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Vol. 51.
Páginas 50-62 (junio 2016)
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Vol. 51.
Páginas 50-62 (junio 2016)
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Geografía del género y los espacios de encuentro colonial: una nueva mirada a las narrativas de viaje
Geography of gender and spaces of colonial encounter: a new perspective on travel narratives
Geografia de género e espaços de encontro colonial: um novo olhar para as narrações de viagem
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Maria-Dolors Garcia-Ramon
Departamento de Geografía, Universitat Autònoma de Barcelona, Barcelona, España
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Resumen

Los libros y las narrativas de viaje suponen un rico material para la comprensión de la apropiación intelectual que Europa hizo del “Oriente” en tanto que parte integrante y, a la vez, producto del vasto proceso conocido como colonialismo en el que la geografía estuvo tan profundamente involucrada. En particular, quiero rescatar del olvido las narrativas escritas por viajeras y exploradoras y que también están en la base de la formación de nuestra disciplina. Este texto se divide en tres partes: la primera revisa la recepción crítica de los planteamientos de Edward Said sobre el Orientalismo y la Otredad. La segunda parte se centra en dos viajeras europeas en el mundo árabe a principios del siglo xx, Gertrude Bell e Isabelle Eberhardt. La selección se debe a que una y otra encarnan maneras muy diferentes de enfrentarse a la Otredad con mayúsculas que el mundo del Islam suponía para la Europa de su tiempo. Al final esbozo unas conclusiones comparativas y hago unas reflexiones finales sobre los dos casos presentados.

Palabras clave:
Narrativas de viaje
Orientalismo
Otredad
Geografía feminista
Gertrude Bell
Isabelle Eberhardt
Abstract

Travel books and narratives constitute a rich source for the understanding of Europe's intellectual appropriation of the Orient, as both an integral part and the result of the vast process known as colonialism in which geography was so deeply involved. In particular, I wish to recover the narratives of female travelers and explorers, who also constitute the basis of the training in our discipline. This text is divided into three sections: the first reviews the critical reception of Edward Said's views on Orientalism and “Otherness”. The second focuses on two female European travelers in the Arab world at the beginning of the 20th century, Gertrude Bell and Isabelle Eberhardt. These two women were selected since they embody very different ways of coping with the Otherness that the world of Islam represented for Europe at the time.

Keywords:
Travel narratives
Orientalism
Otherness
Feminist geography
Gertrude Bell
Isabelle Eberhardt
Resumo

Os livros e as narrações de viagem oferecem um rico material para compreender a apropriação intelectual europeia do “Oriente”, que se constitui como parte e produto do vasto processo do colonialismo no qual a geografia era tão profundamente envolvida. Em particular, interessa-me resgatar do esquecimento as narrações escritas por mulheres viajantes exploradoras que também estão na base da formação de nossa disciplina. Este texto é dividido em duas partes: a primeira revisa os comentários críticos das ideias de Edward Said sobre o Orientalismo e a “Alteridade”; a segunda tem como foco Gertrude Bell e Isabelle Eberhardt, passageiras europeias no mundo árabe no início do século xx. A seleção se justifica na medida em que as duas lidam de uma forma distinta com a Alteridade (com maiúscula) que o mundo do Islã pressupunha para a Europa do seu tempo.

Palavras-chave:
Narrações de viagem
Orientalismo
Alteridade
Geografia feminista
Gertrude Bell
Isabelle Eberhardt
Texto completo
Los estudios poscoloniales y su contribución al estudio de la Otredad y las narrativas de viajes

Desde la década de 1990, la geografía ha reconsiderado las nociones de conocimiento, objetividad y lenguaje heredadas de la Ilustración y nos ha invitado a reconstruir su historia desde la pluralidad y a incluir en esta historia diferentes maneras de entenderla (Driver, 1991; Livingstone, 2003; Nogué y Romero, 2006; Pimenta, Sarmento y Azevedo, 2006; Jazeel y McFarlane, 2010). Con este planteamiento se puede estudiar la contribución de los libros de viaje y de exploración a la formación de las bases de nuestra disciplina, sobre todo en el periodo que va de finales del xix a principios del xx (Herodote, 1978; Godlewska y Smith, 1994; Phillips, 2006; García-Ramon, Nogué y Zusman, 2007; Zusman, Lois y Castro, 2007; Sidaway, 2012). De hecho, los viajeros/exploradores y viajeras/exploradoras se constituyen en legitimadores de la autoridad científica y su quehacer no solo forma parte de la expansión colonial europea, sino que simboliza una visión del mundo en la que las actividades europeas se perciben como “fundamentalmente civilizadoras”.

