Que la manera de hacer sus casas era cubrirlas de paja, que tienen muy buena y mucha, o con hojas de palma, que es propia para esto; … y que después echan una pared de por medio y a lo largo, que divide toda la casa, y en esta pared dejan algunas puertas para la mitad que llaman las espaldas de la casa, donde tienen sus camas, y la otra mitad blanquean de muy gentil encalado y los señores las tienen pintadas de muchas galanterías; y esta mitad es el recibimiento y el aposento de los huéspedes y no tiene puerta, sino toda es abierta conforme al largo de la casa…1
Con estas palabras describía fray Diego de Landa las casas de los nativos de Yucatán a mediados del siglo xvi, haciendo énfasis en su distribución, los materiales constructivos y algunas de sus funciones. A casi cinco siglos de distancia, la vivienda maya “tradicional” se ha conservado en cierta medida, pero también ha sufrido numerosos cambios y adaptaciones. Desde las primeras plataformas de las comunidades aldeanas que se asentaron en la península hacia el primer milenio antes de nuestra era, pasando por los impresionantes palacios con bóvedas de piedra ocupados por las élites prehispánicas, hasta llegar a la gran variedad evidente en nuestros días, las estructuras residenciales del área maya presentan numerosas vertientes para su estudio: ¿cuáles han sido sus procesos de cambio? ¿Qué nos dicen de la organización social y económica de un pueblo, de la permanencia de sus tradiciones o de sus concepciones simbólicas? ¿Qué se puede rescatar de sus funciones rituales o funerarias en el pasado?
Son éstas algunas de las cuestiones que se abordan en el libro colectivo coordinado por Fabienne de Pierrebourg y Mario Humberto Ruz, Nah, otoch. Concepción, factura y atributos de la morada maya. Desde una perspectiva científica y diacrónica, su objetivo se centra en el estudio de la vivienda en el área maya, analizando sus características a lo largo de las épocas prehispánica, colonial y contemporánea. Así, la obra reúne ocho textos elaborados desde diferentes disciplinas: la arqueología, la epigrafía, la historia y la antropología, las cuales aportan miradas e interpretaciones diversas que confuyen en un mismo punto de interés: la casa maya de ayer y de hoy. Si bien el estudio del ámbito doméstico resulta de importancia fundamental para comprender el desarrollo de la organización social, política y económica de un pueblo, así como sus concepciones y su relación con el medio ambiente, en pocas ocasiones se le ha otorgado la importancia que merece, por lo que el conjunto de trabajos aquí reunidos resulta especialmente valioso.
En el texto de presentación, acertadamente titulado “Umbral”, Fabienne de Pierrebourg introduce al lector, de manera general, en el proceso de transformación de la vivienda maya a partir de la Conquista hispana en la Península de Yucatán, de acuerdo a lo registrado en diversas fuentes históricas coloniales, como la obra de fray Diego de Landa o las Relaciones histórico geográficas del siglo xvi. El proceso de Conquista transformó drásticamente el paisaje maya al introducir nuevos modelos que facilitaran el control de la población, el cobro de los tributos y la conversión al catolicismo. De allí que la legislación colonial provocase cambios radicales en lo que se refere a la congregación y la traza de los poblados; sin embargo, muchos elementos básicos relacionados con la forma y distribución de las casas o los materiales constructivos tradicionales, como el huano o el bajareque, lograron permanecer a través de los siglos.
