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Vol. 50.
Páginas 51-76 (enero 2014)
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Capitalismo Gore1
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Sayak Valencia
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Introducción

La globalización no es un concepto serio. Lo inventamos nosotros los norteamericanos para disfrazar nuestro programa de intervención económica en otros países.

John Kenneth Galbraith

Proponemos el término Capitalismo Gore, para hacer referencia a la reinterpretación dada a la economía hegemónica y global en los espacios (geográficamente) fronterizos. En nuestro caso pondremos como ejemplo, de dicho fenómeno, a la ciudad de Tijuana, frontera ubicada entre México y los Estados Unidos, conocida como la última esquina de Latinoamérica.

Tomamos el término Gore de un género cinematográfico que hace referencia a la violencia extrema y tajante. Entonces, con Capitalismo Gore nos referimos al derramamiento de sangre explícito e injustificado (como precio a pagar por el Tercer Mundo que se aferra a seguir las lógicas del capitalismo, cada vez más exigentes), al altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos, frecuentemente mezclados con el crimen organizado, el género y los usos predatorios de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita como herramienta denecroempoderamiento.2

Cuerpos concebidos como productos de intercambio que alteran y rompen las lógicas del proceso de producción del capital, ya que subvierten los términos de éste al sacar de juego la fase de producción de la mercancía, sustituyéndola por una mercancía encarnada literalmente por el cuerpo y la vida humana, a través de técnicas predatorias de violencia extrema como el secuestro o el asesinato por encargo.

Por ello, al hablar de Capitalismo Gore nos referimos a una transvalorización de valores y de prácticas que se llevan a cabo (de forma más visible) en los territorios fronterizos, donde es pertinente hacerse la pregunta sobre: “¿Qué formas convergentes de estrategia están desarrollando los subalternos —marginalizados— [...] bajo las fuerzas transnacionalizadoras del Primer Mundo?” (Sandoval 2014: 81)

Desafortunadamente, muchas de las estrategias para hacer frente al Primer Mundo o acercase a él, son formas ultraviolentas para hacerse de capital;3 prácticas que aquí denominamos Gore. Una forma de explicitar a lo que este término se refiere sería la siguiente: mientras que Marx habla, en el libro 1 de El Capital, sobre la riqueza y dice: “[l]a riqueza, en las sociedades donde domina el modo de producción capitalista, se presenta como una inmensa acumulación de mercancías”(Marx 1984: 43), en el Capitalismo Gore se subvierte este proceso y la destrucción del cuerpo se convierte en sí mismo en el producto, en la mercancía, y la acumulación ahora es sólo posible a través de contabilizar el número de muertos, ya que la muerte se ha convertido en el negocio más rentable.

No buscamos la pureza, la corrección o incorrección en la aplicación de las lógicas del Capitalismo y sus derivas. No buscamos aquí juicios de valor, sino evidenciar la falta de poder explicativo que existe dentro del discurso del neoliberalismo para dichos fenómenos. Los conceptos contemporáneos sobre el tema resultan insuficientes para teorizar prácticas Gore, que se dan ya en todos los confines del planeta, mostrando que dicha teorización es necesaria en un mundo donde parece no haber espacios fuera del alcance del capitalismo. El hecho de obviar estas prácticas no las elimina, sino que las invisibiliza, o bien las teoriza desde términos más cercanos a la doble moral que a la conceptualización; términos como mercado negro o prácticas económicas propias del Tercer Mundo, por considerárselas ilegales.

Nos interesa proponer un discurso con poder explicativo que nos ayude a traducir la realidad producida por el capitalismo Gore, basada en la violencia, el (narco) tráfico y el necropoder. Mostrando algunas de las distopías4 de la globalización y su imposición.

Nos interesamos también por seguir los múltiples hilos que desembocan en prácticas capitalistas que se sustentan en la violencia sobregirada y la crueldad ultra especializada, que se implantan como formas de vida cotidiana en ciertas localizaciones geopolíticas a fin de obtener reconocimiento y legitimidad económica

La crudeza en el ejercicio de la violencia obedece a una lógica y unas derivas concebidas desde estructuras o procesos planeados en el núcleo mismo del neoliberalismo, la globalización y la política. Hablamos de prácticas que resultan transgresoras, únicamente, porque su contundencia demuestra la vulnerabilidad del cuerpo humano, su mutilación y su desacralización y, con ello, hacen críticas feroces a la sociedad del hiperconsumo, al mismo que tiempo que participan de este y del engranaje capitalista ya que:

En muchas naciones el crimen organizado se ha convertido en un actor político clave, un grupo de interés, un jugador que debe ser tomado en consideración por el sistema político legítimo. Este elemento criminal con frecuencia proporciona la necesitada divisa extranjera, el empleo y el bienestar económico necesario para la estabilidad nacional, así como el enriquecimiento de los que detentan, el a veces corrupto, poder político, especialmente en los países pobres [...] (Curbet 2007: 63).

Estas prácticas se han radicalizado con el advenimiento de la globalización dado que esta se funda en lógicas predatorias que, junto a la espectrali- zación y la especulación en los mercados financieros, se desarrollan y ejecutan prácticas de violencia radical. Como lo afirmó Thomas Friedman —antiguo consejero especial de la secretaria de Estado Madeleine Albright durante la administración Clinton—:

Para que la globalización funcione, los Estados Unidos de América no deben tener miedo de actuar como la invencible superpotencia que son en realidad [...] La mano invisible del mercado no funcionará nunca sin un puño bien visible. La McDonald's no podrá extenderse sin la McDonal's-Douglas, fabricante del F-15. El puño invisible que garantiza la seguridad mundial de la tecnología de Silicone Valley es el ejército, la fuerza aérea, la marina y el cuerpo de marines de los Estados Unidos (Friedman, 1999: citado por: Curbet,2007: 64).

A propósito de la globalización, citamos a Mary Louise Pratt, cuando habla sobre ella como un falso protagonista:

El término globalización suprime el entendimiento y hasta el deseo de entendimiento. En este sentido, la globalización funciona como una especie de falso protagonista que impide una interrogación más aguda sobre los procesos que han estado reorganizando las prácticas y los significados durante los últimos 25 años (Pratt 2002: 01).

Partiendo de esto, podemos decir que lo que denominamos aquí como Capitalismo Gore es uno de esos procesos de la globalización, su lado B, aquel que muestra sus consecuencias sin enmascaramientos. Por ello, nos rehusamos a obviar la complejidad del fenómeno y decidimos inquirir en las transversales que se salen del conglomerado interpretativo que detenta el monopolio capitalista.

En el mismo sentido, dado que existen movimientos, discursos y acciones de resistencia que buscan hacer frente al discurso capitalista y a sus alcances, consideramos necesario precisar que nuestra reflexión sobre el Capitalismo Gore, no parte de (ni se limita a) estas prácticas discursivas, lo proponemos, entonces, como un espacio heteróclito que no ha sido suficientemente reflexionado desde las contrapropuestas al capitalismo, por ser considerado por estas, como un fenómeno fuertemente enraizado en la lógica de aquél, confinándolo a la irreflexión y etiquetándolo de: espacio indeseable y distópico. No prestándole atención para un análisis más profundo y autónomo.

De la misma forma, este proceso es invisibilizado desde el discurso de la economía formal y alejado de su sistema de reflexiones, no otorgándole un peso a mayor o más complejo, (con mayores alcances explicativos) que confinarlo/etiquetarlo como parte del mercado negro y sus efectos en el capital. Sin embargo, estos efectos en la economía mundial son evidentes ya que el producto criminal bruto, se estima que no sería inferior al 15% del comercio mundial,5 lo cual le otorga potestad en las decisiones económicas planetarias.

