La salud ha sido noticia desde siempre. El concepto de salud nació con el hombre y la noticia, la capacidad voluntaria o no de generar, recibir, formar parte de la noticia, también.
Ya entonces, cuando aquel ser cejijunto, todavía algo encorvado, como no acabando de aceptar su destino de bípedo, cuando aquel Homo sapiens tosco y velludo, habitaba este planeta. Cuando faltaban en la historia más de 30.000 años para que Gutemberg inventase la imprenta y, por supuesto, estaba lejanísimo el día en que algún ser humano pudiera ser llamado periodista, la salud era noticia.
Desde el instante mismo en que aquel ser primitivo del que nos llegan vagas referencias se machacó un dedo con una roca, o se indigestó al probar algún elemento nuevo de la naturaleza o, sencillamente, se hirió en la caza o al disputar algún bocado con algún rival, se estaba haciendo noticia de la salud. Y no digamos cuando aquel hecho fue visto o llegó a oídos de los que le rodeaban. Entonces, sin ningún género de dudas, la salud, o la falta de salud en este caso, se convirtió en noticia.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define salud como «el estado del ser orgánico en el que el funcionalismo de todos los órganos y sistemas se desarrolla adecuadamente». Como segunda acepción alude a «las condiciones físicas en las que se encuentra, en un momento dado, un organismo».
El mismo Diccionario puntualiza que noticia es «la divulgación de un suceso. Novedad que se comunica en cualquier arte o ciencia». Noticiar sería, en consecuencia, «dar noticia o hacer saber una cosa».
Ateniéndonos a esas definiciones, se confirma que desde el momento en que alguien le contó a otro o alguien respondió acerca de cómo se encontraba, de cómo era su estado orgánico en ese instante, salud y noticia comenzaban de la mano un largo viaje que llega, acaso con mayor lógica que en ningún otro punto de la historia, hasta este hoy nuestro en el que el planeta está inmerso en lo que se ha dado en llamar comunicación global.
Constitución Española
Al centrar el moderno enfoque en el binomio salud-noticia, cabe tomar como referencia dos puntos de un texto que para nadie admite discusión, la Constitución Española, en el que ambos tienen una regulación expresa.
Por una parte, en el artículo 43.1 «se reconoce el derecho a la protección de la salud» y, por otra, el artículo 20.1 puntualiza «el derecho a recibir información veraz por cualquier medio de difusión». Como vemos, además de regular, la Constitución introduce un elemento nuevo. Un elemento clave que adquiere, dado el campo informativo del que hablamos, una dimensión fundamental, muchas veces infravalorada, o incluso olvidada: la veracidad.
Sin veracidad, la información pierde su sentido en cualquier área de la comunicación, pero la pierde de forma dramática cuando hablamos de salud. Hay que afirmarlo con contundencia, pues en nuestro ámbito la alarma social que puede generar una información manipulada o poco rigurosa, y con más frecuencia de lo deseable podemos constatarlo con ejemplos reales, es directamente proporcional a la falta de rigor.
Especialización
Aunque todavía hay quien se empeña en no querer verlo, se impone de manera incuestionable la especialización. Hay campos sobre los que esa duda jamás ha planeado. El quehacer diario de los profesionales de la Medicina es un ejemplo en ese sentido.
¿Puede racionalmente imaginarse a un pediatra realizando una intervención a corazón abierto? ¿O a un cirujano cardiovascular determinando cuál debe ser la alimentación de un recién nacido? Pues en el sector periodístico estas increíbles mezclas se han dado y aún, desgraciadamente, se producen con cierta frecuencia. Hasta no hace mucho tiempo, en la mayoría de los medios, incluso los de mayor prestigio que cuentan con estimable dotación de personal, eran muy pocos los profesionales que se dedicaban de forma expresa y única a parcelas informativas concretas. Se alimentaba la idea, por suerte cada vez más lejana, de que el periodista debía de saber de todo sin necesidad de profundizar en nada.
La situación, en buena medida, ha cambiado. Pasaron los tiempos en los que en los medios de comunicación sólo se distinguía entre los redactores que hacían «nacional», «internacional», y si acaso «deportes» o «sucesos» y poco más.
Lo común hoy es que todos los medios importantes cuenten con redactores ocupados de forma prácticamente exclusiva a cubrir informaciones relacionadas con el mundo de la sanidad y la salud. Es una opinión compartida entre los que trabajamos en el ámbito de la salud que el bautismo de fuego del llamado periodismo sanitario se produjo a comienzos de los ochenta en las dramáticas circunstancias del Síndrome Tóxico. Fue un bautismo, pero no masivo, porque en la mayoría de los medios generales todavía faltaba algún tiempo para que se llegase con fuerza a la información especializada en sanidad. Es evidente que por entonces existían ya, y con pretigio, algunas revistas especializadas. Es decir, ya se detectaba con carácter especializado un periodismo centrado en estas parcelas.
Pero deberían llegar acontecimientos posteriores y situaciones consolidadas para que esa especialización alcanzase, en general, a los medios de comunicación general.
Probablemente la circunstancia bisagra que transformó definitivamente la situación de las redacciones vino de la mano del sida. Acaso deba hablarse de un antes y un después del sida en materia informativa como consecuencia de que referirse a esta pandemia es hacerlo de un hecho científico, social y de medicina pública muy superior a lo conocido hasta entonces. Un tema que exige, también desde la óptica de la comunicación, una dedicación de gran peso cuantitativo y cualitativo.
Las encuestas y el día a día confirman que las informaciones y los mensajes que provienen del trabajo de los profesionales de los medios de comunicación son leídos, vistos, escuchados, recibidos en definitiva cada día por una gran cantidad de personas. Desde que, en el plano público, sobre el concepto «curación» fue sedimentando el de «prevención» la salud es, más que nunca, una cuestión de todos en la que todos intervienen; algo que está en la calle y ello, en buena parte, es consecuencia de la función de una sanidad pública, que ha asumido su papel de pública. Aludir a este hecho es referirse al papel formativo y de educación sanitaria de la población que, desde una visión responsable, la salud pública viene desempeñando, y en ese plano debe integrarse y valorarse en justicia el importante papel de los medios.
Los muchos millones de personas que diariamente son usuarios y receptores de la información merecen el respeto y el respeto atiende a dos palabras: rigor y veracidad. Se han ganado cotas interesantes a través de la especialización. La Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS), constituida hace seis años y con 300 miembros que tienen en la información y comunicación sobre salud su quehacer fundamental, es muestra significativa de que las cosas marchan por buen camino. Rigor, profesionalidad, seriedad, independencia, objetividad... son términos sin los que hoy ese camino quedaría truncado.
Desde esa filosofía la especialización es un deber y un derecho. Deber por parte de un profesional que, de esa forma, se convierte en un informador en proceso de formación continua. Derecho, por cuanto la población debe exigir la mejor información posible, especialmente sobre un tema como la salud, cuyo dominio público se ensancha cada día más.