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Vol. 48.
Páginas ix-xv (enero 2013)
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Marta Clara Ferreyra
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(En México hay unos 31 millones de jóvenes: son la cuarta parte de la población de este país.)

Regreso de Sinaloa en donde he aprendido un nuevo término que describe a ciertas jóvenes mujeres de ese estado: “las buchonas”, cuya expectativa de vida es encontrar al narco perfecto. Su leit motiv: “más vale un año de lujo que diez de miseria”: poder y dinero y la obligación ¿social? de exhibirlos en la calle o en el centro comercial. Mientras les llega la muerte (“si andas con un buchón y cae, caes con él”), son el trofeo de los narcojuniors. Buscan al fugaz dueño de un efímero paraíso que les pague las operaciones estéticas, las extensiones de pelo, las uñas, el celular de última generación y así, un largo etcétera. Cuando una mujer avanza, con su impulso nos movemos todas; cuando estas chicas se hunden voluntariamente en el fango dorado del hiperconsumo como modo de ser en un mundo que ya no parece ofrecerles nada más atractivo, todas bajamos un peldaño. Pienso en el sentido de la vida. Decía la psicoanalista Silvia Bleichmar al respecto, que hoy en día a los jóvenes solo se les enseña a sobrevivir, a evitar la salida de la cadena productiva, como si en eso residiera la felicidad, pero esta —la felicidad— no es una cuestión de goce inmediato, sino la posibilidad de proyectarse hacia delante. La nuestra —dice— es una sociedad sin futuro y, para aquellos jóvenes que tienen vedado ese horizonte, la vida es un espacio sin sentido, una condena a corto plazo.

En medio de este agujero negro hay jóvenes en nuestro país que siguen encontrándole un sentido. Abre el dossier “Voces de jóvenes”, Alejandro Campos, un alumno de Relaciones Internacionales del itam, quien nos da la bienvenida con un relato valiente y enérgico que, partiendo de una escena amorosamente doméstica, desata una reflexión profunda sobre la masculinidad, la violencia simbólica y los habitus de Bourdieu, el exacto camino que es necesario seguir para “llegar a ser un hombre”. El precio de cualquier ruptura del “orden establecido”, descubre en carne propia, es el silencio de todos, la separación y el alejamiento. La diferencia mata, nos dice. Y con esa muerte, nos lleva al terreno de la muerte de las imposiciones, desde donde es posible encontrar la libertad tan deseada.

Escrito también desde un arrollador yo joven, Maria del Mar Gargari nos sumerge en un texto que se sitúa en las contradicciones y en las fisuras de la ¿desconocida? ¿borrosa? ecuación jóvenes y noche. Los apetitos nocturnos cambian a ritmo de la sociedad. Lo conocido hace unos años ha dejado de serlo; los lugares, las drogas, la jerga... todo es diferente. La noche, nos advierte, es un territorio atravesado por diferentes fronteras: clase, color, género. Nos preguntamos con ella, ¿es igual la noche para todos y todas? ¿Qué les niega el día? Gargari trabaja sobre los habitus tanto de jóvenes como de mayores tratando de resolver el enigma: ¿quiénes son los jóvenes? ¿Cómo se resuelven estas preguntas si agregamos la necesaria mirada de género que, nos explica, limita con más fuerza las normas para las mujeres? Gargari escribe desde la permisividad de la oscuridad, desde el humo, ambientes sórdidos y ruidosos, y el resultado es un texto luminoso y fresco. Metidas ya de lleno en estas cabezas jóvenes, atestiguamos dos mesas redondas de estudiantes de licenciatura de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, organizadas por nuestra compañera Hortensia Moreno, dispuestos a debatir en torno a temas como el amor, la virginidad, el sexo, el aborto, el futuro. Llama la atención la libertad y las posturas abiertas y comprensivas de los varones. Dicen, sin titubear: “las mujeres deben decidir sobre sus cuerpos” y nos confiesan que cuando se preguntan si “somos o no feministas” saben que “¡son ellas las que tienen la palabra!”. Ellas, sin embargo, son más cautas cuando hablan de virginidad, de aborto, cuando someten sus ideales a examen de su razón, de sus lecturas. Opinan sobre su derecho a elegir, y, aunque todas están a favor, sus palabras son prudentes. Se deja ver esa marcha lenta, ese avanzar despacio sobre un territorio que, lo recuerdan o lo imaginan posible, duele. Ese territorio es su cuerpo. Toda mujer sabe que está atravesada por esa incontestable evidencia. Poner el cuerpo. Se leen sus voces y resuena la sangre; hay cuerpo, hay palabra. Ambas se mezclan. No pueden hablar de esto sin que las cruce una corriente fría.

