Hemos leÃdo con gran interés el artÃculo publicado por Reyes-Urueña et al. en el que se documenta, en una cohorte de 2.140 pacientes atendidos en un Servicio de Urgencias de Barcelona durante el periodo 2011-2013, que la prevalencia de VIH es del 0,15% y el porcentaje de aceptación de una prueba rápida de VIH es del 95%1. Durante el mismo periodo de estudio, Pizarro Portillo et al. llevaron a cabo una investigación similar, aunque difirió en el método de muestreo (sujetos de 15 a 75 años con criterio de extracción analÃtica en urgencias a criterio del médico responsable de la atención en vez de sujetos de 15 a 64 años a criterio de enfermerÃa de investigación en el triaje) y la prueba de despistaje (test de enzimoinmunoanálisis de 4.ª generación en vez de una prueba de fluido oral), que mostró una prevalencia de un 0,6% y un porcentaje de rechazo de un 1,2% en un servicio de urgencias de Madrid.
Aunque estos trabajos difieren en la prevalencia del VIH, lo cual podrÃa estar en relación con aspectos sociodemográficos o con el tipo de muestreo realizado, es evidente que la prueba de despistaje de VIH podrÃa ser una medida costo-efectiva en la población adulta atendida en los servicios de urgencias de nuestro entorno. Esto estarÃa justificado tanto por la prevalencia en urgencias —ya que está por encima del 0,1%— como por la alta prevalencia de diagnóstico tardÃo en España2-4. A pesar de ello, pensamos que existen numerosos aspectos todavÃa por esclarecer en el ámbito de urgencias.
En primer lugar, los datos disponibles provienen de estudios de investigación que no reflejan la vida real y, por tanto, existe escasa información sobre la capacidad logÃstica de personal y tiempo necesarios para llevar a cabo la prueba de manera rutinaria a todos los pacientes atendidos en urgencias, o para poder dar la información de forma adecuada ante un resultado positivo5.
En segundo lugar, a pesar de los altos porcentajes de aceptación de la prueba de despistaje en los estudios comentados con anterioridad1,6, se sabe que existen barreras entre los médicos y los pacientes sobre su realización en urgencias. Una de las más importantes es el deseo de centrarse en el verdadero motivo de consulta7. En este sentido, no queda clara cuál serÃa la mejor estrategia a la hora del ofrecimiento de la prueba, bien por parte del médico responsable de la atención al paciente, de la enfermerÃa en el triaje o en un proceso paralelo, o bien por la propia iniciativa del paciente tras conocer que tiene acceso libre a dicha prueba8,9.
En tercer lugar, se conoce que la prevalencia de VIH en España es de un 0,4%5, pero se desconoce su prevalencia en las áreas de referencia de los diferentes servicios de urgencias y, dentro de estas áreas, si existen poblaciones de un mayor riesgo de infección por VIH no conocida. A este respecto, Pizarro Portillo et al. documentaron que el ser hombre, el venir de otros paÃses, los antecedentes de hepatitis o tatuaje y la infección como motivo de consulta eran factores asociados con tener una prueba de VIH positiva6.
Teniendo en consideración que uno de cada 2nuevos diagnósticos en España es un diagnóstico tardÃo, parece lógico adaptar los programas de prevención a los colectivos de mayor riesgo, como los jóvenes y los inmigrantes, especialmente si refieren prácticas de riesgo, con el fin de mejorar los resultados10. Según lo dicho, y sabiendo que a veces el único contacto de este colectivo con el sistema sanitario es la atención en urgencias, parece necesario crear una serie de recomendaciones estandarizadas de cara a la realización de la prueba de despistaje de VIH en los servicios de urgencias con el fin de establecer ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿quién?