En la mitad del Hades encontrarás un manantial a la derecha, al pie de un ciprés blanco.
No bebas de ese manantial, pues encontrarás otro, el del agua fría de los manantiales de la memoria.
Los guardianes lo rodean. Tú les dirás: yo soy hija de la tierra y del cielo estrellado, pertenezco a la raza celeste, déjenme beber de esta fuente para purificarme.
Y ellos te dejarán beber el agua fresca de Mnemosyne, el agua sagrada del surtidor y entonces tú te sentarás entre los héroes.
Me imagino a Laura Bonaparte en este momento cruzando los infinitos pasillos del Inframundo. Esa criatura celeste, hija de la tierra y del cielo estrellado, la que al silenciar su duelo lo convirtió en estruendo, la que al buscar a sus hijos iba buscando su vida y del dolor su vida iba perdiendo.
Allá va Laura iluminando los caminos del Hades con su sonrisa inolvidable. Seguramente habrá encontrado al pie de un ciprés blanco un manantial y, sin beber de este, habrá llegado hasta el surtidor de Mnemosyne, habrá bebido el agua fresca de la memoria y se habrá purificado, pero, para sus pulgas, ni se habrá percatado de estar sentada entre los héroes, quizá sí al lado de sus hij@s tan querid@s.
Cierto día que paseábamos por la ciudad de México, en el segundo piso del periférico que Laura llamaba “la serpiente emplumada”, la escuché decir: “La justicia civiliza”. Entonces entendí por qué México es un país bárbaro, incivilizado y brutal al que la justicia aún no ha llegado y no vemos ni para cuando. Otra de las cosas enormes que le escuché: “La impunidad anida en la indiferencia”.
Cuánta falta nos hace leer y escuchar a Laura Bonaparte en este México actual en donde se habla de 300 000 desaparecidos.
Otra vez Laura: “Quisieron borrar nuestra historia, nuestro cuerpo, quisieron hacernos creer que nunca parimos: los desaparecidos, los desparidos, los que nunca nacieron, a los que nunca parieron”.
“La justicia desaparecida, el saber desaparecido, solo preguntas, ninguna respuesta”.
Así vemos a las madres a quienes les han arrebatado a sus hijos, llenas de preguntas sin respuesta, y, a la pregunta central: ¿Dónde están nuestros hijos?, no hay ninguna otra respuesta que la indiferencia oficial ahí, donde anida la impunidad.
Laura no solamente puso su inteligencia al servicio de la justicia y contra la impunidad, también puso su cuerpo. Laura era omnipresente, como doña Rosario Ibarra, donde quiera que la injusticia anduviera haciendo su agosto.
La presencia física como instrumento de la verdad, la verdad como única base para una justicia real.
La inteligencia de Laura era una inteligencia asociativa que lograba revelar el contenido de las prácticas heroicas o siniestras.
Igual comparaba la antropofagia de los charrúas, guaraníes, colastinés y otros grupos aborígenes con la eucaristía y el rito de comer el cuerpo de Cristo, que renombraba la experiencia libertadora de San Martín, y la llamaba “una especie de Mercosur de la solidaridad”.
Denunció a los genocidas y a la jerarquía eclesiástica, una de las razones por las que actualmente están siendo juzgados y condenados a prisión perpetua.
“Me ofrecieron las manos de mi hija en un frasco, loca y ciega, pedí su cuerpo completo; el genocida construye laberintos donde la razón se pierde”.
Laura fue miembro del comité que logró que la desaparición de personas sea actualmente considerado un delito de lesa humanidad también fue la primera en denunciar el intento de Menem de privatizar el terreno de la esma (Escuela Mecánica de la Armada) que hoy es un centro para la defensa de los derechos humanos. Laura lograba cosas concretas y también concretaba sus ideas:
“Decían, ’Por algo será’ ¿por qué no los juzgaron por ese ’algo’? Eso es lo que separa a un Estado de genocidas de un Estado de derecho”.
“Hasta que la sociedad argentina reconozca que todos fuimos parte de la dictadura no conseguirá revertir el daño”. “Sin justicia no hay construcción colectiva de la historia”.
“Nuestros hijos arrancados y desaparecido el lugar y contado el tiempo suspendido instante a instante, sin minutos ni segundos...”.
Laura Bonaparte es el ejemplo más puro de la inteligencia, el valor, la hermosura y la sensibilidad puesta al servicio de la colectividad y de los más vulnerables.
Gracias a Laura sabemos que a pesar del dolor se puede seguir viviendo y luchando, y que las ideas, como bombas, pueden ser más potentes que las armas.
Laura Bonaparte amó a sus hij@s y amó a la humanidad, y no por ello dejó de advertirnos que: “No hay nada más cruel que el ser humano”