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Vol. 45.
Páginas 153-159 (enero - junio 2013)
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Reseña del libro
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Sergio Francisco Rosas Salas
El Colegio de Michoacán, Centro de Estudios de las Tradiciones
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En octubre de 1843, el presidente Antonio López de Santa Anna decretó que las rentas de la Lotería fueran asignadas a la Academia Nacional de San Carlos. Hasta mayo de 1861, cuando el presidente Benito Juárez separó ambas instituciones, la fusión de la Academia y la Lotería permitió el rescate financiero de ésta y la renovación de las artes en San Carlos. Este periodo de 18 años es el analizado en Cultura y política en el México conservador… A partir de una revisión de los fondos de la Lotería resguardados en el Archivo General de la Nación y un amplio conocimiento del archivo de la Academia, la autora consigue demostrar que ambas instituciones fueron parte importante del proyecto cultural de los conservadores mexicanos, el cual a su vez era fundamental para su propio proyecto de nación. Así, Montserrat Galí contribuye no sólo a la historiografía sobre el papel de las artes en la construcción del Estado nacional en el México decimonónico, sino al conocimiento del conservadurismo mexicano.

Los primeros dos capítulos ofrecen una historia institucional, que reconstruye la imbricación de las dos instituciones. Una vez decretado el traspaso y la administración de las rentas de la Lotería a San Carlos, en octubre de 1843 se nombraron consiliarios para la Academia, también nombrados por Santa Anna. Entre ellos destacaron prominentes personajes conservadores, cuya vida pública se extendió a mediados del siglo xix: el abogado y político Manuel Diez de Bonilla, el industrial Cayetano Rubio y el canónigo metropolitano Joaquín Fernández Madrid, quien fuera pro-puesto por el gobierno mexicano como obispo de Puebla en 1852, sin éxito. La elección de esta élite, entre quienes se contaban algunos de los hombres más poderosos en la política y la economía del México de las Bases Orgánicas, garantizó estabilidad a la nueva empresa, expectativa que se vio cumplida en los años siguientes. En esta tónica, un elemento que la autora destaca es la regularidad y la constancia que pudo alcanzar la Lotería entre 1843 y 1860, e incluso el estado de franco bienestar que alcanzó entre 1852 y 1857, a pesar de la paralización que sufrió durante la guerra con los Estados Unidos. De hecho, entre 1855 y 1858 la Academia llegó a tener rentas por 100 000 pesos anuales, ingreso realmente extraordinario para las exhaustas arcas públicas. Un aspecto clave para el éxito fue el manejo centralista de la administración. Frente a esta historia de constancia y prosperidad, la guerra de Reforma fue el inicio del fin. Más allá de la caída en la venta de boletos por las acciones bélicas, la continua exigencia de recursos por los gobiernos liberales de Comonfort y Juárez significó un constante sangrado a las exiguas ganancias. Si bien préstamos de la Casa Jecker permitieron seguir con los sorteos aún en 1860, el 2 de mayo de 1861 el presidente Benito Juárez canceló el maridaje de la Lotería y la Academia al decretar el establecimiento de una Lotería Nacional que dependería de la Dirección de Instrucción Pública.

La historia institucional reconstruida a detalle permite subrayar los matices que los regímenes políticos aplicaron en el apoyo y la administración de las instituciones económicas y culturales del país. En concreto, Cultura y política en el México conservador… aporta elementos para perseverar en temáticas que aún merecen la atención de los historiadores. Al ofrecer un aporte a la historia de las décadas de 1840 y 1850 antes de Ayutla, abre perspectivas de investigación sobre unos años aún descuidados por la historiografía, que ha avanzado menos en este periodo que en lo que toca a la república federal e incluso al primer centralismo.1 Por ejemplo, a través de la Academia Galí demuestra la continuidad de los proyectos de gobierno de Antonio López de Santa Anna, sea bajo el centralismo o bajo la dictadura. Del mismo modo, revela un aspecto soslayado aún por los estudiosos, y que requiere un análisis a profundidad: la breve pero importante estabilidad que alcanzó el país en los gobiernos moderados de los generales José Joaquín de Herrera (1848-1851) y Mariano Arista (1851-1853).

