Innumerables ecos, únicos sobrevivientes de la destrucción operada por el tiempo, no darán nunca la ilusión de un timbre original allí donde, en el pasado, resonaron armonías perdidas. Claude Lévi-Strauss, La noción de arcaísmo en etnología
La noción de movimiento feminista, nombre político de y a escala internacional, significante de expresiones muy diversas en los distintos espacios geopolíticos en los que se manifiesta, evidencia, sin embargo, algunos signos comunes, tanto por los debates que suscita en su interior, como por las controversias que no cesa de desplegar su nombre. En este escrito, se tratará entonces de discernir los contornos del feminismo en dos revistas argentinas que manifiestan y reclaman su lugar en ese movimiento.
Exploraremos lo que puede entenderse fue una primera expresión de la crítica poscolonial al interior del feminismo argentino denominado de la segunda ola.1 Con ese fin, ensayaremos una reconstrucción de las miradas críticas que entabló la Asociación de Trabajo y Estudio sobre la Mujer (atem-25 de noviembre), una de las pujantes agrupaciones surgidas en los primeros años de la década de los 80, respecto del feminismo local inmediatamente anterior (encarnado en agrupaciones como el Movimiento de Liberación Feminista [mlf], la Unión Feminista Argentina [ufa] y, más tarde, la Organización Feminista Argentina [ofa]), protagonista de las floraciones y los debates feministas argentinos en los convulsionados años 70 y también de algunos rebrotes en la transición de la dictadura militar a la recuperación del gobierno democrático durante inicios de los 80. Uno de los presupuestos del estudio supone la existencia de desencuentros y críticas, tanto políticas como culturales, por parte de atem respecto del llamado2 feminismo de los 70, y que estos fueron decisivos al momento de ponderar y trazar las vías a seguir por la militancia feminista posterior a ese periodo.
Trabajaremos, entonces, en primer lugar, sobre una caracterización del feminismo de los años setenta en Argentina, a partir de la revista Persona,3 que fue elaborada por el mlf entre 1974 y 1975, y que en los años 80 fue reeditada por las mismas militantes nucleadas, ahora bajo el nombre Organización Feminista Argentina (ofa). En un segundo momento, analizaremos la publicación de la agrupación atem, llamada Brujas, en particular los números pertenecientes a la primer mitad de los 80, en los que se despliegan los gestos de lectura crítica respecto del feminismo argentino precedente y del sostenido por la ofa. Así, y a pesar de la errancia y los tropiezos que marcan los derroteros de la militancia feminista argentina, se podría enfatizar el carácter definitorio que tuvo el trabajo político y cultural de las atemas (militantes de atem), críticas del feminismo radical —y podríamos decir también, en algún punto, colonial— de los 70, y de qué manera, mediante qué discursos y haceres, ellas consiguieron emplazar algunas bases para el establecimiento de un cierto sentido común feminista en la Argentina de nuestros días.
Finalmente, volveremos sobre Persona y aventuraremos, por la vía de lo escrito, un indicio de las controvertidas relaciones que, en los 70, pueden entreverse entre el nombre feminista y el nombre peronista. Relaciones constituidas alrededor de silencios y olvidos mutuos. Aventura teórica que, desde su carácter conjetural, buscará, sin embargo, sembrar la tensión en los blancos y negros que se hubieran podido dibujar en las dos primeras partes de nuestro trabajo.
Persona o encarnaduras del feminismo radical en la Argentina de los años 70El clisé sostenido por los partidos políticos de izquierda de que cuando se libere el pueblo las mujeres se liberarán pasa desvergonzadamente por alto la cruda realidad de la dominación del macho, como si esta fuera hecho un convenio establecido por nadie, que no conviene a nadie y que no funciona en provecho de nadie. En realidad, lo contrario es la verdad. La dominación del varón sobre la mujer se realiza en provecho de él y la liberación de la mujer se hará a expensas de los privilegios masculinos. Susan Sontag, Persona, núm. 2
Los tempranos y convulsionados años 70 fueron el escenario de aparición de las primeras expresiones del feminismo de la segunda ola. En el mapa de militancia local, dos agrupaciones imprimieron sesgos distintivos y reconocibles a la agenda de la militancia feminista en la Argentina de aquellos años; estas fueron la Unión Feminista Argentina (ufa) y el Movimiento de Liberación Feminista (mlf).4
La primera de ellas, podría decirse, fue la agrupación más relevante, aunque prácticamente no dejó registro material de su experiencia. Se creó en 1970 a partir de unas declaraciones que hiciera María Luisa Bemberg (guionista y luego cineasta) en un diario de tirada masiva. Del grupo, participaron mujeres de la cultura local, como Leonor Calvera (escritora), Hilda Rais (escritora) y Gabriela Christeller. Algunas de ellas habían participado de la experiencia previa de un grupo de lectura literaria que se desarrollaba en el refinado y tradicional Café Tortoni de Buenos Aires. Después de las declaraciones de Bemberg, que fueron un llamamiento a las mujeres a sumarse, efectivamente se acercaron a la ufa mujeres de distintas clases sociales, formaciones culturales y extracciones o experiencias políticas.
Por otra parte, la segunda agrupación se fundó en 1972, como consecuencia casi espontánea de la publicación de una nota crítica de María Elena Oddone en la revista Claudia.5 En dicha nota, criticaba un chiste publicado en la misma revista sobre unas feministas norteamericanas. María Elena Oddone no era una mujer con trayectoria en el campo intelectual, cultural o político; era maestra y mujer de un militar argentino. Sin embargo, después de descubrir el feminismo, a sus 42 años de edad, Oddone se convirtió en una figura central del feminismo argentino. Y aunque la composición social del mlf es mucho más difícil de precisar por las características de la organización del grupo —configurado muy a la sombra de la figura de Oddone—, es claro que, si bien no se trató de una organización fundada por mujeres ilustradas, tuvo como protagonistas centrales a mujeres de las clases medias urbanas y, sobre todo, capitalinas.
Estos dos grupos feministas tuvieron acuerdos y, en más de un sentido, sesgos comunes en materia de política feminista,6 algunos de los cuales detallaremos a continuación por medio del análisis de Persona. Esta publicación, perteneciente al mlf, condensó el espíritu del feminismo argentino de aquellos años, pues en ella encontraron también un canal de expresión algunas militantes y exmilitantes de la ufa.7
Persona fue lanzada, por primera vez, en octubre 1974,8 a pocos meses de la muerte de Juan Domingo Perón, en pleno ejercicio de la presidencia. Y el último número (de esta etapa)9 se publicó en febrero de 1975, momento crítico del gobierno de María Estela Martínez de Perón, caracterizado por una elevada conflictividad política en medio de una escalada de violencia política y paraestatal.10 En este período, Persona hizo suya la tarea de divulgar el feminismo, de forma tal que todos los números contaron con varias notas de algunas de las feministas más reconocidas, siendo quizá la más publicada Kate Millet.11 También fueron traducidos y publicados artículos o capítulos de libros de Evelyn Reed, Susan Sontag, Simone de Beauvoir, Juliet Mitchel, entre otras. Se trataba de artículos complejos, cargados de múltiples conceptos que las lectoras debieron ir aprendiendo al tiempo de la lectura y con la ayuda de los textos de autoría local, que fueron el otro componente importante de la revista. Feministas del mlf y de la ufa utilizaron un lenguaje afín que diera cuenta de supuestos comunes al feminismo radical, pero escritos de manera tal que resultaran gentiles a las lecturas de las mujeres argentinas. Estos artículos servían de puente entre los grandes conceptos, como patriarcado, sexismo, liberación de las mujeres, y las vidas cotidianas de las mujeres urbanas argentinas.
De esta manera, se publicó un texto de Susan Sontag en el que se explicaba en qué consistía la liberación de las mujeres,12 y un artículo de Kate Millet que procuraba explicar la lógica de funcionamiento de sistema patriarcal,13 junto a un escrito de María Elena Oddone en el que abordaba el sometimiento de las amas de casa,14 y otro de Valeria Cano (mlf) en el que desandaba los tabúes en torno al divorcio (que, por otra parte, no se convirtieron en ley sino hasta entrada la década de los 80).15
Se publicaron, también y por montones, pequeños párrafos en hojas enteras que condensaban ideas complejas, pero que en su disposición despejada sobre la página casi en blanco ayudaban a sortear la pereza que pudiera suscitar un texto espinoso. Así es que, por ejemplo, la décima página del segundo número estuvo destinada exclusivamente a las siguientes líneas: “La mujer no es la cosa del hombre, sino su igual en la lucha de la construcción del mundo, y, si hasta ahora su participación ha sido limitada a la medida en que el hombre se lo ha permitido, en lo sucesivo debe entender cuál es su parte y cumplirla en igualdad de condiciones, superando así las derrotas que viene sufriendo desde el fondo de los tiempos” (Persona, núm. 2, año 1, p. 10).
