Se me ha encomendado hablar en un plan familiar y sin prejuicios del oscuro y maloliente tema del sexo, así que relájense y siéntanse en total confianza, como si estuvieran oyendo la santa misa y abriesen sus oídos infantiles a los cánticos de ángeles y querubines. Mas sin embargo, no, hoy no hablaremos del sexo de los curas que tanto asusta a los niños.
Hoy hablaremos sencilla y simplemente del sexo. Abran su manual de sexo gratuito. Antes de iniciar quiero aclarar que esta vez tanto el sexo como el manual se los vamos a tener que cobrar, porque no está la situación económica mundial como para andar regalando cosas. Bien, ábranlo donde dice “Introducción al sexo” y permitan que sea yo personalmente quien se los introduzca: el sexo, como su nombre lo indica, suena muy feo, así que desde ahora lo llamaremos malvavisco.
El malvavisco se localiza en una parte del cuerpo, lo cual nos indica que el cuerpo se divide en partes (como todo lo que se divide), de ahí que al malvavisco lo llamemos nuestras partes. Cuando estas partes se interrelacionan con las partes del sexo opuesto, se produce el embarazo, que por cierto es una de las pocas cosas que todavía son gratuitas, lo cual da por resultado la sobrepoblación mundial. Por ello, y cumpliendo con nuestra labor vaginalizadora, daremos ese salto que nadie se ha atrevido a dar en materia sexual y hablaremos aquí en el seno familiar del escabroso tema del aborto.
El aborto es una cosa muy desagradable, tanto para quien lo fotografía, como para quien publica la foto; pero también lo es para quien lo provoca, como para quien lo padece, aunque hay casos especiales, como el del famoso feto suicida. Trátase de un embrión de cuatro semanas que toma la decisión a tan temprana edad de negarse a existir. No hallando barbitúricos a la mano o algún arma punzocortante o simplemente un revolver, e impedido de lanzarse desde un séptimo piso, confinado como se halla en el interior del útero, decide ahorcarse con el cordón umbilical. Cual no sería su sorpresa que al cumplir los nueve meses su madre, en contubernio con el ginecólogo, lo hace nacer, retirándole sin miramiento alguno el cordón del cuello, obligándolo de esta manera a vivir por la fuerza, violentando con ello su derecho elemental al suicidio intrauterino. Ya adulto, este famoso individuo ha denunciado infinidad de casos semejantes al suyo en el que los médicos deciden, sin miramiento alguno, por sobre la voluntad del embrión.
Otro caso interesante es el de una mujer acaudalada, conocida en la academia como La placenta asesina, quien en varias ocasiones intentó abortar sin haber podido jamás embarazarse. En su perfil psicológico encontramos diversas anomalías, pues siendo muy niña leyó la vida de Bernardette y quedó tan impresionada con la aparición de la virgen que decidió concebir de forma inmaculada. El procedimiento consistía en primer término en hacerse reconstruir el himen, enseguida recurrir a la inseminación artificial y, llegado el momento del parto, practicarse una cesárea, asegurando así su virginidad aun después del alumbramiento.
Aunque el tratamiento completo le salió en un ojo de la cara, tuerta y todo jamás logró quedar embarazada, y comenzó entonces su obsesión por abortar, llegando incluso al extremo de hacerse injertar un embrión de silicona, con tal de experimentar la tan deseada interrupción del embarazo. [Vibra un celular.] Hablando de interrupciones, permítanme un momento, voy a contestar. [Se saca el teléfono de la entrepierna.] Disculpen, es que, para aprovechar al máximo la tecnología, lo traigo en modo vibrador. [Contesta.]
¿Hola, Susan? ¿Que me desvié del tema de la ponencia? ¡Claro que sí, Su Santidad, ahora mismo regreso al sexo! [Regresa el celular a su entrepierna.]
Bien, como les decía, el sexo, o malvavisco, puede ser masculino, femenino o malformación genética. En el caso de los hombres incluye la próstata, aunque no incluye la operación. Para concluir esta ponencia magistral, usaremos como ejemplo estas bolsas de malvaviscos. [Reparte bolsas de malvaviscos al público.] Les voy a pedir a todos los presentes que me tomen de estas bolsas un par de malvaviscos, pero por favor no me los coman.
Ahora cierren los ojos y siéntanme la textura, la turgencia de este material blando y maleable, y no pierdan la suavidad al contacto. Frótenme el malvavisco de muchas formas, sóbenmelo hasta que ya no me puedan distinguir dónde empieza uno y dónde termina el otro. No me abran los ojos ni me anden haciendo trampas. A quien yo descubra con los ojos abiertos le haré tragar malvaviscos hasta que los aborte.
Muy bien, eso es. ¿Ven qué fácil es obtener placer sin tener que agarrarse las partes sucias? Sigan, sigan frotando y descubran lo profundo del malvavisco.
Esto es lo que se conoce como el erotismo. ¿Ven qué feliz puede ser el pueblo mexicano con tan poco? Las mexicanas son mujeres buenas que nunca abrirán los ojos. Mujeres sumisas, incapaces… de aventarle malvaviscos a la ponente. [Las mujeres comienzan a aventarle malvaviscos.]
Mujeres mugrosas e ignorantes que no merecen que una académica venga a enseñarles el sexo. ¡Terroristas! ¡Subversivas! Las mujeres deben quedarse en la cocina y no andar asesinando gametos. ¡Malditas, abortistas, ateas, desgraciadas! ¡Yo me encargaré de que este país se hunda! [Toma el teléfono.] ¡Seguridad! Auxilio, me están lapidando unas Católicas por el derecho a decidir… a decidir si la Iglesia es misógina o no