La urgencia de elaborar un discurso crítico que describa al Capitalismo Gore, parte de la necesidad de un lenguaje común para hablar del fenómeno, ya que como es bien sabido “el mundo se revela en el lenguaje y las relaciones sociales se alcanzan a través del lenguaje” (Heritage 1984: 126). Dado el hecho fundamental de que el lenguaje es un elemento medular en la organización epistemológica del mundo: consideramos necesario indagar, revisar, razonar y tratar de proponer un discurso explicativo que pueda darnos referencias conceptuales para pensar, analizar y abordar estos campos/espacios y sus prácticas. También consideramos fundamental el hecho de darle nombre a estos espacios/campos y sus prácticas desde una perspectiva transfeminista, con lo cual nos referimos a una red que abre espacios y campos discursivos a todas aquellas prácticas y sujetos de la contemporaneidad que no habían sido considerados de manera directa por el feminismo. Puesto que nos preocupa especialmente la falta de contenidos explicativos para los fenómenos que conforman los que aquí identificamos con el nombre de Capitalismo Gore. Si invisibilizamos las relaciones entre la economía legal y la economía ilegal, así como el uso descontrolado de la violencia como elemento de necroempoderamiento capitalista y enriquecimiento económico, también se invisibiliza —y por tanto se neutraliza la posibilidad de acción contra ellos— el hecho de que estos procesos, regularmente inciden sobre los cuerpos de todos aquellos que forman parte del devenir minoritario, que es en donde, de una forma u otra, toda esta violencia explícita recae.

Por ello, proponemos una reflexión sobre el Capitalismo Gore entendiéndolo como “la dimensión sistemáticamente descontrolada y contradictoria del proyecto neoliberal.” (Pratt 2002: 02). Producto de las polarizaciones económicas, el bombardeo informativo/publicitario que crea y afianza la identidad hiperconsumista y su contraparte: la cada vez más escasa población con poder adquisitivo, que satisfaga el deseo de consumo. Creando de esta manera subjetividades capitalísticas6 radicales que hemos denomi nado sujetos endriagos7 y nuevas figuras discursivas que conforman una episteme de la violencia y reconfiguran el concepto de trabajo a través de una agenciamiento perverso, que se afianza ahora en la comercialización necropolítica del asesinato. Evidenciando las distopías que traen consigo el cumplimiento avant la lettre de los pactos con el neoliberalismo (mas- culinista) y sus objetivos.

Frente a este orden mundial se crean subjetividades endriagas, que buscan instalarse a sí mismas, a quienes las detentan, como sujetos válidos, con posibilidades de pertenencia y ascensión social. Creando nuevos campos, desde una de la inversiones más feroces, desacralizadoras e irreparables del capitalismo. Sujetos que contradicen las lógicas de lo aceptable y lo normativo como consecuencia de la toma de conciencia de ser redundantes en el orden económico. Haciendo frente a su situación y contexto por medio del necro-empoderamiento y las necro-prácticas tránsfugas y distópicas, prácticas Gore. Convirtiendo este proceso en la única realidad posible y tratando de legitimar por medio del imperio de la violencia, los procesos de economías subsumidas (mercado negro, tráfico de drogas, armas, cuerpos, etc.). Acciones que reinterpretan y crean campos distintos a los válidos y que influyen en los procesos políticos, públicos, oficiales, sociales y culturales.

Como afirma Pratt, “otra vez vivimos en un mundo de bandidos y piratas,8ahora bajo la forma de coyotes y polleros 9[narcotraficantes, sicarios, secuestradores, etc.] que trabajan en las fronteras de todo el planeta.” (Pratt 2002: 04)

No es casual el hecho de que el narcotráfico constituya actualmente la industria más grande del mundo (seguida en ámbito la economía legal por los hidrocarburos y el turismo), que el narcodinero fluya libremente por las arterias de los sistema financieros mundiales, ni que el narcotráfico mismo sea uno de los más fieles representantes del Capitalismo Gore.

Queda demostrado que este no es el escenario que imaginábamos para el inicio del nuevo milenio, pero es el que tenemos y es nuestra responsabilidad filosófica reflexionarlo, para mostrar la fragilidad y la poca flexibilidad en los discursos de la globalización y del neoliberalismo que no alcanzan para explicarnos estos procesos.

La historia contemporánea ya no se escribe desde los sobrevivientes sino desde el número de muertos. Es decir, “los cadáveres como respuesta al carácter netamente utópico de los discursos oficiales sobre la globalización” (Pratt 2002: 05), subvirtiendo el optimismo del flujo traído por esta, pues, lo que ahora fluye libremente no son las personas, sino la droga, la violencia y el capital producido por estos elementos.

Inversión de términos donde la vida ya no es importante en sí misma sino por su valor en el mercado como objeto de intercambio monetario. Transvalorización que lleva a que lo valioso sea el poder de hacerse con la decisión de otorgar la muerte a los otros. El necropoder aplicado desde esferas inesperadas para los mismos detentadores oficiales del poder.

La explosión de la violencia ilimitada y sobre-especializada da noticia de la ausencia de un futuro (regulable) y del hecho de que en los intersticios del capitalismo nadie tiene nada que perder, porque la vida (el último de los grandes tabúes) ya no es importante. La violencia aquí y ahora como iterancia desdibuja las posibilidades de pensar el concepto de Futuro de la manera en que se ha venido haciendo en Occidente. La violencia implica una revisión de dicho concepto.

En la ignorancia y el menosprecio que pesa sobre el Tercer Mundo, que se sustenta en el monopolio interpretativo del capitalismo, hemos aprendido a ver otros elementos y dinámicas históricas (las de los Otros) como insignificantes y, ahora, ese descuido y menosprecio, desde el silencio y la invisibilidad, ha ido fraguado una respuesta que parece indetenible e irreconociblemente violenta.

El resultado es un proceso de duplicación deformada del capitalismo, un desdoblamiento en identidades paralelas en lugares, espacios y sujetos que in-corporan, retraducen y fusionan esta experiencia como algo simultáneamente, emancipador y fragmentador. Entendemos entonces, que:

[L]a incapacidad del neoliberalismo para generar pertenencia, colectividad y un sentido creíble de futuro produce, entre otras cosas, enormes crisis de existencia y de significados que están siendo vividas por los no consumistas y los consumistas del mundo en formas que la ideología neoliberal no puede predecir ni controlar (Pratt 2002: 15).

Es precisamente en este intersticio donde se centra la relevancia y el interés de esta investigación.

Capítulo 5En el borde del border me llamo filo: Capitalismo Gore y Feminismo(s)

I’m amazed at how difficult it is for men to criticise masculinity. As if they couldn’t change anything about it. [...] Men are so passive about what's imposed upon them in the name of virility...

Virginie Despentes, Femmes of Power.

