En estos tiempos que corren, los investigadores estamos tan sumergidos en nuestros temas y problemáticas puntuales que dejamos de lado lecturas que después nunca llegamos a hacer debido la presión del trabajo académico inminente. Por ello, agradezco la lectura de este libro que me permitió reflexionar y profundizar en mi propio campo de interés: el de la historia de las mujeres en México. En efecto, uno de los hilos conductores que lo atraviesan es la importancia y visibilidad que las mujeres han obtenido al ser partícipes activas, o más bien fundamentales, en muchos movimientos sociales, y asimismo muestra el fuerte impacto que estos han tenido no solo en sus vidas, sino en las metas que se proponían.
Este libro, Resistencias en movimiento…, de Margarita Zárate explica de manera muy didáctica el origen y la composición de este novedoso fenómeno social, y la forma en que las emociones y los sentimientos inciden en él. La autora se apoya en una bibliografía antropológica y sociológica muy actual para ejemplificar movimientos de otros países, así como en su propia etnografía realizada durante largos años entre los campesinos organizados de Michoacán.
La idea de movimiento social nace justamente con la irrupción de lo social en la esfera pública desde finales del siglo xviii. Cuando las solidaridades y lazos de tipo antiguo rompen el sólido tejido social de antaño y las nuevas relaciones de producción, así como la emergencia del mercado, propician la aparición de un nuevo sujeto político: el homo economicus. Este hombre se definirá por su posición en el mercado, ya como dueño de medios de producción, ya como proletario. Él será a partir de entonces un hombre libre y podrá enfrentarse solo al mundo y ser explotado o explotador. Por eso los movimientos sociales en la modernidad revelan la esencia política de lo social. A partir de entonces los movimientos sociales implican todas las intervenciones públicas y colectivas —tipo huelgas, motines, manifestaciones y revueltas— cuyo fin es transformar las condiciones laborales y de vida impuestas a sus actores, y así contestar las jerarquías o las relaciones sociales desiguales, generando sólidas identidades colectivas —sobre todo de clase— en el siglo xix y principios del xx, así como claros sentimientos de pertenencia.
A partir de mediados del siglo xx, explica Margarita Zárate a lo largo de su libro, los llamados nuevos movimientos sociales hacen referencia a inéditas formas de acción política que rompieron o se distanciaron del militantismo decimonónico en sus formas más tradicionales. Al contrario de aquellos movimientos comunistas o leninistas, estos novedosos movimientos surgidos de la sociedad civil no pretenden tomar el poder del Estado ni ser las guías del proletariado, sino que exploran diversas formas de protestar contra las injusticias, las humillaciones o los abusos inmediatos sufridos, contra ciertos efectos en particular perversos y nocivos que la mundialización introduce de manera repentina y sorpresiva en la vida de los sujetos. Estos movimientos sociales pueden, por otra parte, sacar provecho de la globalización y pedir el apoyo de una opinión pública hoy también mundializada. Sustentándose en los medios masivos de comunicación tradicionales como la prensa, la televisión o la radio, así como en los electrónicos del internet, se han convertido en la actualidad en fuentes centrales del cambio social. Luchan por el mejoramiento del medio ambiente, por la educación gratuita, por la defensa de los más débiles y de los diferentes.
Lo notable es que están constituidos por hombres y mujeres llegados de diversos horizontes sociales y políticos, por lo que no son homogéneos en su composición. En un mismo movimiento de protesta se puede encontrar a gente de la izquierda política tradicional que siempre luchó por más justicia social, pero también es posible drenar a individuos o sectores católicos e incluso conservadores que juzgan los objetivos del movimiento en el plano de lo moral y de acuerdo con sus convicciones religiosas. Entonces aquellos que tienen como metas la educación, la vacunación, la defensa de la dignidad y de la libertad de las personas, así como el combate al hambre en los países más pobres o afectados por catástrofes naturales, logran conjuntar el interés y apoyo de amplios sectores de la población de los países ricos.
