La primera preocupación de Laura, la protagonista de la novela de Aline Davidoff en “El sueño correcto” es darse cuenta en el taxi rumbo al aeropuerto que ha olvidado su tarjeta de crédito. ¿Cuántos mexicanos tienen tarjeta de crédito? Lo cierto, es que tener tarjeta de crédito te sitúa en un escalón más alto que el común de los mortales en la escalera para subir al cielo. Desde luego la tarjeta de crédito, asienta a la protagonista de “El sueño correcto” en una silla voladora. Junto a la ventanilla de su asiento en la fila 18, letra F, (la letra F es esencial en la novela) Laura vuelve a pensar en su descuido. “¿Qué voy a hacer sin mi tarjeta de crédito?”. F o sea Fénix —la letra F la lleva tatuada en su piel— tendrá que suplir el olvido. En una pareja a punto de serlo (o de no serlo) el hombre se responsabiliza de lo que le hace a una mujer; él es el proveedor, el que decide. Mantiene, acepta o rechaza, paga el aborto o comparte el costo. En esta novela, para el hombre, la mujer resulta una causa humanitaria.
El Nueva York de Laura apenas se dibuja, Laura nunca lo menciona por su nombre pero vemos cómo en el río Hudson corren las grandes placas de hielo que desaparecen en el agua. ¿Le sucederá lo mismo a Laura?
Laura no vive con su amante que tampoco la recibe en el aeropuerto, se queda en un departamento de amigos, en una casa prestada. No escoge la recámara principal sino una secundaria y se acuesta en una cama pequeña en la que duerme quién sabe cómo. Sola. Su preocupación es que no suene el teléfono mientras se encuentra bajo la regadera. Otra gran preocupación es el frío y ese frío ella nos lo comunica. Salimos con Laura a la calle preocupadas por no perder la llave, envueltas en bufandas que nos tapen hasta las orejas.
Salimos solas, sin olvidar saludar al portero cuando se abre la puerta del elevador.
¿Dónde está el frío? ¿De veras está en la calle?
El abrigo de Laura tiene bolsillos profundos y satinados.
Nueva York es, por esencia, la ciudad de los aparadores. Viéndolo bien es un solo aparador pero nuestra Laura tan frágil, tan mal querida, camina sin asumirlo y sin meterse al aparador aunque esté a punto de volverse un maniquí. Los personajes, Laura y Fénix suben en elevador a los pisos altos de los hoteles que rascan al cielo en cuyo techo se ofrecen diminutas exquisiteces que se derriten bajo el paladar. Allí todo es alto. Beben en la barra líquidos que los hacen flotar en la inmensa pecera que es un hotel newyorkino.
Este es un libro triste, la misma portada de la novela previene al lector con la imagen de una solitaria copa transparente, acodada frente a un ventanal que nos muestra un paisaje gris de rascacielos tan ajenos y desdibujados que su propia extranjería nos los vuelve inalcanzables.
Ana Luisa Liguori dice que la novela de Aline Davidoff es intimista y tiene razón. La única mujer además de Laura, la heroína de “El sueño correcto” es Nina pero Nina es un fantasma y al cabo de unos cuantos capítulos, también Laura se convierte en un estado de ánimo.
Sentimos tristeza por Laura y todo lo que no fue. La melancolía nos encadena como dice la canción con más fuerza que un gran amor. El de Fénix por Laura no es un gran amor. Es apenas una pregunta: “¿Qué se hace en la vida sin tarjeta de crédito?” ¿Sacará el poderoso, el inamovible Fénix, la suya? ¿Tendrá muchas? Fénix dobla sus billetes y los retiene con un clip que seguramente le pesa. Cuenta cinco billetes de a cien dólares y se los tiende a su amante para que salga de compras.
—¿Qué compro? —pregunta ella.
—Ropa interior.
¿Es posible que Laura insista en un amor donde no lo hay?
La atmósfera de toda la novela es de rechazo. Fénix saca a su amante de la cama después de la noche de amor y le dice que se meta a la tina. Cuando Laura lo invita a meterse a la tina con ella, responde que no cabe. Ha venido a la gran ciudad a atender negocios más importantes. Rechazo tras rechazo, Fénix no sabe estar con ella. En una pareja entre quienes hay un aborto, nada cuaja jamás.
Siempre en desventaja, esta mujer frágil y amenazada llamada Laura, camina a la deriva pero también a la disposición. Tan es así que acompaña a Fénix a casa de su amigo Jim (seguramente en Connecticut) en la que hay demasiados Kandinsky y los venados estorban a los automovilistas que frenan aunque quisieran matarlos. Los tres beben y no es Fénix quien abraza a Laura sino Jim.
El capítulo xxii de esta novela es excelente porque nos muestra el desasosiego de Laura que ya no sabe ni dónde refugiarse y descubre que su hambre atroz no ha sido saciada. Su único alimento es finalmente el desamor que ninguna cocina gringa puede calmar. Hurga en la alacena, traga nueces rancias. Encuentra una lata. “Pero ¿cómo, de dónde esta hambre desatada, esta capacidad de devorar cualquier cosa? Son sardinas con tomate. Las abre. Las come sobre el lavabo de la cocina directamente de la lata”.
El chocolate “la deja entrar a un mundo seguro y quieto donde un oleaje la mece, donde nada la toca, más que el placer de un vaivén dentro, el placer de eso suave y dulce que se disuelve en su boca. El chocolate se pega un poco en el paladar y hay que succionar, jalar hacia atrás con todas las membranas de la boca y de la lengua para luego soltar y dejarse inundar. Y así con uno y otro y uno y otro y otro más”.
El chocolate aprieta, sabe moverse, aprisa, aprisa, llega al orgasmo, suple a Fénix, a Júpiter, a Casanova, a Leonardo di Caprio, es más dulce, más profundo, consuela más que el amante, introduce a Laura en el cielo que le ha sido negado, la hace descansar, su cuerpo ya no la agrede, su cuerpo la acompaña, la recibe como a un cuenco de terciopelo. Y la tranquiliza.
Al término de la lectura de “El sueño correcto” me queda una sola certeza, una sola verdad. Al final de cuentas, al final de los años, al final del alumbramiento-deslumbramiento, todos pasaremos del beso de la pasión al beso en la mejilla
FIN
Aline Davidoff, 2003, El sueño correcto, Ítaca, México.