A lo largo de esta investigación hemos revisado cómo la tecnificación y racionalización exacerbadas de la violencia como herramienta para producir riqueza ponen a la vida y al cuerpo, como continente de ésta, en el centro del problema del Capitalismo Gore. Por ello, consideramos importante enlazar dicho tema con el feminismo como práctica política y categoría epistemológica para, a partir de esta, proponer algunos ejes de resistencia que busquen redireccionar/subvertir la subjetividad endriaga del Capitalismo Gore anclada en una masculinidad marginalizada (Connell 1999. Citado en Zapata 2001: 233). Dicha masculinidad marginalizada detentada por “aquellos hombres que forman parte de las clases sociales subordinadas o de grupos étnicos [...] que contribuyen también al sostén del poder de la masculinidad hegemonial, porque interiorizan los elementos estructurales de sus prácticas” (Zapata 2001: 233), se basa en la obediencia hacia la masculinidad hegemónica, capitalista y heteropatriarcal, con la cual pretende legitimarse y alcanzar el peldaño de lo hegemonial y entienden la disidencia de manera distópica y violenta, lo cual la vuelve incapaz de cuestionar los presupuestos del sistema que se le imponen en nombre del poder, la economía y la masculinidad.

En primera instancia consideramos pertinente hacer una breve cronología del movimiento feminista para después enlazarlo con su devenir en transfeminismo; categoría que en esta investigación resulta de especial importancia ya que enlaza el devenir de los feminismos con el de los sujetos minoritarios y ensancha así los alcances de quienes pueden ser considerados sujetos del transfeminismo.10

El movimiento feminista a lo largo de más de dos siglos (e incluso antes, desde la aparición de textos feministas como La ciudad de las mujeres escrito en el siglo xv por Christine de Pisan) se ha preocupado por demandar tanto legitimidad discursiva en su primera etapa, conocida como la querella de las mujeres, como igualdad de derechos defendida por las sufragistas; se ha emparentado con las luchas de clase como lo demuestran las alianzas entre feminismo y socialismo, se ha preocupado también por el derecho a la diferencia propuesta por las feministas del pensamiento de la diferencia y por crear un movimiento de liberación de las mujeres, dando paso a la conformación de distintos frentes de reivindicación que se han empoderado a través de la transversalidad de sus luchas de clase, raza, preferencia sexual y posición geopolítica. Ejemplos de esto pueden ser el feminismo propuesto críticamente por las feministas chicanas, las feministas negras, las feministas lesbianas, las feministas latinoamericanas, las feministas tercermundistas estadounidenses, las feministas postcolonialistas de Asia y las feministas revolucionarias de Afganistán (rawa).11

Con este breve repaso sobre las articulaciones del movimiento feminista lo que se busca evidenciar es que el feminismo es un plural temporal y geopolíticamente situado que se basa en las condiciones específicas en las que se circunscribe según su contexto. Por ello, dada la globalización y el advenimiento del Capitalismo Gore, surgen cuestiones fundamentales respecto al papel y al sujeto del feminismo en el ámbito contemporáneo. Preguntas sobre su pertinencia, su reformulación, sus temas, sus preocupaciones y sobre su pluralización.

Desde hace algunas décadas es evidente que el feminismo no es uno, sino que en su composición puede ser comparado con una gota de mercurio que estalla y se pluraliza, pero que guarda dentro de sí una composición que le permite multiplicarse, separarse y volver a unirse por medio de alianzas; al ser un movimiento que se rige por la crítica contra la opresión y la violencia ejercida por el sistema hegemónico y (hetero)patriarcal es imposible que el discurso feminista se sustraiga de teorizar y actuar sobre las dinámicas del Capitalismo Gore. Resulta urgente, situarnos desde los distintos feminismos, en una actitud crítica a este respecto. Una actitud de autocrítica y de redefinición donde se pongan sobre la mesa los diversos temas que han preocupado a los primeros feminismos pero también a los nuevos feminismos y postfemenismos que se adscriben al contexto específico de nuestras realidades contemporáneas, los cuales se matizan y están atravesados por particularidades pero que sin embargo participan, de alguna manera, de las consecuencias físicas, psicológicas y mediales traídas por la creciente globalización de la violencia Gore que tiene efectos reales sobre el género, pues instaura y naturaliza artificialmente una “estrategia narrativa deliberadamente fracturada” (Villaplana 2005: 269), que atañe a todos los campos discursivos y que se puede identificar, con especial ahínco, en la forma que tienen los medios de presentar la violencia machista.

A este respecto no aseguramos que las categorías del Capitalismo Gore propuestas en esta investigación sean válidas e idénticas en todos los contextos. Sin embargo, esta manera de entender la violencia como herramienta de enriquecimiento se encuentra de forma creciente en distintos espacios geopolíticamente lejanos y está siendo globalizada puesto que se entreteje con la creación de una subjetividad y una agencia determinadas por las fuerzas de control y de producción del capitalismo.

Las mujeres, junto a todos aquellos sujetos entendidos como subalternos o disidentes de las categorías heteropatriarcales, hemos vivido en lo Gore a través de la historia, en la violencia extrema tanto física como psicológica —y más recientemente la violencia medial—, pues estas han sido parte de nuestra cotidianidad, de nuestra educación. La violencia como elemento medular en la construcción del discurso12 que presupone que la condición de vulnerabilidad y violencia son inherentes al destino manifiesto13 de las mujeres, algo así como un privilegio inverso, “un estigma que nos introduce en la ruleta rusa de las alimañas bárbaras” (Lidell 2008). Por eso, somos nosotrxs quienes buscamos trazar una respuesta a la violencia encarnizada ejercida por el Capitalismo Gore que se permea al amplio espectro de lo cuerpos, los cuales no se reducen a las rígidas jerarquías de lo femenino y lo masculino.

La radicalidad de la violencia nos sitúa en el filo, en la transmutación de una época que exige que revisemos nuestros conceptos clásicos, que sacudamos las teorías y las actualicemos. Lo encarnizado del Capitalismo Gore no deja más salidas que la creación de nuevos sujetos políticos para el feminismo es decir, “un devenir mujer entendido como ruptura con el modo de funcionamiento de la sociedad actual” (Guattari y Rolnik 2006: 100), que logre hacer alianzas con otros devenires minoritarios y se proponga en respuesta a “un modo falocrático de producción de la subjetividad —modo de producción que tiene en la acumulación de capital su único principio de organización” (Ídem) y en el cual se ancla el devenir endriago y el Capitalismo Gore.

Hoy en las potencias mundiales el feminismo como movimiento social sufre una suerte de crítica que lo considera caduco y ahistórico, incluso en los movimientos sociales más progresistas, mientras que se defiende la creación de grupos de disidencia y resistencia contra el sistema. Esto resulta un contrasentido, en el hecho de que la sociedad:

[...] denuncie con virulencia las injusticias sociales y raciales pero se muestre comprensiva e indulgente cuando se trata de la dominación machista. Son muchos los que pretenden explicar que el combate feminista es secundario, como si fuera un deporte de ricos sin pertinencia ni urgencia. Hace falta ser idiota, o asquerosamente deshonesto, para pensar que una forma de opresión es insoportable y que la otra está llena de poesía (Despentes 2007: 24).

El feminismo es importante en este mundo —y en este caso las diferencias entre el Primer y el Tercer Mundo son mínimas— donde las mujeres que lo pueblan “ganan efectivamente menos que los hombres, ocupan puestos subalternos, encuentran normal que las menosprecien cuando emprenden algo” (Despentes 2007: 26). Y donde “el capitalismo es una religión igualitaria, puesto que nos somete a todos y nos lleva a todos a sentirnos atrapados, como lo están todas las mujeres” (Ídem). El capitalismo es la muestra de la quiebra del sistema de trabajo, de la radicalización obscena del liberalismo, del devenir Gore del sistema económico.

