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Vol. 50.
Páginas 35-48 (enero 2014)
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El tiempo del despojo. Poder, trabajo y territorio
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Adolfo Gilly*
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En la base de la vida moderna actúa de manera incansablemente repetida u mecanismo que subordina sistemáticamente la lógica del valor de uso, el sentido espontáneo de la vida concreta, del trabajo y el disfrute humanos, de la producción y el consumo de los bienes terrenales, a la lógica abstracta del valor como sustancia ciega e indiferente a toda concreción, y sólo necesitadade validarse con un margen de ganancia en calidad de valor de cambio. Es la realidad implacable de la enajenación, de la sumisión del reino de la voluntad humana a la hegemonía de la voluntad puramente cósica del mundo de las mercancías habitadas por el valor económico capitalista. Bolívar Echeverría, Valor de uso y utopía, Siglo xxi, México, 1998, p. 63.

1.

En la mundialización de la producción y la circulación de mercancías y más y más, del trabajo humano asalariado en estas primeras décadas del siglo, estamos en una nueva época de las relaciones en las sociedades humanas y entre estas y la naturaleza, condición primera de su existencia.

No se trata sólo de una política: modernización, neoliberalismo o como se la llame según su forma aparente en el reino de las relaciones políticas. Tampoco se trata de un asalto de la especulación o de una “fracción especulativa” del capital global. Es, en cambio, la forma tomada por el capital, en tanto relación social, en su expansión sin barreras sobre ilimitados territorios naturales y humanos, según el violento proceso multisecular de su mundialización.

Desde la última década del siglo xx vivimos una trasformación irreversible en la amplitud de los contenidos y significados de la relación del capital como la dominante y definitoria de los marcos y los contenidos de las demás relaciones en la sociedad global. La esencia de esta trasformación es que el trabajo humano, en tanto fuerza de trabajo, es la mercancía, la medida y el valor de cambio definitorio de todas las demás relaciones sociales: “el valor como sustancia ciega e indiferente a toda concreción”.

En este contexto el poder, como relación de mando y obediencia, no pierde la territorialidad que le es consustancial. Las sociedades y los seres humanos habitan territorios. Sigue siendo el territorio, allí donde trascurren los tiempos y los mundos de la vida, el lugar inmediato y necesario del mando, como lo vivimos cada día a través del gobernador, del funcionario y del cacique. A medida que se asciende en el mundo del poder y éste amplía su jurisdicción, este mando inmediato, corporal, sin ser sustituido pues su materialidad directa es indispensable, pierde en densidad, autonomía e incidencia visibles. Pero en tanto relación de mando y obediencia el poder siempre adquiere su forma material sobre el territorio y en sus ámbitos tales personajes son indispensables. Nadie puede gobernar por drones.

Es cierto: la capacidad última de incidir y decidir se ha ido trasladando y se condensa en otro poder central, lejano e incontrolable, aquel que detenta el control del dinero —el control del valor de cambio— y por ende el del armamento y sus puntas tecnológicas. Allí reside como razón última el poder que dan la posesión, el control y, llegado el caso, el monopolio de la violencia en sus tecnologías más refinadas; y allí topan con su techo aquellos poderes locales ante otros más vastos y mejor provistos para la coerción y la negociación que casi siempre como sombra la acompaña.

Ahora bien, si hay algo territorial y material en este mundo son las armas, el poder que las detenta y la violencia que encarnan. El poder, esa relación en apariencia inmaterial de mando y obediencia, no se “desterrito- rializa” ni se exporta. En su última esencia el poder es y requiere territorio porque sus sujetos, los seres humanos, son seres terrenales al igual que los bienes que dan sustento y sentido a sus vidas. Es innecesario recurrir a Max Weber para saber que ese poder tiene en su seno, implícita o no, la violencia.