Las voces de las jóvenes continúan apareciendo, ahora desde la pluma de Luisa Hernández Herse, para hablarnos de esa práctica cultural, el graffiti, y de cómo las mujeres han ido haciéndose presentes en estas prácticas clandestinas, ese “dejarse ver”, nos dice, apropiándose de ese espacio público otrora exclusivo de ellos. El género intersecta lo juvenil y problematiza a las mujeres que quieren romper el estereotipo (“ser buenas hijas”), salir de casa, ocupar la noche y pintar con aerosoles u otras herramientas los muros blancos de la ciudad. Pelear su libertad en lo privado pero también en lo público. El graffiti como subversión del orden establecido y deconstrucción, nos dice Hernández H., de su “esencia femenina”. Nos movemos de lenguaje y llegamos a la música: el rock and roll tocado por mujeres en la frontera norte, concretamente en Tijuana. Es Priscilla Merarit Viera Alcazar quien nos introduce al mundo del rock and roll compuesto —y tocado— por mujeres jóvenes. El rock and roll está imbuido, lo sabemos, por símbolos y códigos masculinos. Nos inicia en el tema y dice: es más que una manifestación cultural, es un fenómeno que habla de relaciones de poder y de género. Ruptura del orden establecido por doble vertiente: ya eran la contracultura y como si fuera poco, son mujeres. Las dificultades de las mujeres rockeras para quedarse en la escena discográfica y perdurar, hacer carrera. ¿Cuáles son las razones, más allá de las representaciones vinculadas a lo doméstico, por las cuales las mujeres acaban desertando en mayor medida que sus iguales hombres? ¿Cómo logran —algunas— negociar con estructuras, órdenes culturales y representaciones, en beneficio de sus propias carreras artísticas?

En una revisión geopolítica de la situación de los jóvenes, reflexionando sobre las difíciles encrucijadas y estigmatizaciones con las que se encuentran por igual mexicanos, estadounidenses, españoles o alemanes, Sayak Valencia nos introduce al crudo mundo del capitalismo gore. El futuro es el gran ausente del argot juvenil. Frente a la destrucción de los viejos modelos (países desarrollados/subdesarrollados), Sayak Valencia abre el debate sobre tres “disfemismos”: $udacas, €uracas y norteca$, como conjuntos de jóvenes inscritos en esos contextos referenciales. ¿Es posible resignificar los insultos y las calificaciones peyorativas convirtiéndolas en categoría de identificación y agenciamiento?

Sigue más adelante un artículo escrito por un grupo de estudiantes de cpys, de la unam, sobre sexo casual: fidelidad, parejas abiertas. Son Víctor Hugo Ramírez García, Florence Chirié, Karely Góngora García y Félix Camacho Moya. Hablan de lo permitido y lo no tolerado; los acuerdos y los límites de lo aceptable. Dicen que “los jóvenes de hoy desarrollan prácticas sexuales de diferente manera que antaño” y me pregunto qué les lleva a pensar eso: ¿las enfermedades de transmisión sexual?, ¿el vih/sida? Contestan que las herramientas de control, sumadas a una mayor información los hace “más dueños de sus elecciones”. (Dato estremecedor: en el México de hoy, 27.6% de los embarazos suceden a jovencitas en un rango de edades de 10 a 19 años.) Y las preguntas caen por su propio peso. Hablan con una libertad y una soltura que da envidia. Es la juventud la que late y delata, como el corazón del cuento de Edgar Allan Poe. Hablan de sexo casual y hacen distinciones muy interesantes: a la pregunta de qué consecuencias experimenta una persona que tiene sexo casual con otra, las respuestas revelan un importante sesgo de género: 14% de los varones siente orgullo, mientras la misma proporción de chicas siente pena, vergüenza. Ahí sigue persistente la brecha de género, la doble moral de la libertad sexual. ¿Han cambiado realmente las cosas? Me abre el apetito de otras mesas redondas en las que hablen de lo que vendrá después, de las relaciones formales, del noviazgo, del matrimonio.

