de la percepción puede identificar dos niveles analíticos del proceso mediante el cual las personas perciben, aprecian (es decir, valoran) y actúan, desde y frente a cuerpos diferenciados genéricamente. Es decir, cómo es que existe una mutua percepción de los cuerpos, basada y sostenida por expectativas genéricas (nivel interaccional), entre otras, y cómo es que aprendemos los “esquemas” que median la percepción de los cuerpos masculinos y femeninos (nivel individual disposicional).
En la medida en que en las sociedades contemporáneas la dicotomía masculino/femenino funciona como categoría analítica para identificar la mixtura y diferenciación sociocultural de múltiples formas de masculinidad y feminidad, el énfasis estará puesto en herramientas analíticas que diluciden posibles abordajes sobre la percepción social de los cuerpos genéricamente diferenciados, pero que solo la particularidad empírica llenará de contenido. Finalmente, la intención analítica se inscribe en la línea de diversos sociólogos y sociólogas de llevar los análisis sobre el cuerpo al ámbito sensible de la experiencia, apuntando cómo es que esta se forma socialmente.
De los sentidos al problema de la percepción a través de los sentidosUna primera cuestión que llama la atención es que la sociología de los sentidos no surge como una derivación de la sociología del cuerpo; incluso, para algunos autores, dicho campo no consideró lo suficiente el estudio de los sentidos corporales (Low, 2009, p. 40). De hecho, para Phillip Vannini, Dennis Waskul y Simon Gottschalk, la sociología de los sentidos aparece más bien a contracorriente de los estudios del cuerpo, ya que estos hicieron a un lado la experiencia corporal (Vannini et al., 2012). Así que no fue el giro corporal sino el embodied turn (Vannini et al., 2012, p. 12; Howes, 2014, p. 12) —es decir, la vuelta a lo que el sociólogo Nick Crossley ha denominado “experiencia carnal” (Crossley, 1995, p. 43)— lo que posibilitó la atención en la experiencia sensible. Este viraje permitió considerar que no solo se tiene un cuerpo, sino que este siente a través de los sentidos corporales. Es por ello que un primer paso hacia la delimitación del estudio de los sentidos va del estudio del cuerpo al estudio de la experiencia corporal, destacando la dimensión sensible.
Sin embargo, el contexto intelectual en el que surge el interés por el estudio de los sentidos en sociología no es ajeno a los debates sobre el cuerpo, dado que “Los sentidos median la relación entre yo y sociedad, mente y cuerpo, idea y objeto” (Bull, Gilroy, Howes y Kahn, 2006, p. 5). Tampoco es casualidad que, en dicho contexto, la sociología de los sentidos se adscriba al desdibujamiento de la dupla cartesiana mente/cuerpo, también denominada “ontología dualista” (Vannini et al., 2012, p. 9). A juicio de dichos sociólogos de los sentidos, la dupla mente/cuerpo reaparece bajo el binomio percepción/sensación. Mientras que la percepción se asocia con lo meramente cognitivo, la sensación se asocia con la dimensión corporal comprendida en un sentido fisiológico (Vannini et al., 2012). El propósito de una sociología de los sentidos es disolver dichas duplas.
Desde la perspectiva de Vannini et al. (2012), disolver la dupla percepción/sensación es posible si se parte de la premisa de que los seres humanos sienten y asignan sentido a eso que sienten, de modo que la percepción no es solo cognición ni solo sensación. Así, por ejemplo, a partir de una investigación sobre el clítoris, los autores plantean que antes de conocer el nombre de esta parte del cuerpo, las entrevistadas señalaron el placer que suscitó su descubrimiento a una edad temprana y cómo dicha experiencia sensorial estuvo cargada de significados. Para los autores, dicho caso plantea cómo la experiencia también “se caracteriza por la presencia de sensaciones intensamente significativas y por la ausencia de información cognitiva” (Vannini et al., 2012, p. 36, 39). Lo que quieren mostrar es cómo el cuerpo tiene modos de conocer que transcienden las formas de conocer de la mente.
Además, Vannini et al. (2012, p. 39) enfatizan cómo los silencios u omisiones respecto a cómo nombrar esa parte del cuerpo femenino, o bien tener al alcance las categorías para ello, remite a una política sexual y genérica que visibiliza la mediación sociocultural de las sensaciones. En la misma línea argumentativa, David Howes señala cómo cada orden sensorial supone al mismo tiempo un orden social (Howes, 2014, p. 18). A partir de dicho planteamiento es que podemos decir que cada orden de los sentidos supone al mismo tiempo un orden de género.3 Es decir, cuando se hace alusión a la dimensión sensible del cuerpo, no estamos hablando de cuerpos en abstracto, sino de cuerpos genéricamente diferenciados. Por lo anterior es que podemos identificar analíticamente diferencias genéricas en diversas direcciones. En este escrito es posible enunciar al menos tres, a saber: existen a) representaciones de los sentidos asociadas al género, b) usos de los sentidos diferenciados genéricamente, y c) percepciones sensibles genéricamente diferenciadas.
Con representaciones de los sentidos asociadas al género me refiero a que existen expectativas culturales que asocian los cuerpos femeninos/masculinos a determinados sentidos corporales. Por ejemplo, en algunas culturas se asocia el tacto a las mujeres y la vista a los hombres (Howes, 2014, p. 20). Para el sociólogo Kelvin Low, en Occidente se asocia la vista y el oído con los hombres, y los sentidos corporales de proximidad, como tacto, olor y gusto, con las mujeres (Low, 2009, p. 114). David Howes señala cómo, lejos de ser una asociación y diferenciación aséptica, dichas diferencias establecen jerarquías, de modo que “la tradicional asociación que en Occidente se hace del sexo masculino con los ‘mejores’ sentidos —la vista y el oído— apoyó la idea de que los hombres están mejor equipados para actividades como explorar, juzgar, estudiar o escribir” (Howes, 2014, p. 18).
Por otro lado, además del ámbito representacional, podemos decir que los usos de los sentidos también varían genéricamente. Con ello quiero señalar que, más allá de las representaciones, las personas llevan a cabo prácticas corporales donde el énfasis en ciertos sentidos remite a diferencias genéricas. Por ejemplo, el sociólogo Sennett (2009, p. 77) señala que los padres de la iglesia cristiana atribuían al tacto femenino licencia sexual, lo cual legitimó la difusión de la actividad del bordado, ya que esta “tenía siempre ocupadas las manos de la mujer”. El referente da cuenta de cómo se llevó a cabo una regulación del tacto de las mujeres mediante esa práctica, cuyo uso de las manos se relaciona con movimientos “delicados”, acordes con la expectativa de la imagen hegemónica de un cuerpo femenino y un “tacto delicado” (Goffman, 1991).