Algunos movimientos han logrado obtener agencia para sus participantes y convertir a las víctimas en actores, permitiendo que los activistas forjen nuevas identidades a partir de sus luchas. Muchos de ellos se sienten herederos del espíritu sesentaiochero que hizo evidente que lo privado era político y que con fuertes dosis de utopía apoyan el desarrollo de una economía moral basada en la reciprocidad interclasista, porque la clase no es la única variante de la explotación. Están, y no podemos olvidarlo, el racismo, el sexismo, la homofobia. Estos movimientos defienden espacios para crear nuevas identidades y solidaridades, al tiempo que tejen relaciones mucho más igualitarias.
Margarita Zárate no es ingenua. Afirma por otro lado que algunos de estos movimientos pueden replicar lo que sucede en la sociedad patriarcal y misógina —que es la nuestra—, y por ello le parece fundamental insistir, por ejemplo, en analizar siempre la manera en cómo en cada uno de ellos el género incide en la participación política diferenciada. Esto sirve para entender también cómo otros movimientos cancelan sus posibilidades de negociación y adoptan el fracaso como estrategia, o se inmolan en luchas a veces espectaculares pero autodestructivas. Me gustó la parte que habla de la reivindicación del enojo y la esperanza, ambos sentimientos que aparecían en los relatos de historia solo como prerrogativa de los poderosos y que hoy son los ingredientes principales que animan los movimientos.
Interesante es también que, como estos movimientos aspiran a un cambio del orden social y a una vida colectiva en verdad más libre y placentera, son en general laicos y de izquierda o progresistas, aunque por desgracia no todos lo sean. No obstante, ya que la emotividad está en la base de la estructuración y entrada en acción de estos movimientos, tenemos los increíbles y pujantes llamados pro vida, que con aliados más callados han logrado revertir lo que otros habían logrado con tanto trabajo —como el derecho a la anticoncepción y al aborto—, llegando al colmo incluso de matar a médicos que practican abortos en aras de defender la vida no nacida, mucho menos deseada. Ni hablar del aumento de los movimientos fascistas en Europa o de las milicias nacionalistas en Rusia o Grecia que se divierten cazando inmigrantes… Pero no voy a escribir sobre ellos para no hacer propaganda a lo que debía desaparecer de la faz de la Tierra, aunque me parece que no debemos olvidar que estas reacciones xenófobas siguen existiendo en países en apariencia más cultos y democráticos como Francia e Inglaterra. Los movimientos violentos y xenófobos deben ser analizados con cuidado, porque no son, al contrario de lo que afirman algunos pensadores, simples accidentes de la historia o locuras pasajeras.
De la multitud de causas defendidas por los movimientos sociales que Margarita Zárate analiza en su libro, yo quisiera referirme de manera general a algunas de las feministas que conozco un poco mejor y que tanto batallaron contra viento y marea, como intitulara una colega su libro sobre la historia del sufragio femenino en México. En efecto, ellas se organizaron para ir logrando lo que en cada época parecía un objetivo imposible, aunque el machismo y la misoginia las atacó, persiguió y ridiculizó, convirtiendo los suyos en movimientos disolventes y a ellas en militantes peligrosas, si no es que en locas furiosas. Hoy en día esos movimientos, amplios o con objetivos más limitados, abarcan muchas más causas y engloban mucho más que a las puras mujeres; la búsqueda de la inclusión y la aceptación general de todas las diferencias ha hecho que gays, lesbianas, travestis y transgénero compongan el rico paisaje de esos nóveles movimientos. Las luchas contemporáneas llevadas a cabo por feministas hindúes, por ejemplo, para que cese el derecho a la violación colectiva de mujeres que la tradición les ha reconocido en la práctica a los varones en fiesta, son de esos movimientos que pretenden lograr un cambio de mentalidad en los aparatos de policía y de justicia que solo se podrán alcanzar con una movilización general de la opinión y profundos cambios sociales.