El segundo texto, “Miradas epigráficas sobre la vivienda maya”, nos permite adentrarnos en algunos conceptos prehispánicos registrados por medio de la escritura jeroglífica. Aquí, Jean-Michel Hoppan destaca la larga duración de los términos utilizados en las lenguas mayances para denominar los espacios domésticos, como sería el caso del dualismo nah, otoch, que se remonta a los inicios del periodo Clásico: nah, para “casa” (como un edificio o elemento material) y otoch/otot, para “hogar” (en tanto espacio social). Asimismo, se presenta una interesante recopilación de los textos jeroglíficos utilizados en esa época para denominar tipos especiales de edificios —por ejemplo, las “casas de coronación”, donde se realizaba el ascenso al trono de los gobernantes—, además de otros elementos rituales asociados a ellos, como las ofrendas de dedicación de templos y palacios o la colocación de entierros bajo sus plataformas. Sin duda, el análisis de las inscripciones clásicas podrá aportar aún mucha información para comprender el funcionamiento y simbolismo de las viviendas de élite durante la época prehispánica.
A continuación, en “El proyecto maya de vida y sociedad”, Charlotte Arnauld aborda el análisis detallado de diversos aspectos, tanto arqueológicos como etnográficos, que han caracterizado a la vivienda maya a lo largo del tiempo. Se trata de un análisis comparativo, muy bien documentado e ilustrado, de la casa maya, tanto como parte de un sistema agrario, perfectamente adaptado a su medio ambiente particular, pero también como expresión de las interacciones sociales presentes en una comunidad. Tal como lo expresa la autora: La articulación entre cultivos, áreas en barbecho y vivienda hace que nuestra dicotomía tan fundamental en el mundo occidental entre lo “urbano” y lo “rural” no tenga el mismo sentido en tierras mayas para la época prehispánica, y hasta cierto punto tampoco para tiempos presentes. La dicotomía que realmente determina una infinidad de aspectos de la vida social e incluso política es más bien la que corresponde a dos tipos de agricultura, la de proximidad en relación con la casa (infield), y la de los campos más alejados en el “monte” (outfield) (p. 42).
También se destacan aquí, de manera bastante clara, las profundas diferencias existentes en el contexto arqueológico en cuanto a los palacios o zonas residenciales de la élite, de gran complejidad material y simbólica, en contraste con las habitaciones de la gente común o de las zonas de explotación agrícola, de carácter perecedero y difíciles de identificar en superficie.
Por su parte, el texto de Mario Humberto Ruz, “Nombrar para habitar. La morada maya en las grafías coloniales”, constituye un minucioso recuento de los elementos que formaban las viviendas mayas a través de los registros encontrados en diversas obras de naturaleza lingüística, especialmente gramáticas y vocabularios elaborados por los eclesiásticos durante la época colonial. Resulta impresionante la riqueza y diversidad de información que puede derivarse de tales fuentes; en este caso concreto, en relación con el tema de las casas mayas, se presenta una gran variedad de términos que referen a sus diversas partes, sus materiales constructivos, el mobiliario doméstico o las actividades cotidianas que allí se realizaban. Sobre los distintos tipos de casas, se comenta, por ejemplo: Que na o nah era voz conveniente no sólo a la vivienda del pueblo común, sino que podía aplicarse a la morada de principales y otros señores se advierte en los términos que califican a una casa señorial (halach uinicna), una casa o cámara “real” (tepalna) e incluso un palacio (ahaunah), y aparece asimismo en uno de los vocablos que califica a una fortaleza o “castillo” (uitzilna) (p. 79).
Las casas de la comunidad, a su vez, aparecen consignadas como “popolna, en donde vemos figurar, combinado con el vocablo para casa, aquél que nombra al petate o estera: pop o poop”, el símbolo del asiento del poder (p. 80).
Incluso las concepciones asociadas a lo sobrenatural tienen un papel preponderante en tales contextos pues, como lo enfatiza el autor, “para los mayas de ayer y hoy, las viviendas eran y son espacios que los hombres comparten con entidades de naturaleza no humana, en ocasiones benéficas, en otras no tanto, pero cuya aparente veleidad puede ser “negociada” a través de determinadas conductas entre las que priman las ofrendas rituales (p. 109).