También fueron publicadas algunas pequeñas citas de autoras como María Elena Walsh. Por ejemplo, en el primer número, se transcribieron unas reflexiones en las que confluye naturalmente la preocupación de la lucha feminista en el marco del contexto político y cultural de Argentina de los setenta. La cultura capitalista, su sicología dirigida, sus medios de difusión, sus revistas femeninas, con las que habría que hacer una pira en la Plaza de Mayo, todo el aire que respiramos está contaminado de la misma falacia: la natural incapacidad y subordinación de la mujer. Fueron mujeres y niños los primeros seres humanos a los que explotó a muerte la era industrial, arrancándolos por la fuerza del sacrosanto hogar. Y es nuestro mundo occidental y cristiano el que no permite a la mujer trabajadora disfrutar sin angustias de la maternidad, el que apaña burdeles y dos morales, una para damas y otra para caballeros, el que se escandaliza de los actos terroristas, pero hace la vista gorda ante los atropellos cometidos contra el cuerpo de la mujer. El movimiento de liberación femenina es una ideología revolucionaria no exprimida de libracos apolillados, sino del cotidiano martirio de la mitad de la humanidad. Nace en las ferias y junto a las bateas, a la vera de las camillas de ginecólogos carniceros y a contrapelos de los viejitos célibes del Vaticano que vienen diagramando la conducta sexual según conviene a los intereses de los capitales y a las fluctuaciones del mercado bélico. El movimiento de liberación femenina no es un entretenimiento destinado a distraer de la liberación de los pueblos, sino que esa liberación es mentira mientras la determinen únicamente los varones. Así como no es posible pensar en términos previos a Marx o Freud (por no decir a Galileo y a Colón), tampoco es posible seguir pensando sin erradicar de cuajo los prejuicios sexistas, base y modelo de toda opresión. María Elena Walsh (Persona, núm. 1, año 1, p. 43).
Sin embargo, quizá el rasgo distintivo y que merece una mención destacada (en particular si, como haremos, tomamos luego la lectura que las feministas de los 80 van a realizar sobre esta experiencia) es la adscripción de Persona a los postulados sostenidos por el feminismo radical, tanto por las autoras traducidas y publicadas —la mayoría de ellas representantes norteamericanas de dicho feminismo—, como por las notas elaboradas por militantes argentinas.
El feminismo radical, que, grosso modo, tuvo sus expresiones más destacadas en Estados Unidos, postuló la existencia de clases sexuales.16 Este principio le permitió identificar con cierta claridad a quiénes debía enfrentar la lucha feminista —concretamente, al varón que no estuviera dispuesto a ceder sus beneficios expropiados a las mujeres—, al tiempo que permitía una identificación y unificación de la población militante femenina.
En las páginas de Persona, este componente radical se expresó en frases como esta. Nosotras no sentimos odio [contra el varón], ya hay bastante. Este concepto equivocado de nuestro supuesto odio al varón es una manera errónea de interpretar nuestro enfrentamiento con él. Nosotras enfrentamos al varón, pero ese enfrentamiento no significa un ataque, tampoco una ruptura. Es solamente una necesidad para colocarnos frente a frente y a un mismo nivel, para que a partir de allí comencemos un dialogo que nunca hasta ahora fue posible [...] ¿Acaso no enfrenta la clase proletaria a la patronal cuando es necesario? ¿Por qué no habríamos de hacerlo nosotras cuando somos oprimidas? Enfrentar al varón no es odiarlo. Es poner freno a su soberbia machista. No es atacarlo, es atacar sus privilegios. No es hacerle daño, es exigir todo lo que nos quitó. Enfrentamos al varón con un profundo resentimiento, es cierto, y con una gran indignación. [...] Las feministas no estamos en guerra contra los varones, sino contra el sistema de la supremacía machista que ellos sostienen y defienden; mientras continúen haciéndolo, no es nuestra la culpa, si se colocan virtualmente como enemigos (Persona, núm. 5, p. 2).
Como señalábamos, el aspecto derivado de este postulado del feminismo radical es una unificación de la población femenina, de todas las mujeres hermanadas en la opresión por el sexismo y el sistema patriarcal, en definitiva, por los varones, en tanto que beneficiarios de este sistema. Verbigracia, en el segundo número de Persona se sostiene que: “Feminismo es la lucha que todo sexo femenino ha emprendido contra la supremacía masculina que impide la libre expansión de la personalidad femenina, negándole derechos fundamentales y oprimiéndola con todos los deberes” (Persona, núm. 2, p. 26; las cursivas son nuestras).
A lo largo de toda la publicación, la caracterización del sujeto mujer oprimido no admitió ninguna otra determinación. Las mujeres compartían una realidad que atravesaba a todas las clases y grupos sociales. Afirmaba María Luisa Bemberg (ufa, en una nota publicada en la revista Claudia en julio de 1973, que: [...] el feminismo es, sin duda, una revolución que abarca a la mitad de la humanidad, sin distinción de condiciones ni de razas: a mujeres pobre, negras y blancas, a amas de casa aprisionadas entre las rejas de la casa soñada, a estudiantes que despiertan ante el hecho de que ser atractivas sexualmente no es un logro culminante, a militantes que descubren que en el seno de sus movimientos de liberación no son libres. (Barancchini 1973: 49).
Así es que Persona sale a la calle “con el propósito de informar, analizar y testimoniar sobre la condición de la mujer en nuestra sociedad” (Persona, núm. 1, p. 3).
Esta comprensión e interpelación del sujeto del feminismo en función de su participación en una condición universalizable, la de mujer, resulta graficada en las fotografías de las tapas de los dos primeros números de Persona. En el primero se retrató a una muchacha joven, bella y bien arreglada, parada entre una multitud de gente que caminaba las calles céntricas de la ciudad, de frente a la cámara y con la mirada perdida en el horizonte. En el epígrafe al reverso, puede leerse: “Entre la multitud que puebla nuestras calles, se distingue la figura de una nueva mujer. Decidida, estudiosa y trabajadora, ella avanza hacia el porvenir liberada de tabúes y prejuicios, y con la seguridad de ser una Persona”. Algunas investigadoras han señalado la similitud de esta imagen con cualquier tapa de revistas dirigidas a público femenino. En el segundo número, en cambio, la tapa es una foto de una mujer adulta, pobre, andina, encorvada, que lleva en sus espaldas a una niña. El epígrafe afirma: “Indígena, campesina, mujer y madre, víctima de todos los imperialismos, esta boliviana es el símbolo de la mujer latinoamericana”. Estas dos tapas son una buena síntesis del amplio universo femenino al que Persona buscó representar de igual manera y, podríamos decir, rechazando cualquier diferenciación entre ellas.
De alguna manera, esta búsqueda de dar cuenta de la representación y unificación de todas las integrantes de esta clase sexual terminó por producir una representación inocente o, si se quiere, liberal, normalizada, urbana y ciudadana de la población de mujeres a las que estas feministas procuraban representar. Y es que Persona, que era probable que estuviera cautiva de la realidad cotidiana de sus integrantes y una retórica de la igualdad al interior del género femenino, concluyó retratando al centro la situación de las mujeres de clase media y alta que encarnaban las propias militantes feministas, como si fuesen intercambiables con las realidades de otras mujeres. No pudieron, entonces, dar cuenta ni de las mujeres pobres u obreras ni de las jóvenes (y no tan jóvenes) militantes que se sumaban al proceso de radicalización política que vivía la Argentina desde mediados de los años 60. Al diagonalizar la revista, se hace evidente el riesgo, o la tentación, de la esencialización, un uso de la esencialización que se presenta con la fuerza de las aporías que habitan desde sus comienzos el movimiento feminista y la constitución de los sujetos que los definen. Por decirlo en términos de Spivak (1989), en muchos pasajes, cuesta discernir la posición enunciativa; es decir, cuando se trata de un esencialismo que propone una representación sustancializada de las mujeres o de la condición femenina, y cuando se está batallando mediante un esencialismo estratégico que hace un uso político de la esencialidad.17
Ahora bien, esta determinación de considerar a las mujeres como una clase única y unificada por la opresión masculina se convirtió en una posición sostenida a uñas y dientes en el contexto político de la Argentina de los 60, el cual demandaba compromisos políticos de otro orden. Los años 70 en Argentina estuvieron signados por un proceso de radicalización política, consecuencia de un largo desgaste de las instituciones representativas y de un clima internacional muy propicio para los ensayos de otros modos de hacer política. Esta radicalización implicó no sólo un ingreso significativo de los segmentos juveniles a la militancia política y a las prácticas políticas percibidas como revolucionarias, sino que también conllevó una marcada politización en las expresiones culturales y artísticas. En este contexto, Persona procuró mostrarse indiferente respecto del clima político de la época, pues casi no hizo mención a los vertiginosos acontecimientos de la política nacional que se llevaban ríos de tinta de cualquier publicación política. Incluso, en ocasiones, rompiendo la belle indiference de la apoliticidad, la revista manifestó un abierto rechazo a la militancia revolucionaria.