Por eso, subordinar a un poder externo y ajeno al guardián armado del territorio propio, el ejército nacional —así sea por instrucción, conocimientos, doctrina o abastecimiento— es subordinar el poder al cual sirve ese ejército y el territorio que supone proteger.

2.

Según los equilibrios surgidos de la Segunda Guerra Mundial, la onu y su Consejo de Seguridad serían los depositarios últimos del derecho a la “violencia legítima”. Es sabido que esta ficción desterritorializada nunca funcionó de ese modo. Cada Estado nacional, grande o pequeño, reclama para sí en su territorio ese derecho sustentado en sus armas, es decir, en la posesión de los medios materiales para ejercerlo.

Esa guerra mundial —y no tan sólo las políticas keynesianas de Roosevelt, por efectiva que haya sido su incidencia— fue por fin la real salida de la crisis de 1929, a través de la destrucción de capital y la desvalorización de la fuerza de trabajo por la violencia bélica. Pero esta violencia engendró también el turbulento proceso territorial y social global de la posguerra en las metrópolis y en las colonias: la reorganización y las nuevas demandas y derechos del trabajo asalariado en las industrias urbanas y rurales, la irrupción de las mujeres en el trabajo y en los derechos, la insurrección del mundo colonial contra la dominación de las antiguas metrópolis.

Tal vez el documento que mejor expresó la conciencia y los sentimientos surgidos de aquella vivencia universal de destrucción y muerte, y los derechos a que esa conciencia aspiraba, haya sido la Declaración Universal de los Derechos Humanos de diciembre de 1948.1 Su artículo 25, por ejemplo, establece los fundamentos de lo que sería un Estado social universal:

Toda persona tiene derecho a un nivel de vida suficiente para asegurar su salud, su bienestar y los de su familia, en especial para la alimentación, el vestido, la vivienda, la atención médica, así como para los servicios sociales necesarios. Toda persona tiene derecho a la educación, al trabajo y a la seguridad social.

Pero la realización de este “ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse”, según dice el preámbulo del documento —ideal que en este siglo xxi tomó color de utopía—, quedaba librada a la instancia de “los Estados miembros” de la onu, es decir, al fin de cuentas a los depositarios nacionales y territoriales del ejercicio de la violencia legítima.

“No nos unió el amor sino el espanto”, podría haber sido la borgiana divisa de ese acto fundador de la Organización de las Naciones Unidas.

3.

De los ilimitados sufrimientos y desplazamientos humanos de esa segunda guerra mundial surgió también la rebelión del mundo colonial, cuya dominación era hasta entonces atributo de la existencia y el funcionamiento global del capital y sus metrópolis. No cualquier Estado era metrópoli de un imperio, no cualquiera podía succionar hacia su sede buena parte de los productos del trabajo y de la tierra de lejanos y ajenos territorios.

La revolución colonial acabó con esa dominación en tanto poder territorial: China, India, Indonesia, Ceylán, Corea, Medio Oriente, Egipto, África del Norte y Subsahariana, la lista es larga, diversa y accidentada y alcanzó un punto culminante en el desenlace de la prolongada guerra de Vietnam en abril de 1975. Fueron destruidos desde adentro uno tras otro los imperios británico, holandés, francés, belga, alemán, italiano, portugués, español, japonés.

De ese derrumbe surgieron, junto con el poder territorial de las clases y capas dominantes locales, nuevos sentimientos de orgullo nacional, la recuperación de las historias propias y también nuevas ambiciones y realidades de dominación en el seno de esas sociedades y sus Estados.

Fue una Gran Trasformación, para usar la expresión de Karl Polanyi: países coloniales entraron, cada uno a su modo, a las formas políticas republicanas; al orgullo nacional; a la idea de una cultura universal con sus propias culturas, lenguajes, músicas, creencias e historias; y también a la reconstitución del poder como nuevo poder territorial, con sus dominadores y sus dominados, con sus modos específicos de negociación del mando y la obediencia dentro del territorio nacional y con los poderes externos.

4.

