San Juan Evangelista Cancuc es un municipio de los Altos de Chiapas con mucha historia que contar. Es famoso porque en 1712 fue epicentro de la más grande rebelión colonial de la zona, en la que estuvieron implicados más de 32 pueblos de la provincia de Los Zendales (nombre que recibía en aquellos tiempos parte de la región de lo que actualmente conocemos como los Altos de Chiapas).1 María López, hija de Agustín López, sacristán de la iglesia, aseguró, en asamblea pública, que la Virgen del Rosario se le había aparecido a la orilla de una milpa. Le había ordenado que le construyeran una ermita en donde dar a luz a su hijo, para que no muriera entre palos y piedras, pues su nacimiento marcaba el inicio de una nueva era. Los habitantes del pueblo atendieron a sus requerimientos, los de Cancuc se declararon rebeldes y lucharon con dignidad, pero fueron vencidos.
Como castigo por su rebeldía, el gobierno colonial los condenó a vivir a un lado del río sin instrumentos de metal y les negó el derecho a gobernarse soberanamente, subordinados a los pobladores de Guaquitepeque hasta que todos los rebeldes hubieran muerto y una nueva generación tomara su lugar. No sería sino hasta 1990 cuando Carlos Salinas de Gortari, entonces presidente de México, reconociera a Cancuc como municipio.
En la zona, los habitantes de Cancuc tienen fama de ser muy “bravos”. Según se cuenta, es común que allí nazcan “hombres rayo” (chauk en tzeltal, o tzak tzevul en tzot-zil, lenguas que allí se hablan), héroes civilizadores y guardianes del pueblo, lo que lo ha vuelto muy atractivo para los estudiosos de los pueblos indígenas de Mesoamérica.
Por su ubicación, Cancuc ha permanecido —hasta cierto punto— “aislado” del resto de los pueblos, más próximos por sus costumbres y por la geografía a Ciudad Real (actualmente San Cristóbal de las Casas), y los ladinos y sus costumbres que allí viven; en Cancuc los antropólogos han reconocido a una sociedad conservadora.
Una antropóloga interesada en el poblado fue Calixta Guiteras Holmes, quien tuvo la mala fortuna de ser antecedida por misioneras cristianas auspiciadas por el Instituto Lingüístico de Verano, quienes, para ese entonces, se encontraban traduciendo la Biblia al tzeltal y habían alertado a los indígenas de la aculturación que se veía venir, dejándolos muy mal dispuestos hacía los visitantes. Calixta Guiteras llegó en dos ocasiones al pueblo; la primera vez fue ahuyentada por la indiferencia de los cancuqueros pero, volvió, lo que casi le cuesta la vida pues, según averiguó, los del pueblo conjuraban para quemarla como antes habían hecho con otros y, entonces, salió huyendo y decidió trabajar en Chenalhó, donde conoció a Manuel Arias Sojom, quien, más tarde, sería su compadre, y con el cual investigó y escribió su célebre texto Los peligros del alma.2
Tiempo después, ya más calmados los ánimos y con más experiencia en campo, doña Cali volvió y escribió la monografía Cancuc: etnografía de un pueblo tzeltal de Los Altos de Chiapas, 1944,3 trabajo de obligada consulta para quienes quieren comprender a los mayas de los Altos de Chiapas.
Casi tres décadas después, Pedro Ramón Pitarch volvió al pueblo punto de referencia para los estudios mesoamericanos, al utilizarlo como escenario de su libro Chu’ulel: una etnografía de las almas tzeltales,4 trabajo en donde hace importantes aportes acerca de la conformación del cuerpo y de sus componentes entre los pueblos mayas, que obligan a repensar el concepto de persona en Mesoamérica.
Como continuador de esta tradición tenemos a Helios Figuerola Pujol, quien, en 2010, presentó su libro: Los dioses, los hombres y las palabras, trabajo que es producto de varios años de estudio etnográfico en Cancuc (entre 1989 y 2001), y en donde pudo recabar un sinfín de testimonios sobre oraciones, cantos y palabras, que nos ofrece en su libro con una perspectiva antropológica, acompañados de un estudio acerca de las palabras, de la taxis indígena. Se vio obligado a profundizar en el conocimiento del cosmos, del gobierno, de la persona, de las particularidades del don y de las especificidades del sacrificio, por nombrar sólo algunos de los temas. Su trabajo es una suerte de aventura intelectual, una exploración amplia y general sobre el hombre y sus entes, que debe conducirnos a una reflexión sobre los tipos de “palabra” (discursos) que utilizan los cancuqueros para realizar sus plegarias
Su interpretación está enriquecida con un sinfín de datos etnográficos, cantos, conjuros, adivinanzas, mitos, tradición oral, historia oral, estudio de archivo, confrontación de fuentes, análisis de léxico, etc. Para comunicárnosla se vale de un gran número de ejemplos, donde describe aquellas realidades en las que los distintos relatos de los informantes tienen sentido; nos habla de todo lo que representa el ritual, y enriquece su exposición con una serie de dibujos hechos por sus mismos informantes, de tal forma que, además, podemos acercarnos gráficamente a la visión del mundo de los tzeltales.