Pero es no solo a nivel de las expectativas culturales y de las prácticas que se asocian ciertos sentidos a cuerpos genéricamente diferenciados, sino que también existen atribuciones de sentido que remiten a cómo hombres y mujeres perciben de manera diferente. Sobre esta línea destacan trabajos que señalan cómo hombres y mujeres se comunican de forma diferenciada a través del tacto y perciben las sensaciones táctiles de distinta manera (Vannini et al., 2012, p. 31). Asia Friedman señala cómo existen investigaciones sobre los testigos oculares que han encontrado que hombres y mujeres tienden a percibir distintos aspectos de una misma escena del crimen (Friedman, 2011, p. 188). Es decir, no solo es posible identificar representaciones y usos diferenciados de los sentidos, sino percepciones diferenciadas genéricamente. Más allá de explicaciones esencialistas que remiten a una naturaleza —ya sea biológica o cultural— que dan cuenta de esta diferencia, existen perspectivas en la sociología que han mostrado cómo hombres y mujeres perciben distinto por procesos de socialización implicados y no por una “naturaleza” inherente (Bourdieu, 2004; Friedman, 2011, p. 188; Vannini et al., 2012, p. 18).
Así pues, un punto de partida en estos debates es que la percepción a través de los sentidos corporales está mediada social y culturalmente. Dicho supuesto emerge del viraje al estudio sociocultural de los sentidos en ciencias sociales y de ciertas condiciones de posibilidad, tanto disciplinares como analíticas. Respecto de las condiciones disciplinares, David Howes, antropólogo de los sentidos, señala cómo fue en la década de 1980 cuando se marcó un significativo interés hacia los “estudios sensoriales” (Howes, 2014, p. 11), también denominado por los sociólogos de los sentidos como línea de “investigación sensual” (sensous scholarship) (Vannini et al., 2012, p. 61). Como muestra de la institucionalización de estas líneas podemos mencionar la aparición en 2006 de la revista The Senses and Society (Bull et al., 2006, pp. 5-7). En términos disciplinares, la antropología y la historia “son las disciplinas fundacionales de este campo” (Howes, 2014, p. 11).
No obstante, a diferencia de la antropología y la historia, la sociología de los sentidos está apenas en una “fase de infancia” (Vannini et al., 2012, p. 13). Las razones de ello se asocian con intercambios disciplinares diferenciados según los países y desarrollo institucional de las disciplinas. Por ejemplo, para Vannini et al. (2012, p. 13), la sociología de los sentidos se ha desarrollado más en el Reino Unido que en Norteamérica, en la medida en que, en el primero, las fronteras entre la antropología y la sociología están menos cerradas.4 Lo cierto es que en 2011 se fundó, dentro de la Asociación Internacional de Sociología (ISA), el grupo temático “sentidos y sociedad”.5 A pesar de los distintos enfoques y aproximaciones, es posible identificar algunas características y supuestos compartidos que explican el surgimiento y orientación de la denominada sociología de los sentidos contemporánea y que enumero a continuación.
Uno de los retos analíticos a los que se enfrenta este viraje es plantear si se toma en cuenta la enumeración clásica de los cinco sentidos corporales o si se extiende la investigación al ámbito de la percepción. Así pues, un punto de partida en los estudios sensoriales (Howes, 2014) es la consideración de “todo el aparato perceptual” (Bull et al., 2006, p. 5) y no solo la numeración convencional de los sentidos. Es por ello que un primer cuestionamiento ha sido el que se refiere a la enumeración clásica de los sentidos corporales y la reducción de la percepción a aparatos u órganos como vista, oído, tacto, olfato y gusto. Se acusa la arbitrariedad de dicha numeración, la hegemonía o sobrerrepresentación de la vista, e incluso se pone en evidencia la falta de consenso respecto del número de sentidos, pues hay desde quienes señalan que existen 13 (Vannini et al., 2012, p. 6) hasta quienes consideran 33 (Howes, 2014, p. 17).
Estos debates han incorporado disciplinas no sociales, como la neurociencia de la percepción, para fundamentar el amplio espectro de la percepción (Franks, 2003, p. 615; Iacoboni, 2012; Damasio, 2010, p. 105). Desde estas perspectivas, la percepción abarca lo que percibimos del exterior de nuestro cuerpo y del interior del mismo a partir de nuestra química y red neuronal (Damasio, 2010, p. 105). Basados en dichos hallazgos, Vannini et al. (2012, pp. 6, 25) distinguen entre “sentidos externos” (vista, tacto, olfato, oído, gusto) y “sentidos internos” (que proveen información sobre el mundo interno del cuerpo), como el vestibular, que permite percibir la dirección, aceleración y movimiento en el espacio; el de dolor, sed y hambre (nociocepción); el interno de nuestros músculos y órganos (propriocepción), el del equilibrio (equilibriocepción), el del movimiento (kinestesia) o el de la temperatura (termocepción).
No obstante, sin pretender que la sociología realice estudios neurológicos, los autores apuestan por pensar el problema de la percepción desde múltiples niveles asociados con prácticas corporales. Por ejemplo, proponen que el deporte y la danza se puedan indagar en términos de la equilibriocepción y kinestesia, en tanto se asocian al sentido del equilibrio y la percepción de la dirección, aceleración y el movimiento en el espacio (Vannini et al., 2012, pp. 25-26). Igualmente, la nociocepción cabría en el estudio de la experiencia sensible de la salud, la enfermedad y la muerte, en tanto se relacionan con el dolor (Vannini et al., 2012, pp. 29-31). El sentido de la termocepción podría aplicarse a las maneras en que los grupos construyen su noción de temperatura (Howes, 2014),6 aspecto que resulta significativo para reflexionar sobre la distinción clasificatoria que distingue y asocia mujer/frío, hombre/caliente en determinados grupos.
Por lo anterior, lejos de pensar el problema de la percepción a partir de la enumeración clásica de los sentidos, se apuesta por una concepción de la percepción como algo extenso, es decir, “multisensual” (Rodaway, 1994); se asume como una “experiencia sensual total” (total sensual experience) (Vannini et al., 2012, p. 5). De manera que para la percepción habría que considerar desde la posición del cuerpo, el espacio, la ropa (Rodaway, 1994), hasta los objetos y el uso de la tecnología (Synnott, 1992; Crossley, 2001, p. 103). Desde mi perspectiva, este punto posibilita, más que una “sociología de los sentidos” pensada en términos de la mirada, el oído, el olfato, el tacto o el gusto, que sea posible pensar en un análisis sociológico de la percepción considerada en un sentido amplio.