De las guerras mundiales y las revoluciones en las colonias surgió también una reconfiguración del poder en las naciones europeas y latinoamericanas, en las repúblicas y en antiguos reinos europeos que desaparecieron como tales: Italia, Yugoslavia, Grecia, Europa oriental.

Mirando el siglo xx en perspectiva a partir de la segunda posguerra puede verse cómo en esos años fueron creciendo, en los hechos y en las normas jurídicas, el peso organizado del trabajo, los grandes sindicatos por industria, los derechos sociales y sus legislaciones protectoras, los derechos democráticos, el repliegue de las oligarquías de la tierra, un cambio de la relación entre la propiedad estatal y la privada a favor de aquélla; en suma,una reconfiguración del poder dentro de la nación y la república y en la distribución y el disfrute de los bienes terrenales (trabajo, salario, salud, educación, cultura, descanso, pensión...).

Esos años en Francia fueron llamados “los Treinta Gloriosos”. Culminaron en el año mágico de 1968 y en la huelga general. En ese tiempo en México la curva salarial fue ascendiendo sin interrupción hasta inicios de los años 70.

De otros confines había llegado la revuelta: la guerra de Argelia, la guerra de Vietnam, la revolución cubana, las guerras de liberación en África. Los primeros acontecimientos de aquel 1968 fueron desencadenados en enero y febrero por la ofensiva del Tet en Vietnam, tomada como bandera país tras país por los movimientos sociales y políticos que configuraron “el 68”. La caída de las dictaduras portuguesa (1974) y española (1976) cerró este ciclo en Europa.

Los caminos de la mundialización son incontables, entonces y también en nuestros días, y no son obra exclusiva del comercio y los flujos de capital.

5.

A partir de la reorganización del capital y la expansión de su forma financiera en esas décadas, se extendió y afirmó también el uso capitalista de grandes innovaciones tecnológicas cuyo origen inmediato había sido producto de las exigencias de la Segunda Guerra Mundial: energía, informática, microelectrónica, ingeniería genética, nanotecnología....

Ese uso tiene doble finalidad: por un lado, obtener posiciones y ventajas en la competencia entre capitales para elevar la tasa de ganancia; por el otro, afirmar la dominación sobre el trabajo en la relación social de capital y destruir o debilitar las formas de organización de los trabajadores ligadas a las tecnologías precedentes, en cuya experiencia y aplicación en la práctica habían tenido origen esas mismas innovaciones.

La disputa por el control del proceso de trabajo, esencia última de la acción sindical, a partir de los primeros años 80 fue una dura serie de luchas frontales donde las puntas avanzadas del nuevo orden del capital fueron la Fiat en Italia contra los trabajadores del automóvil (1980); Ronald Reagan en Estados Unidos contra la huelga de los controladores aéreos (1981); y Margaret Thatcher en Gran Bretaña contra la huelga de los mineros (1984).

Uno de los rostros más brutales de esta empresa global de recuperación del poder del dinero se había presentado desde los años 70 con las dictaduras militares de América Latina, en algunas de las cuales grandes empresas multinacionales se asociaron directamente con el poder militar para destruir a sangre y fuego las estructuras de organización obreras, ciudadanas y campesinas. En su forma más tosca y elemental, esta fue una afirmación de la necesaria territorialidad de ese poder, es decir, del ejercicio desnudo de la violencia del Estado sobre los habitantes de un territorio nacional. Las armas, abriendo paso a las nuevas tecnologías, hicieron la tarea.

6.

Las revoluciones coloniales y los nuevos Estados nacionales supusieron en los años sucesivos la incorporación de miles de millones de seres humanos al universo del trabajo asalariado y al mercado de trabajo. Causa y efecto de la mundialización del mercado a inicios de los años 90, después del ingreso pleno a las relaciones de capital en Rusia, China, Vietnam, Europa del Este y otros países antes llamados socialistas, aquella incorporación castigó los salarios y desvalorizó la fuerza de trabajo en múltiples sentidos: salario monetario, salario social, independencia profesional, capacidad de resistencia, de organización y de negociación colectiva.