Figuerola Pujol nos habla de los distintos espacios habitados por diversos personajes propios de cada lugar y de sus cualidades, o “calidades”. Cada uno tiene un puesto, una relación funcional, lo que constituye una correlación que sólo tiene significado como parte de un sistema, donde cada entidad o calidad (dependiendo de la proporción), ocupa un espacio en la jerarquía dentro de su propia “ontología regional”,5 aquella que corresponde al espacio en que se desarrolla su existencia. De tal forma que hay personajes que habitan el cosmos; otros, el mundo, y otros que viven dentro de los cuerpos de los hombres, e incluso otros dentro de éstos. Por lo que, en realidad, todos cohabitan, su existencia es fenoménica y su dinamismo es dialéctico. El cosmos que habita el hombre es una realidad de esencias compartidas, manifiestas en el hacer cotidiano de los seres en su interacción vital, donde sobre sale la humana por ser la única que puede imitar al cosmos y proyectar un dispositivo de acercamiento e interacción, es decir, el hombre se proyecta en el cosmos, lo significa, lo ordena y, cuando lo hace común, lo transforma en mundo. En suma, los distintos espacios y sus criaturas son una manifestación de la posibilidad radical del hombre de ordenar el cosmos y transformarlo en mundo, taxis que es cultura, lengua que es diálogo, palabras “cargadoras” de esencias de mundo: nos describen las reglas que rigen su posible combinación dependiendo del tiempo y del espacio.
Los dioses, los hombres y las palabras es como un árbol que hunde sus raíces en la tierra firme de la investigación que se asume, por principio, histórica, y extiende sus ramas al cielo para alcanzar los avatares de los tiempos, a veces cálidos y apacibles, y en ocasiones fríos y violentos. Cada una de las ramas de su inmenso follaje representa posibles investigaciones, y sugiere diversas interrogantes:
- 1)
¿Qué esencia separa los ch’ulel de los lab, cuando en el lenguaje común a menudo suelen confundirse?
- 2)
¿Cómo saber más de la extraña transubstanciación que efectúa el chulel del ch’iibal que hace posible su transformación en ancestro?
- 3)
Cuando un individuo muere, ¿qué mecanismos ontológicos sirven para explicar su transformación en ancestro?
- 4)
¿Por qué razón los raros individuos que gozan de una protección especial de los antepasados —disimulando cuidadosamente sus poderes— renuncian voluntariamente a ejercerlos entre los hombres? ¿Habría una suerte de poder esencialmente diferente cuyos principios ontológicos se revelasen insuficientes para explicarlos?
- 5)
¿La aproximación al poder comunitario por los hombres providenciales representa un peligro tal que lo rechazarían?6
Desde mi punto de vista, todas estas preguntas nos servirán para profundizar en el conocimiento de la taxis ontológica del cancuquero, para conocer más íntimamente la relación que tienen entre ellos como individuos de una comunidad, bajo el manto de sus divinidades y en relación de reciprocidad con ellas y los entes que los rodean, para comprender el sentido que la reciprocidad tiene para ellos, quienes quizá crean que mantienen contentos a los dioses utilizando la buena palabra —lekil kuxlejal—, según los mayas tzeltales, para mantener el dinamismo del cosmos, para que no se apague el sol.
Juan Pedro Viqueira, Cronotopología de una región rebelde. La construcción histórica de los espacios sociales en la Alcaldía Mayor de Chiapas (1520-1720), tesis doctoral, EHES, París, 1997.
Calixta Guiteras Holmes, Los peligros del alma. Visión del mundo de un tzotzil. México: Fondo de Cultura Económica, 1965.
Calixta Guiteras Holmes, Cancuc: etnografía de un pueblo tzeltal de Los Altos de Chiapas, 1944. Tuxtla Gutiérrez: Universidad Autónoma de Chiapas, 1998.
Pedro Ramón Pitarch, Chu’ulel: etnografía de las almas tzeltales. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
Vid. Philippe Descola, “Construyendo naturalezas. Ecología simbólica y práctica cultural”, Naturaleza y sociedad. Perspectivas antropológicas, pp. 101-123; Gísli Palssón (ed.). Madrid: Alianza Editorial, 2001, y L. Ramsés Sánchez, “El desafío de la fenomenología y el método fenomenológi-co”, Edmund Husserl, Las conferencias de Londres. Método y filosofía fenomenológicos, pp. 133-175. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2012.