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Vol. 49.
Páginas 310-315 (abril 2014)
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Un no tan breve acercamiento (con algunos paréntesis) a la novela El sueño correcto, de Aline Davidoff
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Joaquín-Armando Chacón
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La escritora sudafricana Nadine Gordimer, en una entrevista de los reportajes de The Paris Review, y citando a Franz Kafka, dijo que “un libro debe ser un pico que quiebre el helado mar que nos rodea”. Una bella frase que sirve muy bien de introducción para esta charla, para este encuentro, con el libro El sueño correcto de Aline Davidoff, el cual nos ha reunido esta noche y nos anima a iniciar un viaje. El sueño correcto ha sido publicado por la Editorial Mexicana Ítaca, nombre eternamente literario, unido por siempre al Gran Homero, y a Odiseo / Ulises y su regreso a casa. Ese maravilloso viaje de un regreso inauguró las bases de la narrativa occidental, sin acotarla ni ponerle barreras, sino por el contrario, ampliando los horizontes, los enfoques y las estructuras hasta el infinito.

Ante esta premisa, abrimos el libro de Aline Davidoff, y su narrativa nos instala mirando las ventanillas de un avión comercial de línea: “Es una tarde de invierno en el hemisferio norte. Es una tarde de invierno en los cielos del hemisferio norte. Una tarde con nubes suspendidas y quietas en el azul brillante de la atmósfera”, leemos en las primeras líneas. Adentro del avión por supuesto hay pasajeros, varios pasajeros, a quienes desconocemos, no sabemos quienes son y quizá ni nos importe, pero Aline Davidoff nos acerca a uno de ellos, a una mujer llamada Laura. Laura mira las nubes en una tarde de invierno en el hemisferio norte. Y así, rápido, sencillamente, entramos en el juego narrativo de esta novela.

Es imposible negarnos a este viaje que será inquietante, perturbador, interesante y revelador, pues alertará nuestras vivencias y nuestra imaginación. Nos llevará a conocer a Laura, una mujer de nuestro tiempo, con sus luchas interiores y sus interrogantes y anhelos, y con un compromiso personal con una época. Dicha época está pidiendo a gritos susurrantes el compromiso individual para irlo sumando a la colectividad. Sí, nos internaremos en el presente de esta Laura que a finales del año 2000 va en busca de su sueño, sin saber si es el correcto o no, pues ya después sabremos que desde la cultura griega anotaban que hay dos puertas para entrar al sueño. Pero Laura se ha lanzado decididamente a encontrarlo para enfrentar su existencia y asumir su responsabilidad en el nuevo siglo.

No obstante, este presente de Laura —que la hábil narradora nos comparte para hacernos sus cómplices— está impregnado de su pasado, el cual se nos va a explicar por medio de sus pensamientos, por esa primera persona narrativa a la cual Aline Davidoff nos acerca, casi en unos posibles close up, para que podamos escuchar su voz íntima. Luego, en cortes directos, el trazo del texto que leemos se aleja un poco, solo un poco, de nuestro personaje, para que una tercera persona, esa voz omnisciente de la autora, la describa o nos aclare detalles de la trama que, como en toda vida personal, se ha comenzado a tejer mucho antes del acercamiento a ella. De esta manera este viaje en el que participamos junto a Laura es un constante acercarse y alejarse, un incesante ir en el tiempo de la acción y detenerla en aprovechamiento de los recursos de la literatura que Davidoff ha resuelto proponernos, pues toda obra de valor será sin duda una nueva propuesta que altera el camino ya trazado y caminado con anterioridad.

Mario Vargas Llosa dijo hace años en una conferencia dictada en una Universidad de Estados Unidos —y que se convirtió después en un pequeño y esclarecedor libro autobiográfico, Historia secreta de una novela— que la creación de una ficción es como un striptease al revés, pero con sus diferencias notables, “ya que la mujer en un acto así está al principio vestida y al final desnuda”, mientras que quien emprende la novela al inicio está desnudo, límpido, virginal y enseguida va cubriendo su obra, dice Vargas Llosa, “con sus experiencias personales, ya sean vividas o soñadas, escuchadas o leídas”. Lo que exhibe de sí mismo “no son sus encantos secretos, sino los demonios que lo atormentan y obsesionan, sus nostalgias, sus culpas, sus rencores”, pero también y por supuesto sus sueños e inquietudes, esperanzas y desasosiegos… Y los personajes se van cubriendo de carne, de sentimientos, de anhelos, de pensamientos, de intenciones, de sangre y vísceras y todo lo demás que han de proyectarnos para convertirse en seres vivos que han de poblar un mundo, nuestro entorno, nuestro conocimiento, nuestros recuerdos.

Así nos ocurrirá con nuestra Laura: primero es un nombre, Laura, una mujer en un avión en una tarde de invierno, y después será un personaje que nos atrae y nos interesa y al que queremos seguir acompañando en su viaje, conocerla, mirarla, escuchar su voz íntima, comprender sus aspiraciones y sus interrogantes. Anhelamos saber de ese Eduardo de su pasado —ese personaje señalado como entre Karenin y Vronsky—, llegar a conocer a ese hombre llamado Fénix de su presente, quien ha estado ligado a esa mujer llamada Mina, fantasmal en el tiempo y siempre allí su extraña y fascinante y perturbadora presencia entre las páginas de la novela, y queremos continuar comprendiendo esas confesiones de una mujer especial de nuestros días, de ese personaje tan parecido a nosotros, tan cercano a lo que creemos nuestras diferencias.