Hace tan solo unos años que se empezó a utilizar el término “poscolonial”, pero el éxito y la extensión de su uso han sido sorprendentes. En 1993, Homi K. Bhabha, uno de sus promotores, lo definía como un término que se utiliza cada vez más para referirse a aquella forma de crítica social que descifra los desiguales procesos de representación con los que la experiencia histórica del tercer mundo antes colonizado llega a conceptualizarse en Occidente (Bhabha, 1993). Así pues, la aparición de los estudios poscoloniales tiene relación con la llegada, ascenso y consolidación en el mundo académico occidental de estudiosos originarios del tercer mundo y, así, se comprende que este enfoque contenga una fuerte crítica al eurocentrismo y, en general, al etnocentrismo. Las críticas al término poscolonial no han sido pocas (Dikeç, 2010). Pero la realidad es que el término se ha impuesto de forma rotunda en las ciencias sociales —incluyendo la geografía— y ni siquiera sus críticos plantean suprimirlo.

Pieza clave para los estudios poscoloniales ha sido la revisión de la obra de Said (1978). El estudio de las narraciones de viajeras desde una perspectiva feminista y poscolonial ha desempeñado un papel muy importante en la revisión crítica de sus planteamientos —uno de los referentes intelectuales de la geografía poscolonial— y de la historia de las exploraciones. Este autor, apoyándose en Foucault y Gramsci, plantea que el Oriente no existe realmente sino que “el Oriente es una construcción europea, un producto intelectual europeo, una imagen del Otro, que permite, al definir al Otro, identificarse a uno mismo como europeo, como occidental” (y por lo tanto como superior) (Said, 1978, p. 5).

La metáfora de Said es especialmente sugerente para la geografía por dos razones. En primer lugar, porque en la construcción de la Otredad o alteridad, la espacialidad tiene un papel importante. El Otro es concebido como una entidad externa contra la que “nosotros” y “nuestra” identidad se moviliza, reacciona; además, en el encuentro colonial, el Otro vive más allá, en otro lugar: la noción misma tiene, por tanto, una intrínseca dimensión espacial.

En segundo lugar, la argumentación de Said interesa a la geografía porque el periodo de consolidación e institucionalización del Orientalismo coincide con el periodo de máxima expansión colonial europea, y con el momento álgido de creación de las sociedades geográficas y de la expansión de la geografía.

En esta misma línea, la historia de la geografía pone hoy en día un énfasis especial en el análisis de los contextos institucionales, intelectuales y sociales donde tuvieron lugar las prácticas de la exploración. Es básico pues estudiar el papel que los exploradores y exploradoras desempeñaron en la popularización de mitos y fantasías sobre el mundo no europeo, ya que la exploración geográfica no solo superaba distancias, sino que proporcionaba diferentes visiones del Otro y ayudaba a crear lo que se ha denominado “geografías imaginativas” (Gregory, 2000). Los relatos de viaje fueron el vehículo a través del cual el conocimiento popular y también científico (por ejemplo, las clasificaciones de especies) se transmitió a un público más amplio.

Es cierto que la propuesta de Said ha sido crucial para los estudios poscoloniales, pero su esquema es algo simplista en el sentido de que su oposición binaria entre Occidente y Oriente, entre colonizadores y colonizados, deja poco espacio para posturas fluidas y ambivalentes (Domosh, 1991; McClintock, 1995; Yegenoglu, 1998; Mills, 2005; Dell’Agnese y Ruspini, 2005). Además, Said minusvalora el papel desempeñado por las mujeres en el encuentro colonial (recordemos el papel de multitud de esposas de funcionarios u oficiales, misioneras, enfermeras, maestras, incluso turistas, etc.). No hay que olvidar que la aparente trivialidad de la vida de la mayoría de estas europeas en las colonias oculta probablemente un papel nada desdeñable en un sistema imperial que era, en principio, muy androcéntrico (Kabbani, 1986; Pratt, 1992; Lewis, 2004; Rossi, 2005).

Por esta razón, los planteamientos de Said han sido criticados ampliamente desde los estudios feministas y poscoloniales (Blunt y Rose, 1994; McEwan, 2000; Cerarols, 2008). Es cierto que la posición peculiar de las mujeres, entre el discurso del colonialismo y el de la feminidad, podía aportar algunos elementos de contradicción al encuentro colonial que, en último término, acabasen convirtiéndose en una crítica de la posición colonial. La idea que subyace a una buena parte de esta revisión feminista poscolonial es la esperanza de que las mujeres, colonizadas ellas mismas por su género en su propio país, pueden quizás reconocer y oponerse más abiertamente a la colonización basada sobre todo en la diferencia racial. Esta posible ruptura interior permite explicar cierta ambivalencia o ambigüedad con el proyecto colonial que frecuentemente se observa en las narrativas de mujeres. Y ello quizás permite que la mirada orientalista y colonialista sea menos avasalladora y más compleja, y por lo tanto no tan simplista como nos propone Said.

Pero las prácticas coloniales eran ambivalentes y la situación y la posición de las mujeres eran con frecuencia contradictorias. Las mujeres podrían compartir los discursos del poder colonial en las colonias, pero no en la metrópolis, y esta dualidad tiene su origen en los discursos patriarcales y coloniales de la diferencia. A la mujer occidental se la marginaba en el contexto patriarcal de su país de origen —donde su rol social se concebía primordialmente en términos de inferioridad de género—, pero en las colonias, la percepción de la superioridad racial podía ser más fuerte que la inferioridad de género.

