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Vol. 47.
Páginas 267-268 (enero 2013)
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Seis de noviembre de 2012
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Beatriz Gimeno
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Hace ya unos días que sabemos que hoy es el día. El día en el que el Tribunal Constitucional dictaminará por fin que gays y lesbianas somos, a todos los efectos, ciudadanos y ciudadanas como los demás. En estos días no he querido pensarlo mucho; es como que no fuera conmigo, yo ya hice lo que hice y me siento muy lejos de todo aquello, tengo otra vida. Sin embargo, hoy, 6 de noviembre, desde la mañana, me he sentido como absorbida por los recuerdos. Hace muchos años entraba por primera vez en la sede de cogam, en la calle Fuencarral, y después, enseguida, me impliqué absolutamente. Y recuerdo las reuniones que empezaban a las 20:00 horas, porque esa era la hora en la que ya todos estábamos libres, y que duraban a veces hasta la una de la mañana o más. Recuerdo muchas reuniones y mucho cansancio, pero también muchas risas. Y recuerdo también muchos momentos de frustración, de pensar que no avanzábamos. Y me acuerdo de mucha gente ahora, alguna que no llegó a ver este día, y otra mucha que he conocido en el camino y que sigue conmigo. El sentimiento de hermandad, de compañerismo, que se vive en el activismo no es parecido a ningún otro; ese caminar poniendo todo de nuestra parte en un objetivo común es muy especial.

Recuerdo la fundación de lo que primero fue felg, luego felgt y después felgtb. Recuerdo que nadie sabía pronunciarlo y que, cuando alguien lo pronunciaba tal cual, felgt, terminado en una t imposible, Miguel Angel siempre decía: “¿Sabes pronunciar ugt? Pues igual, se dice, felgete”, y después fue felgetebe. Enseguida más reuniones; reuniones comiendo y bebiendo, trabajando, pensando, planeando; reuniones de diez y hasta 14 horas. Recuerdo volver de noche a casa siempre acompañadas por alguien que hacía el mismo camino hacia Tirso de Molina. Recuerdo también reuniones los sábados y los domingos: encuentros, jornadas permanentes, el federal... y, enseguida, los viajes. Al principio en autobús, sin dinero. Recuerdo un viaje a Granada en el que el autobús dio tantos botes que Boti se lesionó una costilla, una noche en la que nos alojaron en un hostal tan barato que era un puticlub y no pudimos dormir del trasiego que había por los pasillos, y la vida en los Albergues Juveniles y en los Colegios Mayores de tantas ciudades y de tantas universidades. Después, mucho más adelante, ya podíamos viajar en tren o en avión. Y el cansancio, y luego los Orgullos, primero tan pocos y luego tantos.

Más adelante, fueron los viajes ya fuera de España: a Lisboa, Irlanda, Ginebra, Latinoamérica... Recuerdo todo el tiempo que le he robado a mi hijo, la angustia de dejarle solo tanto tiempo. Recuerdo los primeros tiempos, cuando no éramos nadie y, después, cuando los políticos comenzaron a hacernos caso y comenzamos a reunirnos con ellos; las visitas al Parlamento, a los ministerios y a las sedes de los partidos políticos; la seriedad cuando nos reuníamos con ministros y ministras, pero también después, cuando nos reíamos a la salida; la vez que fuimos al Palacio de la Moncloa y Boti se perdió por los pasillos hablando con la vicepresidenta, mientras que yo daba una rueda de prensa en el mismo lugar en el que ahora veo a Rajoy contarnos los desastres que nos esperan. Y, finalmente, recuerdo ver cómo el camino se iba ensanchando y se hacía más fácil, y un día en el que vimos por primera vez que aquello era posible y que llegaríamos a verlo, y luego el día en el que desde la tribuna del Parlamento pudimos escuchar cómo nuestra ley se aprobaba y allí estábamos casi todas y todos los que habíamos hecho que aquello fuera posible. Y, cuando salí y los periodistas me abordaron, recuerdo que lloré.

Todo esto, y mucho más, se me ha venido a la cabeza mientras volvía hoy a casa del trabajo. No pensaba ir esta tarde a la celebración convocada en la Puerta del Sol, pero según avanzaba el día me di cuenta de que tengo que ir para cerrar lo que empezamos hace tanto tiempo y para ver a la gente con la que he hecho este camino; una gran parte de mi vida se me ha ido en esa lucha, así que sí, tengo que ir. Ahora, cuando me dispongo a salir de casa, después de pasar diez horas en la oficina, me digo que estoy agotada, pero entonces también me digo que no importa, que tengo que ir, que ya descansaré mañana, o cuando pueda

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