Afirmadas en la convicción de que el feminismo suponía otros modos de pensar y practicar la política,18 que por otra parte, implicaba otro sentido de la política respecto de la entendida en términos más tradicionales, afirmaban: Tanto aquellos que preservan la sociedad sobre la que rigen como los que quieren modificar los lineamientos de una sociedad, los partidos políticos tienen como objetivo la toma del poder político. [...] la toma del poder político es una situación a dirimirse entre aquellos cuyos intereses están cuestionados: los varones. Que la mujer participe —participación que generalmente le es solicitada— significa que lo hace en acciones que no le son de conveniencia primera. Así como absorbe el mundo —el mundo masculino— a través de un varón, hará suyos los intereses de ese varón y los confundirá con los propios (Persona, núm. 2, p. 3).
En el segundo número se publicaron varios recuadros en páginas intercaladas que expresaban el mismo espíritu crítico, o de sospecha, respecto de la militancia política en sentido restringido. Escribían: “No existe una sola revolución en el mundo que, invocando la justicia y la libertad, haya dado justicia y libertad a las mujeres” (Persona, núm. 2, p. 20) o “No se cambia el mundo cambiando los hombres por otros en el poder, se lo cambia cambiando el concepto mismo de poder, o sea el concepto patriarcal. Porque el hombre no quiso compartirlo con la mujer, las revoluciones nobles fracasaron” (Persona, núm. 2, p. 22).
Esta decisión de radical distanciamiento respecto de las luchas políticas que se desplegaban en otros órdenes, hecha suya por el feminismo argentino de los años 70, eclosionó en el grupo de la ufa hacia 1973, como sucedió en torno a ese año en tantos otros ámbitos de la militancia argentina. En 1973, una buena parte de las integrantes decidió dejar la organización.19 Leonor Calvera, una de ellas, escribió más tarde que: “la marea del partidismo que nos circulaba no dejó de golpear fuertemente en el interior del grupo: reprodujimos viejos antagonismos tradicionales e inventamos otros. Los análisis tomaban cada vez menos a la mujer como eje y se desplazaban hacia esquemas de clase” (Calvera 1990: 51). Ciertos testimonios dan cuenta de que los acontecimientos que tuvieron lugar en la política nacional e internacional pregonaban con fuerza inusual —de muchos modos y a pesar de la voluntad de prescindencia— las prácticas políticas, entre ellas las de carácter feminista. Así es que, aun cuando la mayor parte de las militantes feministas estuvieron de acuerdo en no perder de vista la especificidad de la lucha que las reunía, fue claro que en coyunturas puntuales los posicionamientos político-ideológicos terminaron por constituirse en un parteaguas para las organizaciones militantes. De todos modos, Sara Torres, militante de la ufa que permaneció en la agrupación después del año de la fractura, explicó en una entrevista, tiempo después, que los incidentes fueron más sutiles de lo que es posible imaginar. Desde su punto de vista, la ufa nunca pensó, ni antes ni después del 73, en participar en política nacional, ni desde los partidos políticos tradicionales, ni desde las novedosas experiencias de la llamada nueva izquierda.20 De todos modos, varias feministas abandonaron la ufa, aunque muchas de ellas siguieron trabajando como colaboradoras ocasionales en el mlf y escribiendo en Persona, probablemente porque consideraban este espacio un poco más a resguardo de la llamada politización21 del feminismo.
Las que vinieron después: un desencuentro y una batalla. Ensayos de una primera mirada poscolonialEn Argentina, el feminismo debe tomar posiciones antimperialistas, a favor de los derechos humanos y de la lucha de clases. Brujas, año 1, núm. 3
atem-25 de noviembre es un colectivo feminista que surge en los primeros años de los ochenta. Sus fundadoras son mujeres que en la década anterior militaron o tuvieron relación con agrupaciones sindicales o políticas vinculadas a las nuevas izquierdas revolucionarias.
Esta agrupación compartió sus primeros años de vida con algunas reediciones de los grupos feministas de los 70. De hecho, entre 1980 y 1982, exmilitantes de la ufa, militantes de la Organización Feminista Argentina (ex-mlf) y de atem, entre otras, compartieron la militancia en torno a la adquisición de la Patria Potestad Indistinta, entre otras actividades. Fueron años en los que la dictadura militar mostraba signos de desgaste, y comenzaban a gestarse, poco a poco, espacios para encuentros políticos. En materia de militancia feminista, fue una época de apertura, de aumento de militantes y de serias redefiniciones respecto del sentido de dicha militancia. Fueron años, como decíamos más arriba, definitorios para el desarrollo del feminismo argentino.
En este periodo, atem se consolida, meritoriamente, como la agrupación que marcó la dirección de la agenda de la militancia feminista. Desde sus inicios —y hasta la actualidad—, tuvo y mantiene como uno de sus objetivos medulares impulsar el movimiento feminista local, propiciando la difusión de las distintas corrientes del feminismo internacional e impulsando debates al interior del feminismo local a partir de jornadas y encuentros sistemáticos.22 En el marco de estas tareas y objetivos, atem ha necesitado (re)componer una historia del feminismo en Argentina. Como cualquier movimiento social que intenta legitimarse, la indagación transgenealógica se torna perentoria, y, así, atem ha vuelto los ojos hacia el pasado, buscando reconocer o no los antecedentes, los compañeros de ruta y los adversarios en la lucha.
A través de un análisis de la publicación de esta agrupación, Brujas,23 pueden verse con mayor claridad los signos, algunos más crípticos que otros, de un diálogo con el feminismo anterior, en el cual quedan expuestas las críticas y las posiciones que buscaron asumir estas nuevas militantes feministas de los 80.
De hecho, Margarita Bellotti —una de las fundadoras de atem—, al calor de los primeros años y con la convicción de que era necesario redefinir el feminismo local, describió al feminismo anterior como burgués y apolítico, y, de alguna manera, también colonial. Por un lado, porque importó teoría feminista de los países centrales sin ánimos de operar apropiaciones heréticas, latinoamericanas, de ella, y, por otro, porque la negativa a considerar otras luchas, otros sistemas de opresión que actúan junto a la opresión de género, habían producido una representación parcial y elitista del universo de las mujeres. Dice Bellotti: Hasta ahora, las tareas emprendidas por el feminismo en la Argentina, han tenido las limitaciones propias de la escasez numérica de las militantes, la ausencia casi total de debate sobre ideas y las políticas, el conocimiento parcial de la realidad de las mujeres, la composición fundamentalmente de clase media urbana y los limitados contactos con otros sectores de mujeres. [...] En segundo lugar, las políticas feministas han adolecido hasta ahora de cierto grado de improvisación y desinterés por analizar la situación concreta de las mujeres en nuestro país e indagar en las diferencias que determinan las distintas posiciones de clase, raza o formas de sexualidad, todo lo cual genera muchas veces propuestas abstractas e inadecuadas a la realidad en nuestra sociedad (Bellotti 1985: 11-12; las cursivas son nuestras).
Las atemas se supieron en un momento crucial del movimiento feminista, en el que también era posible y necesario abandonar el colonialismo de la importación de teorías envasadas para discutir sus presupuestos y avanzar en la construcción y el desarrollo de enfoques conceptuales propios. Afirmaban, que: [...] el feminismo argentino enfrenta hoy el desafío de definir su accionar en el marco de la situación real en que se desenvuelve, lo que implica superar el período de imitación de los modelos de otros países para pasar a la instrumentación de esos modelos como portadores de una experiencia ya hecha por otras mujeres en otros lugares, experiencia que es necesaria conocer y recrear a la luz de nuestra propia realidad” (Bellotti 1985: 11; las cursivas son nuestras).