Desencadenó por otra parte un tumultuoso proceso de apropiación privada de los bienes comunes antes estatizados, un gigantesco despojo a cada comunidad nacional, y la constitución de las cúspides de la burocracia estatal en nueva clase dominante propietaria de vastos capitales privados incorporados ahora a las finanzas mundiales. La magnitud y el dinamismo de este proceso de apropiación por despojo, así como sus repercusiones en los equilibrios mundiales de poder entre naciones y clases, parecen estar todavía lejos de las mediciones existentes y tal vez no tengan antecedentes en la historia. Quienes aún hablan de agonía del capitalismo no saben qué están diciendo.

Con formas específicas en cada territorio la caída salarial en el mundo del trabajo no conoció excepciones, acompañada por sus sombras: el trabajo informal, las migraciones bíblicas, los migrantes privados de derechos y el debilitamiento de la organización social.

Es el tumultuoso proceso sin fronteras de la formación de una clase trabajadora o una clase asalariada mundial, según la definición de Michel Husson2 y otros autores, un proceso tal vez tan prolongado como el que aparece en la obra clásica de E. P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra.3

La combinación entre el carácter supranacional de este proceso y su matriz, el capital financiero, y la realidad nacional, social, cultural, histórica de las sociedades, los Estados y los seres humanos en los cuales toma cuerpo, es lo que crea la ilusión de que el poder —ejercicio concreto por definición— puede ser separado de cada sociedad y su territorio.

Cuando ese poder nacional es sometido a otro superior y externo al territorio, el ejercicio de este poder superior, externo y ajeno, incluso en el mundo colonial tiene que pasar por la actuación directa, subordinada pero real, del poder territorial interno para ser reconocido y aceptado en los hechos de la vida social y política. El imperio español primero, el imperio inglés después, diferentes en tiempos, modos y costumbres, lo supieron sin embargo desde siempre y ningún otro imperio lo ignoró.

7.

Estamos ante un proceso de larga duración. En el ya lejano 1986 lo definía Ernest Mandel4 —y no era el único— como “un proyecto político y social” del conjunto de las clases dominantes que trata de institucionalizar esta nueva relación de fuerzas entre los dueños del capital y los trabajadores asalariados. En su esencia, escribía Mandel, esto significa desmantelar las más importantes conquistas de los trabajadores en las décadas precedentes: legislación social, fuerza sindical, control sobre el proceso de trabajo y peso en la política nacional, situación que a la vez era, hasta entonces, un muro de protección para las capas sociales más empobrecidas.

La solidaridad como realidad social, agregaba, es el resultado inmaterial de esta relación de fuerzas establecida en los hechos. Si esas conquistas son desmanteladas es inevitable que la solidaridad se debilite. Las capas más débiles quedan abandonadas a su suerte: mujeres, jóvenes, migrantes, inválidos, ancianos; las expresiones sociales de la violencia interior crecen; y los bienes comunes materiales e inmateriales de esa sociedad y de sus sectores componentes quedan desprotegidos y son apropiados según provecho y egoísmo individual, familiar o de grupo social interno o externo.

El desmantelamiento de la educación pública desde la escuela elemental y la erosión destructiva de los sistemas públicos de salud y seguridad social son algunos de los síntomas trágicos más evidentes de ese curso hacia una barbarie enmascarada.

Los bienes comunes son coextensos con los recursos naturales y el patrimonio inmaterial. Son parte de la definición de una comunidad. Su privatización se llama despojo. Es la realidad violenta que nos amenaza y se extiende en un planeta donde la ley valedera no son ya los derechos humanos y la legalidad establecida sino cada relación de fuerzas dada: es decir, en un planeta sin ley.

8.