Lo que sí es evidente es que las narrativas de viajeras están, en algunos aspectos, muy determinadas por el hecho de que sus autoras son mujeres (Blake, 1992; Mills, 2005). Exhiben una serie de características distintivas que, en su mayor parte, proceden del proceso de socialización específico de las mujeres, así como de la naturaleza misma del tipo de viaje que acostumbraban a emprender. En efecto, pocas veces las mujeres viajaban en misión oficial, por lo que sus descripciones no tenían que satisfacer a un superior ni tampoco tenían que reforzar su reputación profesional. Por ello, su texto podía permitirse mayores libertades y no estaba sujeto a consideraciones dictadas por una estrategia profesional o política. Además, sus textos tienen un mayor interés etnográfico y antropológico, y son una fuente inestimable para conocer a las poblaciones nativas y la vida cotidiana de los países visitados.

Se ha recordado asimismo que la categoría de género no puede aislarse de las de nación, raza y clase, y que el análisis debe incluir la interacción entre todos estos componentes, es decir, se ha de analizar desde la interseccionalidad (McClintock, 1995; Rodo, 2014, Cerarols, 2015). En todos los casos, viajeros y viajeras eran “forasteros/as”, pertenecientes a otra raza, otra nación y otra cultura, algo que no siempre se ha tenido en cuenta tan explícitamente como es necesario. De igual modo, el estudio de las narraciones de viaje no ha prestado la atención que merece a la categoría de clase social (Secor, 1999), tal como se desprende del estudio comparativo de nuestras viajeras.

Gertrude Bell (1868-1926): “la reina del desierto”Aventura y exploración

En el momento de su muerte en 1926, Gertrude Bell era ya una leyenda, y no es de extrañar que dos días después, The Times publicara una declaración de la Cámara de los Comunes en estos términos: “Miss Gertrude Bell, cuya muerte anunciamos con gran pesar, era quizás la mujer más distinguida de nuestro tiempo en el campo de la literatura, la arqueología y la exploración de Oriente” (The Times, 13 de julio de 1926).

Sin embargo, su fama fue pronto eclipsada por la de su excéntrico amigo y aliado T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia (Gordon, 1994; Wallach, 1996; Howell, 2008). Y, curiosamente, no fue sino hasta la Guerra de Irak en el 2003 que volvieron a aparecer referencias a Gertrude Bell en los medios de comunicación, ya que ella tuvo mucho que ver con el nacimiento del Irak moderno y con la determinación de sus fronteras meridionales (Garcia-Ramon, 2002; Lukitz, 2006).

Bell nació en el condado de Durham (Reino Unido), cerca de Newcastle, y su familia poseía una de las mayores fortunas industriales de Gran Bretaña. Fue una de las primeras mujeres en licenciarse en Oxford (en Historia Moderna). Estaba muy dotada para las lenguas y podía hablar francés, alemán e italiano, y más tarde aprendió persa, árabe y algo de turco. Su primer viaje a Oriente tuvo lugar en 1892, cuando visitó a su tío, que era embajador británico en Teherán. Tuvo varias relaciones amorosas durante su vida, pero nunca se casó, por lo que disfrutó de una gran libertad para sus viajes.

Gertrude Bell publicó varios libros, escribió innumerables cartas dirigidas a su familia y amistades (Bell, 1987) y un diario (no publicado). También redactó numerosos informes políticos confidenciales para las autoridades británicas sobre la situación en Mesopotamia. Todo este material puede consultarse en el Fondo Gertrude Bell de la Universidad de Newscastle.

En 1913, Gertrude emprendió un viaje a Hayil —actualmente al norte de Arabia Saudí— partiendo de Damasco y pasando por Palmira y Bagdad, adentrándose en el Nefud, y regresando a Damasco por el sur, a través del desierto actual jordano. Este viaje le iba a dar mucha notoriedad, por lo que durante la Primera Guerra Mundial el Arab Bureau del Servicio Británico de Inteligencia Militar en el Cairo le propuso que colaborara con dicho Bureau. Posteriormente fue nombrada secretaria para Asuntos Orientales del Alto Comisionado Británico en El Cairo, primero, después en Basora y finalmente en Bagdad, pero su puesto era semioficial y con un salario más bien simbólico. Su posición social y económica en Inglaterra y sus conexiones familiares la ayudaron a alcanzar estos puestos, como se deduce de una carta de recomendación de 1915 de Lord Cromer, uno de los hombres más influyentes en todo lo que se refería al Oriente Medio:

Miss Gertrude Bell, que es gran amiga mía, va a viajar a Egipto... es hija de Sir Hugh Bell, bien conocido en la política inglesa y dueño de una muy importante siderúrgica de Middlesborough. Hace años que la conozco y sabe más de los árabes que casi ningún otro inglés o inglesa en la actualidad... Le recomiendo muy vivamente a Miss Bell en el caso de que tenga ocasión de encontrarse con ella (SAD 135/6/12).