Así es que buscaron, entonces, producir una nueva y propia definición de feminismo. Esta búsqueda se vio plasmada, con gran fuerza, en los primeros siete números de Brujas, que salieron a disposición de las lectoras/es entre 1982 y 1985. Los artículos centrales de este período —momento histórico en el que las atemas coinciden justamente en la militancia con algunas feministas de los 70— son reflexiones que podrían ser consideradas bajo el imperativo de brindar elementos teóricos para la construcción colectiva de una definición operativa de feminismo.24 En todos los casos, se sostuvo que el feminismo implicaba una lucha que cuestionara no sólo el sistema de opresión de las mujeres, sino también el capitalismo y la sociedad en su conjunto. Afirmaron, por ejemplo, que: “el feminismo es ser un movimiento revolucionario que cuestiona y propone transformar la sociedad patriarcal en todas sus instancias, desde la estructura económica y la relaciones sociales, hasta la ciencia, el arte, la tecnología y el conjunto de las estructuras de poder, desde el Estado a la familia y las relaciones interpersonales” (Brujas, año 1, núm. 3, p. 5).
Si en los años 70, tanto las militantes del MLF como las de la UFA (algunas de ellas ligadas por fuertes simpatías con partidos de izquierda) estuvieron de acuerdo en no contaminar al feminismo con otras militancias, en una lucha por conseguir cierta escucha específica, en los años 80, y de la mano de las atemas, esto fue revisado. Así, muchas exmilitantes de la ufa pasaron a participar con más intensidad en las actividades de atem que en las de ofa (organización formada en los primeros años de la década de los 80 que nucleaba a feministas destacadas de los 70 y que reeditaba la revista Persona).
Sin embargo, por su parte, desde Persona (años 80)25 se insistió sobre aquel punto aprendido del feminismo radical, en un contexto que marcaba otras demandas: “La Organización Feminista Argentina es una institución sin fines de lucro, ni partidismo político, que nos nuclea a las mujeres sin discriminación alguna con el fin de trabajar para el mejoramiento de nuestra condición en lo social, jurídico y económico” (Persona, abril 1980, folleto abrochado a la revista, sin paginación).
Persona, en marzo de 1982, en su editorial redoblaba la apuesta y sostenía: En este tiempo, hemos tenido que fijar con frecuencia la posición de nuestra ideología, ante la confusión que existe con el feminismo y socialismo marxista. Sostenemos la liberación de la mujer sin encuadrarla a ninguna de las teorías políticas existentes, porque todas son patriarcales y hasta hoy no han incluido la liberación de la mujer entre sus objetivos. Consideramos lamentable que muchas mujeres en todo el mundo no hayan aprendido a desconfiar de los hombres que quieren arrebatar el poder a otros para seguir haciendo lo mismo que hacían los anteriores [...] No existe ninguna razón para ayudar a los hombres en sus luchas hasta que ellos no demuestren que nos consideran personas oprimidas por ellos y su sistema. En otras palabras, hasta que renuncien a ser patriarcas y se conviertan en hombres. Hasta llegar a ese punto, es pérdida de tiempo para nosotras toda colaboración con ellos en el campo político [...] Ese es el feminismo radical que sostenemos desde las páginas de Persona (Persona, año 2, núm. 11, p. 3).
El contrapunto hace evidente que las diferencias entre ambas escrituras se volvieron insoslayables. Las atemas enunciaron y enfatizaron un aspecto del feminismo que estuvo ausente en las definiciones de las militantes de los 70 y fue rechazado por ciertas estelas de aquel feminismo: una contextualización de la lucha feminista y un posicionamiento político. Desde Brujas, afirmaron que: “Contextualizar el movimiento feminista es una necesidad que marca su crecimiento. El feminismo debe contextuar (sic.) sus objetivos y sus luchas en el lugar en que actúa. En Argentina, el feminismo debe tomar posiciones antiimperialistas, a favor de los derechos humanos y de la lucha de clases” (Brujas, año 1, núm. 3, p. 7; las cursivas son nuestras). En distintos números de Brujas se insistió en remarcar el carácter anticapitalista y tercermun- dista latinoamericano en contexto posdictatorial del feminismo que ellas proponían. Brujas afirmó que el movimiento feminista, “como movimiento político y transformador, plantea objetivos y propuestas que se relacionan con el conjunto de la sociedad [pues] es necesario construir una sociedad sin relaciones jerárquicas. Tal pretensión lleva al feminismo a cuestionar la propiedad privada, las opresiones nacionales, de clase, de raza, de etnia” (Brujas, año 1, núm. 3, p. 7; las cursivas son nuestras).
María Elena Oddone cuenta en su autobiografía algunos de los desencuentros que se produjeron con las militantes feministas en los albores de los 80. Bajo el título El feminismo y las izquierdas, escribió una crítica acre a la participación de las feministas en la política nacional que experimentaba la alegría y la esperanza del retorno a la democracia. En aquel escenario político, el reclamo incansable de las Madres de Plaza de Mayo por la aparición de los detenidos/as o desaparecidos/as de la dictadura militar marcaba el escenario político local. Oddone denunció lo que entendía como un embelesamiento de las nuevas militantes feministas por las Madres, y propuso entonces apoyar a las madres de los soldados muertos por la subversión. Así, tras la huella de sus posiciones políticas, nunca asumidas plenamente como tales, María Elena Oddone fue expulsada de varios espacios de militancia feminista a raíz no sólo de esta propuesta, sino de otras de similar talante (Oddone 2001). Por su parte, las atemas, después de estos primeros momentos de confrotación, desde las páginas de Brujas, guardaron un silencio casi sepulcral respecto del feminismo anterior.26 Se hacía evidente que las hebras con las cuales tejer la genealogía del feminismo argentino no eran del todo firmes o deseables a la mirada de las atemas.
El nombre feminista y el nombre peronista en Persona: una breve conjeturaLa razón pudo haber estado en la idea religiosa de que una invocación, una plegaria, un himno, sólo tenían efecto si mezclaban las sílabas del nombre divino en el texto. Ferdinand De Saussure. Saturnien. Cptes phonèmes. Inscriptions
Es un lugar común del discurso académico, pero también del discurso político, afirmar o sugerir que el principal obstáculo para la constitución del movimiento feminista en la Argentina fue otro movimiento, el peronista. Dicha operación de pensamiento, por otra parte, no sólo se aplica a las relaciones históricas del peronismo con el feminismo, sino que resulta cara a múltiples interpretaciones de las consecuencias que produjo la irrupción del fenómeno peronista.27 El peronismo, para la intelectualidad progresista, sigue siendo, a su manera, objeto de preguntas que, si recaen en la figura del fenómeno —algo más que una fenomenología entendida como las condiciones de aparición—, dan cuenta de que se entiende poco o nada. En cambio, si abonan la cuestión peronista, puede decirse que se está frente a verdaderas preguntas. En ambos casos, el peronismo —parodiando a Vovelle— sigue siendo una cantera abierta que no deja de suscitar inquietudes políticas e intelectuales. Ahora, si bien esa conexión entre el menos (-) del feminismo y el más (+) del peronismo no asume hoy la forma cruda o bienpensante que adquirió en los años 70 y 80, o el estilo amable y sutil presente en alguna ensayística de los 70 —como la Eva Perón ¿aventurera o militante? de Sebreli—, sigue siendo un presupuesto, en alto grado inexpugnable para el saber académico, que la política del peronismo hacia y con las mujeres afectó el ideal de una condición femenina volcada hacia una práctica militante feminista.
Lo que sigue no es ni una reconstrucción ni un análisis de las relaciones entre el feminismo y el peronismo, historia de relaciones terminables e interminables que, en gran medida, está todavía por hacerse y, dada la agrafia que la signa, deberá, sin duda, ser objeto de una práctica historiadora sensibilizada por las estrategias de conocimiento cultivadas por los estilos de investigación antropológicos que, entre otras cosas, ponga en entredicho los efectos de sus- tancialización del peronismo y del feminismo como movimientos o doctrinas homogéneas. Y así, mediante esa vía teórica y metodológica, se pueda dar cuenta de las líneas de fuga, de fractura y de las tensiones internas que ambos soportan en tanto movimientos que —por efecto de estructura— albergan proyectos y políticas diferentes, cuando no en franca oposición.