El curso actual extiende en la geografía, densifica en profundidad y dinamiza en el tiempo la red de relaciones sociales capitalistas que envuelve al planeta entero. La ampliación mundial de la salarización de la fuerza de trabajo, la incorporación de inmensos territorios en los nuevos circuitos desregulados del mercado y la ruptura de anteriores barreras naturales y espacio-temporales para la valorización del valor son tendencias constitutivas de este curso. La entera naturaleza se vuelve mercancía.

Este movimiento de expansión va acompañado de crecientes dinamismo y densidad del proceso del capital, potenciados ambos por las innovaciones científico-tecnológicas. Entendemos densidad como un cierre progresivo de las porosidades naturales del proceso de expansión de la relación de capital, así como las nuevas tecnologías en el punto de producción, dirigidas a cerrar los poros temporales del proceso de trabajo, los llamados tiempos muertos.

Vida natural y vida humana son invadidas, constreñidas, oprimidas por una fuerza inhumana, incontrolada, cósica, encarnada en sujetos humanos provistos de armas, leyes y dinero. Son testigos el casquete polar y los mares del mundo, las selvas mesoamericana y amazónica, las montañas andinas y sus lagos, las ciudades creciendo sin plan y sin ley.

Borrar registros de la memoria colectiva, romper resistencias e imponer sobre tierra arrasada el nuevo mando de las finanzas son requerimientos centrales de esta expansión, que incluyen la guerra de la televisión y de los medios y la descalificación masiva de la protesta o la resistencia como “terrorismo”, vocablo esp£reo de esta época infausta.

Esta planetarización del proceso de capital, que en la superficie se presenta como una inexorable expansión del mercado bajo el control de las finanzas —es decir, “de la lógica abstracta del valor como sustancia ciega e indiferente a toda concreción”— y con la forma de un nuevo e impersonal poder tecnológico sobre los seres humanos, se expresa en estas tendencias:

  • 1.

    La fragmentación y mundialización de los procesos productivos; es decir, una nueva y cambiante división espacial de los procesos de trabajo, cuyas fases conexas se sitúan en distintos territorios nacionales.

  • 2.

    Las tecnologías de la información y la comunicación (tic) como novedad de la composición del capital y vehículo que amplía y dinamiza esos procesos.

  • 3.

    La subordinación del conocimiento y de la ciencia a la necesidad impersonal del capital.

  • 4.

    La expansión veloz de la red privada de medios de comunicación y de trasporte.

  • 5.

    Las migraciones masivas de fuerza de trabajo, incluida la fuerza de trabajo calificada, entre territorios, naciones y continentes, una nueva y vasta zona gris de trabajadores desprotegidos y sin derechos cuya presencia presiona a la baja sobre los salarios de los trabajadores locales y sirve a los gobiernos para promover antagonismos y violencias entre nacionales y migrantes.

  • 6.

    La mundialización por regiones de la violencia “legítima” de las grandes potencias bajo la cobertura ideológica y jurídica de la “guerra contra el terrorismo” o de los antagonismos entre naciones que el mercado exacerba.

La violencia social y la guerra en tanto violencia organizada y tecnificada son matriz y destino de todo este proceso, concomitante con la subordinación del conocimiento a sus fines.

9.

Trabajo vivo, naturaleza, ciencia y tecnología han sido desde los albores de la modernidad cuatro componentes constitutivos de la relación de capital. Lo novedoso es el cambio radical que se está operando en las proporciones y relaciones entre esos componentes.

En medio de la parafernalia de la llamada “revolución científico-técnica” se ha ido conformando una nueva composición tecnológica del proceso de trabajo y de la relación capital-trabajo en el punto de producción, ese lugar preciso donde entran en contacto el ser humano y la tecnología; o, en otras palabras, el trabajo vivo, el ser humano, y el trabajo objetivado, las máquinas.