Gertrude Bell tomó parte en las negociaciones sobre la Mesopotamia ocupada por los británicos y apoyó también los planes de T. E. Lawrence para colocar al emir Faisal en el nuevo reino de Irak. Este era de la familia Hachemita de La Meca y había dirigido —junto con Lawrence— las fuerzas árabes contra los turcos durante la famosa marcha sobre Damasco. En 1921, Bell tomó parte en la Conferencia de El Cairo en la que se proclamó a Faisal como rey. Gertrude tuvo al principio una gran influencia sobre el nuevo rey y por ello se la ha denominado “la reina sin corona de Mesopotamia”. Bagdad se convirtió en su residencia permanente, pero su influencia empezó a desvanecerse poco después de la proclamación de Faisal como rey. Como no era propiamente funcionaria de la Colonial Office ni tampoco diplomática de carrera, Gertrude dejó de ser útil para la política de Londres en Oriente Medio. Por aquel entonces, su salud se iba deteriorando y el 11 de julio de 1926 la encontraron muerta en la cama, probablemente a causa de una dosis fatal de barbitúricos.

Sus conocimientos sobre los territorios de Oriente Medio

Gertrude Bell mantuvo una constante relación con la Royal Geographical Society (RGS). Allí, siguió varios cursos sobre proyecciones de mapas y, en sus viajes, solía llevar un teodolito para hacer mediciones de latitud, que luego enviaba a la Sociedad. En 1913 fue elegida miembro de la Sociedad (fue una de las primeras mujeres, poco después de que ellas fueran admitidas en la RGS). En 1918 fue distinguida con la medalla de oro de la RGS por sus exploraciones en el desierto de Arabia. Bell publicó dos artículos sobre sus viajes en la revista de la Sociedad (Bell, 1910, 1914). Así mismo, la Sociedad le rindió un homenaje póstumo en el que el presidente de la misma destacó la importante contribución que Bell hizo al conocimiento de territorios casi desconocidos por los occidentales hasta aquel momento (Hogarth, 1927).

Su aportación más significativa a la exploración geográfica fue el mencionado viaje en 1913-1914 al oasis de Hayil, situado estratégicamente sobre la ruta principal desde Bagdad hasta la Meca y prácticamente desconocido para los occidentales. Viajó con 20 camellos, dos guías, un cocinero y tres camelleros. Tras numerosas dificultades, alcanzó Hayil, gobernada por la casa de Ibn Rashid, la gran rival de la casa de Ibn Saud (la actual casa reinante de Arabia Saudita). Pocos europeos habían estado allí, y los informes que obtuvo Gertrude Bell sobre Ibn Rashid y sus relaciones con la casa de los Saud fueron de gran valor durante la Primera Guerra Mundial.

Bell cartografió una importante línea de pozos en el ángulo sudoeste del Nefud (el gran desierto de Arabia), y el resultado de mayor valor estratégico de su expedición fue el de los datos que acopió sobre los grupos tribales que se encontraban entre la línea del ferrocarril del Heyaz por un lado, y el Sirham y el Nefud por otro. Sus explicaciones detalladas fueron de particular utilidad para Lawrence durante la famosa campaña árabe (la denominada marcha sobre Damasco) de 1917 y 1918. A propósito de esto, el Alto Comisionado Británico en Bagdad comentó en la mencionada sesión necrológica de Bell que se llevó a cabo en la RGS:

Todos Vds. han oído hablar de los éxitos extraordinarios del coronel Lawrence, que ciertamente lo fueron... pero no siempre se es consciente de que para hacerlos posibles fue necesaria una larga preparación previa, y yo atribuyo gran parte del éxito de las empresas del coronel Lawrence a la información y a los estudios en los que Miss Bell tuvo un participación muy destacada (Cox, 1927, p. 19).

Gertrude Bell, ¿cómplice del imperio británico?

En los informes confidenciales al gobierno británico, Gertrude señalaba las dificultades de establecer un gobierno nacional sobre los diversos grupos que vivían dentro de las fronteras de Irak, sobre todo los chiitas y los sunnitas, un tema aún de gran actualidad en el Irak de hoy. Gertrude aconsejaba al gobierno británico que se pronunciase a favor de la minoría sunnita, ya que era la que estaba más preparada en su opinión:

Aunque los chiitas sean la mayoría (en Irak), los sunnitas están indiscutiblemente más avanzados como grupo que sus rivales, cuyo reducido grupo de hombres instruidos está sumergido en un océano de gentes incivilizadas y nada maleables, mientras que las clases que predominan entre los sunnitas son terratenientes de linaje noble, eclesiásticos, políticos, funcionarios, profesionales, comerciantes y artesanos, un sólido cuerpo de gente más o menos educada y sensible al progreso (Sad, 150/7/83-86).

Entre chiitas y sunnitas existía (y aún existe) en Irak una diferencia real de clase social, ya que los primeros eran sobre todo la población rural más pobre de la Baja Mesopotamia (y los poderes coloniales siempre supieron que sacarían muchas ventajas si jugaban con el enfrentamiento de las diversas minorías o grupos).