En el tercer capítulo, Galí se aboca al estudio de los miembros de la Junta de la Academia Nacional. A partir de un análisis prosopográfico, la autora sostiene que los hombres involucrados en el manejo de San Carlos formaban un grupo social y económico ligado al poder, identificado claramente como conservador desde 1848, cuando Lucas Alamán fundara este partido. Eran, sin duda, parte de los “hombres de bien” del centralismo. Además de los ya mencionados Diez de Bonilla y Fernández de la Madrid, adquieren relevancia el director Francisco Javier Echeverría —quien fuera diputado y el ministro de Hacienda del gobierno de las Siete Leyes—; el secretario Francisco Sánchez de Tagle —director en las décadas de 1830 y 1840 del Monte de Piedad—; el minero, diputado y filántropo Francisco Fagoaga, y por supuesto, Bernardo Couto. No es casual que su elegante figura haya sido inmortalizada por Pelegrín Clavé: el libro demuestra lo fundamental que fue Couto como vocero del grupo reunido bajo la Academia, y cuán importante fue para el sostenimiento y la mejora de la Academia, así como para la defensa de los recursos que le otorgaba la Lotería frente a los regímenes políticos en turno.

El estudio institucional ensayado demuestra las vicisitudes cotidianas de un grupo político consolidado, que había atravesado el centralismo en los más altos puestos de la república y había sufrido el trauma de la guerra con los Estados Unidos. Alejados de las contiendas militares, estos “hombres de bien” encontraron y fomentaron espacios para sostener su proyecto cultural y de nación incluso en los años en que el optimismo republica-no languidecía. En ese sentido, destaca la importancia de Lucas Alamán como promotor de la renovación educativa. Además del impulso a San Carlos, en 1843 Alamán también promovió la creación de la Escuela de Agricultura. A través de estas instituciones se esperaba formar recursos humanos que impulsaran la modernización de México, dotándolo al mismo tiempo de un arte maduro, a la altura de aquel desarrollado en los “países civilizados” de Europa. En ambos casos estaba detrás el objetivo último de formar y consolidar un Estado nacional.

A reserva de volver sobre este punto, conviene subrayar un aporte significativo del libro. La identificación de este grupo demuestra el relevo generacional que atravesó la política nacional en la década de 1850, y los matices que diferenciaban el espectro político de mediados del siglo xix. En este relevo generacional está una de las claves para comprender la radicalización política que dio paso a la Reforma liberal en 1855, una de las tesis del ya clásico estudio de Sinkin. Sin embargo, al estudio del surgimiento de la nueva clase política Galí aporta el examen de los que se iban. Entre 1847 y 1853, por ejemplo, murieron Sánchez de Tagle (1847), Fagoa-ga (1851), Echeverría (1852) y el mismo Alamán (1853). Los más longevos fueron Fernández Madrid (1861), Diez de Bonilla (1864) y Bernardo Couto (1862), quien tomó las riendas de la Academia hasta su desvinculación de la Lotería. El grupo conservador que había impulsado el centralismo, pues, desapareció en su mayoría antes de 1855, y aquellos aún activos en los primeros años de la siguiente década rechazaron el radicalismo reformista del gobierno liberal. En 1857, don Bernardo escribió que México había entrado en “el torbellino”, sosteniendo además que las medidas en contra de la Iglesia habían provocado que “la sociedad se halla[ra] profundamente conmovida”.2 La cita, por lo demás, revela un último aspecto bien sugerido en el libro, y que ha destacado la reciente historiografía sobre el conservadurismo en la Reforma: uno de los aspectos que diferenciaban a liberales y conservadores era su posición respecto al lugar que la Iglesia debía ocupar en la sociedad mexicana.3 En esta línea, es sintomática la cercanía que los hombres de la Academia tenían con actores eclesiásticos. Amén del tesorero de la Catedral de México, era cercano al grupo el obispo de Puebla Francisco Pablo Vázquez, quien también murió en 1847 y de quien incluso llegó a planear la Junta de la Academia comprar su colección de pinturas, buena parte de ellas traídas de Europa entre 1825 y 1831.