En el siguiente trabajo, centrado en analizar el papel de “La casa en los testamentos mayas de la época colonial”, Paola Peniche toma como punto de partida un conjunto de documentos testamentarios en maya, procedentes del pueblo de Ixil, Yucatán. A partir del análisis y la comparación con otras fuentes logra rescatar información de gran interés sobre las diferencias sociales y económicas en la comunidad, así como del tipo de bienes que se heredaban, siendo el más común el “solar”, que incluía la casa elaborada con materiales perecederos, el huerto familiar, los animales domésticos, pozos, albarradas, etc. En contraste, los mayas más adinerados señalaban como parte de su herencia muchos otros bienes, que podían incluir terrenos de “monte”, ganado, muebles o joyas, marcando claramente un estatus superior al de sus contemporáneos.
“La vivienda en su medio, la vivienda en sus diversidades” es un texto comparativo de Fabienne de Pierrebourg dedicado a estudiar la variabilidad de la casa maya contemporánea en dos regiones específicas del estado de Yucatán: la costa central y el cono sur. Se analizan aquí con bastante detalle las características de diversos conjuntos habitacionales ubicados en varios poblados, que van desde los más tradicionales —con las típicas casas ovales elaboradas con materiales perecederos— hasta aquellas construcciones modernas de block introducidas por los programas estatales sin ninguna relación con la arquitectura local o el clima peninsular. Lo que resulta notable, a pesar de todas las variaciones, es la permanencia del solar maya como punto focal de la vida familiar, puesto que además de comunicar con la propia casa, aloja espacios domésticos fundamentales, como la cocina, el horno (píib), el huerto y la zona de cría de animales (gallinas, pavos, abejas); asimismo, representa frecuentemente el lugar designado para llevar a cabo los rituales asociados al ciclo agrícola y a la protección del grupo familiar. Tal como se señalaba en las fuentes coloniales, diversas entidades sobrenaturales, como los ah kanulo’ob, los aluxo’ob o los yùumtsilo’ob, continúan interactuando cotidianamente en el ámbito doméstico de los mayas de hoy.
En contraste, en el siguiente trabajo “Asentamiento, sociedad y vivienda en Candelaria, Tekax”, presentado por Julio César Hoil, encontramos un estudio de caso muy particular, centrado en una pequeña aldea de la región Puuc, que se caracteriza por contar solamente con 17 habitantes. La comunidad, formada por un padre de familia y sus descendientes, se asienta en torno a un pozo profundo que les abastece de agua y se dedica a la ganadería. El solar incorpora la cocina como punto focal, además de la casa-habitación, troje, pila de agua, huerto, bodega y gallineros. El autor argumenta que la perforación de pozos y la facilidad de acceso al agua han cambiado radicalmente las relaciones sociales y económicas de la región que antes dependían de otras fuentes de agua estacionales, como los haltunes y las pozas.
La obra cierra con el ensayo titulado “De la casa y sus moradores”, de la autoría de Helios Figuerola, el cual se centra en un estudio comparativo en torno al ámbito doméstico de los mayas yucatecos y los tzeltales de Cancuc, con el fin de destacar ciertos elementos culturales relevantes, tanto materiales como simbólicos; entre ellos destacan la adaptación al medio, el aprovechamiento minucioso de los recursos naturales disponibles en cada región (su biodiversidad) o el complejo simbolismo de la muerte de sus moradores. De especial interés resulta la descripción de diversos rituales contemporáneos en el área de Cancuc, estrechamente relacionados con la dedicación de las casas y la protección de sus habitantes ante las fuerzas sobrenaturales que la habitan; si bien en la península de Yucatán estas creencias no han pervivido con tanta fuerza, el autor sugiere la existencia de una ontología similar a la que se mantiene entre los tzeltales.
En síntesis, podemos decir que se trata de una obra académica que contiene un análisis profundo y multidisciplinario de la vivienda en el área maya, tanto en sus aspectos materiales como simbólicos, que además de estar magníficamente escrita e ilustrada, nos permite adentrarnos al complejo universo de la vida cotidiana de los pueblos mayas.