Llama la atención que el sistema capitalista que ha devenido en Gore, que hoy está amenazado por el necroempoderamiento de los sujetos endriagos (en su mayor parte masculinos), siga sin tener en cuenta lo que las mujeres tenemos que decir respecto a este sistema que es una nueva versión del capitalismo, una versión más retorcida, hard core y superlativa.

Puede resultar extraño hablar de empoderamiento femenino bajo las condiciones actuales de violencia recalcitrante; sin embargo, el descentra- miento del sistema capitalista/patriarcal y lo innegable de su fractura e insostenibilidad abren la puerta a los feminismos, a sus prácticas, para seguir planteando desde otros ángulos (no heteropatriarcales) las condiciones actuales en las que se rige el mundo. Es decir, esta ruptura epistémica a la que nos ha llevado el capitalismo, en su versión más salvaje, abre la puerta para repensar al Capitalismo Gore y fraguar, junto a las herramientas feministas, un discurso y unas prácticas sostenibles que nos alejen de él.

El Capitalismo Gore ha trastocado muchos de los ejes en los cuales se basaba el discurso humanista y uno de ellos es que, hoy por hoy, los sujetos masculinos ya no son intocables, al igual que las clases altas, todos estos sujetos antes respetables han devenido hoy en mercancías canjeables, en cuerpos susceptibles de producir riqueza a través de su tortura y extinción.

Cabe aclarar que si bien es cierto que a nivel concreto el feminismo ha conseguido, en algunos países —sobre todo en los países nórdicos—, un nivel de igualdad jurídica y una serie de legislaciones basadas en la defensa del género femenino, también es cierto que en las prácticas reales, en la cotidianidad, el feminismo sigue siendo urgente, puesto que representa un cambio epistemológico y de conciencia social que no puede reducirse a clichés ni a logros medianos. Por ello, debemos entender que:

El feminismo es una revolución no un reordenamiento de consignas de marketing, ni una ola de promoción de la felación o del intercambio de parejas, ni tampoco una cuestión de aumentar el segundo sueldo. El feminismo es una aventura colectiva, para las mujeres pero también para los hombres y para todos los demás. Una revolución que ya ha comenzado. Una visión del mundo, una opción. No se trata de oponer las pequeñas ventajas de las mujeres a los pequeños derechos adquiridos de los hombres, sino de dinamitarlo todo (Despentes 2007: 121. Las cursivas son nuestras).

Hacemos hincapié en el hecho de que el feminismo también es cosa de hombres; ya que el fracaso ante la masculinidad en su versión hegemónica, cómplice o marginalizada supone un enorme coste simbólico y emocional en los varones y los coloca en un lugar lleno de conflicto. Así, la masculinidad hegemónica es desvinculante en su relación con lxs otrxs. Por ello, debemos recordar que la identidad de género masculina es modificable ya que “lo que se manifiesta en determinado momento como identidad de género masculina es el resultado de una proceso de transformación. Características que son definidas como masculinas [...] deben ser cuestionadas porque su significado resulta únicamente de la práctica histórica y social” (Zapata 2001: 235). Recordemos que las identidades de género son parte del habitus que las ha naturalizado artificialmente y que crea construcciones sociales generizadas del mundo y del cuerpo que convierten también al verdugo en víctima (Bourdieu 2000: 94).

Ante lo desarticulante del contexto económico se trata de construir nuevas formas de relación intersubjetiva o de figuraciones alternativas de la subjetividad (Villaplana op. cit.: 271) que ayuden a redireccionar lo aplastante de la realidad actual basada en un sistema Capitalista-Gore-Patriarcal- Consumista y Militar.

Transfeminismo y Capitalismo Gore

Ante la coyuntura del Capitalismo Gore se erige de manera apropiada el concepto de transfeminismo entendido como una articulación tanto del pensamiento como de resistencia social que es capaz de conservar como necesarios ciertos supuestos de la lucha feminista para la obtención de derechos en ciertos espacios geopolíticamente diversos. Todo esto al tiempo que integra el elemento de la movilidad entre géneros, corporalidades y sexualidades para la creación de estrategias que sean aplicables in situ y se identifiquen con la idea deleuziana de minorías, multiplicidades y singularidades que conformen una organización reticular capaz de una “reapropiación e intervención irreductibles a los slogans de defensa de la ’mujer’, la ’identidad’, la ’libertad’, o la ’igualdad’, es decir, poner en común ’revoluciones vivas”’ (Preciado 2009a: 59).

El prefijo trans hace referencia a algo que atraviesa lo que nombra. Lo re-vertebra y lo transmuta, aplicado a los feminismos crea un tránsito, una trashumancia entre las ideas, una transformación que lleva a la creación de anudaciones epistemológicas que tienen implicaciones a nivel micropolítico, entendiéndolo como una micropolítica procesual de agenciamientos mediante la cual el tejido social actuará y se aproximará a la realidad. Creando una contraofesiva a las “fuerzas sociales que hoy administran el capitalismo [que] han entendido que la producción de subjetividad tal vez sea más importante que cualquier otro tipo de producción, más esencial que el petróleo y que las energías” (Guattari y Rolnik 2006: 40).

Los sujetos del transfeminismo pueden entenderse como una suerte de multitudes queer14 que a través de la materialización performativa logran desarrollar agenciamientos g-locales. La tarea de estas multitudes queer es la de seguir desarrollando categorías y ejecutando prácticas que logren un agenciamiento no estandarizado, ni como verdad absoluta ni como acciones infalibles, que puedan ser aplicadas en distintos contextos de forma deste- rritorializada. Estos sujetos queer juegan un papel fundamental, dadas sus condiciones de interseccionalidad,15 en “la confrontación de las maneras con las que hoy se fabrica la subjetividad a escala planetaria” (Guattari y Rolnik, op. cit.: 43). Visibilizan las causas y las consecuencias de la violencia física para que esta no quede reducida a un fenómeno mediático donde la forma de evidenciar el problema se limite a “la batalla por las audiencia y el número de tiradas que sostienen los poderes económicos que sustentan a los grandes medios” (Marugán Pintos y Vega Solís 2001: 17), deformando el verdadero problema que se basa en “la producción y reproducción de la violencia contra las mujeres [y contra los cuerpos en general] como fenómeno social de producción discursiva [y de riqueza].” (Ibíd.: 09)

En este punto es importante señalar que “[e]l transfeminismo queer y postcolonial se distancia, de lo que Jackie Alexander y Chandra Tapalde Mohanty denominan feminismo de libre mercado que ha hecho suyas las demandas de vigilancia y represión del biopoder y exige que se apliquen (censura, castigo, criminalización...) en nombre y para protección de las mujeres” (Preciado op. cit.: 59). Propone discursos y prácticas feministas que hacen frente a la realidad y logran distanciarse de lo políticamente correcto (que desactiva la agencia) y de las políticas de escaparate ejecutadas por ciertas instituciones pretendidamente feministas que bajo este slogan ocultan prácticas desarrolladas dentro del neoliberalismo más feroz.

Estas prácticas de agenciamiento del transfeminismo son formas de dar continuidad por otras vías a los discursos, que desde la década de los años 80, ha venido proponiendo el feminismo del Tercer Mundo Estadounidense. Este feminismo encabezado por sujetos interseccionales y mestizxs como Chela Sandoval, Gloria Anzaldúa, Cherrie Moraga, etc., nos ha mostrado, en el caso específico de Sandoval que desde la reinterpretación, reapropiación y contextualización — en su caso el discurso sobre el cyborg, la tecnología y las especies híbridas propuestas por Donna Haraway— ha sido capaz de generar formas de agencia y resistencia dentro del mismo fenómeno que nos niega y nos repliega; o como lo explica La Eskalera Karakola en el prólogo de Otras inapropiables:

Chela Sandoval propone practicar un feminismo del Tercer Mundo Estadounidense que desde una conciencia cyborg opositiva diferencial, sea capaz de generar formas de agencia y resistencia mediante tecnologías opositivas de poder. Para esta autora las condiciones Cyborg están asociadas a la precariedad y la explotación laboral a la tecnología que sitúa al Tercer Mundo en el Primer Mundo [...] (vv.aa. 2004: 12).