Así, lo que se revela en Persona es un silencio, o mejor dicho napas de silencios, respecto de las transformaciones políticas y culturales que durante los dos primeros gobiernos peronistas tuvieron como objeto y como sujeto a las mujeres, y produjeron nuevas configuraciones sobre la condición femenina en Argentina. Las ironías, o las diatribas, de Eva Perón contra las feministas, tal como pueden leerse en La razón de mi vida, o el sesgo retórico conservador o familiarista de algunos de sus discursos, pensamos que fueron tomados por muchos análisis historiográficos o sociopolitológicos muy al pie de la letra. A la vez, es dable pensar que esa literalidad-obstáculo sirvió para encubrir contra qué adversarias políticas se desplegaba la política del peronismo femenino; es decir, quiénes se asociaban con el tenue nombre feminista de los años 40 en Argentina. Sin duda, la descalificación (nunca del todo enunciada, o al menos no pronunciada con ahínco o pasión como una bandera) por parte de Evita respecto del feminismo ha impedido a muchos estudiosos despegar metodológicamente el nivel los discursos del nivel más propio de las prácticas, lo cual dificultó, a su vez, aun a la distancia histórica, una ponderación de la materialidad de las transformaciones operadas por el peronismo en terrenos que el movimiento feminista a escala internacional y local consideraba ítems fundamentales de su quehacer específico, tales como la adquisición del derecho al sufragio, obtenido a instancias del trabajo político de Eva Perón en 1947.28 En parte, la actualidad de los debates sobre el peronismo se debe a su persistencia, por una parte, como cultura política militante y, por otra, a su vigencia como opción política que se expresa como tal en múltiples esferas de la acción de gobierno. Eso hace que la historia del peronismo, denominado clásico, el que hace más de 50 años tuvo a Evita como una de sus protagonistas, sea —en más de un aspecto— una historia cruzada por los mismos avatares epistemológicos y pasionales de la denominada historia reciente.
Lo que sigue, entonces, es un atajo que se expresa como una conjetura, o una conjetura que hace las veces de atajo. Se trata de explorar algo presente en los silencios que nutrieron la atribulada relación entre el nombre feminista y el nombre peronista. La relación entre ambos reconoce en sus comienzos algo así como ciertas autonomías relativas de un nombre respecto del otro, autonomías propias del momento constituyente o de autoengendramiento. Es decir que, figurativamente, se podría hipotetizar que, para consolidarse como nombres de la lengua política de nuestro país, no se necesitaron. Pero ¿hasta cuándo puede afirmarse algo así? Los avatares de la relación dan cuenta del modo singular en que ambos nombres, sobre todo a partir del golpe de Estado de 1955 —con el peronismo desplazado del poder, pero presente en el trabajo militante—, quedaron anudados en los discursos políticos y académicos argentinos; estos últimos, embajadores privilegiados de las representaciones culturales sobre la historia nacional en el exterior.
Entonces, siguiendo a Milner (2008; 2009), cabe enfatizar que, bajo el nombre de peronismo o de feminismo, aquí se apunta a una cierta representación del peronismo o del feminismo. Lo anterior equivale a decir que no estamos, al menos todavía, proponiendo una historia política de sus relaciones, sino revisando de qué manera en lo no dicho o en los entresijos de lo dicho se jugó un cierto destino de las relaciones entre la práctica política peronista y la práctica política feminista.29 Fue un destino estampado de desencuentros y malentendidos que, pensamos, comenzaron a desvanecerse y a revertirse alrededor de las prácticas militantes, las controversias, los debates y las decisiones que condujeron a la sanción del matrimonio entre personas del mismo sexo (ley 26.618), que adquirió su lugar en Argentina, bajo la denominación de matrimonio igualitario, en julio de 2010. Ese día, una historia de desencuentros entre las militancias peronista y feminista puso de manifiesto, en ese acontecimiento, el fracaso de los productores de sumisión pregonada como humildad. Fue allí cuando el nombre peronista dejó de eclipsar el nombre feminista, y acaso al envés, porque pudo fulgurar en su compañía.
Para los fines de este trabajo, pensar peronismo y feminismo como anudamiento entre nombres es conectar las prácticas militantes con la singularidad y los modos históricos de (hacer) la política. Como señala Lazarus, en este punto, la política también requiere ser pensada como del orden de lo subjetivo, tesis que se opone a concebir la política en el plano exclusivo de las doctrinas objetales (empastamiento entre las nociones de objetividad y la creencias en objetualizaciones objetivistas) que reenvían el análisis político a las instituciones —tales como los partidos— o las estructuras —tales como el Estado—. Es decir, la entienden sólo como un subrogado de determinaciones objetivas despojadas de singularidad y afectadas por lo propio del nombre singular: una cierta imposibilidad de decirlo todo con ese nombre o bajo esa (de)nominación; en definitiva, la asunción de un nombre innominable.30 Dicho esto, hagamos un desvío teórico.
Poco y nada se dice sobre el peronismo en Persona.
La pregunta es, entonces, por ese silencio, o por esa verdad a medio decir, en alguna referencia perdida que no hace nota ni tiene lugar en el ensayo, siquiera crítico.
Al emprender el abordaje del trabajo de Saussure sobre los anagramas que, reverberante de enigmas y preguntas, el autor no quiso dar a conocer, Starobinski insiste en recalcar que, en la perspectiva que establece Saussure sobre la lógica anagramática, se reafirma que cualquier discurso —él dice que todo discurso— es un conjunto que se presta a la tarea de extracción de un subconjunto. El subconjunto puede ser interpretado o trabajado en dos registros: a) entender esa parte del discurso “como contenido latente o infraestructura del conjunto” y b) “como antecedente del conjunto” (Starobinski 1996: 130). Apoyados en esa distinción, podemos robustecer el lazo entre ambos registros y decir que la infraestructura y el antecedente pueden coexistir; complementarse o darse al lector a la manera de suplementos, y hasta pueden integrarse en una misma estrategia de análisis.
Es Saussure el que —enfrascado en su trabajo— discurre acerca de cuestiones terminológicas e instala valores-significados para los términos que utilizará en el análisis anagramático, con el fin de hacer florecer sus intuiciones o descubrimientos, en unidades discursivas más acotadas que las extensas escrituras poéticas o los conglomerados de discursos. Dice, por ejemplo, que: Anagrama, por oposición a Paragrama, se reservará al caso en que el autor se complazca en concentrar en un pequeño espacio, como el de una palabra o dos, todos los elementos de la palabra-tema, más o menos como en el anagrama, según la definición; figura que sólo tiene importancia absolutamente restringida en medio de los fenómenos que se ofrecen al estudio y no representa en general más que una parte o un accidente del Paragrama (Saussure apud.Starobinski 1996: 29).
Persona
Persona
Per(s)ona
Perona
La inmixión31 del nombre Perón en el nombre de la revista convoca la atención. ¿Cuestión de actualidad? Puede ser, pero no sólo eso. Es sabido que, durante los primeros gobiernos peronistas, uno de los apodos o nombres que recibió Eva Perón fue La Perona. Algunos relatos refieren que, si bien esa denominación, cómica y despectiva al mismo tiempo, era de uso corriente entre los opositores al gobierno, adquiría un cierto matiz irónico entre las mujeres contreras. De modo que, en la misma elección del nombre de la revista, Eva Perón, La Perona, en ese tiempo convertida en ícono y estandarte de las rebeldías de una porción importante de la juventud argentina, no dejaba de estar presente. La Perona era en esos años el nombre de quien, sin inscribir su lucha en las tradiciones feministas, había operado una sustracción de muchos de los temas cardinales e incluso de las consignas que el feminismo consideraba propias.
En 1974, cuando la revista sale a la luz, gobernaba la otra señora de Perón, la otra Perona. No afirmamos ninguna coincidencia lógica, tan sólo cronológica. En el primer número de Persona, una foto de Isabel Perón va acompañada del siguiente texto: El lunes 1 de julio a las 14.00 horas, Isabel Martínez de Perón se convertía en la primera Presidenta del mundo. Las luchas que las mujeres llevan a cabo para obtener posiciones de poder, que les permitan mejorar las condiciones de todas, tiene en este caso de la Presidenta argentina un estímulo en medio de tantos conflictos que obstaculizan nuestra marcha. En estos días de duelo nacional, su dolor de esposa, su fortaleza de persona, la serenidad que demostró en los actos, nos impresionaron y nos hicieron sentir muy cerca de ella. Somos conscientes de la enorme responsabilidad que tiene en este momento. Confiamos en su sereno juicio. Las mujeres argentinas estamos espiritualmente a su lado, Sra. Presidenta, y esperamos que se respete en ella el mandato del pueblo.