Otro de los retos ha consistido en cómo incorporar analíticamente la dimensión social al ámbito de la percepción individual. Sociólogos como Crossley recuperan los aportes clásicos de Maurice Merleau-Ponty, quien en la Fenomenología de la percepción (1945) plantea cómo la presencia de la cultura está en el mismo acto de la percepción, pues el cuerpo perceptivo ha adquirido “esquemas perceptuales” (perceptual schemas) que son culturales (cultural schemas) (Crossley, 1995, p. 47). En la misma línea fenomenológica, el antropólogo Thomas Csordas reitera que Merleau-Ponty “reconoció que la percepción está siempre imbricada con un mundo cultural” (Csordas, 2011, pp. 85-86). Igualmente, David Le Breton (2007, p. 22) señala que: “La percepción no es la huella de un objeto en un órgano sensorial pasivo, sino una actividad de conocimiento diluida en la evidencia o fruto de la reflexión. Lo que los hombres perciben no es lo real, sino ya un mundo de significados”.
Sin embargo, otro de los retos ha consistido en señalar que no solo es relevante incorporar la dimensión ideacional al problema de la percepción, sino también el nivel material, o la también denominada “cultura material”. Al respecto, Crossley (1995, p. 47) ha señalado cómo a la percepción subyace un problema de entrelazamiento relacional (relational intertwining) entre el cuerpo, los otros y el mundo. En este aspecto, la percepción se relaciona no solo con un cuerpo que habita el espacio —en el sentido de Merleau-Ponty— sino también con la relación entre personas (el cuerpo es sintiente y sensible, es decir, toca y es tocado) y con los objetos del mundo; la percepción del mundo es una percepción en situación, lo que implica no solo un cuerpo que siente, sino un cuerpo en relación con los demás y con la dimensión material del espacio. Por ello, el análisis de la percepción también supone la incorporación de objetos y su articulación al esquema corporal, como el bastón y el ciego (Crossley, 2001, p. 103) o, en general, desde los lentes hasta los aparatos tecnológicos más sofisticados, ya que estos modifican la percepción.
Así pues, se han destacado trabajos que enfatizan cómo, si bien son las personas las que perciben, existen condiciones sociales que han posibilitado cierto aprendizaje para que lo hagan de una manera y no de otra. Como señala Le Breton: Si las percepciones sensoriales producen sentido, si cubren el mundo con referencias familiares, es porque se ordenan en categorías de pensamiento propias de la manera en la que el individuo singular se las arregla con lo que ha aprendido de sus pares, de sus competencias particulares de cocinero, de pintor, de perfumista, de tejedor, etc., o de lo que sus viajes, sus frecuentaciones o sus curiosidades le han enseñado (Le Breton, 2007, p. 24; las cursivas son mías).
Respecto de cómo los pares y el oficio influyen en las formas de percepción, Vannini et al. (2012, p. 11) señalan que los trabajos de Howard Becker sobre los músicos de jazz y los fumadores de marihuana muestran cómo el oído y el gusto se someten a procesos de socialización y regulación interpersonal. Los fumadores de marihuana tienen que aprender del grupo a distinguir los efectos de la droga para “saber” si realmente se han “puesto” (Becker, 1971, pp. 57-58). Por otro lado, Richard Sennett (2000, p. 68) también muestra que el oficio de panadero se lleva en la nariz: “las manos de los panaderos se sumergían constantemente en la harina y el agua; los hombres usaban la nariz y los ojos para decidir cuándo estaba listo el pan”. Aquí, la conciencia del oficio y de la clase atraviesa al cuerpo y sus sentidos corporales, que se constituyen mediante un conocimiento práctico y aprendido.7
Por otro lado, frente al reto de desdibujar desde la geografía de los sentidos las duplas cognición y sensación, Rodaway (1994) insiste en que la percepción puede entenderse como un proceso que implica sentir y recordar, reconocer y asociar. Es por ello que considerar el mutuo condicionamiento de ambas dimensiones —a saber, percepción y sensación— supone asumir que la percepción siempre está mediada, ya que involucra tanto el cuerpo y la mente como la cultura y el ambiente. Por su parte, también Crossley (1995, p. 45) ha señalado que la percepción implica tanto sensaciones como significados: no es solo una reacción física ante los estímulos del mundo, sino una “experiencia significativa” (meaningful experience), ya que se le atribuyen significados en el momento de percibir, tal y como lo muestra la investigación sobre el autodescubrimiento del clítoris ya señalada (Vannini et al., 2012).
Otro de los retos consiste en señalar cómo si bien la percepción supone una mediación de significados, no pueden soslayarse las relaciones de poder implicadas. Autores como Howes y Classen (2014, pp. 9-10) cuestionan a la fenomenología de la percepción, pues consideran que esta deja de lado el hecho de que no todas las culturas perciben de la misma manera, y ello tiene implicaciones políticas. Para Howes, las clasificaciones de los sentidos están atravesadas por diferencias y en ocasiones por asimetrías, ya sea entre géneros, clases o etnias (Howes, 2014; Howes y Classen, 2014; Classen, 1997). De modo que otro de los supuestos compartidos en los estudios sensoriales es que el ámbito perceptual es “cultural y político” (Bull et al., 2006, p. 5; Howes, 2014; Howes y Classen, 2014, pp. 5-6). Howes señala que no solo la enumeración de los sentidos, sino también su jerarquía involucra una “política de la percepción” ya que “cada orden de los sentidos es al mismo tiempo un orden social” (Howes, 2014, p. 18).
Hasta aquí podemos decir que la sociología de los sentidos y el viraje a una sociología de la percepción se inscriben en un contexto general de los estudios sensoriales en que se comparten algunos supuestos: 1) la posibilidad del estudio del cuerpo no solo como representación u objeto que puede moldearse, sino también como cuerpo perceptivo; 2) la comprensión de la percepción como algo “multisensual” (Rodaway, 1994) que no está fragmentado en “cinco sentidos” corporales, sino que se comprende en un sentido extenso; 3) la percepción es tanto sensorial como cognitiva, pues en última instancia se trata de una “experiencia significativa” (Crossley, 1995, p. 45) y por ello es siempre social; 4) aunque la percepción implica sentido, también es necesario señalar su carácter diferenciado y en ocasiones asimétrico; por ello se ha insistido en que la percepción también está culturalmente diferenciada y es “política” (Bull et al., 2006, p. 5; Howes, 2014; Howes y Classen, 2014, pp. 5-6) en la medida en que las diferencias se conviertan en jerarquías, y 5) por último, la percepción es afectiva: percibimos desde una posición afectiva (affective position) (Crossley, 2011), y lo que percibimos despierta ciertos estados afectivos: “Percibimos a través de una lente teñida afectivamente: con cariño, miedo, odio o lo que sea”’ (Crossley, 2011). Al mismo tiempo, como señala Simmel (2014), lo que se percibe, hace sentir.