Hay en el transfeminismo, al mismo tiempo, una conciencia de la memoria histórica que tiene tras de sí la herencia aportada por el movimiento feminista de los últimos dos siglos, y una llamada para proponer nuevas teorizaciones sobre la realidad y la condición de las mujeres dentro de ésta pero no sólo de las mujeres sino de las distintas corporalidades y disidencias, que marchen a la misma velocidad y ritmo que los tiempos actuales y que tomen en cuenta las circunstancias económicas específicas de los sujetos dentro del precariado laboral (y existencial) internacional.

Ahora bien, bajo las condiciones anteriormente enunciadas llama la atención que los esfuerzos por hacer redes político-sociales no hayan crecido, que las alianzas entre los géneros no estén en auge, enfrentándose ante el sistema aplastante del capitalismo hiperconsumista y gore. Sin embargo, hay una causa específica para este hecho: el miedo que tiene lo patriarcal a la pérdida de privilegios, a la pérdida de poder, o lo que se llama de forma eufemística, el miedo a la desvirilización de la sociedad. Es necesario que las anudaciones y agenciamientos de los sujetos que buscan ofrecer una crítica y una resistencia ante el sistema dominante pasen por la conciencia del devenir mujer, devenir negrx, de devenir indix, devenir migrante, devenir precarix en lugar de reificar su pertenencia a un único género o a un grupo social para demarcarse dentro de una lucha sectorial; debemos trabajar la resistencia como un proceso que se interrelaciona con otros procesos minoritarios porque la resistencia:

[N]o puede darse aisladamente haciendo abstracción del resto de injusticias sociales y de discriminaciones, sino que la lucha [...] sólo es posible y realmente eficaz dentro de una constelación de luchas conjuntas solidarias en contra de cualquier forma de opresión, marginación, persecución y discriminación (Vidarte 2007: 169).

El miedo (masculinista) a perder el derecho de autor sobre el sistema de privilegios y potencias que se ha dado en llamar masculinidad puede superarse a través de un proceso que evidencie que las características que la integran no pertenecen en exclusiva a los sujetos varones sino que son susceptibles de ser tomados por cualquier sujeto, sin importar su género ni orientación sexual, y que evidencie además que los privilegios que se ofrecen por detentar una obediencia ilimitada hacia la Masculinidad Hegemónica es una inversión volátil que cobra grandes intereses y exige como pago, en el plano de lo real, ser objeto de una destrucción depredadora que recaerá sobre nuestros propios cuerpos, no sólo sobre el cuerpo de lxs Otrxs.

Por eso, en nuestros prototipos comunes como en nuestras disimetrías, consideramos que es necesario el descentramiento de la categoría de Masculinidad, entendida como una propiedad intrínseca y exclusiva del cuerpo de los varones. Este descentramiento llevaría a una reconstrucción discursiva, no abyecta, que cuente con capacidad de multiplicar las posibilidades en el abanico de la construcción de nuevas subjetividades tanto para las mujeres como para los varones —incluyéndose en estas nuevas categorizaciones tanto a las bio-mujeres, bio-hombres así como a las tecno-mujeres, tecno- hombres y a todxs aquellxs que se desincriben críticamente de las dicotomías del género— creando un marco que ensanche nuestras posibilidades de acción y reconocimiento. Puesto que el desplazamiento de “ciertos atributos mucho tiempo definidos como masculinos — habilidad, fuerza, velocidad, dominio físico, uso desinhibido del espacio y del movimiento— [...]” (Cahn 1994: 279) supondría un cambio epistemológico y discursivo sin precedentes.

Sabemos que la desjerarquización de la masculinidad es posible puesto que es un proceso performativo modificable por parte de los varones, además esta modificación es inminente ahora que el mundo capitalista se encarniza, se vuelve radicalmente salvaje y exige que el plusvalor del producto se dé a través del derramamiento de sangre, ahora que este sistema:

[...] no puede abastecer las necesidades de los hombres [y de hacerlo lo cobra cada vez más caro], cuando no hay trabajo, en medio de exigencias económicas crueles y absurdas, de vejaciones administrativas, de humillaciones burocráticas, de la seguridad de que nos engañan cada vez que compramos algo, [de violencia exacerbada] (Despentes 2007: 117).

En este contexto es necesario hacer una revisión y una reformulación de las demandas de la masculinidad hegemónica transmitidas por los sistemas de dominación que, en nuestro caso, emparentamos con el Capitalismo Gore. Ya que existe un paralelismo entre este y la masculinidad hegemónica que: “[...] está compuesta por una constelación de valores, creencias, actitudes y conductas que persiguen el poder y autoridad sobre las personas que consideran más débiles” (Varela 2005: 322).

No es posible fraguar una resistencia real ante el sistema económico en el que vivimos, que basa su poder en la violencia exacerbada, sin cuestionar la Masculinidad. Ya que dicha Masculinidad se transforma también en violencia real sobre el cuerpo de los varones, pues como señala José Ángel Lozoya: “[l]as expectativas de los mayores, la competencia entre varones, la dictadura de la pandilla y la necesidad, inducida, de probarse y probar que son, al menos, tan hombres como el que más llevan a asumir hábitos no saludables y conductas temerarias, que se traducen en multitud de lesiones, enfermedades y muertes. Desde la infancia” (Lozoya 2002).

Transfeminismo y nuevas masculinidades

La cuestión de la creación de nuevos sujetos políticos construidos desde el transfeminismo abre de nuevo el debate sobre la necesidad, la vigencia y el reto que supone que los sujetos masculinos se planteen otras configuraciones y condiciones bajo las cuales construir sus masculinidades, que sean capaces no sólo de ejecutarlas sino de crear un discurso de resistencia a través de ellas.16

Dicha construcción teórico-práctica debe tomar en cuenta la perspectiva de género y el trabajo de deconstrucción, así como las herramientas conceptuales que han creado los feminismos, para replantear al sujeto femenino y para descentrarlo a través de un desplazamiento hacia lo no hegemónico no predeterminado por la biología.

Así como no nacemos mujeres, sino que devenimos en ello (Beauvoir 1981:13), es hora de pasar la pregunta, una vez más, hacia el campo de la masculi- nidad para descentrarla y hacer construcciones de esta más aterrizadas en la realidad y en la encarnación de las masculinidades individuales que comprueben que tampoco se nace hombre sino que se puede devenir (o no) en ello a través de un proceso en todo momento modificable.

Se sabe que alguien con poder y legitimidad difícilmente renunciará a ello. Sin embargo, el confort silente bajo el que se desarrolla la masculinidad cómplice debe ser cuestionado. Martha Zapata Galindo, en base a lo dicho por Robert Connell, define a la masculinidad cómplice como aquella que:

[C]aracteriza a los hombres que no defienden el prototipo hegemonial de manera militante, pero que participan de los dividendos patriarcales, es decir que gozan de todas las ventajas obtenidas gracias a la discriminación de la mujer. Se benefician de ventajas materiales, de prestigio y de poder de mando, sin tener que esforzarse (Zapata op. cit.: 233).

