El balance periódico de la crisis, etiquetada la Gran Recesión, que este otoño boreal alcanzó su sexto aniversario, ha arrojado, una vez más, un saldo desalentador, aunque han empezado a multiplicarse los indicios de una comprensión más completa de sus dimensiones reales y de las características y alcances de nuevos enfoques de las políticas para hacerle frente –cada vez más alejadas de las respuestas convencionales que han predominado hasta ahora. En la coyuntura, del lado de las economías avanzadas, la zona del euro aparece como el primer frente de continuada insuficiencia del crecimiento económico, de creación de empleos y de prolongación de la ineficacia del aparato financiero. Esta mayor vulnerabilidad relativa se afianza ante el contraste con la evolución exhibida el presente año en Estados Unidos, en materia de crecimiento y empleo cuando menos, y de buen número de economías emergentes.
Las asambleas anuales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que este otoño se celebraron en su propia sede, y la cauda de reuniones y encuentros simultáneos, ofrecieron una visión, al tiempo renovada y conocida, de la situación global y su perspectiva inmediata. Para 2014, el año en que se pensó que la economía mundial “doblaría la esquina de la crisis”, se considera ahora que el crecimiento global será inferior a 3.5%, con comportamientos menos dinámicos de los esperados tanto en las economías emergentes y en desarrollo como, en especial, buen número de economías avanzadas, con la zona del euro colocada, una vez más, al borde de la recesión. Como es usual, las previsiones para 2015 apuntan hacia mayores márgenes de maniobra y, con ellos, ritmos de avance ligeramente mejores: 4% en el mundo; 5.2% en las economías emergentes y en desarrollo, y apenas 2.4% en las avanzadas. En su mensaje previo a la asamblea del Fondo, la directora-gerente advirtió que “puede hablarse de recuperación, aunque como todos sabemos –y sentimos– el ritmo de crecimiento y creación de empleos son absolutamente insuficientes”. Convocó a la adopción de “políticas más audaces, que inyecten un nuevo impulso y permitan despejar la sombra de comportamiento mediocre que ensombrece el futuro”. Concluyó, “en su conjunto, la economía global es más débil de lo que preveíamos hace apenas seis meses. Para 2015 sólo cabe esperar una modesta mejora, pues se ha deteriorado la perspectiva del crecimiento potencial”.
Reconocimientos como este y exhortaciones de similar tenor han abundado a lo largo del quinto y sexto años de la crisis. Entidades tan cautelosas al plantear enfoques de políticas orientadas al crecimiento y el empleo –cuyas formulaciones habituales las acotan y califican siempre con fuertes prevenciones respecto de la imperiosa necesidad de preservar la estabilidad de precios y financiera– como el Grupo de los Veinte, sobre todo cuando son sus ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales los que se reúnen, parecen ensayar un nuevo tono. Desde 2014 el G20 decidió adoptar una meta cuantitativa de crecimiento económico: adicionar colectivamente dos puntos al crecimiento económico global en el horizonte de 2018, procurando el mayor aliento posible a la expansión del empleo y privilegiando la inversión en infraestructura. Ciertamente, antes de que cambie la realidad, ha empezado a alterarse el discurso.
Ahora, con mucho mayor énfasis que en momentos anteriores de la crisis, se alude a cuestiones – como la enorme y creciente desigualdad, agudizada en el presente siglo–, a las que por fin se reconoce centralidad en cualquier diseño de políticas económicas y sociales que intente responder a los desafíos de la crisis. No se explica de otra manera el hecho insólito de que el presidente del Banco Mundial –en su propia declaración previa a la asamblea anual de 2014–, haya decidido apoyarse en una fuente que solía ser ignorada en los análisis del Banco: Oxfam International, la benemérita organización no gubernamental comprometida con la erradicación del hambre y la pobreza. Citando los trabajos de Oxfam, denunció que “la riqueza combinada de las 85 personas más ricas del mundo alcanza un monto equivalente a la de 3 600 millones de las más pobres. Reflexionen en esta hecho: un grupo mucho menor posee mayor riqueza que la mitad de los habitantes del planeta”. No se trata entonces “del uno por ciento” sino de tres millonésimos de uno por ciento: magnitudes ambas inconcebibles en la enormidad y lo infinitesimal. El debate sobre las consecuencias económicas de la desigualdad se centra cada vez más en el freno que la misma representa para la expansión de la economía, el mejoramiento de las condiciones materiales de vida y el alivio de las tensiones políticas.
En el discurso citado, el presidente del Banco Mundial reconoció un hecho sorprendente, para una institución que por siete decenios ha tenido el encargo de fomentar el desarrollo. “Por primera vez en su historia, el grupo del Banco Mundial ha establecido, como objetivo específico, la reducción de la desigualdad global.” Se trata, precisó, de un conjunto de metas en materia de ingresos y desarrollo social, “para que 40% de los pobladores más pobres de los países en desarrollo mejoren su ingreso y tengan mayor acceso a elementos esenciales para la vida, incluyendo alimentos, vivienda, cuidado de la salud y empleos”.
Por otra parte, al pasar revista a los riesgos mayores que impiden que la recuperación se fortalezca y se imponga, en palabras de Lagarde, la nueva mediocridad, se coloca ahora, en primer término, a los riesgos geopolíticos. La directora-gerente del fmi, en su discurso de Georgetown, eligió mencionar tres: “una posible nueva escalada de la situación en Ucrania, que provoque perturbaciones en los precios de productos básicos, los mercados financieros y el comercio; las tensiones políticas en el Levante y diversas partes de Asia; la ampliación a otros países y regiones de la epidemia de Ébola, originada en África, que, a menos de ser enfrentada en forma eficaz, entraña peligros enormes para la región y el mundo”. Es claro que la funcionaria fue muy selectiva y cautelosa. Los debates de la Asamblea General de la onu, en la segunda mitad de septiembre, recogieron una lista de conflictos y amenazas a la paz y seguridad internacionales mucho más extensa e inquietante.
Muchos de los elementos novedosos de la conversación global sobre la crisis, como los aquí mencionados, han puesto de relieve la necesidad de insertar el análisis de coyuntura en escenarios y perspectivas de más amplio alcance. Para entender el corto plazo, hay que colocarlo en la amplia evolución de la que se deriva y en el más amplio horizonte que lo enmarca.
A ese cometido se orientan los primeros tres ensayos que recoge ahora economíaunam núm. 34. Desde una perspectiva europea nos ofrecen, primero, una serie de consideraciones abarcantes de la crisis contemporánea, a través de la cual Héctor Guillén Romo, de la Universidad de París 8, nos induce a pensar en las tendencias de largo plazo y los factores de fondo que desembocaron, hace seis años, en “la crisis que no cesa” –alterando mínimamente la línea de Miguel Hernández– y que han evitado una salida real de la misma. Al repasar, con precisión y detalle, tres lustros de integración monetaria en Europa, Carlo Panico nos muestra las fortalezas y debilidades que este esfuerzo ha aportado para la posición de Europa en la economía mundial y para la propia integración europea. Finalmente, Marta Vázquez Suárez aborda uno de los “estudios de caso” más relevantes para entender, a partir del análisis de la deuda de España, alcances y dimensiones más amplias y globales de la llamada crisis de la deuda y del conjunto de la Gran Recesión.