En negrita, la página de apoyo y referencia a Isabel Perón dice “Las mujeres argentinas estamos espiritualmente a su lado, Sra. Presidenta”. Esto hace inevitable recordar la irritación que provocaba en los opositores al gobierno peronista la rotulación de Eva Perón, en la cual insistía la propaganda oficial en las vísperas y después de su muerte, como Jefa espiritual de la Nación. El cuerpo de Evita fue repatriado el 17 de noviembre de 1974, durante el gobierno de Isabel Perón, justo dos años después de que Perón retornara al país, luego de 17 años de exilio.
Dicho esto, ahora sí cabe señalar algo sobre lo que no podremos extendernos en este trabajo, pero que advertimos como una vía fecunda para encarar las relaciones entre ambos nombres. Es la conexión intrínseca entre la pertenencia imaginaria a un movimiento —componente no menor de la lógica movimientista, en tanto lógica política— y la espiritualidad.32 El feminismo y el peronismo parecieran compartir este aspecto, que no reduce la adscripción política o ideológica a las reglas del método intelectual, pues supone el acceso a la verdad no sólo por la vía de la razón, sino básicamente mediante una ascesis que es la del trabajo espiritual o de los ejercicios espirituales, tal como puede entendérselos en el mundo previo al advenimiento del cristianismo; es decir, la espiritualidad como una de las condiciones sine qua non de acceso a la verdad (vid.Allouch 2007). Los movimientos se autoconstruyen como experiencias espirituales, irreductibles a la razón, o —por decirlo en la clave que Lacan atribuye a la posición femenina— experiencias no todas explicables por la vía intelectual. Hay aquí, sin duda, una conexión estructural entre la experiencia espiritual y la singularidad que mueve la adscripción a un movimiento.
En el significante ínfimo del nombre de la revista, se encuentran, de modo inesperado, el nombre feminista, tal como fuera concebido por las hacedoras de la revista,33 y el nombre peronista. La escandida historia del feminismo argentino entra en un silencio cuando se trata de los años de los dos primeros gobiernos peronistas, los cuales alteraron estructuralmente el sentido y las bases materiales de las luchas feministas en el país. La portación del nombre de la Perona en Persona es entonces una inscripción significante que podría ser pensada como algo que da cuenta del lugar del peronismo en relación al feminismo de dos maneras. Retomando a Saussure, como latencia, pero también como antecedencia de las nuevas militancias feministas que empiezan a configurarse en el pasaje de los años 60 a los trágicos 70.
Lo crudo de este apartado nos aconseja hacer presente, desde ya, el carácter conjetural de muchas de las asociaciones establecidas aquí, pero, no obstante, también destacar el valor de dicho carácter hipotético en la exploración de un tema que requiere más que buscar las fuentes y constituirlas. Dicha constitución habla, al fin y al cabo, de un encuentro con ribetes inesperados entre el nombre peronista y el nombre feminista. En esa dirección, hacemos nuestra la impresión de Quignard de que “las conjeturas son delirios, pero censurarlas es demente” (Quignard 2006: 24).
SalidasEsta guerra tiene muchos otros nombres menos esotéricos: la Idea contra la realidad. La libertad contra la naturaleza. El acontecimiento contra el estado de las cosas. La verdad contra las opiniones. La intensidad de la vida contra la insignificancia de la supervivencia. La igualdad contra la equidad. El levantamiento contra la aceptación. La eternidad contra la historia. La ciencia contra la técnica. El arte contra la cultura. La política contra la gestión de los asuntos. El amor contra la familia. Sí, todas esas guerras por ganar, como lo afirma el chuvash, “entre los sobresaltos del soplo de lo no dicho”. Alain Badiou, El siglo
Hemos intentado inscribir de otro modo una historia controversial y salpicada de silencios, cuando no de olvidos, los propios y los ajenos, como fue la de los derroteros de algunas expresiones del feminismo argentino en la segunda mitad del siglo xx. Este es el lugar para enfatizar el carácter definitorio que tuvo la militancia feminista de las atemas, críticas del feminismo radical colonial de los 70, y cómo ellas consiguieron fundar las bases para el establecimiento, en nuestros días, de la legitimidad de una mirada feminista en Argentina. Se trata de un feminismo en donde es prácticamente imposible encontrar una militancia que no haya sumado a sus reivindicaciones las demandas de otras luchas —ya sean de clase, étnicas u otras—, entre ellas, el reconocimiento del carácter decisivo que tuvo el trabajo político de la militancia peronista femenina.
Si bien es cierto que en los 80 se estabilizó en toda Latinoamérica un feminismo que se reconoce en las otras luchas sociales, el papel jugado localmente por atem fue, sin duda, mucho más molecular a la hora de delinear las agendas públicas o políticas que lo que su grado de inscripción política sugiere (invisibilidad política), o de lo que se ha escrito o se sabe sobre su historia (invisibilidad académica). Sin embargo, y por otra parte, es también necesario remarcar que este indiscutible proceso positivo conllevó una serie de efectos negativos para la historia del feminismo local. Más concretamente, el combate emprendido por las feministas de los 80 para con los rezagos —o las antiguallas— del feminismo anterior produjo un efecto de silenciamiento que tuvo las correspondientes secuelas de invisibilización, tergiversación y trivialización de los ensayos políticos y los escarceos intelectuales de los feminismos argentinos en los años 70. Estos ensayos, a pesar de sus limitaciones, fueron pioneros en varios de sus postulados que hoy día continúan siendo contribuciones fundamentales para el desarrollo del feminismo local.
A los silencios cocidos al calor de las rivalidades y los malentendidos entre agrupaciones —moneda viviente entre las diversas posiciones del feminismo local—, se sobreimprimió el silencio sobre la militancia peronista femenina y quien fuera su emblema, Eva Perón. De allí la inquietud suscitada por la presencia del nombre peronista entreverado en el nombre feminista. En el atroz 1976, María Elena Walsh, figura crucial de la cultura feminista argentina, publica su Cancionero para el mal de ojos. Uno de los textos que lo integran es “Eva”, e inevitable resulta no escuchar allí ese entrevero de los nombres y el despuntar de una más generosa revisión del pasado, como lo muestra este fragmento: ¿Quién va a tirarte la última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu insólito coraje. Todas, las contreras, las idólatras, las madres incesantes, las rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que obedientes tiran hijos a la basura de la guerra, todas las que ahora en el mundo fraternizan sublevándose contra la aniquilación. Cuando los buitres te dejen tranquila y huyas de las estampas y el ultraje empezaremos a saber quién fuiste. Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, única reina que tuvimos, loca que arrebató el poder a los soldados. Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la liberación para no naufragar en espejitos ni bañarnos para los ejecutivos. Cuando hagamos escándalo y justicia, el tiempo habrá pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana. Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia, pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos. Agallas para hacer de nuevo el mundo. Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones.
Se instala entonces la pregunta por las razones que estancaron y siguen aminorando la calidad y el alcance de los debates en el feminismo latinoamericano. Entre ellas, Lamas, siguiendo a Pereda, ubica la función de la arrogancia y su papel en la dificultad para el reconocimiento del otro. Para esta militante y académica, la arrogancia funge como “una estrategia que comparten dos inculturas: la académica y la antiacadémica” (Lamas 2006: 116). En ambas posiciones, opera una lógica sectaria que se nutre de sus propios blindajes teóricos y que produce el efecto fantasmático de inventar un contendiente que no hace más que impermeabilizar el ya ajustado terreno de las propias certezas. Teoría versus práctica, pensamiento versus acción y ciencia versus política son otras tantas parejas terminológicas que hacen al chantaje argumental, y no a la controversia.