Los alcances de los aspectos previamente enumerados para el estudio sociológico de la relación entre percepción y cuerpos genéricamente diferenciados son diversos (Vannini et al., 2012, pp. 31-33). En particular, me interesa destacar el trabajo de Asia Friedman, quien, a pesar de no provenir de la “sociología de los sentidos” sino de la “sociología cognitiva”, plantea interesantes puntos de convergencia con la primera y otorga un fructífero marco de análisis para la fundamentación de una sociología de la percepción y su atención a la construcción social de la diferencia genérica (Friedman, 2011, pp. 187-206). En particular, Friedman señala cómo el estudio sociológico de la percepción visual puede entenderse como un proceso de “filtración socio-mental” (socio-mental filtration) que atañe a cómo al percibir llevamos a cabo una “atención selectiva” (selective attention) de los cuerpos diferenciados genéricamente (Friedman, 2011, pp. 187-206).
Friedman señala cómo una sociología de la percepción, y particularmente de la percepción visual, tiene alcances no solo en el terreno de los estudios sobre género, sino en las reflexiones epistemológicas sobre la construcción social de la realidad (Friedman, 2011, p. 189). Heredera de la fenomenología sociológica y la sociología cognitiva, señala cómo la percepción de la realidad está metafóricamente “filtrada”, en tanto se organiza por una atención selectiva (selective attention) que consiste en registrar perceptivamente solo los detalles que coinciden con las expectativas sociales y dejar pasar por alto o desatender (to disattend) otros. Para la autora, la percepción visual del género incluye la del sexo, pues la dicotomización sexual también se construye socialmente, entendiendo por ello que se pone atención a ciertos rasgos desatendiendo otros (Friedman, 2011, pp. 191, 196-197, 200).8
A partir del análisis de lo que denomina filtro socio-óptico (socio-optical filter), Friedman analiza cómo en la percepción visual de los cuerpos distinguimos cuerpos masculinos y femeninos. Ello es porque existe una atención selectiva que está dirigida por las expectativas sociales. Pero así como la atención selectiva distingue y realza ciertos aspectos, también posibilita desatender otros y dejarlos en los márgenes de la percepción. Lo anterior permite entender por qué aquello que no coincide con las expectativas perceptivas irrumpe en el esquema clasificatorio y, la mayoría de las veces, lleva a la exclusión.
Por otro lado, Friedman señala cómo en su investigación sobre casos de transexuales de mujer a hombre, ellos señalan que son percibidos sin problema como hombres en ciudades pequeñas, mientras que en las grandes ciudades, donde el contexto social provee a las personas de categorías como marimacho (butch), la percepción se orienta a la clasificación de mujeres marimacho (butch-females) (Friedman, 2011, p. 195). En el primer caso bastó con el pelo corto y la ropa para una percepción de ellos como hombres, dejando de lado o desatendiendo el tamaño de las manos o la estatura. Mientras que en el segundo caso, estos últimos aspectos sí fueron tomados en cuenta. Friedman explica cómo, en la medida en que en las grandes ciudades la expectativa de percibir hombres de pelo largo y mujeres con ropa “masculina” es factible, la percepción filtró otros aspectos. En otras palabras, para Friedman, cuando percibimos visualmente el cuerpo de alguien, destacamos aquellas partes del cuerpo que, de acuerdo con nuestras expectativas sociales, nos informan de la categoría sexual a la que pertenecen (Friedman, 2011, p. 198). Este proceso no solo incluye apariencia, sino movimientos, rituales y en general el performance.
Más allá de la relevancia que tiene Friedman para una fundamentación de la sociología de la percepción, resulta pertinente destacar que la percepción no solo es visual, sino que, como he señalado a la luz de otros autores, supone una percepción en sentido extenso, y al mismo tiempo implica la percepción recíproca además de la percepción individual. Por ello considero pertinente la distinción de dos niveles analíticos para el estudio sociológico de la percepción y la puesta en juego de otras categorías analíticas, además de las ya señaladas, tal y como muestro en el siguiente apartado.
Niveles analíticos para pensar la percepción sociológicamenteEn sociología, además de identificar a algunos precursores y sacar a la luz una “cripto-sociología” de los sentidos (Vannini et al., 2012, p. 11), e inclusive señalar en qué aspectos la obra de los clásicos puede considerarse en líneas precursoras de una sociología de la percepción (Friedman, 2011, p. 189), es posible identificar niveles analíticos para argumentar qué problema resuelve cada perspectiva y sus categorías, en función de problemas disciplinares. Aquí propongo identificar dos niveles analíticos para el estudio de la percepción: el interaccional y el disposicional.
El primero está relacionado con el análisis del papel de la percepción en el orden de la interacción tal y como lo definió Erving Goffman, a partir del cual es posible observar cómo se atribuyen significados a la presencia corporal de los otros mediante lo que oímos, miramos, tocamos, escuchamos y, en general, percibimos. Se hará énfasis, siguiendo a Georg Simmel, en cómo la interacción implica la mutua percepción a partir de la cual se establecen formas de relación. El segundo nivel analítico está relacionado con el problema de cómo se construyen socialmente formas de percibir, aspecto que, como explicaré, puede identificarse en el legado de Pierre Bourdieu, aunque no solo ahí. Dicho nivel resuelve el problema analítico de cómo el acto de percibir supone aprendizaje.
La percepción y el nivel interaccionalEl texto titulado “Digresión sobre la sociología de los sentidos” de Georg Simmel ha sido considerado precursor del campo de la sociología de los sentidos (Weinstein y Weinstein, 1984; Synnott, 1991; Le Breton, 2002; Stewart, 1999; Low, 2009; Vannini et al., 2012). En ese escrito, el autor plantea cómo, en la proximidad espacial, existe una “presencia sensible” y se da “el hecho de percibir con los sentidos al prójimo” (Simmel, 2014, p. 622). Para Simmel, la sociología habrá de buscar qué formas sociales de relación son posibles a partir de tal percepción mutua, considerando no su unilateralidad, sino su reciprocidad, es decir, su influjo mutuo.
Simmel señala cómo el carácter relacional de la percepción visual se expresa en el hecho de que “No podemos percibir con los ojos sin ser percibidos al mismo tiempo” (Simmel, 2014, p. 623). Lo anterior implica que las personas lleguen a experimentar estados afectivos como la vergüenza al ser miradas de manera insistente por otras (Simmel, 2014, p. 623). Podemos decir que Simmel nos lega una propuesta que permite dar cuenta de las formas sensuales (sensual ways) que conectan a las personas (Vannini et al., 2012, p. 21). Desde esta vía sociológica se llega al supuesto planteado por Howes (2014, p. 18), a saber: “Las relaciones sensuales son relaciones sociales”.