El resultado es un acelerado ritmo de crecimiento del plustrabajo o trabajo excedente apropiado por el capital - o, en términos de Marx, una ampliación gigantesca de la plusvalía relativa, de la acumulación de capital y de riqueza, y una aceleración del proceso de subordinación al capital de los mundos de la vida.

Un cambio cualitativo en la mercantilización de los vínculos sociales está en curso, empujado además por la disolución de anteriores solidaridades: privatización de los servicios de salud, de la educación, de la jubilación, antes instituidos como derechos; imposición de la flexibilidad laboral, precarización de la contratación, alargamiento de la jornada laboral, desmantelamiento de los contratos colectivos y los derechos del trabajo; en otras palabras, la destrucción de un mundo de socialidades humanas antes conquistadas y establecidas no sólo como derechos sino como niveles civilizatorios de las relaciones entre los humanos.

Esta subsunción de la vida humana al mundo y las exigencias de la relación de capital transita hoy también por la subordinación de la naturaleza y de procesos biológicos constitutivos de la reproducción natural de la vida. En la realización del ser de tal relación se despliegan formas antes impensables de colonización de la naturaleza y de la vida humana. La subordinación de los procesos naturales a los procesos del capital y a su dinámica es uno de los fenómenos que define la actual mutación epocal, impuesta “por la hegemonía de la voluntad puramente cósica del mundo de las mercancías habitadas por el valor económico capitalista”.

Una voluntad puramente cósica: una voluntad inhumana encarnada en el mundo en apariencia inmaterial de las finanzas y en las cosas en tanto mercancías y no como objetos de la creación, el intercambio y el disfrute de los seres humanos y sustentada en el poder material de los dueños del dinero, las armas y las tecnologías. Son las máscaras de una nueva barbarie a las puertas de la Ciudad, tal vez aquella que entrevió la mente deslumbrante de Rosa Luxemburg.

10.

El robo, la depredación, el pillaje y la apropiación de bienes comunes atraviesan la historia del capital desde la conquista de América y el cercamiento de las tierras comunales en la Inglaterra de los siglos xvi al xviii hasta el saqueo colonial y los modernos mecanismos tributarios del sistema financiero internacional. En todos los casos, y sostenidos siempre por la violencia estatal, los procesos de acumulación por despojo pasan por la destrucción de otras matrices civilizatorias y por la incorporación de productores antes autónomos en la red salarial del mercado capitalista.

Este nuevo despojo adquiere su expresión condensada en la oleada de privatizaciones de bienes y servicios públicos de los últimos treinta años: tierras, medios de comunicación y trasporte, telecomunicaciones, banca y servicios financieros, seguridad pública y servicios militares, petróleo y petroquímica, minas y complejos siderúrgicos, sistemas de seguridad social y fondos de pensión de los trabajadores, puertos, carreteras, sistemas de agua potable, represas, energía, hasta el proceso perverso a lo largo y ancho de América Latina de la imposición sin fronteras de la minería a cielo abierto, destructor de la naturaleza y de las vidas humanas.

Microelectrónica, informática, ingeniería genética y nanotecnología permiten que la subsunción de naturaleza, conocimientos y trabajo humano en los circuitos de valorización rompa hoy con límites antes insuperables: biodiversidad, creación intelectual, saberes locales, códigos genéticos, espacio radioeléctrico, espacio aéreo, energía eólica, sangre y órganos humanos, la biósfera entera y aún recursos que son condición elemental de la reproducción de la vida como el agua y las semillas.5

No es la maldad de nadie. Es una fuerza abstracta que finalmente conduce a la violencia bélica y al exterminio de pueblos y culturas, bosques, ríos y lagos, glaciares y cultivos milenarios, todos consustanciales a la vida humana. El dinamismo ciego del mundo de las finanzas se nutre de esta apropiación, que parece no reconocer límites, de los productos de la naturaleza y del intelecto colectivo

El despojo moderno alcanza a los cuatro elementos del mundo antiguo: agua, aire, tierra y fuego. Rompe así el ancestral vínculo sagrado del ser humano con la naturaleza e impone, en el paroxismo, la lógica de una razón instrumental que le es constitutiva.