Es importante señalar que los informes oficiales confidenciales de Bell muestran una mezcla característica de valoraciones personales y psicológicas, al lado de juicios políticos. Así, por ejemplo, todos los prejuicios de la mirada orientalista sobre los gobernantes no occidentales se revelan en el retrato que Bell hace de Abdelaziz Ibn Saud, fundador del estado saudita y padre de todos los reyes sauditas hasta ahora:

a pesar de que es muy alto y ancho de espaldas, transmite la impresión, tan común en el desierto, de un cansancio indefinido, que no es individual sino racial, la fatiga secular de un pueblo antiguo y autocontenido... sus movimientos estudiados, su sonrisa lenta y dulce, y la mirada contemplativa de sus ojos con los párpados caídos, aunque refuerzan su dignidad y atractivo, no se ajustan a la concepción occidental de lo que es una personalidad vigorosa (Bell, Informe Confidencial sobre Mesopotamia, s/f, pp. 30-31).

Es un retrato con todos lo tópicos orientalistas, y de una manera sutil nos transmite el mensaje de que los europeos son superiores.

En 1917, el rey Jorge V le concedió el nombramiento de Commader of the British Empire, y no es de extrañar, ya que Bell empleó siempre sus conocimientos y sus viajes para favorecer la causa del Imperio Británico. En sus escritos queda muy claro que nunca pensó que su decidida lealtad al imperio pudiera ser perjudicial, o siquiera que dejara de coincidir con los intereses de los árabes, a los que con frecuencia se refería en un tono paternalista como ese “niño muy viejo” (Bell, 1987). Esta metáfora del niño viejo para referirse al oriental o al árabe tiene unas connotaciones muy características del Orientalismo.

Identidad y género en la personalidad de Bell

Gertrude se sintió a menudo prisionera de las limitaciones que la vida social le imponía debido a su género, y en numerosas ocasiones se lamentó de ello en sus escritos. Pero como mujer, era consciente de que tenía también ciertas ventajas. Le era más fácil establecer contactos con la población local y se le abrían más oportunidades de recoger informaciones valiosas. Por ejemplo, durante su breve encarcelamiento (o retención en el lujoso harén) en Hayil, donde solo podía ser visitada por mujeres, obtuvo información crucial de una circasiana que había sido concubina del último emir con quien entabló cierta amistad. En parte porque era mujer, y una mujer en el servicio exterior era una novedad, los árabes la consideraban como “semioficial”, lo que explica que acudieran a ella con noticias y habladurías que no habrían contado a funcionarios británicos, pero que con frecuencia esas comunicaciones podían ser muy reveladoras desde una perspectiva política.

Gertrude también aprovechó sus cualidades femeninas como anfitriona para organizar cenas en su casa de Bagdad, en las cuales los jeques locales y los miembros de la administración colonial eran invitados para que pudieran discutir de cuestiones políticas de manera informal y menos rígida. Pero Gertrude llegó a ser famosa en Oriente Medio por lo que sus contemporáneos denominaban cualidades “masculinas”. El presidente de la RGS dijo en el acto póstumo en la Sociedad:

Miss Bell es todavía muy bien conocida a lo largo y a lo ancho del mundo árabe... no creo que ninguna mujer europea haya alcanzado tanta reputación. Tenía todo el encanto de una mujer combinado con muchas de las cualidades que atribuimos a los hombres. Se la conocía en Oriente por estas cualidades masculinas (Hogarth, 1927, p. 21).

En sus viajes, Gertrude se comportaba siempre como una Lady y vestía trajes victorianos largos e incómodos. Y mientras viajaba por el desierto, llevaba consigo un baúl con lencería fina y con vestidos elegantes que siempre se ponía (incluso cuando estaba sola) para la cena. Es cierto que era una norma entre los funcionarios y militares británicos en las colonias, incluso durante sus viajes, vestir de manera muy formal en determinados momentos. Gertrude tenía muy claro (al igual que los funcionarios británicos) que estos rituales servían para mantener un sentido de identidad cultural frente al Otro y para perpetuar la ideología del gobierno imperial.

Es curioso constatar que Bell seguía con mucho interés la última moda de París y de Londres y a menudo a su madre adoptiva le pedía ayuda en sus compras:

Me permite que le pida cuatro blusas, por favor, Crêpe de China, a ser posible dos de color marfil y dos de color rosado. Envío con esta unos anuncios de Harrods que son elegantes, especialmente el que he señalado. Agradecería también mucho si pudiera encontrarme y enviarme una chaqueta verde de seda con botones de plata (Bell, 1987, p. 340).

De esta carta se desprende fácilmente su extracción social y su identidad de clase. No en vano una de las necrologías publicadas a su muerte en el diario The Times se titulaba “Moda de París y modales de Mayfair en los desiertos de Arabia”.