Del mismo modo, Simmel establece una relación entre las dimensiones cognitiva, sensorial y sentimental de la percepción. Cognitiva en la medida en que una “impresión sensorial” es “tomada como medio para conocimiento del otro” (Simmel, 2014, p. 622). Y también sentimental, pues la “impresión sensible” de los otros produce “sentimientos de placer y dolor, de elevación o humillación, de excitación o sosiego” (Simmel, 2014, p. 622). Es por ello que es posible encontrar en su obra un enriquecimiento entre la “sociología del cuerpo” y la “sociología de las emociones” (Stewart, 1999; Synnott, 1992). En otras palabras, con Simmel es posible fundamentar la idea de que percibir nos lleva a ciertos estados afectivos.
Entre las lecturas contemporáneas de este legado destaca la de Urry (2008, p. 389), quien recupera el atisbo de Simmel al señalar que el sentido visual posibilita “tomar” posesión de otras personas y de paisajes, cuestión que se ha radicalizado con la cultura de la imagen y las posibilidades de captura con los dispositivos tecnológicos. Pero Urry (2008, p. 391) insiste en cómo dicha apropiación visual también se ha diferenciado genéricamente, como ocurre en la pornografía. Para sostenerlo, recupera a teóricas feministas (como Luce Irigaray) que han insistido en que el énfasis en el sentido visual sobre los otros sentidos se ha orientado genéricamente, pues sobredimensiona la apariencia y la imagen del cuerpo femenino.9
Heredero de Simmel, Erving Goffman (1991, p. 176) señaló que, en el orden de la interacción, “Los individuos, en presencia de otros, se encuentran en una posición ideal para compartir un mismo foco de atención, percibir que lo comparten y percibir esa percepción”. Es decir, en el orden de la interacción se lleva a cabo una mutua percepción o “percepción recíproca” entre quienes se encuentran in situ (Lewkow, 2014, p. 39).10 Ya sea a partir de la mirada, el oído, el olfato o las sensaciones consideradas en sentido extenso (como el calor corporal) (Goffman, 1979) percibimos otros cuerpos y viceversa.
Al igual que para Simmel, para Goffman las formas de percepción implican formas de relación. Así por ejemplo, un intercambio de miradas, al tiempo que puede unir, también puede separar y jerarquizar. Para Goffman —como para Simmel—, la mutua percepción genera estados afectivos, como enojo o desconcierto. En otras palabras, las formas sensuales que vinculan a las personas suponen tanto una categorización cognitiva como un tipo de atribución afectiva.
Igualmente, los códigos sobre la mirada (a quién mirar y cómo mirar) se establecen según los grupos. La mutua percepción implica entonces expectativas de muchos tipos, incluyendo las genéricas. Al respecto, Vannini et al. (2012, p. 12) señalan cómo el trabajo Gender advertisments de Goffman plantea que los guiones de género tienen soportes visuales para hacer posible la actuación del género: hombres y mujeres ejecutan un lenguaje corporal asociado con expectativas gestuales que dan cuenta de la concepción de masculinidad y feminidad en una sociedad, y que son magnificadas en los anuncios publicitarios. Goffman da cuenta de cómo esas imágenes representan “estilos de comportamientos perceptibles visualmente” (Goffman, 1991, p. 167).
Es por lo anterior que quien dirige la mirada en un sentido que no está asociado con la expectativa gestual es percibido como alguien incómodo. En ese sentido cobra relevancia el análisis que desde la proxémica realiza Edward T. Hall y el testimonio que recoge: Un informante árabe decía que siempre estaba en ascuas con los norteamericanos, porque tenía problemas con ellos por su manera de mirarlos, aunque no abrigara la menor intención ofensiva. En varias ocasiones incluso había estado a punto de pelearse con norteamericanos que se consideraban ofendidos en su masculinidad por sus miradas (Hall, 2001, p. 198).
Por otro lado, desde la etnometodología Harlod Garfinkel plantea cómo existen expectativas de trasfondo que subyacen cualquier orden interaccional (Garfinkel, 2005); entre ellas está presente cierto tipo de expectativas perceptivas diferenciadas genéricamente. En el estudio sobre el caso Agnes, Garfinkel da cuenta de cómo estas expectativas de trasfondo suponen que la distinción masculino/femenino no solo se aplica a la distinción genital, sino a la apariencia y performance de los cuerpos. En última instancia, hacer género (doing gender) implica “actividades perceptivas” y rutinas puestas en juego en la interacción (West y Zimmerman, 1987, p. 126). Por otro lado, estas expectativas perceptivas no solo son visuales, sino que también atañen a expectativas perceptivas auditivas. Agnes no solo presenta una apariencia “convincentemente femenina” en palabras de Garfinkel, sino también una “voz, afinada a tono alto” (Garfinkel, 2005, p. 138).
Considerando la crítica realizada a la sobrerrepresentación de la percepción visual, es pertinente señalar que también existen expectativas perceptivas diferenciadas genéricamente asociadas con el olfato. Al respecto, Kelvin Low apunta: “La presentación de uno mismo implica, pues, no solo lo que se ve, sino también, lo que se puede discernir olfativamente” (Low, 2009, p. 44). La relevancia del cumplimiento de las expectativas olfatorias en términos de género radica en que la olfacción juega un papel sumamente relevante en la presentación del self (Low, 2009). El sociólogo contemporáneo Synnott (2003, p. 449) dice respecto de la propaganda de fragancias: “Sin duda el atractivo publicitario de los perfumes femeninos y los masculinos es diferente, tanto en lo gráfico como en lo verbal”. Y aunque existen excepciones a la dicotomía de género, la polarización es la tendencia mayoritaria, por lo que para este autor “la fragancia es política” (Synnott, 2003, p. 451). Lo anterior también se aprecia en la “industria de productos para la higiene femenina” (Synnott, 2003, p. 453) o la deodorización de la menstruación. Es decir, en la interacción subyace el cumplimiento de las expectativas olfatorias en términos de género (Low, 2009).
Los alcances del nivel analítico interaccional radican en que permite observar cómo las personas se perciben mutuamente en la interacción y se orientan a partir de ciertas expectativas construidas socialmente, entre otras las de género. El nivel interaccional visibiliza cómo dicha percepción contribuye a establecer formas sociales de relación y experiencias afectivas mutuamente condicionadas. Pero ¿cómo es que las personas perciben de una manera y no de otra? Aquí es donde el nivel analítico de la interacción tiene sus límites, pues si bien es rico para identificar cómo se atribuyen significados en la mutua percepción, no esclarece cómo se construyen socialmente formas de percepción y cómo esto supone un aprendizaje.