No se trataba sólo de una cohorte reunida por el poder. El estudio de la situación artística y educativa de la Academia Nacional, abordados en los capítulos 3 y 4 de la obra, subraya que el grupo conservador tenía un proyecto de nación que se expresó, entre otros aspectos, en el apoyo a las artes liberales. Entre 1843 y 1846 se sentaron las bases de una nueva organización institucional en San Carlos. En 1845 se eliminó la formación de artesanos, al mismo tiempo que se diseñó un sistema de pensiones constante para la buena formación de los artistas. Al año siguiente se cancelaron las inscripciones para reformular los planes de estudio, y poco después se fomentó la compra de obra de arte, así como la búsqueda de pinturas en los templos y conventos. En síntesis, en los primeros años de unión con la Lotería, la buena administración de los recursos permitió un gran salto cuantitativo y cualitativo en la Academia, que se potenció a partir de 1846 con la llegada de Pelegrín Clavé y Manuel Vilar al claustro docente.

El estudio de los años de apogeo de la Academia de San Carlos permite sostener a la autora que entre 1846 y 1856 esta institución se convirtió en el centro intelectual de la ciudad de México. En esta década, la institución y sus hombres fueron el motor de la vida intelectual y artística del país, fungiendo además como un centro abierto a los interesados en el arte. Galí Boadella demuestra que la Academia formaba parte de un sólido proyecto de nación. El objetivo de forjar una nación estable hacia el interior, respetada hacia el exterior y con una identidad única e identificable es evidente en la formación artística, particularmente de dos aspectos bien analizados: la relación que la Academia guardó con otras instituciones culturales de su tiempo y el fomento, por primera vez, de un arte nacional. Así, destaca la colaboración que logró establecerse con la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y con el Museo Nacional. Como la Academia, estas instituciones buscaban crear una cultura nacional que definiera una identidad diferenciada de la joven nación. Como se ve, un elemento clave del proyecto conservador era el desarrollo de las artes, ya que su estado indicaba el esplendor o la decadencia de la civilización en un país.

Más importante aún fue el impulso a un arte nacional. Paradójicamente, este objetivo se logró a través de los profesores extranjeros, quienes fomentaron el uso de la geografía y la historia mexicanas como inspiración para maestros y alumnos. Así, mientras Vilar y Clavé insistieron en temáticas ligadas a la exploración americana y el México prehispánico, Eugenio Landesio exploró desde 1855 las vistas del Anáhuac. Se sabe ya que estas temáticas se afianzarían en la segunda mitad del siglo, con obras como las de José Obregón y Santiago Rebull sobre el México prehispánico y el panteón de héroes nacionales, y en el paisajismo de José María Velasco. A ello habría que sumar la formación de una galería de pintura mexicana en San Carlos y el estudio y recuperación del arte novohispano, iniciado con la búsqueda de obra en 1849 y plasmado por el mismo Couto en su Diálogo sobre la historia de la pintura en México.4 Así, Galí Boadella demuestra bien que las bases de la pintura nacional fueron posibles gracias, entre otros factores, a la unión entre Academia y Lotería en el México conservador.

Un último punto a destacar es el estudio de los recursos que la Academia destinó a obras de beneficencia pública. Frente a una historiografía que se ha centrado en el estudio de las instituciones de beneficencia como centros de control de los pobres por la autoridad,5 Galí analiza la puesta en práctica de una idea ilustrada, y cómo ésta permitió que las instituciones asistenciales activas en el siglo xix abandonaran el ámbito eclesiástico y pasaran al control de los notables y finalmente a manos del Estado. Se trata, pues, de un estudio del tránsito de caridad a filantropía y de ahí a la beneficencia. Así, el estudio de la Lotería emprendido por la autora rebasa el ámbito del arte y revela cómo la buena administración de los recursos aportados por los sorteos garantizó el flujo de financiamiento para este tipo de instituciones. El estudio a profundidad del apoyo económico de la Academia al Hospicio de Pobres, el Hospital de Mujeres Dementes y la Casa de Niños Expósitos permite revisar el desplazamiento de la Iglesia por el Estado en materia de asistencia pública. También en este aspecto cobran importancia los notables. En el caso del Hospital de Mujeres Dementes, fundado en 1760 por iniciativa clerical, destaca Francisco Fagoaga, quien se encargaba de su administración en la década de 1840 y garantizó que la Academia le otorgara 12 000 pesos anuales para su manutención.

