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Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México
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Vol. 45.
Páginas 149-152 (enero - junio 2013)
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Reseña del libro
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Erika Pani
El Colegio de México
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¿Geografía es destino?

Hace unos meses, un grupo de historiadores lamentaba la supervivencia de una historia hecha “de y para hombres poderosos y casi siempre armados”, a pesar de que la transición democrática hubiera desarticulado al régimen que legitimaba.1 Bicho resistente, esta historia-mito ha sobrevivido también a la profesionalización de la disciplina histórica. Hace tiempo ya que los historiadores académicos no escriben grandes crónicas triunfalistas -historias de grandes hombres haciendo grandes cosas-. En cambio se han abocado a estudiar, desde perspectivas novedosas y sofisticadas -la economía y la demografía, la sociología, la antropología- a nuevos actores, antes considerados marginales, rebasados o nefastos -a la población indígena, a los miembros de las clases populares o del bando perdedor, a actores colectivos como la Iglesia o el ejército-, revelando un pasado más denso, más complejo, más incluyente que el que había retratado la historiografía tradicional.

El problema, como bien han hecho notar nuestros colegas, es que estas monografías académicas, cada vez más especializadas, más rigurosas, más sofisticadas, no las leen sino los que las tienen que leer por obligación profesional. Esta historia, que produce una serie de imágenes fracturadas y dispersas del pasado difícilmente puede servir de marco de referencia común al debate público, permitiendo a los ciudadanos contextualizar y ponderar los problemas, pequeños y grandes, que aquejan a la sociedad. Por eso siguen haciendo falta grandes historias que los historiadores ya no quieren escribir, relatos generales que sistematicen y sinteticen, y muestren a la sociedad de donde viene, para contribuir a que sus miembros entiendan donde están, y decidan para dónde quieren ir.

Debe entonces encomiarse que, a pesar de la faramalla y de los escándalos, las conmemoraciones de 2010 se vieran marcadas por esfuerzos institucionales por reconstruir y difundir un pasado que enriquezca la discusión de lo público. En el marco de los centenarios, la Secretaría de Relaciones Exteriores ha publicado siete volúmenes que hacen la historia de las relaciones de México con las distintas regiones del mundo durante doscientos años de vida independiente. Esta colección describe la larga e intricada trayectoria del país sobre el escenario internacional, desde los primeros esfuerzos por consolidar su soberanía hasta los desafíos que enfrenta actualmente, desde una perspectiva histórica que busca contextualizar y explicar antes que anticipar o modelar.

Las historias generales dan cuenta de periodos más largos y de fenómenos más diversos de los que acostumbra trabajar el historiador, cada vez, como se ha apuntado, más preciosista. Por esto su factura misma representa un desafío: cuando se encomiendan a un solo autor, el riesgo es que sus saberes y perspectivas dominen una trama que, por otra parte, tiene la ventaja de ser coherente. Cuando se arma un libro colectivo, en el que cada autor expone lo que mejor conoce, la obra resulta a menudo un compendio de ensayos de chile, dulce y manteca. En este sentido, el volumen que dentro de la colección de la Secretaría de Relaciones Exteriores se ocupa de Europa es excepcional, pues reúne las virtudes de las dos alternativas. Incorpora las perspectivas y propuestas metodológicas de dos historiadores y una internacionalista para contar una historia que abarca no sólo a los vínculos diplomáticos entre Estados, sino también a los actores, con sus intereses y percepciones, y a las interacciones que han constituido la dinámica de las relaciones políticas, económicas y culturales de México con el Viejo Continente. Un texto claro y accesible -en el que se ven las ideas de los tres, y no domina la mano de ninguno- resume más de dos siglos de intercambios, encuentros y desencuentros en menos de quinientas páginas.

El libro reseña las relaciones de México con una región, centrándose en aquellas potencias que acapararon la atención -y provocaron los desvelos- de los gobiernos mexicanos: España, la antigua metrópoli y principal deudora del México decimonónico y, tras un periodo de distanciamiento, su principal interlocutora en la Europa de la integración; Gran Bretaña, principal potencia industrial y comercial en el siglo xix; y Francia, que intervendría militarmente en México dos veces en menos de treinta años, y se mantendría no obstante como el modelo de civilización por excelencia. En el siglo xx, en procesos cada vez menos intensos y pautados por la “relación especial” con Estados Unidos, los avatares de la historia española y la lógica de la Guerra Fría, a estas tres naciones se sumarían Alemania, la Unión Soviética y, como un tipo de actor distinto, la Unión Europea.

