Vemos y no hacemos, describimos y no actuamos, conocemos pero no cambiamos. Esta frase reiterativa describe la naturaleza de muchas situaciones de la práctica enfermera en las que se dispone de una descripción precisa del entorno o contexto en el que se sitúan, de aquello que las personas a las que cuidamos necesitan y de la actuación idónea en estos casos, pero no existe una repercusión en los cuidados enfermeros del día a día.
Esta realidad se refleja, de forma clara, en la progresión de la intervención enfermera con la familia del enfermo crítico en nuestro país. Así, durante las últimas 2 décadas, han proliferado estudios relativos a esta temática, denotando un incremento del interés de las enfermeras y enfermeros por la familia en este contexto. Se ha descrito la cultura cerrada de las unidades de cuidados intensivos (UCI) en España1, conocemos las vivencias y necesidades de los familiares que tienen a un ser querido ingresado2,3, sabemos cómo se sienten y qué opinan las enfermeras sobre la familia4–7 y nos han transmitido, en estudios internacionales mayoritariamente, que una política de visitas abiertas, la implicación de la familia en el cuidado de la persona ingresada en la UCI y los cuidados dirigidos a la familia forman parte de la visión holística que caracteriza nuestra manera de cuidar y, además, influyen positivamente en la recuperación del enfermo crítico8. Sin embargo, después de todos estos estudios, en la mayoría de las UCI españolas, la forma de atender a las familias no ha cambiado o lo ha hecho de forma poco significativa9.
A pesar de que Zaforteza et al.9 en el año 2008 ya exponían este problema e instaban a cambiar el foco de la investigación de una tendencia descriptiva a otra intervencionista, desde entonces se ha avanzado muy poco en este sentido. Y es que a pesar de aparecer en la actualidad alguna intervención relacionada con el cuidado a la familia4,10,11, seguimos sin modificar la estanqueidad de las UCI y la alienación de la familia como parte de la misma.
En ocasiones simplemente no modificamos la práctica o no sabemos cómo hacerlo; en otras el cambio se produce a nivel individual o en grupos reducidos sin afectar la organización de la unidad; y en otras realizamos intervenciones pero sin evaluarlas científicamente ni difundirlas, por lo que caen en el ostracismo y no existen para el resto de los profesionales.
La enfermería, como disciplina profesional, además de utilizar otras fuentes de conocimiento, utiliza y produce saber a partir de la experiencia práctica. No obstante, no vale el «hacer porque se ha hecho siempre», no vale instaurarse en la pasividad y la falsa seguridad (o comodidad) del statu quo. Hacerlo nos atrapa en un atolladero donde se ralentiza el avance de la disciplina o, lo que aún es peor, nos impide mejorar la calidad, eficiencia y eficacia de nuestros cuidados.
Por todo ello, es preciso evitar correr el riesgo de convertirnos en estatuas de sal, en autómatas del cuidado estático sin consciencia de nuestro poder para avanzar. Es apremiante utilizar estrategias para modificar de forma dinámica y científica la práctica. Es necesario implantar cuidados sistemáticos dirigidos a la familia del enfermo crítico, evaluarlos y modificarlos en base a la evidencia y al contexto en el que se producen. En definitiva, es inexcusable aplazar el cambio. Es apremiante actuar ya.
Conflicto de interesesEl autor declara no tener ningún conflicto de intereses.