Isabelle Eberhardt (1877-1904): una nómada apátrida y apasionadaLa leyenda de una vida

Isabelle Eberhardt nació en Ginebra (Suiza) en 1877. Su madre, casada con un general perteneciente a la aristocracia rusa, huyó a Suiza en 1872 con el tutor de sus hijos, un anarquista ruso que había sido sacerdote ortodoxo; él fue el padre de Isabelle y quien dirigió su educación inculcándole el inconformismo que marcaría toda su vida. Fue también él quien la alentó a que usara ropa masculina, le enseñó a cabalgar y le dio clases de árabe. Ávida lectora de Pierre Loti, se sintió atraída por Oriente y, en 1897, ella y su madre partieron hacia la ciudad argelina de Bonne (actualmente Annaba), donde ambas se convirtieron al Islam. Isabelle pronto se sintió muy cercana a los musulmanes y empezó a escribir una serie de relatos breves para la revista L’Athénée, mostrando imágenes de la vida local (Behdad, 1994). Su madre murió a los seis meses de llegar, circunstancia que marcó el principio de su vida nómada. Vestida como un hombre árabe y usando su nuevo nombre, Si Mahmoud, adquirió un caballo y se dirigió al Sáhara. Por diversas razones legales, Isabelle perdió su herencia, viviendo el resto de su existencia en la más absoluta pobreza.

En 1900, en El Oued, se casó con un joven militar argelino que era miembro de una orden sufí, la Qadriya, en la que Isabelle también fue iniciada. Por parte de las autoridades coloniales, su presencia era vista como peligrosa para la ley y el orden, de manera que fue expulsada de Argelia un par de veces, aunque pudo volver. Coincidió en Argel con Barrucand, director de El Akkar, una revista bilingüe favorable a una política colonial “suave» en la que empezaría a colaborar. Barrucand la presentó al general Lyautey, quien propiciaba una “penetración pacífica” más que una conquista militar. El general muy pronto comprendió que el dominio que Isabelle tenía del árabe vernáculo y su amplio conocimiento de las tribus locales y de la cultura islámica la convertían en un recurso muy valioso en la obtención de información para el aparato colonial francés. Paralelamente, su boda con un musulmán afrancesado y su pertenencia a la Qadriya le daba acceso a lugares que ningún otro europeo osaría penetrar. Así pues, le propuso dirigirse al desierto del sur de Orán para informar acerca de aquellos territorios todavía desconocidos, de las tribus allí radicadas y de sus actividades. La proposición encajó con su deseo de libertad y de cabalgar por el desierto y, mientras su marido se quedaba en el norte, ella se fue al sur con el permiso del ejército francés que le confería plena libertad de movimiento en la zona. En 1904 murió repentinamente durante una de las típicas tormentas del desierto en el oasis de Aïn Sefra (Chancy-Smith, 1992; Garcia-Ramon y Albet, 1998).

Isabelle, que siempre tuvo grandes deseos de hacerse un nombre en el mundo de la creación literaria, publicó diversos libros con diferentes pseudónimos (muchos de ellos editados de forma póstuma por Barrucand). El contenido de sus escritos es muy intimista y en ellos refleja la vida tradicional del desierto, algo que estaba desapareciendo ante sus ojos, lo cual ella imputaba a la dominación colonial.

¿Complicidad o resistencia frente a la ocupación colonial?

Isabelle fue bien conocida por sus afinidades y simpatías hacia los musulmanes, y criticó abiertamente las políticas antiárabes de la administración francesa. Por ejemplo, en Bône en 1899, cuando los estudiantes musulmanes se rebelaron contra las autoridades coloniales francesas, Isabelle estaba entre ellos y escribía:

si la lucha se convierte en inevitable, no dudaré ni un solo instante... quizá lucharé por los musulmanes revolucionarios tal como lo hice por los anarquistas rusos... aunque con más convicción y con un auténtico mayor odio contra la opresión. Me siento ahora mucho más musulmana que entonces me sentía anarquista (citado de su Diario por Kobak, 1989, p. 63).

Es bien sabido que sus simpatías hacia los musulmanes y sus actividades en la hermandad de la Qadriya, foro nativo de oposición política, no fueron del agrado de los franceses y estaban cuidadosamente registradas en diversos informes policiales de Argelia. De hecho, en un momento en que la teoría de la asimilación era un mito operativo, los intentos extravagantes de Isabelle por mantener un “comportamiento nativo” (going native) cuestionaron seriamente dicha teoría y sugerían que la cultura indígena tenía también sus propios méritos y virtudes. Por supuesto, ello no podía ser tolerado por los colonizadores. Pero a pesar de que las simpatías de Isabelle estuvieron siempre con los más desvalidos, y de que confió románticamente en la justicia y la igualdad, nunca participó en ningún movimiento político. Su revolución siempre adquirió tintes de evasión.