La percepción y el nivel disposicionalComo vimos en la primera parte, existe un consenso en las ciencias sociales de que la percepción de las personas a través de los sentidos no es una aprehensión directa de la realidad, sino que está medida culturalmente; en otras palabras, implica “esquemas de percepción”. Antes que Pierre Bourdieu (Bourdieu, 1995; Bourdieu, 1999), la antropóloga Mary Douglas insiste en que la percepción sensible está mediada por schemas: Percibir no consiste en permitir pasivamente a un órgano —digamos la vista o el oído— que reciba de afuera una impresión prefabricada, como paleta que recibiese manchas de pintura. […] En tanto que perceptores seleccionamos de entre todos los estímulos que caen bajo el área de nuestros sentidos únicamente aquellos que nos interesan, y nuestros intereses están regidos por la tendencia a hacer configuraciones a veces llamadas schema (Douglas, 1973, p. 55).
Es decir, la percepción siempre es selectiva y filtra a partir de ciertos esquemas que son sociales y se aprenden. Respecto a la categoría de “filtro”, Friedman destaca cómo los teóricos de la construcción social de la realidad han utilizado categorías como marco (frame), esquema (schema) o habitus para referirse al proceso de atención selectiva (selective attention) que subyace todo proceso perceptivo (Friedman, 2011, p. 191).
Si bien dichos procesos son conscientes, es preciso señalar que existen formas de percibir que no necesariamente lo son y que atraviesan no solo la percepción visual, sino todo el cuerpo. Por ello es que la noción de atención selectiva (selective attention) de Friedman se enriquece con la noción de modos somáticos de atención (somatic modes of attention) de Thomas Csordas, pues esta última señala que existen modos de percepción culturalmente moldeados y que hacen referencia a una dimensión extensa del cuerpo perceptivo: “Los modos somáticos de atención son modos culturalmente elaborados de prestar atención a, y con, el propio cuerpo, en entornos que incluyen la presencia corporizada de otros” (Csordas, 2011, p. 87).
Como vimos, en el campo de los estudios sensoriales se asume que por el hecho de estar mediada culturalmente, la percepción involucra comportamiento aprendido. Como señala Rodaway (1994), la percepción supone habituación (habituation) a ciertos estímulos. Igualmente, en sociología, Vera Weiler ha mostrado que Norbert Elias tuvo un interés significativo por el estudio de la percepción de su época (Weiler, 2008, p. 805), sobre todo porque dicha línea de investigación arrojaba resultados basados en “los procesos de aprendizaje” de personas reales que complejizaban la relación entre cultura y biología.11
De acuerdo con Weiler (2008, p. 806), llamaron la atención de Elias investigaciones sobre casos de “personas que han aprendido a orientarse en el mundo” desde una ceguera innata. En la revisión de estas investigaciones: “Se observa que las personas operadas12 no solo tienen que aprender a ver cosas delimitadas, sino que esta tarea de organizar la percepción visual afecta toda la arquitectura de las orientaciones aprendidas por ellas” (Weiler, 2008, p. 806; las cursivas son mías). Según Elias (1998, p. 307), descubrimientos como el anterior obligan a no caer en reduccionismos culturalistas o biologicistas, sino asumir que el aprendizaje está relacionado, por una parte, con condiciones biológicas de posibilidad, como la maduración, y por otra parte, con la transmisión social de conocimiento.
Las implicaciones de lo anterior para el análisis de la percepción son significativas, en la medida en que enfatizan el hecho de que, así como existe una modelación sociohistórica y cultural de la percepción (Howes, 2014), cada persona, dependiendo de su trayectoria biográfica (e incluso de su constitución fisiológica, como ocurre con las personas ciegas o sordas), su posición social y sus prácticas, percibe y aprende a percibir el mundo de una manera y no de otra. Así por ejemplo, Crossley (2001, p. 103) señala —recuperando a Merleau-Ponty— cómo los ciegos aprenden a caminar incorporando objetos como el bastón a su esquema corporal. El ciego no percibe su bastón; percibe el espacio a partir de su bastón, el bastón es una “extensión de su self”, el bastón se convierte en un “órgano perceptual” (Crossley, 2013, p. 147).13
El concepto de habitus de Pierre Bourdieu y, en particular, la definición del habitus como “sistema de disposiciones” (Bourdieu, 1991, p. 92) resulta a su vez muy enriquecedor para comprender cómo es que la percepción está organizada socialmente (Csordas, 2011, p. 86; Friedman, 2011, p. 190). Las disposiciones son “tendencias a percibir” de una manera y no de otra. Como señala la socióloga francesa Gisele Sapiro: “El concepto de habitus es un concepto clave de la teoría sociológica de Bourdieu, ya que funda tanto su concepción de la acción como de la percepción del mundo” (Sapiro, 2007, p. 37; las cursivas son mías). Es decir, para Bourdieu, la percepción puede entenderse como una serie de disposiciones perceptivas que se evidencian en prácticas.
No obstante, también es importante considerar que una de las críticas de Bernard Lahire a la noción de habitus como “sistema de disposiciones” se funda en el peso excesivo de la unicidad y el hecho de hacer parecer al habitus como un sistema cerrado donde predomina la fuerza del pasado (Lahire, 2004; Cedillo, 2015, 2016). En dicha línea destaca la investigación de la socióloga mexicana Priscila Cedillo, quien establece la necesidad de recuperar el estudio de la “situación” en clave goffmaniana, para dar cuenta de la conformación in situ de los habitus genéricos, sobre todo considerando la etapa de socialización como un aspecto clave para el estudio de las y los adolescentes. La autora muestra cómo el “modelo dual de socialización por género” (Cedillo, 2015) se vale de distintas situaciones y agentes donde se reitera la oposición masculino/femenino. Con ello demuestra empíricamente que las posibilidades de hacerse hombre o mujer varían en función de las experiencias familiares y escolares, así como de los agentes de socialización (Cedillo, 2015, 2016).
Sin negar la relevancia de las precisiones (Crossley, 2013; Wacquant, 2014; Downey, 2014) y recepciones críticas que enriquecen la lectura de Bourdieu, para el problema de la percepción, su explicación tiene un peso analítico que la crítica de Lahire no debilita. Ello se debe a que el cambio o transformación de “esquemas de percepción” (tendencias a percibir) no se ajusta llanamente conforme a determinada situación. Si acaso, en la medida en que nos movemos en diferentes escenarios, la percepción puede modificarse, pero ello requiere tiempo, porque finalmente implica aprendizaje. Por ello, la observación de la percepción desde un nivel individual disposicional sigue rindiendo en términos de sus alcances analíticos.