Para terminar la sección sobre jóvenes, Rossana Reguillo realiza un análisis lúcido y extraordinariamente bien concebido y escrito, certero al desgranar los diversos perfiles del conjunto “jóvenes”, que (nos recuerda) no son un colectivo uniforme, sino suma de universos. Bajo la premisa de “toda diferencia es una diferencia situada”, nos dice quiénes son y cómo son los jóvenes hoy; nos marca las diferencias para que dejemos de verlos como un todo, aunque echo de menos la explícita señal sobre las diferencias de género. ¿Qué podemos esperar de los jóvenes, qué les está pasando, qué encrucijadas los obstaculizan y cuáles los liberan, qué piden al futuro si es que lo tienen o si es que piden algo? El texto de Reguillo merece una lectura atenta, entre otras cosas porque no pretende ser, tal y como ella dice, ni premonitorio ni apocalíptico. Nos pinta un paisaje complejo, dispar, solipsista y solidario a veces, doloroso siempre, de chicos y chicas que solo buscan sobrevivir en una sociedad que los expulsa constante y continuamente, y al mismo tiempo, desde algún y paradójico lugar, persisten buscando una salida que les (nos) devuelva ese atisbo de esperanza imprescindible para continuar.

Desde el campo de la reflexión teórica sobre cómo se piensa y se escribe la historia de mujeres o de género, María Inés García Canal nos refiere un panorama que resulta muy estimulante a través de una propuesta que tiene un toque de belleza: “ser infieles a las certezas que nos constituyen...”, que me suena a “la crítica despiadada de todo lo existente” propuesta por Marx en la revista Anales Franco-Alemanes; y en esa profunda e incesante cascada de desafíos al pensamiento homogéneo, nos empuja a tratar de contestar a varias preguntas: ¿cuál es la tarea de los y las historiadoras, hacer historia o dar testimonio de una memoria?, ¿cómo es la cocina de la historia de mujeres o de género?, ¿qué ingredientes?, ¿hay un sujeto/mujer que lo ocupa todo sustituyendo de manera maniquea al sujeto/hombre? La suya es una consideración crítica, además de una puesta en palabras movilizadora que nos hace revisar imperativamente nuestras bienintencionadas (pero puede que oxidadas) miradas sobre lo que llamamos pasado.

Desde el campo del activismo feminista académico y cultural, la reunión anual de la Latin American Studies Association (lasa) nos deja textos de un potencial gigantesco; las “vacas sagradas” hablan sobre su recorrido, su experiencia, las encrucijadas, los buenos y malos acompañantes de este viaje que es querer cambiar el mundo. Ahí, enorme y muy reconocida por todas sus compañeras de ruta, Jean Franco. Vitales todas, brillantes y divertidas, “insurgentes y beligerantes”, como dice Ileana Rodríguez, cada artículo de esta sección tiene un valor que trasciende lo que está escrito: son años de lucha, de encuentros, pero también de pérdidas, de vivencias que se quedan en el camino por las elecciones tomadas en el impulso de los tiempos y de las exigencias de sus propios e inquebrantables compromisos adquiridos con ellas mismas. Detrás de todos estos textos hay décadas de contiendas, de insomnios, de desencantos, de pequeños y grandes triunfos. Su tono personal nos recuerda que, si aun queremos hacer arder las hogueras que quedan pendientes, entre ellas hay brasa y rescoldo para rato.