Por ello, es inminente e importantísimo que al mismo tiempo que los hombres deconstruyan el modelo de masculinidad hegemónica, que constriñe a una gran mayoría de mujeres pero también de varones, también se desmarquen de la pasividad silente de la masculinidad cómplice. A este respecto, es necesario aclarar que existen muchos sujetos masculinos que quieren/buscan/necesitan deslindarse de esos patrones arcaicos y opresores, los cuales nos informan que esta desvinculación o desobediencia de género no es una tarea fácil, ya que como afirma Luis Bonino:

[S]on un freno los temores y desconfianzas frente a lo nuevo que tienen algunos varones, la falta de modelos de masculinidad no tradicional y el aislamiento silencioso de los varones aliados a las mujeres, que muchas veces se avergüenzan de hacerlo público: la censura al trasgresor del modelo tradicional es muy efectiva con los varones, para quienes el juicio de sus iguales es fundamental (Bonino 2003: 127).

Pese a los costes que implica desmarcarse de la masculinidad tradicional es necesario hacerlo porque ello resultará en la verdadera planeación de alianzas que produzcan otras formas de resistencia y que desarrollen una agencia que se legitime desde lugares diferentes al poder y a la violencia.

Dado que el trabajo de análisis de la masculinidad como categoría de género se ha empezado a desarrollar de forma reciente,17 si lo ponemos en relación con la trayectoria del feminismo, es necesario tener precaución con la deconstrucción del género masculino y no situarnos ante ella desde un optimismo obtuso, puesto que debemos considerar que la deconstrucción de la Masculinidad Hegemónica, puede llevar a la construcción de nuevas masculinidades que no resulten ni tan nuevas ni tan deseables, como los grupos sobre reafirmación de la masculinidad tradicional nacidos en los años 80 en los Estados Unidos o los sujetos endriagos que hemos revisado en esta investigación, quienes son simultáneamente sujetos de rebelión y servidumbre, representando así una parte de las multitudes contradictorias de las que habla Paolo Virno, las cuales define como: “un modo de ser abierto a desarrollos contradictorios: rebelión o servidumbre, esfera pública finalmente no estatal o base de masas de gobiernos autoritarios, abolición del trabajo sometido a un patrón o flexibilidad sin límites [...] un punto de partida, inevitable pero ambivalente” (Virno 2003: 19).

Ante estas multitudes contradictorias, Virno nos advierte, para evitar su reificación, que estas no deben ser interpretadas bajo la categoría (masculinista y vertical) de sujetos revolucionarios par excellence, pues, al incitar a la deconstrucción de la masculinidad hegemónica debemos ser conscientes de ello, debemos también agregar que la incitación al cambio y a la creación de nuevas masculinidades es un arma de dos filos: sus resultados pueden ser imprevisibles y distópicos si no se realizan desde una posición de autocrítica radical, entendiendo radical en su raíz etimológica como aquello que busca la raíz de las cosas.

Por ello, es necesario que la deconstrucción de la Masculinidad y la creación de un plural de ésta, vaya de la mano con la perspectiva de género y el transfeminismo, entendiendo éste no sólo como movimiento social de mujeres sino como categoría epistemológica para la comprensión y creación de nuevas identidades (tanto femeninas como masculina) no distópicas. También es necesario evitar anclarnos en pre-supuestos de género dicotó- micos y jerárquicos para la construcción de estas nuevas alianzas subjetivas, dado que lo que sabemos de los géneros es muy poco y regularmente caemos en la tentación solipsista de construir la identidad del otro desde clichés y estereotipos o bien desde proyecciones de la propia identidad y eso, a todas luces, no resulta en nada nuevo, puesto que no inventa categorías codificadas fuera de las dicotomías que buscan fundar identidades y no posicionamientos. Un hombre no es una mujer, y viceversa, pero tampoco es un hombre. O una mujer tampoco es una mujer fuera del discurso que la/lo detenta como tal.

Encontramos sumamente importante, como estrategia, el hecho de que los hombres al deconstruirse y reinventarse busquen espacios para sí fuera de los límites fijados por lo heteropatriarcal y la violencia como herramienta de autoafirmación viril. A este respecto Itziar Ziga nos incita a estafar al orden patriarcal:

Me inspiro en el activista Javier Sáez cuando dice que los osos y los maricas leather encarnan una traición a los machos. [...] Es muy turbador para el heteropatriarcado descubrir que el fontanero, con su mono de trabajo, su pelo en pecho, su barba y su imagen hipertesterónica, puede ser gay. Ahí reside la traición que apunta Javier. Hombres que utilizan las señas identitarias del macho para desviarlas, para encarnar el fantasma más abominable de la interminable lista de pánicos masculinos: ser, en el fondo, maricón. [.] No hay ninguna identidad más sola y acorralada que la del macho. Ni por un instante me gustaría estar en el pellejo de aquellos que necesitan agredir y humillar a maricas y mujeres constantemente sólo para recordarse a sí mismo que nada femenino (= inferior) habita dentro de ellos. Sólo para confirmar que dententan una hegemonía que, en el fondo, saben falsa. Porque a la larga se hace insoportable el peso del teatro masculino (Ziga 2009:119-20).

Es necesario desestigmatizar los modelos de conducta de los colectivos lgtbi y revisar los logros en la reinvención de la subjetividad que el movimiento queer18 ha proporcionado, dado que puede proveer de una relectura de las subjetividades; ya que este no se ancla en identidades sino que se plantea como un posicionamiento práctico frente al poder. Las prácticas del movimiento queer han sido una resistencia pública y eficaz que no se ancla ya en las preferencias sexuales y no se especifica en su esencia porque su principal crítica consiste en negar toda esencia por considerarla reaccionaria y opresora. Como apunta Beatriz Preciado:

El movimiento queer es post-homosexual y post-gay. Ya no se define con respecto a la noción médica de homosexualidad, pero tampoco se conforma con la reducción de la identidad gay a un estilo de vida asequible dentro de la sociedad de consumo neoliberal. Se trata por tanto de un movimiento post-identitario: queer no es una identidad más en el folklore multicultural, sino una posición de crítica atenta a los procesos de exclusión y marginalización que genera toda ficción identitaria. El movimiento queer no es un movimiento de homosexuales ni de gays, sino de disidentes de género y sexuales que resisten frente a las normas que impone la sociedad heterosexual dominante, atento también a los procesos de normalización y exclusión internos a la cultura gay: marginalización de las bolleras, de los transexuales y transgénero, de los inmigrantes, de los trabajadores y trabajadoras sexuales. [...] ser marica no basta para ser queer: es necesario someter su propia identidad a crítica (Preciado 2009b: 16).

Es decir, estas resistencias nos muestran que son conscientes de que “innumerables procesos de minorización están atravesados por la sociedad” (Guattari y Rolnik op. cit.: 94) pero también que estos a su vez atraviesan a la sociedad, haciendo de la biopolítica un proceso reversible; proponiendo que frente a la violencia física y la opresión recalcitrante utilizada por el sistema hegemónico conservadurista representado en la actualidad por el Capitalismo Gore, la desobediencia y la ingobernabilidad pueden venir de las vías menos consideradas por la legitimidad social y más denostadas por el machismo patriarcal.