Es este el tiempo del despojo. Podría ser que fuera un límite último e infranqueable. Pero esta es otra cuestión cuya respuesta, humana o inhumana, no está dicha y puede ser terrible.

11.

Mirada desde el tiempo largo de la historia, la globalización aparece como la actualización compleja y sofisticada de la múltiple y secular violencia que ha acompañado a la modernidad capitalista: violencia contra otras matrices civilizatorias, contra la naturaleza, contra las mujeres, contra el trabajo vivo, retorno del trabajo infantil, exclusión y humillación racial, calentamiento global, catástrofes ecológicas, hambrunas y una violencia cotidiana hecha pandemia son imágenes que acompañan a este cambio de época.

Por otra parte, en estas nuevas coordenadas impuestas por el mando impersonal de las finanzas es preciso registrar también el lado opuesto, activo y negador de ese proceso. El trabajo vivo bajo sus innumerables formas de existencia y presencia adquiere aun no reveladas capacidades y potencialidades que se condensan en la experiencia de su vida cotidiana, junto con las posibilidades de goce y disfrute abiertas por la novedad tecnológica y por la apropiación del creciente patrimonio de cultura y conocimiento, esa herencia inmaterial legada por las generaciones pasadas.

El trabajador mundial en formación va adquiriendo y refinando así, en dura lucha por su afirmación y su existencia, una nueva sutileza en la creación de renovadas e inéditas formas de costumbres en común, conocimientos compartidos, organización, solidaridad, resistencia y rebelión. La rebelión de las mujeres contra la dominación masculina, con rasgos diferentes según sociedades y culturas pero perfil similar en cuanto estado de protesta y de insumisión contra el estado de cosas dominante, es parte componente de este proceso y en casos o momentos específicos suele ser el rasgo dominante.6

El trabajador mundial no es una utopía. Es un proceso humano secular en esta civilización universal en formación mientras al mismo tiempo el planeta bordea la catástrofe bélica o la ecológica. Las nuevas tecnologías y los instrumentos pensados para la dominación de las mentes y el control de las vidas son apropiados y revertidos cada día, en cada lugar, como instrumentos de comunicación libre, creaciones antes inalcanzables o insospechadas, intercambios culturales y afectivos, igualación creciente entre mujeres y hombres y, finalmente, organización veloz y antes imprevisible fuera o al margen de las redes del dinero, el poder y la publicidad. Para percibirlo basta abrir la ventana, recorrer los caminos y aguzar la mirada y los sentidos.

Ω

Este proceso humano, nuevo y sin fronteras, de experiencia, cultura y organización lleva y pide sus tiempos. Pero es también necesario, inescapable y recurrente, tanto como la reproducción del trabajo viviente en los innumerables mundos y tiempos de nuestras vidas. Lo describió Miguel Hernández en los años treinta del pasado siglo, lo cantaron Paco Ibáñez y Joan Manuel Serrat:

Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? // No los levantó la nada, ni el dinero ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor. // Unidos al agua pura, y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos. // Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son esos olivos?

En la mañana del 1° de julio de 1969 Jorge Luis Borges, desde sus jardines metafísicos en el viejo Buenos Aires, postuló que “razonar con lucidez y obrar con justicia” es ayudar “a los designios del universo, que no nos serán revelados”.

En estos tiempos impíos y en este mínimo planeta amenazado, razonar con lucidez y obrar con justicia conduce a la indignación, el fervor y la ira, allí donde se nutren los espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo de los humanos es intolerable; y si algo la historia nos dice es que, a su debido tiempo, no será más tolerado

Coyoacán, México, D.F., 10 abril 2014.

Guatemala, 8 mayo 2014.