Pero Isabelle siempre estuvo convencida de algunos de los beneficios de la administración francesa. Perteneció a la generación de eslavos librepensadores que vieron en Francia la fuente real de todo liberalismo. Así, cuando la acusaron de actividades antifrancesas, escribió: “siempre que puedo les explico... a mis amigos nativos que la dominación francesa es mucho mejor que tener otra vez a los turcos o a cualquier otro poder extranjero” (Eberhardt, 1988, p. 87). Esta ambivalencia puede ayudarnos a entender algunas de sus actividades y, especialmente, las llevadas a cabo durante su último año en el desierto del sur.

Los relatos que ella escribió plasman la vida en Tafilalet, en el Sáhara fronterizo con Marruecos. Describe a los soldados nativos con los que viajó y con los que se identifica. También presenta la vida en los oasis de la región y las costumbres de las tribus nómadas, y se lamenta de unas formas de vida que desaparecen. Pero también piensa que alguna de las políticas coloniales traerían desarrollo a estas áreas depauperadas:

para justificar nuestra presencia en el sureste de Orán, Francia tiene el imperativo deber de asegurar una paz benevolente en la zona y utilizar todo tipo de iniciativas económicas para mejorar la situación del país... Sin ello, la conquista de esta zona... será una empresa inútil que cualquier persona sensible no dudará en condenar severamente (Eberhardt, 1988).

De hecho, poco a poco Isabelle fue adquiriendo una posición comprometida en relación con las políticas de Lyautey, y acabó identificándose parcialmente con ellas. Finalmente parece como si Isabelle hubiera encontrado en los planes de Lyautey un lado “humano” del colonialismo que debería traer paz y desarrollo. Es verdad que el viaje al desierto del sur le dio al estilo de vida de Isabelle el carácter que tanto había deseado y que le había sido negado por los colonos europeos del norte, pero pagó por ello un precio muy alto, perdiendo su voz independiente. La muerte prematura de Isabelle le evitó, al menos, el dolor de constatar que la política colonial de Lyautey, que ella tanto alabó, culminó como tantas otras políticas coloniales para las que la paz significa simplemente intimidación.

Pero las nuevas generaciones de escritores del Magreb independiente consideran que los escritos de Isabelle fueron los primeros en denunciar la alienación cultural de los colonizadores, y para mucho argelinos ella representa la defensa de los valores nacionales en el momento culminante de la época colonial y la consideran una precursora de los escritores magrebís francófonos: “La obra de Isabelle es notablemente protoposmoderna y poscolonial: su enfoque sobre la realidad del Magreb es percibida por muchos lectores actuales magrebís como un intento pionero […] de la revisión del Orientalismo” (Abdel-Jaoual, 1993, p. 101).

Encuentro colonial y travestismo en Isabelle Eberhardt

Robin Longhurst ha constatado que privilegiar lo conceptual por encima de lo corpóreo ha sido uno de los supuestos básicos del conocimiento geográfico (Longhurst, 2007), y Judith Butler (1990) ya afirmaba hace años que el cuerpo se convertiría en una cuestión clave en la investigación feminista poscolonial y posmodernista. En el caso de Isabelle Eberhardt, este enfoque resulta sumamente fructífero. En efecto, Eberhardt parece entrar y salir de su género del mismo modo que sus simpatías iban y venían de los colonizadores a los colonizados. La adopción de un nombre musulmán para sus viajes y sus escritos revela las múltiples dimensiones de las transgresiones de Isabelle. Escogió un nombre masculino, Si Mahmoud Saadi, simulando un joven estudioso árabe en búsqueda del conocimiento coránico (Rice, 1994). Esta elección de identidad puede interpretarse como una transgresión deliberada o como un rechazo de un rol de género impuesto. ¿O acaso era tan solo un medio para ser admitida en ámbitos prohibidos para las mujeres, incluso las musulmanas? En parte, esto lo sugieren sus propias explicaciones:

Puedo pasar completamente inadvertida por cualquier sitio, una posición excelente para la observación. Si las mujeres no pueden hacerlo es porque su vestido llama la atención. Las mujeres siempre han sido hechas para ser miradas, y todavía no parecen muy preocupadas por este hecho. Creo que esta actitud da demasiadas ventajas a los hombres (Eberhardt, 1988, p. 38).

Pero su travestismo tenía sus raíces en su infancia, cuando lo fomentó Trophimowsky, y se ha dicho también que era fruto de las necesidades de su vida nómada, lo que complica más la cuestión.

Eberhardt no solo se vestía como un hombre, sino como un árabe, subvirtiendo otra forma de hegemonía y traspasando así una frontera cultural: un hombre europeo podía ocasionalmente vestir como un árabe, pero nunca podía hacerlo una mujer europea. El travestismo de género y de cultura de Isabelle provocaba la abierta hostilidad de los colonos franceses. Entre los árabes era recibido con indiferencia, ya que ella era europea y este era el único hecho fundamental, desde el punto de vista de los nativos.