El movimiento queer que no apela a la normalización como sinónimo de legitimidad, nos muestra también que frente al monopolio de la violencia legítima e ilegítima existen frentes de resistencia que pueden entremezclar su agencia con una visión de activismo lúdico-crítico y anticapitalista, sin que esto deba entenderse de forma abstracta o superficial, dado que implica una autocrítica y una revisión reflexionada respecto al papel de la resistencia queer frente al consumismo:

[E]l consumo también condiciona nuestros cuerpos, determinando su forma, atravesando nuestra identidad y exigiendo que nuestros afectos se inscriban dentro de una marca registrada. No queremos habitar un ghetto comercial donde sólo se existe siendo un gay-trans-lesbiana de fin de semana. Donde las relaciones se mercantilizan y solo se tiene acceso a este supuesto “existir” a través del dinero. No queremos consumir para finalmente ser consumidos por el mismo engranaje que nos oprime (Manifiesto Con Fronteras no hay orgullo, 2009, párrafo 6).

El modelo queer representa entonces: una deconstrucción del pensamiento heteropatriarcal y sexista ya que “habla de un proyecto crítico heredero de la tradición feminista y anticolonialista[...]” (Preciado 2009a: 17). Por supuesto, no es la panacea, pero nos da referentes de que hay otras posibilidades interpretativas y de construcción/ deconstrucción de la subjetividad fuera de las rígidas columnas de los géneros con sus demandas e investiduras. Sabemos también que otra de las críticas recurrentes a lo queer es que se le considera inaplicable en otros contextos fuera del estadounidense, donde se le nominó como Teoría Queer. Sin embargo, es necesario apuntar que las prácticas que trata de englobar la teoría queer no son prácticas exclusivas del contexto estadounidense sino prácticas de resistencia opositiva que se han venido dando, simultáneamente, alrededor del planeta, que bajo diversas nomenclaturas o, incluso, careciendo de ellas, forman fuerzas de resistencia no predatoria.

Cuando las representaciones no normativas de las subjetividades queer dejen de ser vistas y juzgadas peyorativamente porque “su mera presencia desdibuja las fronteras entre las categorías previamente divididas por la racionalidad y el decoro” (Preciado, ídem) (y por ello denostadas) seremos capaces de percatarnos que las características “exclusivas” de los sexos no existen como tales sino que pueden jugarse en una combinatoria que abre las posibilidades a un nuevo discurso y una nueva forma de ejecutar la acción.

Así, las masculinidades no podrán ser entendidas como nuevas si se desligan del transfeminismo, del movimiento queer y del devenir minoritario; si no logran desligarse de la obediencia y la investidura de la Masculinidad como la entienden el poder y el discurso hegemónico. Es decir, la reconfiguración de estas nuevas masculinidades, como una forma de fraguar subjetividades no distópicas, debe estar emparentada con la resistencia, pero desde un espacio que no las vincule con la ejecución del poder de forma vertical y heteropatriarcal; lo cual nos conduce al problema del replanteamiento del concepto y el ejercicio de la política bajo estas condiciones del devenir queer. La política debe ser entendida bajo la variable de las multitudes queer:

[N]o como el arte de “gobernar a los otros” sino como el “arte de hacer crecer lo común” es, a mi modo de ver, el tipo de política necesaria en este siglo que comienza y tal vez una de las pocas formas de preservarnos de una destrucción a gran escala. [...] Cabría decir que lo “común” de la multitud no habrá que buscarlo en el más pequeño denominador común que se da naturalmente, como la esencia común de la explotación; lo común es el objeto mismo que hay que construir políticamente, aceptando medirse con la simultaneidad de las opresiones. No el poder de “gobernar a los otros” sino el poder para construir en común y de forma compartida, los espacios en los que habitamos.

[...]

El problema para nosotras ya no es cómo gobernar a unas poblaciones devenidas libres sino cómo construir entre todas aquellos espacios compartidos y aquel discurso que dé cuenta de la realidad común, y que nos permita no ser presa, una y otra vez, de élites voraces y depredadoras, que nos condenan a perseverar en la sumisión como mal menor. Si, como decía el viejo Spinoza, el enemigo del cuerpo político es interno a él y su peligro se condensa en los particulares que, en tanto que particulares, se apoderan del poder de mandar, uno de los primeros requisitos de la nueva política tendrá que ser cuidar y proteger el carácter común y compartido del propio poder, entendido ahora no como poder para gobernar a los otros, sino como relaciones de dependencia mutua en un espacio compartido (Galcerán 2009: 198-199).

El replanteamiento de las masculinidades que consideren tanto el devenir mujer y el devenir queer representa el reto de construirnos desde un sitio distinto a las dicotomías ya conocidas que nos emparentan con discursos inmovilizantes, desarticulantes que siguen caminando por vías ya transitadas y llegan a las mismas conclusiones. Ante estas dicotomías en esta investigación hemos propuesto como estrategia de deconstrucción de estos discursos: las desobediencias de género y el rescate de la metodología (práctica) backdoor que ha utilizado el movimiento queer y decolonial en la deconstrucción de esta díada discursiva de subaltemización para fraguar otras resistencias posibles y plausibles que lleven a la ejecución de revoluciones vivas, es decir:“[s]e tratará de establecer redes, proponer estrategias de traducción cultural, compartir procesos de experimentación colectiva, no tanto de labelizar modelos revolucionarios deslocalizables”, (Preciado 2009a: 59) y que estas revoluciones tengan sus puntos de convergencia en la creación de una crítica discursiva y una resistencia física y estratégica que evite unirse a las filas de los ejecutores y/o las víctimas de la violencia ejercida por los sujetos endriagos del planeta y su Capitalismo Gore

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El presente texto es un extracto de el libro Capitalismo Gore, publicado en Barcelona por la editorial Melusina en septiembre 2010. Por tanto, algunas de las ideas planteadas aquí han ido evolucionando en mis trabajos posteriores.

Denominamos necroempoderamiento a los procesos que transforman contextos y/o situaciones de vulnerabilidad y/o subalternidad en posibilidad de acción y autopoder, pero que los reconfiguran desde prácticas distópicas y autoafirmación perversa lograda por medio de prácticas violentas.

En esta ocasión entendemos Capital en un sentido cotidiano de acceso a la riqueza, a la acumulación de dinero que permitirá que estos sujetos accedan a una cierta movilidad social, a un cambio de status, a una legitimidad otorgada por su capacidad monetaria de engrosar las filas del mercado de hiperconsumidores.

Perteneciente al término Distopía, el cual fue acuñado, según datos del Oxford English Dictionary, a finales del siglo xix por John Stuart Mill quien lo creó como antónimo a la Utopía de Thomas Moro y con el cual buscó designar una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad ideal. Cfr. http://www.oed.com

Es preciso aclarar que las cifras que se manejan respecto a la economía criminal son aproximadas dada la dificultad para verificarlas. Cfr. Curbet, Jaume (2007). Conflictos Globales, violencias locales. flacso (1ra ed.), Quito, Ecuador; Resa Nestares, Carlos “La macroeconomía de las drogas.” Y “El crimen organizado en el mundo: mito y realidad.” Tomado de: peyote inc, http://www.geocities.com/carlos_resa/press18.html

Entendemos como subjetividad capitalística, aquella producida dentro de los marcos del capitalismo global, filtrada por “la conexión directa de las grandes máquinas productivas, las grandes máquinas de control social y las instancias psíquicas que definen la manera de percibir el mundo” (Guattari y Rolnik 2006: 41) que producirían la subjetividad capitalista y preformarían todas las dimensiones del vivir, incluyendo los afectos e incorporarían la terminación ística, denotando, un giro hacia los cosmético y/o prostético; donde se refleja que, evidentemente, no todos los sujetos de la contemporaneidad capitalista son dueños de los medios de producción; sin embargo, performan una coreografía social capitalística, es decir, que se rige bajo las lógicas del capitalismo y produce sentido de adscripción a través de la identificación con el orden capitalista por medio de la asimilación masiva de las normas y valores hiperconsumistas y el deseo de pertenencia mediante la homogenización de las subjetividades, entendidas como de nichos de mercado, que se traducirían en prácticas de consumo compartidas como espacio primordial de vinculación social.