Presentado en el Foro El Poder Hoy, Cátedra Alain Touraine, Universidad Iberoamericana, México, Puebla de los Ángeles, 9-11 octubre 2013, en el panel ”El Estado, la erosión de la territorialidad del poder y los movimientos sociales” y como conferencia de clausura del Congreso de Estudios Mesoamericanos, Universidad Rafael Saldívar, Guatemala, 5-8 mayo 2014. Este escrito retoma partes y argumentos del ensayo de Adolfo Gilly y Rhina Roux: ”El despojo de los cuatro elementos: capitales, tecnologías y mundos de la vida”, publicado en Eduardo Basualdo y Enrique Arceo (comps.), Los condicionantes de la crisis en América Latina, Clacso, Buenos Aires, 2009. Su título es un eco lejano de André Malraux, El tiempo del desprecio (1935). Agradezco a Rhina Roux la autorización correspondiente.

Stéphane Hessel (1917-2013), autor de “¡Indignaos!” (2010), participó en 1948 en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Ver al respecto, entre otros, Michel Husson, “La formación de una clase obrera mundial”, (http://vientosur.info/spip.php7article8622). Para ampliar la información es ilustrativo revisar los cinco documentos que aparecen en la bibliografía de este escrito de Michel Husson, de tres investigadores: Richard Freeman, John Smithy Engelbert Stockhammer; y dos instituciones: la oit y el fmi. Michel Husson, “La teoría de las ondas largas y la crisis del capitalismo contemporáneo” (2013), http://www.vientosur.info/IMG/pdf/Ondas_largasHusson.pdf (original en francés: http://hussonet.free.fr/mandelmh13.pdf.); Marta Guerriero, (2012), “The Labour Share of Income around the World”, http:/ /www.sed.manchester.ac.uk/idpm/research/publica tions/wp/depp/documents/depp_wp32.pdf

E. P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 1989 (en inglés: The Making of the English Working Class, Vintage Books, New York, 1963).

Ernest Mandel, “Las consecuencias sociales de la crisis económica en Europa capitalista”, Inprecor núm.212, París, 3 febrero 1986, citado in extenso en Adolfo Gilly, Nuestra caída en la modernidad, Joan Boldó i Climent Editores, México, 1986, ps. 45-46.

Víctor M. Toledo, “¿Capitalismo verde?”, La Jornada, 4 febrero 2013, informa sobre un curioso estudio que intenta “calcular en dólares el valor de la naturaleza”. [...] Se titula “El valor de los servicios y el capital natural del ecosistema mundial” y su abstract dice: “Los servicios de los sistemas ecológicos y de las existencias de capital natural que los producen son indispensables para el funcionamiento del sistema de sustento de la vida en la Tierra. Contribuyen directa e indirectamente al bienestar humano y representan por tanto una parte del valor económico total del planeta. Hemos estimado el valor económico actual de 17 servicios del ecosistema por 16 biomedios, sobre la base de estudios ya publicados y algunos cálculos originales. Por la biósfera entera, se estima que su valor (cuya mayor parte está fuera del mercado) es del orden de los US$ 16-54 billones [millones de millones] (1012)por año, con un promedio US$ 33 billones por año. Dada la naturaleza de las incertidumbres, hay que tomar esta estimación como un mínimo. EL pnb global total es circa 18 billones por año” (ver: http://www.esd.ornl. gov/benefits_ conference/nature_paper.pdf). “Este estudio, tan inútil como absurdo, ha sido citado más de diez mil veces en la literatura científica”, agrega Toledo.

Edward P. Thompson, Costumbres en común, Crítica, Barcelona, 1992 (en inglés: Customs in Common: Studies in Traditional Popular Culture, Nueva York, New Press, 1993), es el estudio clásico de estos procesos, objeto de las primeras reflexiones de la escuela de pensamiento marxista desde los escritos de 1841: “Sobre los viñedos de Mosela” y “Sobre la ley contra el robo de leña” (Karl Marx, Los debates de la Dieta Renana, Gedisa, Barcelona, 2007).

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