Entramos de lleno a la sección desde el derecho, con dos artículos que dan nueva vigencia (¿acaso llegó a irse?) al debate feminista en torno a los límites de lo cultural: ¿pueden ser los derechos de las mujeres escenario de consideraciones dizque culturales cuando más que eso son impúdicas deferencias hacia al poder masculino? Mónica Tarducci se sumerge en el caso de la niña wichí, habitante de una población de raíces indígenas del norte de Argentina. Esa niña, de unos 9 u 11 años, es violada y embarazada por su padrastro. Toda la estrategia de la defensa (de él) va dirigida a hacer pasar el delito como parte de los usos y costumbres —que se improvisan— a medida que la “logia” machista da frutos a través de sus pactos. Tarducci advierte con contundencia: ciertas prácticas culturales están teniendo consecuencias graves para la salud (y la libertad, diría yo) de las mujeres. En este mismo orden de cosas, Mariana Ardila Trujillo recuerda con agudeza que el enfrentamiento entre derechos de las mujeres y cultura es de larga data: todas las conquistas de las mujeres tienen como escenario la lucha contra la cultura androcéntrica y patriarcal. Dicho eso, comienza un minucioso análisis de los usos perniciosos del término cultura, y se explaya en aquella interpretación que opone cultura a civilización: las cosas que hay que aceptar por cuestiones culturales que, idealizan, los países civilizados no sufren. Como si estos hubieran olvidado ya todo rastro de violaciones de derechos de las mujeres. Seamos complacientes, “son cuestiones culturales”, insisten. Ardila Trujillo hace una disección sin contemplaciones y nos muestra que las cuestiones de los derechos de las mujeres no son propiedad exclusiva de países civilizados (en oposición a “en vías de desarrollo”), y las luchas no todas provienen de esos países. Son muchas las mujeres de todas latitudes y culturas, posibilidades económicas, privilegiadas o no, que han ido “abriendo brecha”, como dirían en lasa. Termina Ardila Trujillo con una interesante reflexión/propuesta o puntos de partida útiles para mirar estos viejos conflictos que siguen enfrentando derechos de las mujeres, respeto y diversidad cultural, y entre los cuales suelen salir perdiendo las primeras.

Un espacio de honor para las diez amigas de Carlos Monsiváis que presentaron su libro Misógino feminista, dueño del más bello oxímoron. Ahí quedan los diez textos, escritos cada uno desde el cariño, el respeto, la admiración y, en casi todos los casos, desde el agradecimiento. Todos ellos hacen un repaso a diferentes aspectos de su vínculo con Monsiváis o con una parte de su vastísimo pensamiento que quisieron resaltar. No se cruzaron en los temas y cada una de ellas hizo algo diferente, original, como si lo hubieran ordenado antes de hacerlo. No fue así. Sus amigas eran todas diferentes y, sin duda, su relación con Monsivais fue lo suficientemente diversa y extraña como para reforzar esta imagen de pensador poliédrico que tanto se ajusta a lo que fue, y en parte a lo que sigue siendo.

Llegamos casi al final y nos encontramos con análisis e información —que viene desde pensadores católicos: Juan Marco Vaggione y Mary E. Hunt— que nos abren perspectivas de interpretación muy críticas, que entre otras cosas nos develan algunas de las sospechas que rodean a la figura de Jorge Bergoglio (el papa Francisco para sus fieles). Sospechas hacia el pasado, e interrogantes hacia el futuro en lo que respecta a los derechos de las mujeres y de quienes suenen a amenaza para la Iglesia católica apostólica y romana, terrenal reino de la doble moral.

En el capítulo de lecturas recomendadas, la reseña del gran trabajo de historiadora y casi de espeleóloga de Gabriela Cano, en Se llamaba Elena Arizmendi, reseñado por Pamela Fuentes. Una minuciosa y apasionada reconstrucción de la vida de esta valiente y extraordinaria mujer a través de la imagen en el espejo que hizo de ella, José Vasconcelos a través de su alter ego, Adriana. Difícil y ardua tarea la de Cano, desarmar, deconstruir el relato del político y filósofo mexicano, y encontrar otras fuentes que permitieran completar y recuperar la verdad histórica de Elena Arizmendi: mujer de vanguardia, autónoma, escritora y artista de sólida formación intelectual. Seguimos con el prólogo de Marta Lamas al libro de ensayos de Carlos Monsiváis Misógino feminista; y terminando la sección de reseñas, el profundo análisis y la bella lectura y glosa que nos ofrece Luis Ignacio Sáinz del libro de Eli Bartra, Mosaico de creatividades: experiencias de arte popular. Este último trabajo de Bartra es la posibilidad de conocer y de empatizar con artesanos y artesanas... en calidad de sujetos, ’dueños de su provenir’ nos dice, en un vuelo sobre “tres continentes, cuatro países, cuatro lugares geográficos, distintas realidades étnicas y un mismo tiempo histórico”.

En la parte más lúdica un brevísimo y mordaz cuento de Graciela Martínez Corona, y, en los “argüendes”, la presencia siempre deseada de Jesusa Rodríguez con su homenaje a la querida y recordada Laura Bonaparte, psicoanalista argentina, madre de Plaza de Mayo: “ejemplo más puro de la inteligencia, el valor, la hermosura y la sensibilidad puesta al servicio de la colectividad y de los más vulnerables”. Cierra este número la canción de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe dedicada, como debe ser, a la “Gente bien”.

Eso es todo, 48

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