Y aquí, desde mi lugar, frente a ustedes, no se trata de contar la historia —la trama— de esta novela. No lo haré, pues estoy seguro —lo sé, lo admito— de que toda novela siempre es terminada en la mente, la conciencia y el recuerdo de los posibles lectores. Allí, con ellos, con cada uno de nosotros, se cumple la verdadera función de una novela. En mi caso, entré a sus páginas, me introduje en el viaje y la aventura de su narrativa, me extrañé al inicio de sentirla tan visual, como si esa escritura me fuera guiando de un momento a otro como una cámara cinematográfica, casi obligándome a formar en mi mente las imágenes producidas por la especial narrativa de Aline Davidoff. Y luego comencé a disfrutar esta propuesta, para después darme cuenta y comprender que en nuestro mundo toda la cotidianidad ha sido influenciada por el séptimo arte y por lo tanto la propuesta de nuestra autora la ha asumido con valentía y brillante desparpajo y atrevimiento en una interesante vuelta de tuerca literaria para su novela (este género literario tan abierto que admite todas las intrusiones, siempre que al final sin duda tengan la finalidad de conformar una novela).

El sueño correcto es una novela que me provoca asociaciones, que me obliga a reconstruir imágenes guardadas en la memoria (y me confieso como un fan admirativo de ciertas películas), así como a percibir en esta novela todavía una vuelta de tuerca más, que es la que Aline Davidoff nos relata con su historia actual, con su novela posicionada con firmeza en este siglo xxi, una versión eterna de los pasos necesarios del héroe clásico. Pero aquí ya no se trata de Ulises / Odiseo ni de sus avatares en su regreso a casa en Ítaca, pues aquí no es él sino ella: una mujer, una mujer llamada Laura, quien como una nueva Penélope no se queda a tejer y destejer su paciencia, sino que ella es quien ha sido llamada a vivir su aventura personal, a salir de su territorio, de su cotidianeidad, e iniciar el viaje. Es ella quien afronta sus dudas y sus rechazos, quien por medio de su amiga María Albrecht —primera protectora entusiasta— consigue el apoyo para superar el primer umbral y poder viajar a Nueva York en busca de su necesaria respuesta a sus inquietudes. Y ya allá, en esa ciudad del hemisferio norte, se interna como una extranjera. Yo, mientras tanto, la sigo en sus caminatas, la imagino, la visualizo como en algo parecido a algunas escenas de Antonioni, en una soledad rodeada de gentes extrañas. Laura me hace reflexionar al mencionar a un personaje de la leyenda urbana en esa ciudad: el equilibrista Phillipe Petit, quien realizó un increíble cruce sobre una cuerda o un cable en el espacio entre las Torres Gemelas de trágico recuerdo. Ese pensamiento de Laura me hace imaginar su pensamiento, imaginándose en el vacío de sus inquietudes y sus interrogantes. Después me sitúo a cierta distancia, voyeur obligado, a presenciar su encuentro con Fénix (¿quién será: su aliado, su protector o su enemigo?) y con quien tendrá que sortear la prueba suprema, el eje central de la trama, y descubrir a cuál de las dos puertas del sueño deberá dirigirse en el futuro. Junto a Fénix, personaje espléndido, encantador por su atracción y rechazo en el tratamiento que le da la autora, iremos a una sala de cine a observar una película. Mientras esta se desarrolla, yo veo en mi pantalla interna a Julianne Moore alternando con Ralph Fiennes en El fin de la aventura, basada en la novela de Graham Greene, en una intertextualidad de dos polos que forman una unidad con Laura y Fénix. Luego nos alejamos de la ciudad para acudir a la casa de campo de Jim, coleccionista de cuadros del pintor ruso Kandinsky. Mientras Laura observa esas obras, yo intento recordar alguno de esos cuadros, sin decidirme entre el que tiene el tronco oscuro de un árbol y de sus ramas salen esas flores redondas de diversos colores, o las pinturas de los cuadritos, doce cuadritos con círculos verdes, amarillos, rojos, azules, como envueltos en los pétalos de una flor en un fondo rojo, como para escoger el que nos corresponde según nuestro estado de ánimo. Leer e imaginar alteran nuestra lectura. Me pregunto, quizá como la propia Laura, si esos Kandinsky son originales o una falsificación de ese Jim, cuyo nombre y proyección posterior me hacen recordar a la película Jules et Jim, del bienamado François Truffaut.

Poco después el fantasma de Mina, presencia constante y perturbadora, acecha desde el pasado para tomar el centro del escenario. Tal parece que nos da una clave (como un diosa antigua que admite resurrecciones) para entender precisamente la resurrección de Laura y hacerla encontrar la llave precisa y necesaria de la puerta del sueño correcto, de ese comprender que la vida debe vivirse hacia adelante porque siempre se comprende mirando hacia atrás.

“Un pico que quiebre el helado mar que nos rodea”. Que bella frase de Franz Kafka para describir un libro. Y en ese libro de entrevistas a escritoras de los reportajes de The Paris Review, publicado por El Ateneo de Buenos Aires, María Moreno en el prólogo y las primeras líneas recuerda una película de Fassbinder donde una mujer huye de la tormenta, se sube a un tranvía que pasa por el medio de un bosque y le reclama al hombre: “Paraguas y protección”. En la actualidad, las mujeres de nuestro siglo, como este personaje de Laura, no necesitan protección; se bastan a sí mismas y, si acaso han olvidado el paraguas, entonces afrontan, cara al viento, la tormenta. Finalmente, ya que esta ha sido mi lectura, El sueño correcto, de Aline Davidoff está aquí, aguardando por ustedes

Jach, octubre, 2013

Aline Davidoff, 2013, El sueño correcto, Ítaca, México.

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