La Junta de San Carlos incluso participó en la reforma penitenciaria. En 1848, cuando ésta se planteó, la Academia aprobó los planos del nuevo recinto carcelario siguiendo el reciente panóptico de Bentham, y aportó los sobrantes financieros a la Acordada. Si bien lo exiguo de los recursos impidió que el apoyo asistencial continuara después de 1860, los años analizados demuestran que los proyectos de beneficencia y modernización de México fueron impulsados por el grupo conservador entre 1843 y 1860. A través de su aplicación se buscaba la mejoría social de los pobres, delincuentes y enfermos bajo un ideal de reforma social y una constante preocupación por la formación de ciudadanos.

En suma, Cultura y política en el México conservador… ofrece una amplia mirada sobre el proyecto conservador de nación y la forma en que éste pudo concretarse en las artes, los proyectos culturales, la asistencia social y la formación de una identidad nacional a través del maridaje, entre 1843 y 1861, de la Lotería y la Academia de San Carlos. Desde esta historia institucional del arte y la política de mediados del siglo xix, Galí Boadella ofrece un estudio de referencia para el examen del conservadurismo mexicano y sus proyectos de nación, y abre nuevas perspectivas de investigación. Queda pues a los historiadores de hoy explorar ese pasado para revalorar un par de décadas poco estudiadas en nuestra historiografía, perseverar en el estudio de un grupo político fundamental que empieza a descubrirse y seguir escudriñando en torno a un proyecto de nación que, a pesar de haber sido relegado por la tradición liberal, aún puede decirnos mucho sobre el arte, la política y la sociedad del México en que se gestó el torbellino de la Reforma.

Los avances en torno al primer federalismo mexicano son importantes en los últimos años; baste citar el muy reciente libro colectivo de Josefina Zoraida Vázquez y José Antonio Serrano Ortega (coords.), Práctica y fracaso del primer federalismo mexicano (1824-1835), México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2012. Sobre el centralismo, los avances más recientes han girado en torno a las figuras militares. Cfr. en este tenor Will Fowler, Santa Anna of Mexico, Lincoln, University of Nebraska Press, 2007 (hay edición española: Xalapa, Universidad Veracruzana, 2010), y Catherine Andrews, Entre la espada y la Constitución. El general Anastasio Bustamante, 1780-1853, Ciudad Victoria, Universidad Autónoma de Tamaulipas/Congreso del Estado de Tamaulipas, 2008.

Bernardo Couto, Discurso sobre la Constitución de la Iglesia, México, Imprenta de Vicente Segura, 1857, p. 6.

Destacan en esta línea los estudios de Erika Pani, Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas, México, El Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2001; Conrado Hernández López, Militares conservadores en la Reforma y el Segundo Imperio (1857-1867), tesis de doctorado en Historia, México, El Colegio de México, 2001, y Marta Eugenia García Ugarte, Poder político y religioso. México, siglo XIX, 2 t., México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Sociales/Miguel Ángel Porrúa, 2010, así como Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México, México, Fondo de Cultura Económica/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2009, esp. t. 1.

José Bernardo Couto, Diálogo sobre la historia de la pintura en México, estudio introductorio de Juana Gutiérrez Haces y notas de Rogelio Ruiz Gomar, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995.

Cfr. Silvia Marina Arrom, Para contener al pueblo: el Hospicio de Pobres de la ciudad de México (1774-1871), México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2010, así como el trabajo sobre el Porfiriato de María Dolores Lorenzo Río, El Estado como benefactor. Los pobres y la asistencia pública en la ciudad de México, 1877-1905, México, El Colegio de México/El Colegio Mexiquense, 2011. Una mirada regional sobre la caridad desde una óptica similar a la de Galí, de quien retoma múltiples aportes, puede verse en Mónica Alejandra Rosales Salazar, La Junta de Caridad y Sociedad Patriótica para la Buena Educación de la Juventud. Puebla, 1813-1829, tesis de licenciatura en Historia, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Facultad de Filosofía y Letras, 2008.

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