El endriago es un personaje mítico en Amadís de Gaula, obra literaria española de la época medieval y colonial, es un monstruo, un híbrido que conjuga hombre, hidra, y dragón. Es una bestia de gran altura, fuerte y ágil que habita tierras infernales y produce un gran temor entre sus enemigos. Decidimos adoptar el término endriago para conceptualizar a los hombres que utilizan la violencia como medio de supervivencia, mecanismo de autoafirmación, y herramienta de trabajo. Los endriagos no sólo matan y torturan por dinero, sino que también buscan dignidad y autoafirmación a través de una lógica “kamikaze” y sacrificial.

Retomamos esta figura de la teratología medieval porque desde nuestra perspectiva decolonial es fundamental tomar en cuenta que la construcción del endriago se basó en una óptica colonialista que sigue presente en muchos territorios del planeta considerados como ex-co- lonias y que recae sobre las subjetividades capitalísticas tercermundistas por medio de una recolonización económica que se afianza a través de demandas de producción e hipercon- sumo globales, que a través de la creación de nuevos sujetos ultra violentos y demoledores —que conforman las filas del capitalismo gore y del narcotráfico como uno de sus principales dispositivos— mantienen “funcionando la expansión de ideales truncados de humanidad y subjetividad, así como de poder y de conocimiento”(Maldonado-Torres 2008: 64). Además reafirman proyectos contradictorios que los excluyen, pues fortalecen “jerarquías de ser y de valor que dividen al mundo, por un lado entre blancos y sujetos de color en el norte, y entre distintos tipos de mestizos y poblaciones excluidas de proyectos nacionales en el sur.” (Ídem). Para profundizar en este concepto, consulte: Sayak 2010.

El resurgimiento y auge que ha venido tomando, desde hace 18 años y que se ha radicalizado desde el año 2008, la presencia de buques piratas en el puerto bucanero de Eyl, en Somalia, da cuenta de esta afirmación hecha por Pratt. Este tipo de economía se ha vuelto de lo más rentable generando paradojas impresionantes como que el crimen se vuelva deseable como profesión: “El armamento de los delincuentes es ahora tan sofisticado, sus ganancias tan cuantiosas y el tren de vida tan alto y atrayente que los chavales del enclave costero de Eyl, en la paupérrima Somalia quieren ser piratas” (Aznárez 2008: 6). Lo cual rompe con las lógicas de Occidente, sin embargo, resulta perfectamente comprensible que esto suceda puesto que como algunos de estos piratas afirman: “Lo que nos forzó a ser piratas fue que las flotas extranjeras nos robaron la pesca. Ahora nos lo cobramos con los rescates. El hambre nos hizo piratas.” (Ibídem). Este tipo de redes son difíciles de desmantelar puesto que aunque “la marinería pirata es reducida, la mayoría de la población participa del negocio indirectamente.” (Ibídem). Se sabe que la economía ilegal y del crimen se basan en la necesidad, en la mala gestión del gobierno y en la corrupción de sus autoridades, por lo cual queda claro que el problema de los piratas en Somalia ni el de los cárteles de droga en México podrán ser erradicados, eficazmente, mientras estos países no cuenten con una estabilidad económica sostenible que funcione a mediano y largo plazo.

Términos con los que se designa en México, a los traficantes de personas migrantes indocumentadas.

El transfeminismo no se desliga del feminismo ni se propone como la superación de este sino como una red que abre espacios y campos discursivos a todas aquellas prácticas y sujetos de la contemporaneidad que no habían sido considerados de manera directa por el feminismo institucional: blanco, heterosexual y de clase media.

Para una revisión más exhaustiva de la historia del feminismo consúltese: Amorós, 1994; Anderson y Zinsser 1991; Rivera Garretas, 1994; Varela, 2005; Moraga y Castillo 1988.

Para una discusión más profunda sobre el tema consúltese: Villaplana y Sichel 2005; Maru- gán y Vega 2001.

Hacemos aquí un paralelismo entre la política expansionista de los Estados Unidos, vinculada a la conquista del territorio por voluntad divina-patriarcal y la ocupación/opresión/ destrucción del cuerpo de las mujeres y de sus acciones como un territorio conquistado que pertenece al patriarcado.

Estas multitudes de las que se hablaba en 2010, han devenido “cuir” es decir, surge la variación cuir; no como innovación individual o sectaria sino como nueva forma escritural que busca crear múltiples herramientas de agenciamiento a través de políticas lingüísticas que reflejen el interés colectivo de una geopolítica sureña. Cuir se propone, entonces, como laderivación fonética españolizada (desviada/impropia), del término queer y representa una ostranienie (desfamiliarización) del término queer, es decir, una desautomatización de la mirada lectora, registra además la inflexión geopolítica hacia el Sur y desde las periferias en contraofensiva a la epistemología colonial y a la historiografía anglo-americana. Así, el desplazamiento del queer al cuir refiere a un locus de enunciación con inflexión decolonial, tanto lúdica como crítica.

La interseccionalidad es una herramienta para el análisis en el trabajo de abogacía y la elaboración de políticas, que aborda múltiples discriminaciones y nos ayuda a entender la manera en que conjuntos diferentes de identidades influyen sobre el acceso que se pueda tener a derechos y oportunidades. Para ahondar en este término, revísese la bibliografía de Kimberley W. Crenshaw. Respecto a la transversalidad, que lleva a la creación de identidades múltiples que pueden encarnar en un mismo momento la opresión y el privilegio, se recomienda, revisar las obras de Gloria Anzaldúa, Chela Sandoval; Moraga y Castillo 1988.

Ponemos de relieve que nos referimos especialmente a la revisión de Masculinidad incorporada en las realidades latinoamericanas y, sobre todo, no obviamos el hecho de que existen ya algunas formas de confrontación de esta masculinidad en esos espacios que no comparten ni obedecen los dictados del poder capitalista y masculinista y han logrado desanudarse, en la medida de lo posible, de forma crítica de la identidad dominante. Sin embargo, dichas des- anudaciones no están suficientemente visibilizadas.

Algunos teóricos especialistas en el tema de la masculinidad, como Rafael Montesinos, afirman que: “Si bien los estudios sobre la masculinidad adquirieron una presencia real en la década de los noventa, definitivamente, es en el primer lustro del siglo xxi cuando alcanzan un punto culminante que promete mantenerlos como un tema de frontera en los próximos años” (Montesinos 2007: 09). Otras autoras como Martha Zapata Galindo, precisan que si bien es cierto que la investigación sobre la masculinidad es reciente, una excepción a esta regla es la investigación antropológica, “que empezó desde bien temprano con estudios culturales comparativos sobre la masculinidad” (Zapata 2001).

La palabra Queer que desde el siglo xviii se había usado como una injuria, cambió su uso a finales de los años 80, en los Estados Unidos, cuando “un conjunto de microgrupos decidieron apropiarse de la injuria queer para hacer de ella un lugar de acción política y de resistencia a la normalización” (Preciado 2009: 16).

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