Pero Isabelle era muy consciente de la diferencia entre su identidad femenina europea y el papel de joven árabe que ella había adoptado. Ella escribe con frecuencia: “nadie conoce mi verdadera identidad”, reconociendo el divorcio entre su identidad real y su identidad adoptada, y por lo tanto aceptando el género como categoría construida. En su búsqueda de una identidad tanto como en su huida de aquella que aborrecía, Isabelle tomó diversos nombres exóticos, masculinos y femeninos (siempre árabes o rusos), aunque en sus últimos años casi siempre utilizó el nombre de Si Mahmoud Saadi, tanto en sus escritos como en su vida diaria. Este cruce de fronteras de género y culturales perturbaba profundamente las imágenes estereotipadas de Oriente y del Otro y, en definitiva, de la identidad colonial, basada en la diferenciación y discriminación racial.

A título de conclusiones

Los escritos y las vidas de Bell y Eberhardt nos ofrecen elementos importantes para la creación de una imagen de Otredad —situada en un espacio entonces remoto y exótico—, y también nos revelan la complejidad de la experiencia del encuentro colonial. Tanto Isabel como Gertrude desempeñaron un papel significativo en sus respectivas áreas coloniales del mundo árabe, si bien la ambivalencia que hemos detectado en sus obras cuestiona abiertamente la noción simple de Otredad, tal y como es presentada en la obra de Said. El estudio de las trayectorias de estas dos mujeres pone asimismo de relieve la centralidad de la categoría de género que —combinada con las de raza, nacionalidad, identidad y clase social— constituye un instrumento analítico muy útil para examinar las narraciones de viajeras en el encuentro colonial. En efecto, no se puede afirmar —tal como hace una buena parte de la literatura feminista poscolonial— que las viajeras o exploradoras, por su condición de mujer, tengan una actitud menos racista o más crítica con el proyecto colonial. El análisis interseccional nos descubre un panorama mucho más complejo.

Para Bell, el viaje hacia Oriente significaba la libertad; es decir, la misma conceptualización del Oriente significaba la posibilidad de la aventura, de la huida que permitía trascender los confines de la domesticidad tradicional, en este caso para escapar de los estrechos márgenes de la vida de una joven de clase alta de la Inglaterra de su tiempo. Pero esta libertad fue solo la de convertirse en una versión singular del Englisman imperial. Gertrude aprovechó el imperio para disfrutar de una forma especial del poder que no habría podido tener en su Inglaterra nativa, y lo hizo sin cuestionar nunca la superioridad imperial de Gran Bretaña. En contraste con su actividad “masculina” cuando se hallaba en Oriente, en su país Bell se mantuvo dentro de las barreras más convencionales de género. Sin embargo y al mismo tiempo se las arregló para establecer una cercanía personal con muchos de los árabes con quienes trabajó y dio una publicidad entusiasta a su historia pasada. Su actitud y comportamiento —que podemos leer entre líneas en sus textos— son muy diferentes de los que se observan en informes “más objetivos” de funcionarios coloniales mucho más preocupados por su carrera administrativa o política.

Para Isabelle Eberhardt, el Oriente (en su caso, África del Norte) fue también un lugar de emancipación personal y un medio de huir de las convenciones rígidas de la sociedad europea. Y no solo huir del rol de género, sino también de su particular problema de superposición de identidades y nacionalidades (¿era rusa, francesa, suiza o magrebí?). Al contrario que en el caso de Bell, el discurso de Eberhardt constantemente difumina las fronteras entre el colonizador y el colonizado. Ella es una disidente frente al estereotipo colonial predominante; sin embargo, su vida y sus escritos muestran que una mujer que había sido considerada indeseable por la administración colonial francesa podía llegar a ser instrumentalizada para la penetración colonial. Eberhardt transgredió las normas europeas de género e identidad y, en general, sus valores culturales, pero la autoexploración íntima que en realidad constituyen sus viajes por el desierto solo fue posible bajo condiciones coloniales. Cruzar y volver a cruzar fronteras —entre géneros, idiomas, religiones y culturas— atestigua su capacidad para desafiar posturas patriarcales, feministas, coloniales o poscoloniales. Pero los últimos escritos de Eberhardt y sus actividades en el desierto del sur argelino sugieren que su nunca satisfecha realización personal en el espacio colonial la llevó a posturas cada vez más ambiguas, hasta identificarse con uno de los aspectos del proyecto colonial: el que encarnaba el general Lyautey con sus planes de “penetración pacífica” en el Sáhara. Sus orígenes nacionales y de clase, tan complicados, deben tenerse en cuenta para la comprensión de sus ansiedades, y explican muchos rasgos de su postura ante el conflicto entre colonizadores y colonizados, un conflicto en el que ella era a la vez testigo y agente.

En conclusión, la vida y los escritos de Isabelle y de Gertrude son claramente distintos, incluso contradictorios, pero arrojan mucha luz sobre la fluidez de las nociones de género, raza, nación y clase, y nos demuestran la complejidad de los roles políticos e ideológicos que jugaron las mujeres en las colonias. Asimismo, sus textos nos presentan una visión ambivalente y fluida del encuentro colonial en el Oriente, en vísperas de ser colonizado. En todo caso, se trata de una visión de la Otredad más matizada que la que nos sugiere Said y que la que se desprende de las narrativas de viaje masculinas.

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