Todos sabemos que desde siempre los cuerpos de las mujeres y de los hombres atrajeron las miradas y han sido foco de atención. Ese deseo es normal o más bien natural, pero lo es menos cuando se trata de políticas públicas que tratan de regir el acceso al cuerpo del otro. El control del papel reproductivo de las mujeres ha sido el pretexto en innumerables sociedades para impedirles el acceso a la esfera de lo público; sin embargo, ahí han estado siempre ellas organizándose, resistiendo, para exigir y conseguir su inclusión como personas sociales completas. Si el sufragio femenino fue para las mujeres modernas una de sus luchas prioritarias, las demandas no tardaron en ir creciendo y extendiéndose como aceite en el agua. A finales del siglo xix, por ejemplo, una feminista victoriana logró aglutinar un movimiento grandísimo para exigir el fin del famoso sistema francés, es decir, el de la tolerancia oficial de la prostitución. Josephine Butler comenzó luchando por mejorar la educación femenina, pero pronto se preocupó por las terribles condiciones de vida de las prostitutas inglesas a las que describió como víctimas explotadas por la opresión masculina. Atacó con fuerza la doble moral existente que se abrogaba el derecho de examinar y retener a cualquier mujer sospechosa de ser portadora de alguna enfermedad venérea, al tiempo que nadie molestaba a sus clientes. También lideró la Federación Internacional Abolicionista, que junto con otras organizaciones feministas europeas lucharon por primera vez unidas contra la legalización de la prostitución y, más importante aún, contra el tráfico de personas —que entonces se llamaba trata de blancas—, así como contra la explotación sexual de los niños, la cual por desgracia sigue siendo una calamidad a nivel mundial.
Pudimos ver en este libro también que las mujeres en todas partes del mundo han debido salir a la calle a pelear por algo que me parece increíble que aún a principios del siglo xxi tengamos que seguir exigiendo: que nos sea reconocido el derecho inalienable de ser dueñas de nuestros propios cuerpos. Las luchas por la despenalización del aborto, de las que Marta Lamas es pionera indiscutible en este país, han sido muchísimas y muy duras. Y gracias a ellas hemos conseguido este islote de libertad que es la ciudad de México, aunque todos sepamos del retroceso que fueron marcando las legislaciones estatales.
Pero seguiré con el libro y con el cuerpo de las mujeres como territorio de disputas. En un bonito apartado, la autora trató de asemejar la importancia que adquiere el cabello femenino, no solo en la mentalidad de los varones mexicanos de los años 20 del siglo pasado cuando las chicas modernas deciden cortárselo a la garçonne, sino recientemente también en la de un grupo de africanos furiosos porque las mujeres de Tanzania se lo empezaron a alaciar. Con todos los matices que cada caso amerita y que no pretendo amalgamar, en ambos países las mujeres que deciden hacerse algo en el pelo, siguiendo los cánones de la moda, agreden los valores tradicionales de los machos que ven cuestionada no solo su hombría, sino la potencia viril de sus naciones. Sería de risa si las consecuencias que esas actitudes misóginas pueden tener en las mujeres reales no fueran a veces dramáticas.
Ya no me da tiempo de hablar de las batallas o más bien guerras muy peligrosas que las feministas de los países musulmanes están llevando a cabo y en las cuales arriesgan la vida simplemente para formar movimientos o para lograr ir a la escuela, casarse con quien quieren, trabajar o hasta conducir un auto… La lista de agravios, prohibiciones y crímenes es larguísima, y nos permite, a pesar de lo negro del horizonte, comparar con lo que acá hemos logrado. Pero estar conscientes de estos logros no es para sentirse particularmente orgullosas o creernos superiores, sino para seguir muy atentas y en alerta frente a las fuerzas retrógradas que siguen existiendo en cada país. Una libertad que no se defiende es una libertad amenazada.
Por eso, y para concluir esta reseña, saludo con emoción y alegría las reivindicaciones que las jóvenes feministas del movimiento femen llevan a cabo en tantos lugares del mundo en donde se cometen crímenes machistas, con el torso desnudo y pintarrajeado como un lienzo mientras vociferan: “nuestro cuerpo es nuestro y lo usamos como queremos”
La Pitaya, Coatepec, noviembre de 2013.
Margarita del Carmen Zárate Vidal, 2012, Resistencias en movimiento de dignidad, deseo y emociones, uam-i/Juan Pablos ed., México.