En Sociología de la percepción estética, Bourdieu señala cómo la percepción del mundo que tiene cada persona debería ser tratada más bien como “hecho social” (Bourdieu, 2011, p. 66), pues es la sociedad en la que vivimos, y particularmente la posición que ocupamos en esta, la que inculca “esquemas clasificatorios” que ordenan el mundo. De modo que, para este autor, los “esquemas de percepción” se aplican al mundo, espacios, cosas, objetos y fundamentalmente al cuerpo. Son los esquemas de percepción, y no el cuerpo en sí mismo, los que establecen las diferencias de género.14
Respecto a la diferenciación de los órganos sexuales, Priscila Cedillo ha mostrado, desde la perspectiva de Pierre Bourdieu, que el modelo único de la anatomía estudiado por Thomas Laqueur, el cual prevaleció en Occidente hasta el sigloxvii, fue el que “ordenó los esquemas de percepción” durante un largo plazo (Cedillo, 2011, p. 60). Pese a que dicho modelo cambió de la semejanza (que percibía la vagina como un pene invertido) a la oposición de dos cuerpos distintos, la autora muestra en sus entrevistas cómo dicho modelo encuentra resabios contemporáneos, como cuando las personas señalan que “las mujeres tienen lo mismo, pero al revés” (Cedillo, 2011, p. 61).
En dicho terreno, la investigación sobre “el baile de los solteros” que Bourdieu realizó a propósito de los campesinos de Béarn a principios de la década de 1960 mantiene una enorme vigencia analítica. No solo porque muestra cómo se aplican “esquemas de percepción y apreciación” que distinguen y valoran diferencialmente a hombres y mujeres, sino también porque permite ver cómo se perciben mutuamente hombres y mujeres, y qué principios orientan esa percepción. En ese sentido, resulta interesante detenernos no solo en el papel de los campesinos que han quedado al margen de la lógica de intercambio matrimonial de la comunidad rural francesa, sino considerar el lugar de las mujeres campesinas que han experimentado transformaciones en sus “esquemas de percepción” relativas a la valoración del sexo opuesto, específicamente de su hexis corporal.
A partir de tales transformaciones es que las muchachas campesinas evalúan negativamente la idea hegemónica de la masculinidad campesina. Si consideramos que “en las relaciones entre los sexos, es la hexis corporal lo que constituye el objeto primero de la percepción” (Bourdieu, 2004, p. 116), este caso se convierte en un referente sumamente significativo para una sociología de la percepción.
Debido a procesos de inmigración a la ciudad, las mujeres campesinas tienen contacto con modelos urbanos de corporeidad ajenos a los referentes de una masculinidad campesina en términos típicos.15 En ese sentido, y debido a un proceso social y no por una atribución “intrínseca”, ellas “están mucho mejor preparadas para percibir e integrar en su comportamiento los modelos ciudadanos” (Bourdieu, 2004, p. 121). En esta experiencia migratoria, sus “esquemas de percepción” relacionados con la apreciación del sexo opuesto han cambiado “a través de las revistas femeninas, de los folletines, del cine, de las canciones de moda emitidas por la radio, las chicas adoptan también unos modelos de relación entre los sexos y un tipo de hombre ideal que es el polo opuesto del campesino” (Bourdieu, 2004, p. 123).
Estos “esquemas de percepción” son los que ahora se aplican a los campesinos y a partir de los cuales se aprecia que “carecen de valor” como candidatos a ser pareja.16 Y a partir de dichos “esquemas de percepción”, los campesinos viven como algo doloroso su propia autopercepción. El campesino “Acaba percibiendo su cuerpo como cuerpo marcado por la impronta social, como cuerpo empaysanit, acampesinado […]. Por ende se siente incómodo con él y lo percibe como un estorbo. Porque lo que concibe como cuerpo de campesino tiene una percepción negativa” (Bourdieu, 2004, p. 117).
Si bien a partir de ciertos “esquemas de percepción” establecemos diferencias genéricas, estas no solo se aplican a la anatomía y los órganos sexuales, sino también a la apariencia o hexis corporal. En ese sentido, podemos decir que aplicamos “esquemas de percepción” a todo el ámbito sensible del cuerpo, es decir, a cómo debe ser el tono de la voz, la textura de la piel, el olor y el movimiento (i.e., bailar, caminar, sentarse, es decir, eso que Marcel Mauss identifica como diversas “técnicas corporales”) de los cuerpos diferenciados en función del género.
Sin embargo, en tanto perceptores también somos percibidos desde dichos esquemas por otros perceptores. Es decir, la percepción es relacional pues no solo percibimos las cosas y los cuerpos, sino que nos percibimos mutuamente. De ahí que toda mirada está cargada de “esquemas de percepción” que suponen la posición de quien percibe y de quien es percibido, y de si estos esquemas son mutuamente conocidos y reconocidos (Bourdieu, 2005, p. 85).17
La especificidad con que operen los “esquemas de percepción” así como la pluralidad de sus combinaciones dependerán del objeto de estudio construido. No obstante, en dicho nivel analítico es posible dar cuenta de cómo los “esquemas de percepción” son sociales y están diferenciados socialmente, trátese de género, edad, condición social, lugar de procedencia e inclusive profesión. Y lo más importante de este nivel: se aprenden, es decir, resultan de un aprendizaje que a fuerza de habituación familiariza ciertas formas de percibir y reacciona con extrañeza ante otras.
ConclusionesEn líneas anteriores he querido mostrar cómo es posible dar un viraje del estudio de los sentidos corporales al estudio de la percepción desde una perspectiva sociológica. La posibilidad analítica para ello existe a partir de la distinción de al menos dos niveles: el interaccional y el disposicional. Con ello no se trata de revisar a los autores por sí mismos, sino de establecer preguntas según los propios “intereses cognoscitivos” —en sentido weberiano— de la observación. No obstante, esta posibilidad se potencia en la medida en que esté informada de los debates contemporáneos en los que se inscriben los estudios sensoriales en general y la contemporánea sociología de los sentidos en particular.
Fundamentalmente, el estudio sociológico de la percepción implica retornar al problema de la dimensión sensible socialmente configurada. En ese sentido, si bien la percepción es individual, es significativa y por ello social. Además, está diferenciada socialmente, entre otras variables, por el género. Existen representaciones de los sentidos y un uso de los mismos que se asocian con hombres o con mujeres, e inclusive formas perceptivas genéricamente diferenciadas. Por otro lado, el nivel interactivo da cuenta de cómo la percepción no solo es una experiencia corporal, sino significativa y afectiva. De manera que percibimos sintiendo, y lo que se percibe hace sentir. El planteamiento de cómo percibir lleva a ciertos estados afectivos abre una posibilidad de intercambio que supera la nociva hiperespecialización de la sociología de los sentidos, la sociología del cuerpo y la sociología de las emociones, y permite incluso un acercamiento a disciplinas no sociales.