La proliferación de esas oposiciones en la discusión es, para Lamas, en parte, consecuencia del clima antintelectual que se vivió en Latinoamérica entre fines de los años 80 y los comienzos del siglo en curso. Dice Lamas que, habida cuenta del estado de la discusión en el movimiento feminista latinoamericano, “la teoría no es un lujo sino que es una necesidad vital” (Lamas 2006: 116). En esa dirección, podemos decir que es vital, porque formaliza la escena del debate, y esa formalización hoy es un prerrequisito de cualquier interpretación política o epistemológica del mundo en que nos toca militar o conocer. Sólo mediante esa formalización será posible el desacuerdo, que no debe confundirse con el desconocimiento o el malentendido, sino que surge, entre otras cosas, de la claridad que guía el florecimiento del debate. La ausencia de ordenamiento simbólico es terreno fértil para desventuras imaginarias.
Los archivos y las escrituras de estos feminismos argentinos que hemos querido recobrar muestran que hicieron su esfuerzo militante e intelectual, y que lo hicieron a contrapelo de una historia nacional cruenta e inmersos en la larga noche del feminismo latinoamericano.34 Una noche atestada de silencios
La llamada segunda ola del feminismo, que en los países centrales tiene lugar en los años 60 y 70, en la Argentina tiene sus inicios en la década del 70 y, podríamos decir, se extiende —con cortes, flujos y reflujos— hasta mediados de los 90, cuando ciertas propuestas políticas y académicas, emergentes de la tradición feminista, pero también huérfanas de dicha tradición, como lo fue la militancia queer, conquistan y redefinen algunas puntos de la militancia feminista.
Decimos llamado porque el feminismo al que nos referimos se desarrolla en la primera mitad de la década de los 70 y tiene una pequeña reaparición en los primeros años de la década de los 80, ya compartiendo el campo de militancia con la agrupación atem.
Unos años antes de la primera aparición de Persona, un grupo editorial de mujeres, bajo el nombre Nueva Mujer, había producido ya un libro titulado Las mujeres dicen basta. Este libro contó con cuatro capítulos, colaboraciones de algunas integrantes de Nueva Mujer y algún trabajo de feministas extranjeras. Las razones para poner en suspenso su análisis en esta ocasión se deben, por un lado, a su condición de publicación especial, de aparición excepcional y, por otro, al espíritu de dicho libro, centrado en discutir con la militancia de izquierda, en la cual las figuras centrales del grupo habían participado con anterioridad. La preocupación de este libro por inscribir el feminismo en el mapa de las luchas de la izquierda marxista representa un aspecto muy parcial de la militancia feminista de entonces, que, en tal caso, se encuentra también y mejor representado en la revista Persona.
Estas no fueron las únicas organizaciones feministas constituidas en aquellos años. Coexistieron con grupos más pequeños, como Nueva Mujer, el grupo Muchacha o el mofep (Movimiento Feminista Popular), experiencias que intentaron conjugar el feminismo con la militancia partidaria de las denominadas nuevas izquierdas o de la izquierda peronista. Sin embargo, cabe destacar que fueron las dos agrupaciones estudiadas las que marcaron de un modo peculiar la agenda feminista de entonces, y que estas otras aquí mencionadas tuvieron una participación más marginal, probablemente entorpecida (en los casos del Muchacha y mofep) por los prejuicios inevitables contra el feminismo vividos al interior de sus respectivos partidos (Partido Socialista de los Trabajadores y Frente de Izquierda Popular).
Estos dos grupos, a pesar de los acuerdos en materia de política feminista, se diferenciaron desde un principio respecto del modo de organización que cada uno pretendió darse, haciendo imposible su fusión. La ufa proponía practicar una organización horizontal, sin jerarquías entre las integrantes, mientras que el mlf entendía que María Elena Oddone, su fundadora, era quien debía presidir la agrupación. Más tarde, en el contexto político más intenso que se dio a partir del 73, que conjugaba nuevas perspectivas políticas con un clima represivo cada vez más intenso, las diferencias fueron otras y no sólo se produjeron entre las agrupaciones, sino que impactaron al interior de la ufa.
Sin procurar detenernos en este punto, que retomaremos después, adelantamos que la ufa sufrió una fractura en 1973, un año antes de la aparición de Persona, cuando buena parte de las militantes fundadoras abandonaron la organización. Sin embargo, varias de estas feministas ex-ufa se mantuvieron vinculadas al mlf, y en especial a la revista. Por ejemplo, Leonor Calvera se encargó de la redacción de los dos primeros editoriales de la revista, mientras en María Luisa Bemberg concedió notas exclusivas para contar de sus trabajos como guionista de cine y feminista independiente.
Para ser precisos, el primer número de Persona es de unos meses antes. Este primer ejemplar llevó como número el 0 y parece haber sido un ensayo, puesto que el contenido (página por página) de la revista es exactamente el mismo que en octubre se edita en el número 1. Este dato, que puede pasar por anecdótico, en realidad cobrará cierta importancia en nuestro tercer apartado, cuando trabajemos en torno al nombre feminista y al nombre peronista, a partir del saludo que la revista Persona realizara a la nueva presidenta de la nación, María Estela Martínez de Perón, quien accede al cargo tras las muerte de su esposo Juan Domingo Perón en julio (y no octubre) de 1974.
La publicación tuvo dos etapas: una primera, que acabamos de referir, y una segunda, que tuvo lugar en la primera mitad de la década de los 80, período marcado por los vientos del cuestionamiento por parte de la sociedad civil al poder militar y un poco más tarde por la apertura misma hacia la democracia. En esta segunda etapa de la revista, se sostuvieron notorias continuidades, no en la estética de la publicación, pero sí en la caracterización del feminismo propuesto en la primera etapa.
En este período se imprimieron seis números, cuatro de ellos muy prolijos y de tapa a color, de unas 50 a 56 páginas cada ejemplar. Los últimos dos ejemplares fueron un poco más desaliñados, en parte como consecuencia del aumento del clima represivo que se vivía. Estos dos salieron sin fecha precisa, en blanco y negro, con pocas páginas reunidas apenas con un gancho de abrochadora. Y, si bien, como se demostrará, el mlf no tuvo participación en agrupaciones políticas de izquierda, la militancia que sí practicaba, la de poner en cuestión ciertos mandatos referidos a la moral y a las buenas costumbres, fue también perseguida y reprimida por los grupos paramilitares de la derecha. El mlf para estos años había abierto una oficina en el centro de la Ciudad de Buenos Aires en la que mantenían sus reuniones, su biblioteca y su pequeña máquina semimanual que empleaban para la edición de la revista. En determinado momento del año 1975, comenzaron a hacerse frecuentes llamados telefónicos con amenazas de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina —organización paramilitar gestada desde las oficinas del Ministerio de Bienestar Social a cargo de José López Rega—) y el consorcio le pidió a María Elena Oddone que abandonara el edificio. Oddone se refugió en una casa en la provincia de Buenos Aires durante un tiempo y a su retorno no volvió a alquilar. El mlf pasó a funcionar en casas privadas hasta su disolución en 1976. Estos acontecimientos explican el cambio de formato y calidad de la revista, aunque es llamativo que en ningún número se haga referencia a la persecución de que eran objeto, sino que la pérdida de calidad de la publicación sea explicada, en el sexto número, como consecuencia de dificultades meramente de orden económico. De este tipo particular de persecuciones (particular porque no eran de la misma naturaliza que la que experimentaban los/as militantes de agrupaciones de izquierda) fueron víctimas también los "putos", como les gustaba autodenominarse a los militantes del Frentede Liberación Homosexual (flh), quienes, por otra parte, mantenían estrechos vínculos con las feministas tanto de la ufa como del mlf. A tal punto que antes de que el mlf tuviera que abandonar la oficina céntrica, Oddone les ofreció a los militantes del flh asilo para sus reuniones y para sus materiales de discusión. Del flh participaron Néstor Perlogher (poeta) y Juan José Sebreli (intelectual), entre otros.
Kate Millet fue una militante feminista radical del New York Radical Women (nyrw) y autora de un texto clave, sin duda alguna, para el feminismo de entonces y para el contemporáneo, Sexual Politic, publicado en 1969. Para un estudio sobre el feminismo radical en ee.uu., véase Puleo (2007).
Para una caracterización del feminismo radical norteamericano, puede consultarse Amorós (1997) y Puleo (2007).
Al respecto, afirma Marta Lamas que "cuando el feminismo apela a un sujeto político universal —las mujeres—, ¿está haciendo un llamado esencialista? Las respuestas —afirmativas o negativas— dependen del enfoque teórico: nos es lo mismo un esencialismo sustancialista que un esencialismo estratégico” (Lamas 2006: 120).