Más allá de la historia que vincula a México con estas potencias, una de las cualidades de este libro es que ofrece una visión de conjunto. Al dejar a un lado el marco de las relaciones bilaterales, que es el que normalmente encuadra a la historia diplomática, los autores identificaron, más allá de las coyunturas y los problemas puntuales, los factores que, dentro de la larga duración, estructuraron las relaciones con Europa. El texto se divide en tres grandes periodos que reflejan los cambios en el eje de la política exterior de México: la lucha por la inserción dentro del “concierto de las naciones” entre 1821 y 1884; de 1885 a 1945, la participación, a la sombra de los Estados Unidos, en la moderna economía-mundo que se consolidó en las últimas décadas del siglo xix y se desbarató con dos guerras mundiales y la Gran Depresión, y, finalmente, de 1945 a 1910, la búsqueda de caminos y espacios dentro de un mundo dividido en dos por la Guerra Fría, y posteriormente en medio de la vorágine de la globalización.

El libro examina cada periodo desde tres puntos de vista: el del contexto internacional, que es el que establece, sobre suelo disparejo, las reglas del juego internacional; el de las relaciones oficiales, y el de los vínculos económicos y sociales, de intensidad y relevancia variable, producto de los intercambios comerciales, de las inversiones financieras, y de las percepciones de los viajeros y de los pocos -a veces tan problemáticos, otras tan valiosos- migrantes europeos que decidieron hacer de México su hogar. Pinta, con trazos firmes y claros, la historia de una relación multifacética pero en declive.

Por otra parte, los autores no se limitan a reseñar la negociación de tratados, a exponer los móviles de la diplomacia europea y a desenmarañar los complejísimos problemas de la deuda externa mexicana. El texto además arroja luz sobre algunos de los elementos que, independientemente de tendencias ideológicas y de los asuntos de dinero, amor y desprecio, dan forma a las relaciones internacionales, como, por ejemplo, la tecnología de la comunicación y los transportes. Así, durante las primeras décadas de vida independiente, cuando cruzar el Atlántico llevaba dos meses, fueron los a menudo irascibles -sobre todo en los casos francés y españolministros plenipotenciarios los que sentaron el ritmo y el tono de las relaciones, contradiciendo a veces las intenciones de sus gobiernos. En cambio, la era de la información permitió una diversificación sin precedentes de los actores involucrados: vemos a compañías transnacionales, partidos políticos, sindicatos, intelectuales y artistas dar forma a la relación entre México y los países europeos.

Otro de los supuestos provocadores de esta obra es que, a pesar de fuertes rasgos de continuidad en la historia, no hay destinos inevitables. Sobre el escenario de las relaciones internacionales, incluso los datos insalvables de la geografía y las fuertes y permanentes asimetrías de poder no determinan el guión del relato. El amplio panorama que nos pinta de las relaciones entre México y Europa muestra que ni México nació completamente subyugado por los Estados Unidos -que no se convirtió en el principal socio comercial de México sino hasta las últimas décadas del siglo xix- ni su influencia sobre los asuntos mexicanos tuvo siempre las mismas características, ni representó inevitablemente un factor restrictivo. Incluso en el contexto de relaciones problemáticas que se enfriaban y distanciaban, los diplomáticos mexicanos supieron aprovechar el interés de las potencias europeas por, alternativamente, mantener el equilibrio continental en el Nuevo Mundo, preservar lazos culturales e históricos, o acceder al mercado estadounidense para manipular percepciones, contrapuntear iniciativas y negociar con ventaja. Este texto demuestra que la historia nunca es la misma; el futuro tampoco tiene por qué estar determinado.

Tienen razón nuestros colegas al lamentar que la historia no provea un marco de referencias y un repertorio de experiencia a un debate público que a menudo parece ofuscar más que aclarar u orientar. Pero para esto, hace falta que “el público” quiera leer la rica y complicada historia de hoy, y no la lírica y heroica de ayer. Una historia de difusión, entonces, vale por la precisión y capacidad de síntesis de sus autores, por lo convincente de sus argumentos y por lo claro de su prosa. Pero vale sobre todo si interesa al lector de a pie -y no al especialista, a quien le pagan por interesarse-. Es excepcional si no sólo cuenta cosas interesantes y las cuenta bien, sino que provoca al lector y lo pone a pensar. Esta historia de dos siglos de relaciones entre México y Europa tiene todas estas fortalezas.

Luis Fernando Granados, “Historia para el futuro”, Reforma, suplemento Enfoque, 3 de junio de 2012.

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