Por otro lado, el nivel interactivo ofrece posibilidades analíticas para plantear las condiciones sociales que posibilitan la mutua percepción de una manera y no de otra. Desde este ángulo analítico, se aprecia cómo la mutua percepción establece formas de relación que vinculan a las personas y que suponen tanto una categorización cognitiva como un tipo de atribución afectiva. Igualmente, la mutua percepción implica expectativas perceptivas de muchos tipos, entre estas las de género.
Por otro lado, el nivel individual disposicional permite indagar cómo se aprende a percibir de una manera y no de otra. A partir de los “esquemas de percepción” aprendidos en diversos espacios de socialización establecemos diferencias genéricas que no solo se aplican a la anatomía y los órganos sexuales, sino también a la apariencia o hexis corporal; es decir, al ámbito sensible del cuerpo: el tono de la voz, la textura de la piel, el olor, o el movimiento. Estas formas de percibir implican una atención selectiva a ciertas partes del cuerpo, así como a modos somáticos de atención relacionados con otros aspectos que incluso pueden pasar inadvertidos, pero que, no obstante, tienen un impacto sensible (Friedman, 2011; Csordas, 2011).
En términos de temporalidad, el nivel interactivo capta la situación y el mutuo condicionamiento de quienes se hallan in situ y se perciben recíprocamente. El nivel disposicional registra la escala de la observación individual, teniendo en cuenta los procesos de formación y constitución social (genéricas, raciales, de clase, etarias, etc.) de las personas y sus capacidades perceptivas. El diálogo entre ambos niveles permite establecer que, si bien existen expectativas perceptivas que se activan en la interacción, son particulares dependiendo de la trayectoria de quien percibe.
La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Debo a Priscila Cedillo la sugerencia de aludir en este caso a “disposiciones individuales” para dar cuenta del “orden de las disposiciones” desde una escala de observación individual (Sabido Ramos, 2012; Sabido Ramos, 2013).
En este punto recupero el trabajo de Friedman (2011) sobre la percepción visual y la construcción social del género, como muestra de los alcances analíticos de esta línea de investigación.
Por ejemplo, en México destaca la apertura hacia el ámbito de la sensibilidad en ciencias sociales esbozada por Emma León en el marco de una antropología filosófica en diálogo con la sociología (León, 2005).
En el momento de elaboración de este escrito, dicho grupo se ha reunido en dos ocasiones (2012 en Buenos Aires, Argentina, y 2014 en Yokohama, Japón). En dichos encuentros se registraron en total 54 resúmenes de ponencias ubicadas en 11 mesas temáticas. En una primera revisión de este material, es posible identificar cinco áreas de interés general: a) sentidos, espacio y ciudad (31 %); b) sentidos, poder y política (26%); c) sentidos, identidad y vínculos (19%); d) sentidos, arte y cultura (15%), y e) sentidos y reflexiones teórico-metodológicas (9%). Dicha clasificación no se relaciona con los títulos de las mesas, pero funciona como un criterio general que permite identificar determinadas tendencias temáticas que actualmente investigamos.
Al respecto, Howes recupera una investigación de Constance Classen relacionada con la cosmogonía tzotzil en México, en la que los mundos físico y social se clasifican conforme a los grados de temperatura (Howes, 2014, p. 19).
Loïc Wacquant también muestra cómo el oficio del boxeador implica toda una transformación de los sentidos mediada por el aprendizaje que supone convertirse en boxeador. En el entrenamiento existe “toda una educación de los sentidos y especialmente de las facultades visuales: el estado de urgencia permanente que lo define suscita una reorganización progresiva de los hábitos y capacidades perceptivas” (Wacquant, 2006, p. 88).
La autora recupera y pone en diálogo planteamientos como los de Judith Butler y Fausto Sterling, entre otros, para sostener que “La versión del construccionismo social que defiendo no niega la existencia de diferencias biológicas; más bien, destaca el trabajo cultural que los amplifica” (Friedman, 2011, p. 200).
Desde otra vía, Bourdieu insistió en que una característica de la dominación masculina es el “ser femenino como ser percibido” (Bourdieu, 2005, pp. 83-89).
Según Lewkow (2014, p. 39), el sociólogo alemán Niklas Luhmann emplea la noción de “percepción recíproca” para referirse a “la simultaneidad de percibirse”, aspecto que desde mi perspectiva coincide con Simmel y Goffman.
Weiler recupera y traduce una cita de Elias en la que el autor señala: “Studies in perception undoubtedly hold a key position in the picture which begins to emerge from these convergent advances in knowledge, particularly studies in visual perception” (citado y traducido en Weiler, 2008, p. 805). La socióloga colombiana documenta, a partir de una exhaustiva investigación de archivo, cómo Elias mostraba un significativo interés en el “concepto de la organización perceptual por la escuela Gestalt” (Weiler, 2008, p. 805).
Saerberg (2012) plantea cómo en el espacio urbano el ciego se orienta por un “estilo ciego de la percepción” donde tanto su bastón como los paisajes sonoros y olfativos son significativos.
Bourdieu señala: “El programa social de percepción incorporado se aplica a todas las cosas del mundo, y en primer lugar al cuerpo en sí, en su realidad biológica: es el que construye la diferencia entre los sexos biológicos […]. La diferencia biológica entre los sexos, es decir, entre los cuerpos masculino y femenino, y, muy especialmente, la diferencia anatómica entre los órganos sexuales, puede aparecer de ese modo como la justificación natural de la diferencia socialmente establecida entre los sexos, y en especial de la división sexual del trabajo” (Bourdieu, 2000, pp. 23-24).
Por otro lado, para ellas la ciudad representa la “esperanza de emancipación”, que va desde la “confortabilidad hogareña”, la moda, hasta nada más y nada menos que la elección de pareja (Bourdieu, 2004, pp. 110, 120).
“Particularmente atentas y sensibles, debido a su formación cultural, a los gestos y a las actitudes, a la vestimenta y a los modales en general, propensas a sacar conclusiones de la apariencia física acerca de la personalidad profunda, las mujeres, más abiertas a los ideales ciudadanos, juzgan a los hombres en función de unos criterios ajenos: calibrados con ese patrón, carecen de valor” (Bourdieu, 2004, p. 116).