Me parece acertado el título de Misógino feminista, sobre todo porque pienso que a Carlos le hubiera encantado, pues él la repetía, (y hay que hacer notar que no gustaba de repetirse, ni siquiera en la conversación cotidiana), para que la frase sirviera para definirlo. Pero si el título me parece acertado, eso no quiere decir que vayamos a creerle realmente que tal frase lo definía. En realidad, se trataba de una coquetería, un recurso literario para eludir, con gracia, la ubicación gregaria en cualquier -ismo y, por supuesto, y con mayor razón, en el feminismo. En la realidad, Monsi nunca fue misógino y, para probarlo, basta con mencionar a Doña Esther, a quien adoraba, aunque nunca desperdició ocasión para aplicarle la ironía, en la que por cierto su mamá era igualmente diestra. Baste mirar esta mesa en la que “sus mejores amigas” suman la decena. Al contrario de Elena Poniatowska, creo que Carlos nos tuvo verdadero afecto a numerosas mujeres, empezando, como dije, por Doña Esther, pero incluyendo a su prima Betty, a Marta Lamas, a la propia Elena y a muchas más
Si su misoginia era una simple construcción verbal, su feminismo, en cambio, era de corazón. Aunque Monsiváis siempre se orientó por la izquierda, nunca militó en una organización política —si exceptuamos su breve y accidentado paso por el Partido Comunista Mexicano—. En el caso del feminismo, tampoco perteneció a ninguna organización formalmente, pero podemos decir que sí fue un militante permanente, apasionado —y descontado que brillante— de la causa feminista.
De los textos aquí publicados me llama particularmente la atención un rasgo estilístico que deja ver qué tanto le importaba mostrar las aberraciones del patriarcado. En sus crónicas, en sus ensayos, en cualquiera de los géneros que abordó, Monsiváis siempre colocó en primer término la construcción literaria; el texto tenía una irrefrenable voluntad de estilo. Cuando escribe sobre temas feministas, en cambio, lo literario pasa a un segundo plano; le interesa más denunciar, le preocupa argumentar, quiere señalar, no dejar de acusar. Por supuesto, cuando se tiene el enorme talento de Monsiváis, no se puede renunciar al estilo y, en estos ensayos, como en todos los demás, podemos encontrar frases deslumbrantes por el derroche de ingenio, la novedad de sus contrastes, la agudeza de su vista. Una que me encanta es la que se encuentra en el ensayo sobre Frida Kahlo, que por cierto es una recreación insuperable de las atmósferas culturales de las sucesivas décadas del siglo xx. Allí dice, “el chisme, esa infancia del rumor”. Como esta, podemos subrayar cientos en los textos de Monsiváis, porque hay que decir que Carlos no podía prescindir del estilo literario, que aparecía irremediablemente hasta en los recados o en las apresuradas dedicatorias. Sin embargo, diría que en estos textos feministas se preocupa más por ahondar en el conocimiento y la denuncia de las manifestaciones del sexismo y, por ampliación, de las diversas formas de discriminación presentes en la sociedad mexicana.
De los muchos ensayos memorables que Marta Lamas ha reunido en Misógino feminista, quiero referirme a dos en especial. No porque sean los que más me gustan en lo personal, pues a lo mejor si ese fuera el criterio mencionaría el de Frida Kahlo, sino porque se trata de ensayos de algún modo excepcionales en la obra de Monsiváis. Se trata del dedicado a Simone de Beauvoir y el titulado “México a principios del siglo xxi: la globalización, el determinismo, la ampliación del laicismo”. El de la Beauvoir, porque, además de analizar la repercusión que tuvo El segundo sexo en la sociedad mexicana y desmenuzar la audacia del pensamiento de la francesa y su consiguiente importancia, en él aparece el propio Carlos contándonos —y subrayo contándonos— su experiencia en una primera y en una segunda lectura del libro. Aunque en sus crónicas y en sus ensayos, precisamente por la notoriedad del estilo del escritor, siempre se siente la presencia del autor, podríamos decir que, en la mayoría, Monsiváis se coloca en un segundo plano, es decir como el observador del fenómeno que ocupa el primero. Es cierto que en algunas crónicas se incluye como personaje, como el cronista al que le atribuye comentarios y autocríticas, pero lo diferente en este ensayo es que aparece el Carlos Monsiváis de carne y hueso, el joven real que lee por primera vez El segundo sexo y el intelectual que reflexiona sobre su primera y su segunda lectura.
En el ensayo sobre México a principios del siglo xxi, lo que me llama la atención es precisamente la ampliación del laicismo a la que se refiere en el título, ya que analiza las diversas formas de discriminación practicadas por la sociedad mexicana, contra los indígenas, contra los protestantes, contra los gays, contra las mujeres, y aunque nunca abandona la radicalidad de su crítica, se muestra sorprendentemente optimista al señalar que ha habido un cambio de paradigmas y que el laicismo ha tomado nuevas formas para abarcar, gracias a las luchas y movilizaciones sociales, otros terrenos de la vida comunitaria. Y no solo eso, sino que la transformación, asegura, es irreversible.
En conjunto, los ensayos reunidos en Misógino feminista son, como siempre en Monsiváis, deslumbrantes por su estilo y expresión de un pensador que cala hondo en la realidad de la sociedad mexicana, en particular en la situación de la mujer, a partir de una voluntad feminista de corazón.