Tanto la ufa como el mlf ensayaron un trabajo de toma de conciencia mediante una técnica desarrollada por el feminismo norteamericano, que aquí bautizaron como grupos de concienciación y que, por otra parte, en la Argentina ya disponían, en tanto dispositivo, de cierto arraigo cultural en las clases medias urbanas sensibilizadas por las prédicas y las prácticas del mundo psi respecto de la función de los grupos en el trabajo —según los enfoques teóricos— tanto de sub- jetivación como de adaptación al medio. Distintos actores del ámbito psicoanalítico argentino, desde mediados de los 50 —como más tarde ciertas vertientes de la denominada psicología social, con un énfasis y una extensión inusual respecto de otros países latinoamericanos—, venían pregonando en diferentes espacios institucionales las bondades de las técnicas grupalistas. En la escampada travesía de los dorados 60 a los intensos 70, es dable pensar de qué modo los dispositivos de trabajo grupal nutrieron las nuevas prácticas políticas.
Quienes abandonaron la ufa fueron aquellas que sintieron que se politizaba la lucha feminista, aunque quienes continuaron en la ufa compartían, en cierto modo, dicha convicción, pues declaraban estar de acuerdo en no inscribir o alinear la lucha feminista a otras militancias. Sin embargo, evidentemente las primeras no lo sintieron así.
Véase este testimonio en Brujas, año 25, núm. 32, Buenos Aires, octubre de 2006. Nueva izquierda fue el nombre predominantemente académico que, sobre la base de categorías nativas, recibieron muchas organizaciones que comenzaron a constituirse hacia mediados de los años 60, cuyos puntos centrales eran: 1) un fuerte cuestionamiento a la participación política de los partidos tradicionales de la izquierda (el Partido Comunista y el Partido Socialista, centralmente) en la historia nacional; 2) un distanciamiento de la línea marxista stalinista, de la mano de una acercamiento a líneas revolucionarias más heterodoxas que proponían la invención de una versión local, latinoamericana, para la revolución social; 3) una redefinición de los medios por los cuales llevar adelante la revolución, siendo la lucha armada la vía más convincente; y 4) una redefinición de vínculos (de integración o alianza) con el movimiento peronista, al menos en su vertiente de izquierda. Véase una caracterización en este sentido en Altamirano (2011).
Politización está empleado aquí en la acepción aceptada por el sentido común contemporáneo, que también —en este punto, al menos— fue compartido en la década de los 70, incluso por las feministas que procuraban redefinir el sentido de la política. Politización procura hacer referencia a un invasión de los discursos e ideas políticas tradicionales (es decir, referidas al ejercicio del poder estatal o a su disputa) en aspectos de la vida cotidiana, lo que a los ojos de algunas feministas significaba también un intento de cooptación para las filas de tal o cual partido, u organización política no feminista.
atem ha procurado, por un lado, propiciar los debates al interior del feminismo mediante la divulgación de su publicación Brujas y a través de las Jornadas atem, y, por otro, impulsar la formación de las mujeres en el feminismo mediante la gestación de los "Encuentros Nacionales de Mujeres”, ámbito de reunión y de debate en el que, desde 1986, cada año confluyen miles de mujeres.
Brujas se editó por primera vez en 1982, y en la actualidad continúa la publicación, con una tirada anual, y ha alcanzado ya el número 37.
Aparecen los artículos "Apuntes para una definición del feminismo en Argentina”, Brujas, año 1, núm. 3, p. 5; ”¿Qué es para mí el feminismo?”, por Marta Fontenla, Brujas, año 2, núm.4, p. 4; o "El feminismo como ideología y como práctica política", por Margarita Bellotti, Brujas, año 2, núm. 6, p. 12, noviembre de 1984; o "El feminismo como movimiento político", también por Margarita Bellotti, Brujas, año 3, núm. 7, p. 9, marzo de 1985.
En el segundo período de Persona, en los años 80, la revista consiguió publicar 13 números y al menos tres dossiers o boletines, entre abril de 1980 y octubre de 1983. Cabe señalar que buena parte de las militantes de la ufa de los años 70 no se sumaron a la experiencia de la ofa; sin embargo, en ocasiones, siguieron colaborando con la revista, cuando no se acercaron a la militancia de atem.
En varias ocasiones, a lo largo de los 37 números de Brujas en los 29 años de la organización, la publicación procura una recuperación de la historia del feminismo local. A dicha cita nunca fueron invitadas las militantes del mlf, pero tampoco lo fueron completamente las de la ufa. En 2006, Brujas se dedica por primera vez y especialmente al feminismo local de los 70, pero sólo a las experiencias socialistas contenidas dentro de la heterogeneidad de la ufa. Véase "Feminismo socialista en los 70”, Brujas, octubre de 2006.
En septiembre de 1947, se sancionó la ley 13.010, con los votos positivos de los diputados y senadores peronistas.
Se trata de un destino que, expurgado de connotaciones finalistas, normativas o escatológi- cas —en pocas palabras de las marcas que nutrieron muchas filosofías de la historia—, pueda entenderse —según Badiou— como "una composición subjetiva del tiempo” (Badiou 2007: 11).
Para Lazarus, ”el nombre —para nosotros político— es innominable, porque él es de una singularidad irreductible a otra cosa que a él mismo, mientras que toda nominación abre una generalización, a una tipología o a una polisemia que manifiestan la existencia de una multiplicidad heterogénea, que deniegan la singularidad. La proposición es pues que el nombre existe; entendamos: la singularidad existe, pero no puede nombrársela, solamente se la puede tomar porque se la verá en sus lugares. El pensamiento libra unos nombres que son innominables, pero que pueden ser tomados por sus lugares. En y con la fórmula antropología del nombre, el nombre designa en definitiva la voluntad de aprehender la singularidad sin eliminarla o hacerla desaparecer en el acto de nominación” (Lazarus 1996: 16-17; la traducción es nuestra).
El término inmixión puede reemplazarse en castellano por intromisión, palabra que trae la impronta de una voluntad consciente y deliberada de inmiscuirse en algo; así se utiliza en el discurso jurídico. En la liturgia católica, se utiliza para nombrar una mixtura, que metaforiza la del cuerpo y la sangre de Cristo, en la que no pueden distinguirse los dos elementos en juego. En psicoanálisis, como es habitual, el uso por parte de Lacan de la palabra ha producido algunas exégesis curiosas y estimulantes, y, como es de imaginar, "la inmixión de los sujetos" se piensa en un plano simbólico que, como tal, está descentrado en relación al yo. Aceptamos el modo en que el término, pensando en los anagramas, se nos presentó en la escritura.
Entiéndase por espiritualidad una noción recortada de modo sui generis, alejada de las marcas del espiritualismo como perspectiva filosófico-política.
"¿Por qué Persona? La palabra persona significa máscara del actor entre los griegos antiguos. Desde entonces hasta la actualidad, la trayectoria del concepto refleja las vicisitudes del pensamiento occidental en el curso histórico. Hoy ha pasado a significar la realidad integral del ser humano que ha logrado acceder a la individuación, es decir, que ha sido educado, instruido y socializado, pero que ha tomado conciencia cabal de su responsabilidad de existir libremente en cuanto sí mismo y no otro, superando las presiones de la masificación y standardificación, sin que dicha individuación sea calificable como desadaptación. Así, comprendemos que haya pocas personas, pero que abunden los individuos que se quedaron en la socialización. De este enfoque surge claramente que nos han negado a las mujeres la posibilidad de ser personas, permitiéndonos solamente la socialización como objetos de y para consumo. Por eso, como símbolo premonitorio de nuestro triunfo final, elegimos Persona como nombre de nuestra publicación que, esperamos, cumpla nuestro propósito fundamental de información y desmistificación referido al ser humano mujer" (Persona, año 1, núm. 1, p. 3).
Interpela Lamas: "hemos hecho demasiadas cosas buenas como para no poder dialogar entre nosotras. Hemos logrado que miles de latinoamericanas sufran menos y que otros miles, al interrogarse y cambiar su vidas, sufran de distinta manera. Hemos construido organizaciones y redes, cambiado leyes, transformado la cultura y la política. Hemos modificado el orden doméstico, hemos introducido una nueva perspectiva sobre las distintas relaciones entre los sexos, pero seguimos atadas a formas rudimentarias de rivalidad y agresión entre nosotras. Por eso, a pesar de lo mucho que hemos logrado allá afuera, al hacer aquí un balance de nuestras relaciones internas hablo de una larga noche" (Lamas 2006: 138).